Elogio de la locura
(titulado originalmente Morias Enkomion[1] en griego y Stultitiae
Laus en latín, literalmente Elogio de la estulticia o de la tontería) es un
ensayo escrito en 1509 por Erasmo de Rotterdam e impreso por primera vez en
1511.
1. Sebastian
Brant o Brand (Estrasburgo, 1457 o 1458 - Estrasburgo, 10 de mayo de 1521), humanista
y escritor de obras satíricas, suizo. Brant
en 1494, crea un nuevo género literario, el género bufo[2], al publicar su obra
maestra Das Narrenschiff (La nave de los
locos), crítica de la debilidad y locura de sus contemporáneos. Inspirado
en el ciclo de los Argonautas[3], que cobró vida entre los
grandes temas de la mitología en los albores del Renacimiento, cuenta el viaje
de un barco hacia la tierra de los locos y las aventuras de sus pasajeros.
2. La nave de los Locos o de los necios (en
el original alemán, Das Narrenschiff,
en su traducción latina, Stultifera
Navis) es una sucesión de 112 cuadros críticos (el número puede variar
dependiendo de las ediciones) acompañados cada uno con un grabado, en los que
Sebastian Brant critica los vicios de su época a partir de la denuncia de
distintos tipos de necedad o estupidez. Se ha también relacionado la obra con
una velada crítica a la iglesia de la época (en latín, navis se refiere también
a la nave de un templo, y se conoce a la Iglesia Católica como la nave de San
Pedro).
2.a.
Antecedentes de la obra
La
imagen de un grupo de locos viajando en barco hacia la tierra de los tontos (o
Narragonia).
2.b.
El Necio
Se
ha intentado rehacer una clasificación de necedades a partir de la obra de
Brant. Algunos autores, han visto el viaje a Narragonia como un viaje hacia uno
mismo, anticipando Brant una temática moderna de autodescubrimiento del yo. Es
importante también apreciar que la literatura medieval (así como el propio Brant)
no hacía distinciones entre los tipos clásicos de necedad latina (stultus
(ignorancia involuntaria), fatuus (necio, poco inteligente), insipiens
(ignorancia voluntaria) y demens (incapacidad para la realización de actos de
la vida diaria).
2.c.
Influencia posterior
Con
posterioridad a esta obra se continuaron escribiendo historias de necios. La
secuela más conocida es el Elogio de la
locura (1509), del humanista Erasmo de Rotterdam, quien conocía la obra de
Brant (recordemos la identidad entre locura y necedad que preside las
concepciones de la época). La influencia de Brant llega a Rabelais con Gargatúa y Pantagruel[4].
El pintor Hieronymus Bosch recreó en un cuadro su propia nave de los locos.
3. La nave de los locos es un cuadro del
pintor flamenco El Bosco, datado entre 1503-1504.
3.a.
Historia
En
esta Nave de los locos, El Bosco
lleva al espectador a un mundo tanto real como surreal. Describe la locura de
la humanidad pecadora que conduce a la muerte, criticando a los hombres que
viven al revés perdiendo sus referentes religiosos. Muestra a humanos pródigos
que malgastan sus vidas jugando a las cartas, bebiendo, flirteando y comiendo
en lugar de emplearla de manera "útil". De esta manera, a través de
la pintura se critican las costumbres de la sociedad de la época en que fue
pintada, de forma alegórica: las profanidades presentes en todos los grupos
sociales (incluido el clero, como se puede ver, en primer plano de la pintura),
el juego y la bebida.
El
mundo que pinta es un mundo al revés tal como se lo encuentra en la vida en la
época (aparte de las intervenciones de origen imaginario del artista). Aquí no
reina la cabeza sino el vientre. Si la cabeza no reina es que está loca. Su
locura es adorar el vientre, su locura es el pecado. La gula y la lujuria eran
defectos muy extendidos desde hacía tiempo en los monasterios. El Bosco muestra
por lo tanto su visión del mundo de la época, criticando la moral disoluta de
la clerecía, el vicio en la vida monástica y la locura humana que cede a los
vicios.
3.b.
Análisis del cuadro
Se
presentan tipos entresacados de la hez humana: el bufón, los borrachos, el
novicio goliardo cantando, la monja tocando el laúd. La barca donde se come, se
bebe y se canta, va a la deriva. El mástil es un árbol de Mayo; entre sus hojas
espía el diablo, y pende del palo un cráneo descarnado de caballo.
Los
protagonistas de esta pintura son la monja y el fraile franciscanos que se
encuentran tan distraídos, intentando hincar el diente en un pedazo de comida
que cuelga de un hilo, que no se dan cuenta de que un ladrón les va a robar lo
poco que les queda sobre la mesa. Estos religiosos cantan juntos, lo que tiene
ciertas asociaciones eróticas, especialmente por la presencia del laúd, puesto
que los hombres y las mujeres de las órdenes monásticas se suponía que debían
permanecer separados.
Los
demás personajes se esfuerzan por conseguir vino y alimentos. El sentido de la
escena se condensa en el bufón sentado sobre una rama podrida.
La
pintura presenta un denso simbolismo:
El
mástil se ha convertido en un árbol. En medio del ramaje puede verse una figura
que unos han considerado que es una lechuza o búho que simbolizaría la herejía;
otros aprecian en él una calavera, que representaría a la Muerte; otros, en
fin, creen ver una máscara (el demonio) o un diablo que desde el centro del
follaje contempla la escena.
En el mástil ondea una banderola rosa con una
media luna musulmana que ha sido interpretada como símbolo de herejía o,
también, como una alusión a los lunáticos, esto es, a los locos que,
marginados, estaban condenados a vagar en un barco sin rumbo fijo.
El laúd y el bol con cerezas tienen
connotaciones eróticas.
La
gente en el agua representaría los pecados de la gula o la lujuria.
El embudo invertido en la parte inferior
izquierda simbolizaría la locura.
El ave asada simbolizaría la gula. El
cuchillo que se usa para cortarlo y que caiga sería un símbolo fálico o del
pecado de la ira.
El
Bosco denuncia los vicios en que incurre la locura del hombre atribuyéndoselos
a personajes que parecen de clases sociales inferiores. El invitado que vomita
muestra el vicio de quien sucumbe a los efectos del alcohol; algunos autores
consideran que es un símbolo de «la horrible náusea que sienten los condenados
en el infierno».1 Aparece igualmente un cántaro alusivo al sexo femenino o el
diablo; el pescado muerto sin escama sería el pecado.
