miércoles, 7 de diciembre de 2011

Mario Vargas Llosa: "El sueño del Celta"





Nada se equivoca Borges al incluir entre sus cuentos memorables El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, obra que aborda descarnadamente la colonización y explotación de El Congo. Es ahora Mario Vargas Llosa quien inicia el mismo viaje hacia los diversos rostros del mal.

Desde que el marino polaco Joseph Conrad forjara con El corazón de las tinieblas una de las metáforas más brillantes y explotadas de la literatura mundial, el Congo, el país (un escándalo geológico) y su río tenebroso, no han dejado de atraer a escritores, traficantes, misioneros, espías, mercenarios, aventureros y redentores. El más reciente del primer escalafón es Mario Vargas Llosa, flamante premio Nobel de Literatura 2010, que en El sueño del celta (Editorial Alfaguara) recrea la peripecia vital de Roger Casement, uno de los que antes se atrevieron a denunciar la atroz colonia penitenciaria en la que Leopoldo II, el católico Rey de los belgas, convirtió el Estado Libre del Congo: una finca 76 veces más grande que Bélgica donde amputaciones, violaciones, torturas y asesinatos se cometían a cuenta de la cuota de caucho, marfil, comida...


De aquel saqueo se benefició Bélgica, y basta adentrarse en la estación de Amberes, como hace W. G. Sebald en Austerlitz (http://www.infusionados.net/article.php?id_article=73) para comprobar cómo el chicote es tan eficaz para extraer sangre de la correosa piel de los negros como para arrancarle a las minas sus riquezas. El fantasma del rey Leopoldo, de Adam Hochschild (Editorial Península, con prólogo, por cierto, de Vargas Llosa) (http://reflexionespersonales.wordpress.com/2008/12/28/el-congo-y-su-pasado/), es tal vez la más acerada y profunda biografía escrita sobre un monarca insaciable. Durante años, el Museo Real para África Central, levantado en Tervuren, a las afueras de Bruselas, fue un templo dedicado a Leopoldo, que se cuidó muy mucho de poner jamás los pies en su degradada colonia. Como señala Hochschild, “hay algo muy moderno en ello”, es la misma actitud del piloto que deja caer su carga de muerte desde las nubes, “sin oír jamás los gritos o ver las casas reducidas a escombros o la carne retorcida”.


La metáfora más fácil es la de los perezosos, la de quienes de forma sistemática han convertido en "corazón de las tinieblas" no solo al Congo, donde una conspiración de gendarmes katangueños y militares belgas (con el visto bueno de la CIA) acabó de la manera más cruel con Patrice Lumumba, sino a toda África, olvidando que si Conrad situó en aquel Congo triste su infierno fue precisamente por la codicia y la fiebre depredadora de los blancos. Ludo de Witte es quizás quien mejor ha contado el magnicidio en un libro inédito en español, The Assassination of Lumumba (http://www.africawithin.com/lumumba/murder_of_lumumba.htm), en el que relata el calvario de un primer ministro que se atrevió a dejar en evidencia al rey Balduino (descendiente de Leopoldo) y que perdió la vida al tratar de impedir el desmembramiento del país. El mismo empeño que se tomó Dag Hammasrkjöld (http://www.un.org/depts/dhl/dag/bio.htm), acaso el más brillante secretario general de la ONU, cuya muerte en un accidente aéreo en África sigue envuelta en sombras.


Del mismo modo que en 1936, su testimonio crítico Regreso de la URSS desató la incomprensión de los izquierdistas profesionales que no querían ver la realidad, André Gide también reventó ampollas cuando se convirtió en 1928, con su Viaje al Congo (Editorial Península) (http://www.que-leer.com/1911/andre-gide-entre-el-cielo-y-el-infierno.html#.TuAU77LiGU8), en un incómodo testigo de los abusos de la política colonial francesa. En este caso del otro Congo, Congo-Brazaville, cuya capital se encuentra al otro lado del gigantesco remanso en que se convierte el río Congo y a cuyas orillas se levantaron las dos capitales más cercanas del mundo: Kinshasa y Brazaville.


