viernes, 20 de mayo de 2011

GABRIELA MISTRAL: PREMIO NOBEL A UNA MAESTRA RURAL

"Más querenciosa que Santa Teresa, menos vibrátil que Sor Juana, más seca y fija que la madre del Castillo, encarna en nuestro siglo la voz de la mujer hispanoamericana, llegando a recordarnos, en el centro de su madurez, la majestad de las incaicas Vírgenes del Sol y la pesadumbre de las madres bíblicas", dice Cintio Vitier de Gabriela Mistral, la gran poetisa chilena que viene al mundo el 7 de Abril de 1889 en Vicuña, pequeña ciudad del Valle de Elqui situada al norte de la República de Chile. Fueron sus padres don Jerónimo Godoy Villanueva y doña Petronila Alcayaga de Godoy, quienes le bautizaron con el nombre de Lucila.



Don Jerónimo era un hombre muy instruido, de aspecto imponente y maestro rural. Personaje un tanto pintoresco, muy solicitado entre las familias del Valle, a causa de su interesante conversación, sus versados conocimientos y sus infinitos recursos frente a toda circunstancia; era también poeta, a la manera de los gauchos argentinos, que cantan coplas improvisadas acompañandose de la guitarra. A veces se ausentaba de su casa por varios días sin decir nada, causando entre los suyos la consiguiente inquietud. Un día se marchó para no volver nunca más. Años más tarde Gabriela escribiría sobre su padre: "Mi recuerdo de él pudiese ser amargo por la ausencia, pero está lleno de admiración de muchas cosas suyas y de una ternura filial profunda."