4. Desiderius
Erasmus Roterodamus (1446-1536) fue una personalidad enormemente controvertida
y molesta en su época. En la encrucijada entre la Reforma protestante y la
obsoleta ortodoxia tradicionalista de la Iglesia cristiana, el cauteloso Erasmo
se granjeó la enemistad y el repudio de ambos bandos: un traidor vendido al
mejor postor para los luteranos y un peligroso reformista que, con sus
doctrinas heréticas había apoyado al reformismo y perjudicado a la Iglesia de
Roma.
Nacido
en Rotterdam, Holanda, en 1469, recibió una buena educación impregnada por el
estudio de las bonae litterae, esto es, de la literatura y las lenguas
grecolatinas propias del humanismo renacentista, movimiento del que fue uno de
sus máximos y más refinados representantes.
Al
morir su padre, Erasmo ingresa en el convento de los agustinos de Stein, del
que no guardará precisamente un buen recuerdo. Las estrictas reglas de
sumisión, así como su absoluto dogmatismo y la total impermeabilidad ante
cualquier innovación le reafirmaron en su experiencia de que existía una gran
escisión entre la formación cultural que proponían los nuevos tiempos y la
devota y artificiosa religión popular. En 1492, sin embargo, tomó los hábitos
monacales y pasó al año siguiente a trabajar como secretario del obispo de
Cambrai, que necesitaba un buen latinista. Esta posición le permitió realizar
numerosos viajes a Francia, Bélgica, Italia e Inglaterra y relacionarse con la
mayoría de los centros humanistas de Europa. En su estancia en Inglaterra se
codeará con la nobleza y con las elites intelectuales y políticas de su tiempo,
entablando una gran amistad con Tomás Moro, futuro canciller de Enrique VIII.
En
1500 Erasmo se doctora en teología por la universidad de Turín y en 1521 se
establece en Basilea, ciudad en la que había surgido un importante grupo de
humanistas reformadores. A partir de entonces, y debido a la popularidad de su
obra y de la aparición de la figura de Lutero, Erasmo vivirá un período de profunda
inestabilidad y de continuas disputas provocado por la ambigua postura que
mantenía en la intransigente polémica entre reformistas y cristianos ortodoxos.
Polémica de la que no pudo apartarse y que acabó con su repudio y con su obra
en el Índice de libros prohibidos. En 1536, a causa de una disentería, muere
Erasmo en Basilea.
5. En
1509 Erasmo publica la que será una de sus obras más populares Moriae (Del
latín morio, bufón. Trastorno mental de excitación eufórica y de jovialidad,
con disposición a la chanza) encomium (Elogio de la locura). Escrita como un
juego divertido, y dedicada a su amigo Tomás Moro, cuyo apellido curiosamente
proviene de la palabra latina moria, esto es, locura, esta obra tiene el
trasfondo serio propio de los bufones: sólo a éstos les estaba permitido airear
con franqueza las grandes verdades y desenmascarar, con la risa, los peores
defectos.
El
Elogio de la locura es una acertada sátira de ingeniosa crítica de la sociedad
de la época, en la que todas las clases sociales son despiadadamente analizadas
por la Locura, que es la que narra el relato. Su burla mordaz no deja títere
con cabeza: ni reyes ni papas, ni campesinos ni nobles, ni mujeres ni monjes se
sustraen al dominio de la locura, la stultitia, la estupidez.
La
crítica se ahonda en un mordaz análisis de la Iglesia y sus instituciones, así
como de la teología y su anticuado método escolástico. Todos ellos están bajo
el gobierno de la Locura porque se han apartado de la verdadera fuente de la
religión: el cristianismo primitivo. Se debe huir del mundo de las apariencias,
de ese teatro de la inautenticidad y recobrar la espiritualidad primigenia a
través de una sincera vivencia individual. El pasado es considerado como un
motor de renovación porque nos permite volver sobre nuestros pasos hacia ese
punto de la historia donde se pervirtió el verdadero sentido del cristianismo y
comenzó la decadencia de la cultura.
6. El
pensador elabora una obra en la que ensalza la locura (o más bien en la que la
locura se ensalza a sí misma). Todo lo que ha visto, le lleva a pensar que ésta
es la fuerza que mueve el mundo. La razón, la cordura, al parecer no lleva a
ningún lugar: cuanto más sensata es una persona peor vive, el cuerdo no
emprende a menudo grandes acciones (el miedo al fracaso es un freno), se
ensalza la ignorancia o el error, se admira a quien más incompetente resulta,
las ciencias no conducen a la felicidad, la civilización es un castigo. Pero
afirmar todo esto es reconocer también su propio fracaso y el de todo su
pensamiento. Tal vez, por eso, Erasmo haya optado en este caso por divertirse
escribiendo el encomio de la estulticia. Reflexionar ahora sería demasiado
duro. ¿Es posible que por un momento desee no ser consciente de todo esto,
vivir en la ignorancia, dejarse arrastrar por la insensatez? Aunque así lo
sienta, Erasmo no se da por vencido. Esta obra no es fruto de su pesimismo,
sino de una ironía llevada al extremo, que busca, como siempre, llevar a la
reflexión (en este caso de una forma más provocadora). El autor está convencido
de que Estulticia no debe gobernar el mundo y ataca a todos los que la ensalzan
a través de su propio encomio.
En
definitiva, Erasmo no puede evitar resistirse a un mundo en el que la
insensatez es la madre, el origen, de todo lo que se valora, en el que la
incompetencia se premia, la ignorancia proporciona una vida agradable y la
sabiduría sólo supone desdicha. ¿No es un mundo sorprendentemente actual?
7. El
elogio de la locura o Encomio de la Estulticia consta de 68 capítulos breves en
los que Estulticia, la Locura (o más bien la Insensatez) se alaba a sí misma y
nos habla de todos los bienes que proporciona a los dioses y a los hombres.
8. “Diga
lo que quiera de mí el común de los mortales, pues no ignoro cuán mal hablan de
la Estulticia incluso los más estultos, soy, empero, aquella, y precisamente la
única, que tiene poder para divertir a los dioses y a los mortales cuando
quiero” (capítulo I).