Si en Après moi, le déluge (Después de mí, el diluvio, frase célebre de Mobutu Sese Seko (http://www.elpais.com/articulo/internacional/MOBUTU_SESE_SEKO/REPUBLICA_DEMOCRATICA_DEL_CONGO/ultimo/dinosaurio/africano/elpepiint/19970517elpepiint_5/Tes), el dictador que rebautizó el Congo como Zaire y saqueó el país con la aquiescencia de Occidente, no en vano era su aliado en la guerra fría), la dramaturga catalana Lluïsa Cunillé
(http://www.elpais.com/articulo/cultura/Lluisa/Cunille/Premio/Nacional/Literatura/Dramatica/elpepucul/20101020elpepucul_4/Tes ) reflejó sutilmente cómo hacen negocio los blancos en uno de los países más ricos del mundo cuya población es una de las más desgraciadas de la Tierra, la periodista británica Michela Wrong hizo en Tras los pasos del señor Kurtz: el Congo al borde del colapso (Editorial Intermón Oxfam) una de las más exhaustivas y apasionantes investigaciones sobre la degradación de un país a manos de un sátrapa (http://medios.mugak.eu/noticias/noticia/82890). Un país donde han muerto en los últimos años cuatro millones de personas en un genocidio que se ha cometido de forma silenciosa, sin imágenes, secuela del genocidio ruandés de 1994. El libro de Mario Vargas Llosa, que ahora llega a nuestras manos, servirá para volver a leer acerca de un país que es un continente, de un río en el que Joseph Conrad se encontró con “el horror, el horror” e inauguró una literatura.


En las librerías dublinesas no es demasiado fácil encontrar libros sobre la novelesca vida de sir Roger Casement, el patriota irlandés ejecutado por alta traición en 1916 y al que se le fabricaron pruebas falsas, entre ellas sus "diarios negros" que hablaban de su sexualidad non sancta, entonces, suficiente para desacreditar al acusado. Eso al margen de que hubiese recabado ayuda alemana para levantar a Irlanda contra Inglaterra. Ahora su nombre está unido al de los demás patriotas que fueron ejecutados entre abril y mayo de 1916.

Una historia, la suya, en esos años finales de su vida, de mala suerte, de desconfianza (por parte de los nacionalistas irlandeses), de juicios partidistas, de errores, que de ninguna manera borra al humanista que escribió los informes de las atrocidades del Congo o de Arana, el bandido del caucho en el Putumayo peruano.

Su amigo Joseph Conrad, con quien se le recuerda, se negó a enviar una petición de gracia. Era un traidor en Inglaterra y ahora un héroe en Irlanda. Y Conrad ejerció mucho de severo caballero británico.

Casement estuvo enterrado como un criminal en el patio de la prisión londinense de Pentonville, donde fue ahorcado, hasta mediados de los años sesenta cuando lo trajeron a Dublín y lo enterraron a la entrada del cementerio de Glasnevin con honores de estado.


En el museo Hugh Lane hay un cuadro de John Lavery que recuerda a Casement en su proceso criminal. Está en una sala montada sobre una serie de cuadros a los que dedicó versos B.Yeats:  A mi alrededor las imágenes de treinta años:/ Una emboscada; peregrinos en la orilla del mar;/Casement en su proceso, medio escondido tras los barrotes,/ escoltado.

Yeats sería de los pocos que pidieron clemencia para el acusado. En 1937, escribiría un intenso poema "The Ghost of the Roger Casement", cuyo estribillo es The ghost of Roger Casement/ is beating on the door.

En la reedición de 2002 del ensayo La verdad de las mentiras (1990),
(http://www.puntodelectura.com/uploads/ficheros/libro/primeras-paginas/200704/primeras-paginas-verdad-mentiras.pdf ) Vargas Llosa encabezó su estimulante excursión por las mejores novelas del siglo XX con una verdaderamente memorable: El corazón de las tinieblas (1902), de Joseph Conrad. En las páginas que le dedicó y, sobre todo, en el subtítulo ('Las raíces de lo humano') están los primeros indicios del propósito de escribir El sueño del celta: la lectura del libro de Adam Hochschild sobre la “colonización” del Estado Libre del Congo por orden del rey Leopoldo II de Bélgica; la afirmación de que su futuro protagonista, Roger Casement, y el periodista Edmund Morel
(http://www.ikuska.com/Africa/Historia/biografias/biografias_morel.htm )”merecerían los honores de una gran novela” por ser los primeros que denunciaron el horror de la conquista y, sobre todo, la convicción de que la dialéctica entre civilización y barbarie revela siempre el parentesco de ambas.