La pequeña Lucila creció entre fértiles aledaños, entre campos y cerros con olor a tierra. Va a la escuela como cualquier niña de su edad. A los nueve años ocurre un incidente en su vida que la marcará indeleblemente. Una maestra la acusa injustamente de haber robado hojas de papel pertenecientes a la escuela. En un ataque de cólera, echa a Lucila de la clase, e incita a sus alumnos a que le tiren piedras e informa oficialmente que es una débil mental. Es en ese momento cuando Lucila intuye la crueldad humana, es allí cuando aprende con sus estudios primarios acerca del dolor, de la injusticia y cuando visiona los trágicos errores de que está lleno el mundo.
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La ausencia del padre determina en la familia de Lucila un largo periódo de estrechez económica, subsanado en gran parte por Emelina, su medio hermana, hija del primer matrimonio de su madre, quien con su modesto salario de maestra ayuda en gran parte para el sustento y supervivencia de la familia. Es ella también quien se convierte en la guía de su infancia y quien inculca en la futura poetisa su amor por la enseñanza. Pero según Carmen Conde en una conversación sostenida con la poetisa, ésta le confesó que en la escuela era muy mala estudiante y que su maestra, parienta de su madre, se la devolvió a la familia, diciéndoles que hicieran otra cosa con ella, pues no servía para el estudio. Pero también se negó a aprender labores caseras porque se decía: "En cuanto me vean que soy útil para la casa estoy perdida." Y se sentaba en un arca que había cerca de la cocina a soñar. Sea como sea, Lucila se convierte en maestra y empieza a ejercer su profesión en la escuela de Compañia Baja, pequeña población cercana a La Serena. Tiene quince años y lee sin descanso cuanto libro se le pone al alcance de su mano. Montaigne, Federico Mistral, Rabindranat Tagore, Rubén Darío, José María Vargas Vila, figuran entre sus lecturas predilectas de aquel periodo. Alguien la describe como una muchacha alta, delgada, de facciones agraciadas y bellos ojos verdes, con unas manos que parecían lirios.
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En 1905 ya colabora con sus primeros escritos en la Voz de Elqui, periódico de Vicuña, con prosas que para la época debieron parecer bastantes revolucionarias, aunque hoy aparecen como una ingenua expresión de su rebeldía juvenil y que sin embargo influyeron para que Lucila fuera rechazada en el instituto en que quiso iniciar sus estudios magisteriales para la enseñanza secundaria. Más, gracias a su caracter voluntariosos, realiza su aprendizaje ella sola con un extraordinario espíritu autodidacta, mientras que su vida cotidiana le va enseñando poco a poco la dura realidad a través de sus actividades de maestra.
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Un año más tarde se traslada a la Cantera para proseguir su magisterio y allí conoce a un joven empleado ferroviario llamado Romelio Urueta, con quien mantiene relaciones amorosas. Por causas que aparecen rodeadas de misterio, puesto que la poetisa jamás habló públicamente de ello, Romelio Urueta se suicida. La creencia general achaca a esta muerte conflictos amorosos, mas no precisamente por el amor a Lucila, sino presumiblemente por las veleidades de una cortesana con quien Urueta tenía también relaciones. Otros suponen que el suicidio se debió a deudas contraídas por el joven y otros aseguran que el hombre que se suicidó ( suicidio que conforma el trasfondo de su primer libro Desolación ) no había tenido con su autora más relación que el intercambio de unas cuantas tarjetas postales. Según Carmen Conde, amiga de Gabriela, ella escuchó de sus propios labios la confirmación de que en verdad era su novia, mas había otra mujer que también lo fue o en todo caso lo fue después. Incapaz de resistir la cercanía de esa otra mujer, se traslada a un pueblo más distante, desde el cual tenía sin embargo que venir todos los días a su aula, realizando una pequeña travesía en barco. "En este barco -cuenta la misma poetisa- él me esperaba siempre con las mismas palabras de antes, con las mismas locuras de antes. Yo que lo sabía en relaciones con la "otra", no quería escucharle; pero la tentación era terrible..." Una mañana la maestra encontró una invitación a la boda de Urueta, que se casaba con la otra. Lucila no vuelve más al barco para evitar encontrarse con él. Prefiere perder su empleo para no sufrir más su presencia que en cierto modo la humillaba, aunque él le decía que jamás se casaría con la otra. Quince días después de recibir la invitación y en la víspera de contraer matrimonio, Romelio Urueta se suicida. Es el 25 de noviembre de 1909. Este desgraciado suceso habría de despertar en ella una fuerza conmovedora cristalizando sentimientos que ya latían en su ser: la soledad y la desesperación, entremezcladas con la influencia de sus lecturas de D'Annunzio y José María Vargas Vila, cantor de la muerte uno, del erotismo el otro, que determinarán en Gabriela el estallido dramático que se advierte en su libro Desolación.
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Se traslada entonces a Barrancas, un pueblo cercano a Santiago, donde le fue posible regularizar su carrera y optar por los certificados del caso, que la acreditaban como profesora de enseñanza secundaria. En el liceo de Antofagasta, inicia esta nueva etapa de su vida. Es el año 1910. Sus versos comienzan a aparecer en importantes publicaciones de la prensa chilena y goza ya de cierto prestigio literario en el ámbito nacional. En su poesía se advierte el influjo de la Biblia, que después va a marcar hondas huellas en su creación, sobre todo en libros como Tala y Lagar. "Entre los 23 y los 35 años -escribe- yo me releí la Biblia muchas veces, pero bastante mediatizada con textos religiosos orientales opuestos a ella por un espíritu místico que rebana lo terrestre. Devoraba yo el Budismo a grandes sorbos; lo aspiraba con la misma avidez que el viento en mi montaña andina de esos años. Eso era para mí el Budismo, un aire frío, helado, que a la vez me excitaba y me enfriaba la vida interna; pero al regresar después de semanas de dieta budista a mi vieja Biblia de tapas resobadas, yo tenía que reconocer que en ella estaba, no más que en ella, el suelo seguro de mis pies de mujer."