En
los primeros capítulos Estulticia se presenta e introduce su propio elogio como
haría cualquier orador o escritor. A lo largo de toda la obra es ella quien
habla en primera persona, ensalzando sus virtudes y mostrando su papel
preponderante en todos los aspectos de la vida. Sus argumentos llegan a estar
tan bien trabados que el lector puede sentirse tentado de darle la razón. Sin
embargo, no hay que olvidar que se trata de la Locura. En este sentido, podemos
decir que a lo largo de la obra se mezclan varias cosas. Por una parte, resulta
irónico que Estulticia se elogie a sí misma, no parece serio, no nos podemos
fiar de lo que dice. No obstante, a la vez, ella critica todo tipo de
colectivos y actitudes; es más, aparece continuamente la idea de que ella es la
única que se muestra tal como es: todos los demás fingen, ocultan sus
verdaderos instintos y motivos, tratan de parecer racionales.
Estulticia
comienza hablando de la mala imagen que tiene. Los mortales hablan mal de ella,
sin embargo, en realidad, la aprecian: el auditorio se relaja y alegra cuando
ella toma la palabra. Dejarse llevar por ella, evitar pensar… es a menudo el
camino más fácil. En este sentido, Estulticia se compara con el nepente, bebida
divina que provoca el olvido y con él el alivio, la felicidad. El ser humano
necesita de la Locura, pero además ésta es algo consustancial a su naturaleza,
le es imposible desprenderse de ella. No se puede tomarse la vida siempre en
serio (con frecuencia resulta absurda).
En
el capítulo II Estulticia presenta su propósito: va a realizar un encomio de sí
misma. Aunque esto no sea lo habitual, a ella le parece lógico: ¿quién se
conoce mejor que uno mismo? Por tanto, ¿quién podría alabarse mejor? A esto
antepone la imagen de ciertos intelectuales hipócritas que sobornan a algún retórico
para que recite sus mentiras (capítulo III). Ella, sin embargo, será siempre
sincera. Prueba de ello será su discurso improvisado y repentino.
No
sería propio de la Locura definirse a sí misma como si estuviera escribiendo un
tratado serio, una enciclopedia. A esto se le añade la imposibilidad de
establecer límites: su poder lo abarca todo, está en todas partes. Por eso,
comenzará diciendo simplemente que ella es una dispensadora de bienes, llamada
Stultitia por los latinos y Moria por los griegos.
Es
en este punto (capítulo IV) donde comienza a establecer un paralelismo con las
divinidades grecolatinas. Así, pasa a establecer su genealogía en el capítulo
VII. Habla de su padre, Pluto (“el verdadero padre de los dioses y de los
hombres”: simboliza la ceguera humana frente a la obtención de riqueza y
abundancia); de su lugar de nacimiento, las islas Afortunadas (“donde no hay
trabajos, ni vejez, ni enfermedad”), lugar exento de preocupaciones; de las
ninfas que la criaron, la Ebriedad y la Ignorancia, dos componentes importantes
de la Locura; de los compañeros que la acompañan (el Amor Propio, la Adulación,
el Olvido, la Pereza, la Voluptuosidad, la Demencia, la Molicie y los dioses
Festín y Sublime Modorra)… Sus redes son, por tanto, verdaderamente amplias.
Nadie puede escapar de ella: “ejerzo autoridad incluso sobre las autoridades” (capítulo
IX).
Finalmente,
Estulticia pasa a presentar los beneficios que ofrece: de ella procede el
origen mismo de la vida y de todo lo que es placentero en ella. La Locura o
Insensatez proporciona al alma una alegría similar a la embriaguez constante,
un placer sin egoísmo. ¿Cómo podríamos rechazarla entonces? ¿Quién no querría
ser feliz? Estulticia se muestra constantemente como el único camino hacia la
felicidad completa, pues ni los mejores oradores pueden conseguir el mismo
efecto en su público.
9. “Y
al ser del hombre no sólo no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni
aún sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su
libertad”. Jacques Lacan.
Estulticia,
traducida como Locura, es en realidad la Insensatez. No se trata de una locura
como patología, como demencia. Es más bien ese comportamiento improvisado,
instintivo, lleno de vitalidad, que a menudo vemos con cierta condescendencia
en aquellos más dados a practicarlo.
Con
su ironía, Erasmo describe el mundo en el que vive, un mundo fruto de la
necedad. Doña Insensatez hace en el censo de su progenie: violencias, falsas
alegrías, supersticiones, aburridas disputas de teólogos… La sabiduría acaba
resultando aburrida, cargante. Así, visto a través de los ojos de Estulticia,
el tonto es el sabio, que no sabe disfrutar de los placeres de la vida.
Cervantes repite esta pareja en Don Quijote y Sancho. Sin embargo, observada
desde la sabiduría, Doña Insensatez y su progenie aparecen como falsas y
engreídas. Todo depende del enfoque con el que se mire. Cuando todo el mundo
está loco, estar cuerdo es una locura.
“Había
una vez, en la lejana ciudad de Wirani, un rey que gobernaba a sus súbditos con
tanto poder como sabiduría. Y le temían por su poder, y lo amaban por su
sabiduría.
Había
también en el corazón de esa ciudad un pozo de agua fresca y cristalina, del
que bebían todos los habitantes; incluso el rey y sus cortesanos, pues era el
único pozo de la ciudad.
Una
noche, cuando todo estaba en calma, una bruja entró en la ciudad y vertió siete
gotas de un misterioso líquido en el pozo, al tiempo que decía:
-Desde
este momento, quien beba de esta agua se volverá loco.
A la
mañana siguiente, todos los habitantes del reino, excepto el rey y su gran
chambelán, bebieron del pozo y enloquecieron, tal como había predicho la bruja.
Y
aquel día, en las callejuelas y en el mercado, la gente no hacía sino
cuchichear:
-El
rey está loco. Nuestro rey y su gran chambelán perdieron la razón. No podemos
permitir que nos gobierne un rey loco; debemos destronarlo.
Aquella
noche, el rey ordenó que llenaran con agua del pozo una gran copa de oro. Y
cuando se la llevaron, el soberano ávidamente bebió y pasó la copa a su gran
chambelán, para que también bebiera.
Y
hubo un gran regocijo en la lejana ciudad de Wirani, porque el rey y el gran
chambelán habían recobrado la razón.” (Gibrán Jalil Gibrán, El rey sabio).