Cuando Conrad conoció aquellos horrores era todavía el joven capitán Konrad Korzeniovski, polaco naturalizado inglés, y aquella historia cambió su vida. También lo experimentó su personaje Charlie Marlow, que en la novela cuenta compulsivamente -a su interlocutor, a sus lectores y a la novia de Kurtz, al final- la historia de su encuentro con aquel colono loco y con “el corazón de las tinieblas vencedoras”. Al escribir la suya, Vargas Llosa es un escritor internacional, que ha recibido el Nobel en las vísperas de publicar su testimonio narrativo sobre aquellos hechos, contados con la misma pasión, la misma perplejidad inquieta y la profunda piedad con que lo hizo el joven Conrad. A la postre, el centenar de páginas de Conrad que Borges calificó como “acaso el más intenso de los relatos que la imaginación humana ha labrado”, y las casi quinientas de la novela de Vargas Llosa se han hermanado para ocupar un lugar de excepción en la historia universal de las letras.


De la intensa novela corta de 1902, la muy extensa de 2010 ha retenido una poderosa imagen estructurante: la más veraz historia de los acontecimientos sólo puede nacer de la recapitulación interior, de la conciencia de irremediabilidad y del remordimiento. Y tal es, en nuestro caso, la función del doble escenario en que se desenvuelve El sueño del celta. Por un lado, están los capítulos pares donde el narrador-reportero entremezcla los datos de la historia y su amena, casi vertiginosa, reconstrucción de las andanzas del cónsul Roger Casement en los tres espacios capitales de su vida: el Congo, donde conoció el horror de la colonización; las peregrinaciones de quien, ya famoso por sus denuncias y convertido en comisionado oficial de Reino Unido, le llevaron a informar al mundo sobre las explotaciones caucheras en la Amazonia peruana y, al final, su regreso a la Irlanda natal, convertido en fervoroso nacionalista y en instigador de una intervención alemana en el alzamiento de Pascua de 1916, lo que acabó por costarle la horca. Pero los capítulos más intensos y seminales -la imagen estructurante- son, sin duda, los impares, desde el que constituye arranque de la novela, aquellos que dilatan hasta la extenuación el breve tiempo de la estancia de Casement como condenado a muerte en la miserable prisión de Pentonville, sin otro viático que una comida miserable, la lectura del Kempis, alguna visita más inquietante que consoladora y el diálogo con un sheriff brutal que, sin embargo, sufre y ha sufrido y que revela mucho más de la taciturna condición humana que su prisionero.


A estas alturas de su vida, Vargas lo sabe casi todo sobre la pérdida de la inocencia y ha llegado a aprender que la piedad es la formulación emocional de un desengaño previo. Casement y su autor saben que remiten al lector a considerar la esencial fragilidad del ser humano. En uno de los momentos más certeros del libro, se nos cuenta que Casement “una vez más se dijo que su vida había sido una contradicción permanente, una sucesión de confusiones y enredos truculentos donde la verdad de sus intenciones y comportamientos quedaba siempre, por obra del azar o pura torpeza, oscurecida, distorsionada, trastocada en mentira”. Un exergo de José Enrique Rodó, al inicio del libro, nos lo ha prevenido; el epitafio del autor, a la vista del obelisco que recuerda la memoria de Casement, cubierto por excrementos de gaviota pero cerca de otras violetas silvestres que siempre le conmovían, vuelve a recordárnoslo:”No está mal que ronde siempre un clima de incertidumbre en torno a Roger Casement como prueba de que es imposible llegar a conocer de manera definitiva a un ser humano”. Imposible, quizá, pero nunca es inútil intentarlo... Son precisamente la ambigüedad y la debilidad de los hombres las que convierten en equívocos los altisonantes conceptos de revolución, liberación o patriotismo porque -piensa nuestro Casement- la política “saca a la luz lo mejor del ser humano pero también lo peor, la crueldad, la envidia, el resentimiento, la soberbia”. El desamparo de Casement y el recuerdo de su madre muerta tuvieron que ver con su tardío patriotismo céltico; su campaña de denuncias en el Congo y luego en Putumayo brotó de su capacidad de compasión pero también de una inclinación homosexual. El narrador va haciendo aparecer los episodios de esta tendencia y los va multiplicando hasta concluir en uno de los grandes hallazgos de la trama: porque también esa menesterosidad de otros cuerpos, dóciles y sanos, denota la dramática inseguridad de su contemplador. Su escandaloso Diario negro, que ha coadyuvado a su condena, no es tanto un testimonio de hazañas sexuales como un registro de impotencias y de sueños.