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En 1912 enseña lenguaje y geografía en el liceo de Los Andes. Conoce a Pedro Aguirre Cerda, político de gran prestigio, quien le ayuda a progresar y a quien ella en agradecimiento dedica su libro Desolación. Sus poemas son publicados en la revista Elegancias, que dirige Rubén Darío en París, con quien la poetisa sostiene correspondencia en un tono de maestro a discípula: "Yo Rubén, soi una desconocida, yo, maestra, nunca pensé antes en hacer estas cosas que Ud., el mago de la Niña Rosa, me ha tentado i empujado a que haga" -le escribe- (sic). En el mes de marzo de 1913, aparece su poema "El Ángel Guardián" y en abril del mismo año su cuento "La Defensa de la Belleza". Lucila agradece así el gesto de Rubén Darío: "Lucila Godoy saluda muy afectuosa i respetuosamente al grande i caro Rubén i le agradece la publicación en Elegancias de su cuento i sus versos. Va algo inédito por si agrada i si acepta. Mis votos, poeta, por su salud y su perenne i maravilloso florecimiento espiritual. (Chile) Los Andes (Liceo de Niñas) 1913" (sic).
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Sigue trabajando en el liceo de Los Andes como profesora e inspectora general, pero su prestigio literario se afianza dentro del ámbito chileno, cuando decide participar en los Juegos Florales, un certamen poético que se celebraba anualmente en Santiago por iniciativa de la Sociedad de Escritores y Artistas de Chile. Envía tres poemas, que después incluirá en su libro Desolación. Como era necesario firmar con un seudónimo, la hasta ese momento Lucila Godoy Alcayaga escoge la mitad de los nombres de dos poetas que son sus ídolos: Dante Gabriel Rosetti y Federico Mistral. Al ganar los Juegos Florales el 22 de diciembre de 1914, nace literariamente Gabriela Mistral, suplantando a Lucila Godoy. Se cuenta que Gabriela no acudió a recibir la flor natural y la magnífica medalla de oro, que conformaban el premio, porque no tenía un traje apropiado para la ocasión y que presenció el triunfo desde la galería popular del teatro donde se celebraba el acto.
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Lo cierto es que la fama de Gabriela se amplía, y en 1919, después de diez años de soportar en su interior el sufrimiento de la pasión extraña y unilateral que todavía la conmovía, vuelve a la normalidad psíquica y asume un papel destacado en la educación y en el periodismo. Por influencia de su amigo Pedro Aguirre Cerda, ministro de Justicia e Instrucción Pública, pero también gracias al talento demostrado en su poesía y a su irreversible vocación docente, es nombrada directora del liceo de niñas de Punta Arenas (hoy Magallanes), liceo del que además es profesora de lenguaje. Allí permanece dos años. Dos años que parecen más bien un destierro voluntario; es como si huyera de los lugares donde se desarrolló la tragedia de su amor. Escribe con pasión, casi con furia. Vuelca sobre el paisaje todo su dolor, toda la profunda experiencia del sentimiento vencido por la muerte. Los poemas incluidos en Naturaleza y las coplas de amor del libro Desolación acaso fueron escritos allí. "Fielmente traducen su humor sombrío, aquella oscura ansia de hundirse y regocijarse en la soledad", escribe Margot Arce acerca de esta etapa de su poesía. Al año siguiente pasa a Temuco con el mismo cargo de directora, y en 1921, finalmente llega a Santiago, donde ejerce su profesión y es directora del Liceo número 6. Gabriela se gana la simpatía de quienes la tratan, por sus altas dotes espirituales y sus aficiones teosóficas. Aunque no ha publicad ningún libro, su nombre es ya famoso en varios países de la América hispana, donde sus poemas han calado por su hondura espiritual y austera expresión.
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Fue en 1922 que José de Vasconcelos, secretario de Educación Pública del presidente Obregón, viaja a Brasil para representar a su país en las conmemoraciones de la independencia de aquél, y finalizadas éstas regresa a México vía Chile. Conoce a Gabriela, e impresionado por su poderosa personalidad y su profundo conocimiento de la docencia, la invita a su país para colaborar en las tareas educacionales.
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Gabriela parte de Valparaíso a bordo del barco Aconcagua rumbo a Veracruz, atravesando el canal de Panamá. A su paso por La Habana es homenajeada por un grupo de escritores y periodistas. En México es rodeada por los intelectuales y los poetas, entre los que se cuenta Amado Nervo, quien estuvo cerca de ella siempre. México fue su segunda patria americana. Sintió como propios los problemas de las gentes humildes y trabajó tenazmente para sacarlos de su ignorancia. Gabriela siente que llega a la cima de la vocación de su vida. La tarea que Vasconcelos le asigna es ardua, como que se extendía no solo a los niños, sino también a los adultos. En la Escuela Normal debe ser maestra de maestros. Crea la escuela-taller "Gabriela Mistral" para mujeres adultas. México es también para Gabriela la revelación de un mundo que no había vislumbrado: España. "México me ha dado por sus huellas profundas de arquitectura, sensibilidad y refinamiento, el respeto y el amor a España", escribe.
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Por la época en que Gabriela parte para México, el profesor Federico de Onís, de la Universidad de Columbia en Nueva York, escoge la poesía de Gabriela Mistral como tema de una conferencia que da en el Instituto de las Españas. Su auditorio se componía en gran parte de profesores norteamericanos de lengua castellana, y quedaron tan impresionados por los versos que el profesor citaba como ilustración de su exposición crítica, que quisieron conocer mejor la obra de la maestra chilena. Cuando supieron que no había ningún libro editado de sus poemas, concibieron la idea de publicarlo. Se pusieron en contacto con ella y le comunicaron su intención, invitándola a recopilar sus poemas hasta ese momento escritos. Gabriela acepta y en 1922 aparece Desolación, su primer libro. Consta de sesenta y tres poemas cobijados bajo los siguientes títulos: Vida, Escuela, Infantiles, Dolor y Naturaleza. "Desolación no es un libro como hay tantos, sin materia dramática", dice Julio Saavedra Molina, y agrega: "Al revés, su lirismo hunde las raíces en una tragedia vivida y en los sentimientos derivados de ella." En cambio para M. Arce los versos de Desolación no son "puros", pues están demasiado cerca de lo biográfico. Por otra parte, Carmen Conde anota: "La tan celebrada y dichosa poesía maternalista de Gabriela no es, a mí entender, su poesía más importante; como no lo es Platero y Yo de Juan Ramón Jiménez; son, eso sí, lo hermoso de ambos que puede llegar a una extensa mayoría, cuya orilla espiritual es la ternura y la sensibilidad. Solamente."

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