10. Erasmo
habla de la estupidez del ser humano en general a través de Estulticia. Sin
embargo, en el capítulo XVII se refiere a las mujeres. Comienza diciendo que el
varón está destinado a gobernar las cosas de la vida, algo para lo cual se le
debió otorgar “algo más del adarme de razón concedido”. Por eso, Estulticia
decide “que se le juntase con una mujer, animal ciertamente estulto y necio,
pero gracioso y placentero, de modo que su compañía en el hogar sazone y
endulce con su estupidez la tristeza del carácter varonil”. Ninguna mujer puede
según ella llegar a ser tenida por sabia (y si lo intenta sólo conseguirá ser
doblemente necia). “Así, la mujer será siempre mujer, es decir, estúpida”. Pero
precisamente por eso, debe estar agradecida a Estulticia por tener más suerte
que los hombres en muchos casos. Por otra parte, en la relación entre ambos la
Locura está siempre presente, pues si, por un lado, es la necedad la que
encomienda las mujeres a los hombres, por otro, no hay nada que éstos no les
toleren. El capítulo acaba así: “De ello son prueba, piense cada cual lo que
quiera, las tonterías que le dice el hombre a la mujer y las ridiculeces que
hace cada vez que se propone disfrutar de ella. Ya sabéis, por tanto, el
primero y principal placer de la vida y la fuente de que emana ésta.”
Debemos
decir que la imagen de la mujer durante el Renacimiento no es la misma que
podemos tener en la actualidad, aunque sí han pervivido ciertos tópicos. Es conocida
la antigua visión de la mujer como ser irracional, in-capaz de pensar por sí
misma, eternamente tutelada por el hombre, con una humanidad puesta en duda en
momentos como el Concilio de Mâcon (en el que se discute frenéticamente si
tiene alma)… Aunque pueda parecer que todo esto forma parte del pasado, el poso
que ha dejado en la mentalidad colectiva sigue y seguirá presente durante mucho
tiempo. Al decir la Locura que la mujer es “un animal ciertamente estulto”
alaba su despreocupación, su incapacidad para pensar demasiado, su forma de
dejarse llevar por las pasiones y de disfrutar del momento (“son de natural más
propensas al placer y a la jocosidad”, dirá en el capítulo XXXVI). Algunos de
estos aspectos nos son conocidos, pues, ¿acaso no hemos oído decir nunca el
tópico que las mujeres son más sentimentales que los hombres o que se dejan
llevar antes por los impulsos que éstos? Hasta la década de 1960
aproximadamente se enseñaban en los colegios españoles los valores
característicos de cada sexo agrupados en dos columnas de la siguiente manera:
11. Estulticia
debe convencer al público de lo necesaria que es. Por eso, se sitúa en la
fuente misma de la vida. En este sentido, es capaz de hacer que el más sabio
recurra a ella si quiere ser padre, pues es “aquella otra parte tan estulta y
tan ridícula, que no puede nombrarse sin suscitar risa, la que propaga el
género humano”. Y, por otra parte, “¿qué mujer permitiría el acceso de un varón
si conociese o considerase los peligrosos trabajos del parto o la molestia de
la educación de los hijos?” o “¿qué hombre ofrecería la cabeza al yugo del
matrimonio si, como suelen hacer los sabios, meditase antes los inconvenientes
que le traerá tal vida?” (capítulo XI). Así, en el matrimonio y en la
procreación está presente Estulticia a través de algunos de sus acompañantes
como la Demencia o el Olvido (éste hace que una mujer que haya pasado por estas
incomodidades decida repetirlas).
También
al amor, tan relacionado con estos aspectos, tiene parentesco con Estulticia:
“¿por qué es siempre niño Cupido? ¿Por qué si no por ser un bromista y no hacer
ni pensar nada nunca a derechas?” (capítulo XV). A menudo se habla del amor
como de algo irracional, que no se puede evitar ni controlar por muy
perjudicial que pueda resultar. Se dice que es ciego (ajeno a todo defecto,
cualquier inconveniente que pueda provocar), y a eso se refiere también la
Locura cuando dice: “Cupido, padre y autor de todo afecto, que, por obra de su
ceguera, toma lo feo por hermoso, hace que entre vosotros cada cual encuentre
hermoso lo que ama, de suerte que el viejo quiera a la vieja como el mozo a la
moza” (capítulo XIX). Pero, ¿es esto una prueba definitiva de lo irracional del
amor? Si el viejo quiere a la vieja no es porque no la vea tal como es, sino
por lo que ella le aporta, por la unión que hay entre los dos, porque le
resulta más afín a él mismo que cualquier joven. ¿Eso no tiene nada de
racional? Nos acercamos a quien despierta en nosotros estos sentimientos aunque
no nos convenga si lo que recibimos a cambio –o lo que creemos que podemos
recibir- es más que lo que vamos a perder –o lo que creemos que podemos
perder-, si pensamos en ese momento que merece la pena. No todo en el amor
puede ser impulso y ceguera, pues éstos no suelen durar mucho. En cada decisión
que tomamos, en cualquier aspecto de nuestra vida, la razón y los sentimientos
se entremezclan sin que podamos diferenciarlos del todo. Nunca la razón puede
ser acallada del todo y nunca los sentimientos pueden olvidarse. Es posible que
a veces primen más unos u otra, pero al fin y al cabo dejarse llevar por un
impulso en un determinado momento no deja de ser una decisión.
12. Estulticia
no sólo es la responsable del origen de la vida, sino que también está presente
a lo largo de todas sus etapas, aunque de distinta manera. Durante la infancia
se manifiesta con claridad, pues sólo gracias a ella los niños son capaces de
soportar las lecciones de sus maestros y ganarse los beneficios de sus
protectores. Por eso, siempre tenemos ganas de abrazarlos y de besarlos,
siempre acabamos perdonando sus travesuras (o riéndonos con ellas).
También
durante la juventud está presente Estulticia. A ella se debe el encanto que
tiene esta etapa, caracterizada por su falta de sensatez. Son los años más
placenteros en la vida de cualquier persona, de los que se tiene siempre un
mejor recuerdo. Es el momento en el que nos sentimos capaces casi de cualquier
cosa, por muy difícil o absurda que sea.