Todos los elementos de esta historia provienen del avezado taller de Vargas Llosa donde ninguna experiencia se pierde sino que se transforma. Como sus mejores ensayos, este libro trata acerca de la verdad y la mentira como polos del pecado de escribir. Y constituye un regreso a la novela histórica que versa sobre la ambigüedad de los procesos revolucionarios, algo que inició en La guerra del fin del mundo y que ha continuado en Lituma en los Andes, El Paraíso en la otra esquina y La Fiesta del Chivo.El sueño del celta ha sido también un buen pretexto para volver a Iquitos, la ciudad mágica en que se ambientó parte de La casa verde y la totalidad de Pantaleón y las visitadoras. Y su autor ha disfrutado al trabajar sobre un material que contaba con ilustres obras literarias previas, igual que hizo en La casa verde y en La guerra del fin del mundo, inspirada por Os Sertôes, de Euclides da Cunha. Y otra vez se ha asomado a los finales de la hipócrita, retórica y fascinante centuria antepasada, que tanto le fascina: no en vano fue “ese siglo de grandes deicidas como Tolstói, Dickens, Melville y Balzac”. Cuando Vargas Llosa publicó su libro sobre García Márquez lo llamó Historia de un deicidio, porque toda gran novela debe tener algo de destitución del otro Creador; hora es ya de reconocer que nuestro autor se ha incorporado al catálogo de los mejores deicidas de nuestro tiempo.


El sueño del celta es una novela histórica, una especie de crónica periodística, que se sirve de la ficción para relatarnos la terrible explotación colonial de África y América —Congo y Perú—. Los hechos centrales narrados en El sueño del celta son la esclavización, la tortura, la explotación inmisericorde y la muerte, es decir, el genocidio de los indígenas del Congo y Perú, todo ello motivado por feroz codicia de compañías mercantiles que habían sobornado y corrompido a las estructuras sociales, políticas y administrativas de sus respectivos países. Vargas Llosa describe los viajes y los informes oficiales de Roger Casement como cónsul del Gobierno Británico, que le otorga las máximas condecoraciones; y que, sin embargo, lo condena a muerte —y utiliza contra él su homosexualidad y pedofilia registrada en sus diarios— cuando Casement, como irlandés que es, apoya la sublevación de su pueblo contra la Corona Británica.

La novela se divide en capítulos pares e impares. Los impares recorren minuciosamente los tres meses anteriores a la pena de muerte de Casement por su participación en la insurrección irlandesa independentista de 1916. Los pares recorren, también, las tres partes en que se divide la novela: La primera (“El Congo”), refiere su investigación de la salvaje explotación del Congo por el gobierno Belga y sus compañías mercantiles. La segunda (“La Amazonía"), la explotación aún más terrible y brutal, si cabe, de los indígenas de la selva amazónica por la compañía británica Peruvian Rubber Company dirigida por Julio César Arana del Águila. En la última parte (“Irlanda"), Vargas Llosa describe la participación de Casement en dicha insurrección independentista de 1916. De esta forma, ambos capítulos avanzan hacia el fin de la novela (y de la vida) de Casement ajusticiado por el Gobierno Británico.


Cuatro áreas de la ficción de Mario Vargas Llosa

Novelas urbanas
Las primeras obras de ficción de Mario Vargas Llosa se centraron en sus experiencias juveniles instaladas en el contexto político peruano de los años cincuenta, durante la dictadura de Manuel Odría: La ciudad y los perros (1962), La casa verde (1966), Los cachorros (1967), Conversación en La Catedral (1969), y, más tarde, La tía Julia y el escribidor (1977).

Biohistóricas
Personajes turbios, proyectos utópicos o la locura del poder tienen su territorio en novelas como La guerra del fin del mundo (1981), La Fiesta del Chivo (2000), El Paraíso en la otra esquina (2003) y El sueño del celta (2010).

El Perú profundo
Los años de la guerra contra el terrorismo de Sendero Luminoso llevaron a Vargas Llosa a los Andes con Historia de Mayta (1984), ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986) y Lituma en los Andes (1993). Sin olvidar la preciosa historia amazónica de El hablador (1987).

Eróticas
Con mayor soltura y humor, pero sin perder las señas de su literatura están Pantaleón y las visitadoras (1973), Elogio de la madrastra (1988), Los cuadernos de don Rigoberto (1997) y Travesuras de la niña mala (2006).



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