Sin
embargo, a medida que el ser humano crece empieza a cobrar prudencia, como dice
Estulticia. Entonces “descaece su hermosura, languidece su alegría, se deshiela
su donaire”. Cuando llega a su edad adulta, el hombre debe organizar su vida,
hacer frente a las preocupaciones que le van surgiendo… Es una etapa más dura y
pesada, en la que se aleja de Estulticia y de los placeres que ésta podría
proporcionarle.
Finalmente,
llega la vejez. Este es un momento molesto tanto para los que lo sufren como
para los que conviven con ellos. Ningún mortal sería capaz de soportarlo si
Estulticia no estuviera allí para devolverlo de nuevo a su infancia. En este
sentido, hay gran parecido entre los niños y los ancianos: ambos divagan y
tontean. De hecho, los dos disfrutan mucho en compañía. Así pues, la
Insensatez, en la última etapa de la vida se apiada de aquellos que deben
soportar el peso de los años y los libera de sus preocupaciones: “he favorecido
al viejo haciéndole delirar […] gracias a mi favor el viejo es feliz, grato a
sus amigos y no tiene nada de inepto para las fiestas”.
13. “Si
los mortales se contuviesen de toda relación con la sabiduría y orientasen la
vida de acuerdo conmigo, no envejecerían y gozarían dichosos de perpetua
juventud” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo XIV).
Las
preocupaciones, la vida intelectual, la sabiduría, el uso de la razón… hacen al
hombre envejecer prematuramente debido al gran peso que le acarrean. Por el
contrario, la vida placentera y despreocupada puede alargar su juventud. Aquí
está el secreto para permanecer siempre joven y este don, como todos los
anteriores, debemos agradecérselo a Estulticia. Así, cuando se es feliz en
todos los aspectos se conserva íntegra la existencia humana. Aquel que tome la
vida en broma no sentirá la tristeza de la vejez. En cambio, quien viva
dedicado a importantes estudios filosóficos o a graves y arduos asuntos verá
como se agota su espíritu y su savia vital antes de llegar a la plena juventud.
En
este sentido, la juventud se asocia a la inmadurez. Quien no es capaz de asumir
ningún tipo de responsabilidad o de preocupación no llegará nunca a envejecer,
a entrar en el mundo adulto. Por otra parte, esto tiene también su
manifestación física y aquí Estulticia compara a sus necios (regordetes,
lucidos, con piel brillante) con aquellos que han envejecido demasiado rápido
(las canas, las arrugas que marcan las facciones… las tomamos a menudo como
signo de las preocupaciones).
Así,
Estulticia además de presentarse como el origen de la vida, aparece como la
representante de la mejor etapa de la misma, aquella que le resulta a todo el
mundo más agradable y feliz, más digna de recordar: la juventud, a la que en
nuestra época –mucho más que en la de Erasmo- se le rinde auténtico culto.
14. “Mucho
más fervorosamente adorada me juzgo al ver que todos me llevan en el corazón,
me confiesan con la conducta y me imitan en la vida. Por cierto, que no es éste
el género de culto más frecuente, ni aun entre los cristianos. ¡Cuántos de
éstos ofrecen a la Virgen Madre de Dios una vela encendida en pleno mediodía,
que es cuando no le hace falta alguna! Y, sin embargo, ¡cuán pocos se esfuerzan
en imitarla en su castidad, su modestia y su amor divino! Éste sería, sin
embargo, el culto verdadero y, con mucho, el más agradable al cielo” (Erasmo de
Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo XLVII).
Desde
el capítulo XL, Erasmo empieza a atacar la religiosidad exterior y la
superstición, así como a sus practicantes. Por tanto, va contra los que se
complacen en escuchar o explicar falsos prodigios y milagros (ya sea para matar
el tiempo o por ánimo de lucro), contra aquellos que veneran las imágenes y
pinturas pensando que van a solucionar todos sus males, los que creen que
pueden encontrar una forma mundana de reducir la estancia en el Purgatorio, los
que se dedican a recitar salmos y textos sagrados de memoria…Todas estas
prácticas hacen que se olvide la verdadera esencia del cristianismo y llevan a
una religión puramente formal. El Nuevo Testamento y el mensaje de Cristo
supone un cambio con respecto a la tradición judía precisamente en ese sentido:
se coloca por encima de las leyes y de los formulismos a las personas y a sus
obras. Así, podemos recordar las quejas de los judíos cuando Jesús cura en
sábado, el caso de la prostituta a la que la ley condena y él decide salvar…
Frente a una religión con unas normas claramente establecidas, el cristianismo
aparece en sus orígenes como una renovación que pretende ser más coherente. Sin
embargo, con el paso del tiempo, la tendencia será la misma. Muy pronto aparece
la necesidad de regular aquello que se debe creer y aquello que no, de
establecer los criterios por los que un cristiano puede recibir tal nombre, de
controlar todas las prácticas. Ello implica un aumento de la complejidad de las
formas religiosas: los dogmas proliferan y para demostrar que se es buen
cristiano es necesario manifestarlo externamente. Esto se une con las antiguas
reminiscencias del paganismo y con una forma de actuar instintiva: es más fácil
acercarse a aquello que se puede ver y tocar, a aquello que resulta más fácil o
que llama más la atención. Así lo dice Erasmo a través de Estulticia:
“El espíritu humano está modelado de tal
manera, que aprehende mucho mejor lo ficticio que lo verdadero. Si alguien
solicita una prueba manifiesta y obvia de tal cosa, acuda a la hora del sermón
en una iglesia y verá que si se está hablando de algo serio, todos dormitan,
bostezan y se asquean; en cambio, si el vociferador (me he equivocado, quise
decir el orador), comienza, según hacen con frecuencia, a explicar alguna
historieta asnal, se despabilan todos, prestan atención y escuchan con la boca
abierta. Del mismo modo, si se celebra algún santo orlado de fábulas y de
poesías –como, si me pedís ejemplos, lo son Jorge, Cristóbal o Bárbara- veréis
que se les venera con mucha más devoción que a san Pedro, san Pablo o al mismo
Jesucristo” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo XLV).
Erasmo
introduce aquí una de las claves de su pensamiento religioso en lo relativo al
estado en el que se encuentra Iglesia y, en consecuencia, a la necesidad de
renovación. A lo largo de estos capítulos, y
mediante el uso de muchos ejemplos, nos ofrece una imagen que nos
resulta familiar. El cristianismo, en la actualidad, sigue teniendo muchos
elementos que se relacionan más con la costumbre o con la superstición que con
la religión. En cierto modo, responde a unos fines prácticos: es necesaria la
existencia de una serie de resortes que permitan controlar a los fieles, guiar
sus acciones, mantener la uniformidad en sus conductas y, al mismo tiempo,
hacer llegar un mensaje claro, accesible a todos. Esto se consigue potenciando
esta religiosidad exterior frente a la
vivencia interna: es difícil controlar lo que piensan las personas y, a la vez,
resultaría complicado hablarle de reflexión o de oración interior a la mayor
parte de la población.
Estas
formas de actuar han pervivido hasta hoy: en determinados momentos del año
podemos ver ríos de gente fervorosa que acude a las procesiones sin haber
pasado por la iglesia el resto del año, sin saber exactamente qué significa lo
que están haciendo. Pero existe un sentimiento –a menudo no se sabe muy bien de
qué tipo- que les mueve a estar allí, a sentirse parte de esa manifestación
religiosa, a identificarse con el resto de gente que asiste. Esto nos lleva a
un aspecto que Erasmo no llega a tratar: el sentimiento de masa, la necesidad
del hombre de pertenecer a algo y de recibir el apoyo de los que procesan sus mismas
creencias. En este sentido, la religiosidad exterior, el espectáculo, el
colorido y la vistosidad de ciertas manifestaciones no pueden competir con el
aislamiento de la devoción interna.
15. A
partir del capítulo LVIII, la crítica se va centrando en colectivos concretos.
En éste se refiere a los cardenales, que, siendo los sucesores de los
Apóstoles, parecen necesitar riquezas para imitarlos. Una vez más, se pone de
manifiesto la pérdida del auténtico sentido del cristianismo y, para ello, se
hace referencia a la Iglesia primitiva, cuya pureza Erasmo quiere recuperar.
Más atención le presta al sumo Pontífice
(capítulo LIX), que no trata de imitar la vida de Cristo. Tanto él como los
anteriores pueden ser felices y no tener preocupaciones gracias a Estulticia:
se apartan de la razón, no piensan en lo que conllevan sus cargos: “¡Cómo
tendrían que privarse de sus placeres si alguna vez se adueñase de ellos la
sensatez!”. Sin embargo, Erasmo no pasa por alto tampoco a aquellos que viven a
la sombra de los papas: “Pero no hay que olvidar lo que sería entonces de
tantos escribanos, copistas, notarios, abogados, promotores, proxenetas, y
alguno más vergonzoso añadiría, pero temo que resulte ofensivo para el oído”.
Aún así, están convencidos de que Cristo está satisfecho con su labor. En la
actualidad, esta imagen del sumo pontífice no ha cambiado mucho. Rodeado de
ceremonias, pompa y riqueza ahora, además, se suma el problema de la elevada
edad con la que suele llegar a este cargo. Esto no es un aspecto de poca
importancia: por una parte se supone necesaria una amplia formación y
experiencia para llegar hasta aquí. Sin embargo, por otra, debemos tener en
cuenta las propias limitaciones fisiológicas del ser humano: la avanzada edad,
las enfermedades… dificultan a menudo un ejercicio activo, dinámico de esta
función a la vez que se fomenta el inmovilismo.
Al
criticar a los obispos, en el capítulo LX, pone el ejemplo de los alemanes, que
viven como auténticos sátrapas. De los sacerdotes, en cambio, dirá que creen
cumplir con su deber rezongando las oraciones de cualquier modo. La situación
de dejadez aparece en todas las esferas:
“De
la misma manera, los pontífices, diligentísimos para amontonar dinero, delegan
en los obispos los menesteres demasiado apostólicos; los obispos, en los
párrocos; los párrocos, en los vicarios; los vicarios, en los monjes
mendicantes y, por fin, éstos lo confían a quienes se ocupan de trasquilar la
lana de las ovejas” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo LX).
17. Se
designó como locura hasta final del siglo XIX a un determinado comportamiento
que rechazaba las normas sociales establecidas. Lo que se interpretó por
convenciones sociales como locura fue la desviación de la norma (del latín
vulgar delirare, de lira ire, que significaba originalmente en la agricultura
"desviado del surco recto"), por culpa de un desequilibrio mental,
por el cual un hombre o una mujer padecía de delirios enfermizos, impropios del
funcionamiento normal de la razón, que se identificaban por la realización de
actos extraños y destructivos. Los síntomas de ciertas enfermedades, como la
epilepsia u otras disfunciones mentales, fueron también calificados de locura.
El
concepto de "locura" fue empleado en Europa históricamente en
diferentes contextos con diferentes significados, que retrospectivamente se
sabe que correspondían a fenómenos distintos, que en la historia de la medicina
se encuentran pobremente definidos y que en ocasiones eran incluso
contradictorios. La cuestión de qué variaciones respecto a la norma eran
aceptadas como "extravagancias" y cuáles como locura podía depender
de la región, la época o las circunstancias sociales del sujeto. No fue hasta
la aplicación de la nosología moderna cuando se delimitaron los diferentes
fenómenos denominados hasta entonces como locura. La locura, en términos
clínicos puede ser entendida como una forma de esquizofrenia e incluso como un
sinónimo.
Como
las manifestaciones de la locura son muy variadas, se pueden considerar
síntomas de diversos estados. En cada caso, el afectado muestra una conducta
que se aparta de la normalidad de una forma determinada. Por eso, los afectados
quedan desplazados de su entorno social. Frecuentemente se manifiesta como una
pérdida de control, en la que los sentimientos se muestran desinhibidamente. La
conducta se desplaza fuera de lo racional y las consecuencias de los propios
actos no se tienen en cuenta. Los actos pueden ser objetivamente absurdos e
inútiles. La diferencia entre lo real y lo irreal puede desaparecer, viéndose
perturbada la percepción de la realidad. Se pueden encontrar en la mitología
griega ejemplos de consecuencias catastróficas de la locura: Heracles mata a
sus hijos; Áyax el Grande masacró un rebaño de ovejas al confundirlo con los
líderes aqueos tras una disputa con Odiseo; el rey Licurgo de Tracia confundió
a su hijo con una hiedra, símbolo de Dionisos, cuyo culto había prohibido,
matándolo, y Medea mató a sus hijos. Las características perceptibles de la
locura abarcan un área amplia entre la actividad frenética y la catatonia. De
un lado están los maníacos; en el otro los depresivos y los apáticos. A menudo
se dan disfunciones en las capacidades comunicativas, que pueden disminuir la
inteligibilidad del discurso y pueden parecerse al habla de un niño pequeño:
repetición de porciones de frases, reduplicación, hablar con rimas simples,
onomatopeyas o cantar canciones infantiles.
Las
representaciones de la locura en el arte y la literatura pueden dar información
acerca de qué síntomas se conocían en tiempos pasados con el denominador de
"locura". Naturalmente estas conclusiones deben de ser extraídas con
cuidado, pues pueden ser equívocas. De hecho, una iconografía de la locura sólo
puede originarse a partir de las percepciones de su manifestación ya
disponibles.
Las
interpretaciones concretas artísticas pueden retroalimentar la percepción del
público, lo que significa que pueden modelar un determinado estereotipo. Tanto
la estética como el diagnóstico médico de la enfermedad son a menudo
proyecciones, que pueden expresar la realidad distorsiona o directamente
estereotipos.
Las
representaciones gráficas de la locura se centran en la expresiones faciales
distorsionadas, posturas corporales exageradas, gestos sin sentido, actos
absurdos y representaciones de alucinaciones o simplemente de fisionomías poco
naturales.
Locura,
según el diccionario, significa “privación del juicio o del uso de la razón” .
Sin embargo, esta acepción no siempre ha sido tal. Antiguamente, se creía que
era consecuencia de maniobras sobrenaturales, o netamente demoníacas. También
se pensaba que actuaba en el hombre como castigo divino por la culpa de sus
pecados. En la Edad Media los leprosos pasaron a ser una imagen distinta del
miedo. Temidos y repudiados por los demás, eran excluidos y encerrados en
leprosarios; cuyos bienes, una vez desaparecida la enfermedad, eran convertidos
en fondos administrados por las ciudades y destinados a obras de beneficencias
y establecimientos hospitalarios.
Una
vez desaparecida la lepra, su lugar es tomado por las enfermedades venéreas que
pronto pasan a ser consideradas asuntos médicos.
Hasta
la segunda mitad del siglo XV, el tema reinante es la muerte, que aparece bajo
el signo de las guerras y pestes que acompañan este período. Pero ya a finales
del período, esta inquietud gira sobre sí misma. Los hombres dudan de todo y,
al dudar también de la muerte, se abre una nueva perspectiva que permite
burlarse de ella, porque sólo da cuenta de que la verdadera existencia está
vedada a los ojos humanos mientras la realidad sea sólo un espejo de sí misma.
En el
Renacimiento, la locura surge como una nueva encarnación del mal. Es en este
momento en que aparece la denominada "stultifera navis" (nave de los
locos) que determina la existencia errante de los locos. Dicha nave fue
utilizada para eliminar del territorio a estos seres molestos que ponían en
riesgo la seguridad de los ciudadanos. El furor sin causa era concebido como un
síntoma inequívoco de locura y un motivo de confinamiento en la nave de los
locos. Sin embargo, este viaje no sólo hacía las veces de barrendero humano,
sino que, otorgaba al loco la posibilidad de purificación, sumado al hecho de
que cada uno es entregado a la suerte de su propio destino, pues “cada viaje
es, potencialmente, el último”.
A
partir de Erasmo de Rotterdam y del Humanismo, la locura pasa a ser parte
directa de la razón y una denuncia de la forma general de la crítica. Es la
locura la que ahora analiza y juzga a la razón. Los papeles se invierten y
dejan ver que una no podría sobrevivir sin la otra, pues ambas son una misma cosa
que, en determinados momentos, se desdobla para revalidar su necesaria
presencia en el mundo.
Sólo
en el siglo XVII se dominará a la locura a través del encierro, con el llamado
“Hospital de los locos”, donde la razón triunfará por medio de la violencia.
"La
sabiduría inoportuna es una locura, del mismo modo que es imprudente la
prudencia mal entendida" Erasmo de Rotterdam.
Los
escritores del Renacimiento, como una forma de poner en tela de juicio todo
aquello que encontraban contradictorio, crearon personajes ficticios, mediante
los cuales expresaban lo que pensaban. Al darle voz a la locura, Erasmo de
Rotterdam convierte su obra en una especie de sátira moral mediante la cual, se
da el gusto de atacar todo lo que considera incorrecto, argumentando que la
locura es una suerte de castigo del saber, para quienes creen saber.
Académicamente
“es objeto de discursos que ella misma pronuncia”. Lo que provoca un mayor
acercamiento a la razón, como una característica propia de todos los hombres y
no sólo de los supuestos elegidos (sabios).
Luego
de que la locura supliera el tema de la muerte en el siglo XV, pasa a ser la
forma en que se da cuenta de que la existencia misma no es nada, en el sentido
de que no refleja lo que verdaderamente es. Por este motivo, sus discursos son
morales. Crítica al hombre el apego a sí mismo y su incapacidad de ver, en la
mentira, la verdad.
Lo
que intenta Erasmo de Rotterdam, es indicarnos el camino que nos lleve a
recuperar la inocencia y la verdadera apariencia de las cosas. Realidad y
verdad que sólo son posibles de ver a través de la mirada humana, pero no de
aquella dominada por la soberbia, sino de la del hombre común y corriente que
disfruta de las cosas mundanas, y que reacciona casi espontáneamente a los
estímulos del medio.
“La
razón, para ser razonable, debe verse a sí misma con los ojos de una locura
irónica”. Lo que le interesa a Erasmo de Rotterdam es dar a entender que sólo a
través de la locura el hombre sabrá razonar correctamente. Es decir, sólo a
través de la prueba y del error, es probable que se llegue a una verdad que
siempre estará condicionada por otra, ya que el hombre jamás llegará a ser
dueño absoluto de la razón.
La
literatura de la modernidad ha encontrado en la locura un paradigma creativo
respecto al uso poético del lenguaje; a ella se han remitido principalmente los
artistas del romanticismo, viendo la locura sin esa perspectiva
"crítica" y admitiendo sus mecanismos lingüísticos como juegos de
puro lenguaje creativo. Así, Allan Poe, Baudelaire (con toda la corriente de
"poetas malditos" de cambios de siglo) y, más recientemente,
escritores adscritos a la llamada literatua experimental. Así, Raymond Queneau
dedicó un grueso ensayo ("Los locos literarios")al estudio de un
catálogo de locos que, sin entrar voluntariamente en el terreno de la
literatura, le sirven como referencias "artísticas" para un estudio
de los fenómenos del lenguaje en un uso no convencional.
El
saber de los locos, desde el punto de vista del "Elogio de la locura"
de Erasmo de Rotterdam, anuncia que, adoptar una posición absoluta con respecto
a la fe o a la razón, no significa conocer, sino que sólo creer saber.
La
locura es el ingrediente ideal que debe hacer que los hombres pongan en duda la
“verdad” declarada por algunos, ya que la cualidad de los estultos es el ser
francos y veraces. De ahí que la estulticia asegure que los reyes prefieran
pasar más tiempo con los bufones que con los sabios, porque estos últimos sólo
hablan de temas tristes y se preocupan de hacer notar a los demás su supuesta
superioridad.
“Todo
cuanto lleva el necio en el pecho, lo traduce a la cara y lo expresa la
palabra. En cambio, el sabio tiene dos lenguas, una para decir la verdad y otra
para decir cosas que consideran convenientes según el momento”.
La
locura, en el ámbito del saber, no sólo es importante debido a que su
reconocimiento conduce a la verdadera razón. También lo es por la relación que
establece entre el conocimiento y la experiencia. De modo que no se da valor a
las conversaciones banales ni a las falsas creencias.
Es
por esto que la locura no puede existir sin la razón, ya que sólo si ésta
última es capaz de reconocer a la primera, toma conciencia de sí misma y de la
verdadera importancia de las cosas.
A
través de la locura, el hombre es capaz de reconocer la miseria que le rodea,
porque conociéndola identifica sus flaquezas, sus errores y su verdadera
incapacidad de razonar correctamente.
Lo
que más crítica Erasmo de Rotterdam son las ciencias por su afán de
reconocimiento universal de una sola verdad y sus pretensiones de alcanzar la
posteridad. Esto, con el fin de demostrar que no es más sabio quien lee y
adopta teorías ajenas, sino quien a través de su propia experiencia establece o
comprueba una. Por esto, es prudente quien se acomoda a la situación en la que
vive y no se avergüenza de cometer errores por temor a un resultado
desagradable.
En
el siglo XV, el hombre comienza a establecer los hechos del mundo de otra
manera. Los temas “supremos” pasan a ser mundanos, y viceversa, por lo que todo
se torna más cercano y entendible. El miedo a la muerte, y a todo lo que provenga
de la ultratumba, se atenúa debido a que se humaniza. Se hace más terrenal y,
por lo tanto, alcanzable y más comprensible. Sin embargo, se comete el error de
creer que este acercamiento da pie a que dichos acontecimientos sean dominables
o completamente manejables por la mente humana. Deseo que, obviamente, es
improbable si sólo algunos creen conocer la verdadera realidad.
El
lunatismo es un estado de locura temporal que suele concordar con las fases
lunares, principalmente con la luna llena. En la Edad Media (y aún hoy)
contribuyó a la creencia de la licantropía (hombre lobo). La locura además como
falta de razón puede ser utilizada para defensa ante cargos criminales, por
ejemplo en Inglaterra
[1] En
la mitología griega las Moiras (en griego antiguo Μοῖραι, ‘repartidoras’) eran
personificaciones del destino. Sus equivalentes en la mitología romana eran las
Parcas o Fata, y en la nórdica las Nornas. Vestidas con túnicas blancas, su
número terminó fijándose en tres.
La palabra griega moira (μοῖρα) significa literalmente
‘parte’ o ‘porción’, y por extensión la porción de vida o destino de uno.
Controlaban el metafórico hilo de la vida de cada mortal desde el nacimiento
hasta la muerte (y más allá). las Moiras eran:
Cloto (Κλωθώ, ‘hilandera’) hilaba la hebra de vida
desde su rueca hasta su huso. Su equivalente romana era Nona (‘Novena’), que
originalmente era una diosa invocada en el noveno mes de gestación.
Láquesis (Λάχεσις, ‘la que echa a suertes’) medía el
hilo de la vida de cada persona con su vara de medir. Su equivalente romana era
Décima.
Átropos (Ἄτροπος, ‘inexorable’ o ‘inevitable’,
literalmente ‘que no gira’10 a veces llamada Aisa) era quien cortaba el hilo de
la vida. Elegía la forma en la que moría cada persona, y cuando su tiempo
llegaba cortaba su hebra con «sus detestables tijeras» la confundian con Enio
una de las grayas.11 Su equivalente romana era Morta (‘Muerte’).
[2] El modelo del bufo es el de
una obra breve, de argumento siempre descabellado e impredecible, que tiende a
la caricatura y mofa ligera de todo tipo de temas como los mitos históricos, la
realeza, el ejército, la política, etc. Para ello recurre a música agradable,
intrascendente, y a cierto erotismo y exotismo.
[3] Con
el nombre de argonautas se conoce a los héroes que acompañaron a Jasón en su
búsqueda del vellocino de oro. Sus avatares fueron contados en varios poemas
épicos de la Antigüedad.
El nombre de Argonautas procede del latín argonauta y
ésta del griego / argos (nombre de la nave) y nauta (marinero). Argo era el
nombre de la nave, bautizada en honor a su constructor Argos.
La historia de los argonautas es una de las leyendas
griegas más antiguas incorporando numerosos elementos comunes en las historias
populares, el viaje peligroso de un héroe al que se le envía para
desembarazarse de él imponiéndole una tarea imposible de llevar a cabo pero de
la que sale victorioso gracias a la ayuda de aliados inesperados.
[4] El
gigantismo de sus personajes permite a Rabelais describir escenas de festines
burlescos. La infinita glotonería de los gigantes abre puerta a numerosos
episodios cómicos. Así, por ejemplo, el primer grito de Gargantúa al nacer es:
"¡A beber, a beber!". El recurso a los gigantes permite también
trastocar la percepción normal de la realidad; bajo esta óptica, la obra de
Rabelais se inscribe en el estilo grotesco, que pertenece a la cultura popular
y carnavalesca. Rabelais es sin duda un crítico de la naturaleza humana, a
través de la exageración de sus características. Ojos modernos dirían que mucho
de su lenguaje es escatológico, lleno de inmundicas, secreciones y referencias
explícitas a los órganos sexuales, condimentadas siempre con un explosivo
sentido del humor.
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