Francis Bret Harte (25 de agosto de 1836–6 de mayo de 1902) fue un escritor estadounidense, famoso como poeta y sobre todo por sus crónicas y relatos sobre la vida del pionero en California, perteneciente al Realismo.
Harte nació en Nueva York y perdió a su padre siendo aún muy joven, por lo que tuvo que ponerse a trabajar a los quince años; se mudó a California con su madre en 1853, trabajando como mensajero, minero, tipógrafo, maestro de escuela, periodista y, por último, diplomático y embajador, lo que le permitió vivir sus últimos días en Gran Bretaña y disfrutar de la amistad de Charles Dickens; murió en Surrey a los sesenta y tres años.
Con fama de borrachín, bohemio, sablista y mal pagador, sus primeros trabajos literarios aparecieron en la revista The Californian. Dirigió el Overland Monthly. Se hizo famoso con un poemario, The lost Galleor, hoy olvidado, pero su fama perdura a través de sus cuentos en prosa, en los cuales forjó, parodiando el estilo y la visión del mundo solemne y mendaz de James Fenimore Cooper, la iconografía del "Lejano Oeste" o Far West y del Destino manifiesto: el ganadero, las diligencias, los bandidos, los pueblos mineros, los saloones atestados, los tahúres, los ganaderos y vaqueros, los sheriffs, las chicas, los pioneros, los indios... El relato del Far West haría luego fortuna en el cine y su estilo irónico e impresionista prefiguró la prosa americana posterior. Puede inscribirse en un cierto Realismo costumbrista con ciertas de dosis de Romanticismo.
En 1853, con 18 años, Francis Bret Harte, que había nacido en Nueva York, se instala en California. La sociedad convulsionada de las ciudades, con sus tecnologías incipientes, convivía en esa época del siglo con las vastas regiones rurales que albergaban a pioneros afiebrados por la búsqueda del oro. Publicando crónicas sobre la vida de estos mineros en The Californian, Bret Harte inicia y moldea una carrera literaria que lo propondrá como uno de los precursores del cuento corto, el short-story. Muchos escritores, sin embargo, acusaron a Harte de no haber sido minero de tiempo completo; Chesterton, incluso, niega que “en la labor de Harte haya algo típicamente americano.” “Bernardo De Voto (…)”, señala Borges, “ha escrito que Bret Harte era un impostor literario.” Vale decir, se le achaca cierta infidelidad a sus retratos de la vida del oeste, un falseamiento de la verosimilitud o, lo que es lo mismo, una disposición engañosa para lo que comúnmente se concibe como color local. No hace falta aclarar que estas acusaciones son absurdas, equivalen a inculpar a Kafka por no haber sido mono cuando narró Informe para una academia o a Heinrich Böll por no haber sido payaso. Por otro lado, Borges zanja el dilema: si Harte hubiera sido minero, afirma, no habría sido escritor. Entonces bien, la categoría de color local –que supone que la obra es taimadamente vista como “un otro”- se inutiliza si implica una prosa atestada de vestidos y paisajes tradicionales, de giros autóctonos, o de regionalismos. Ya lo sabían Graham Greene y Malcolm Lowry, por ejemplo, cuando hablaron de México. Salvando las distancias, Joyce tuvo que irse de Irlanda para contar limpiamente Dublín. Y fue el mismo Lowry el que respondió, en una carta a Jonathan Cape, ante la acusación de “color local a paladas”: “todo lo que hay allí”, dijo, “tiene su razón de existir.” Esta última frase define la narrativa de Harte.
Hasta sus 35 años, Bret Harte, precursor de Mark Twain y de O. Henry, escribe sus mejores cuentos cortos. Género que Europa no desarrolla, y que el autor estadounidense perfecciona a fuerza de humor, ironía y una ternura tan permanente como solapada. Prueba de su lírica es que su apellido suele ser menos recordado que las metamorfosis de la mina en La suerte de Roaring Camp (1868) o los versos homéricos evocados en Los exiliados de Poker Flat. Si la imagen de la fiebre pionera es lícita, en 1870, alcanza su pico y desciende de temperatura bruscamente: desde entonces, la obra de Harte no hace más que copiarse o plagiarse a sí misma. Ni sus poemas ni sus novelas posteriores poseen la envergadura de las historias mencionadas. A partir de 1878, Harte reside en Alemania. Pasa los últimos 24 años de su vida en Europa, y muere en Londres, en 1902.
Harte hacía confluir el retrato pintoresco —trazado con crudo y vigoroso realismo— de un mundo nuevo, que se construye prescindiendo de buena parte de las convenciones sociales heredadas del viejo con la creación de unos personajes casi arquetípicos a los que se ha exacerbado el aspecto emocional hasta el límite de lo melodramático. Harte sabe además poetizar el conjunto, el escenario y los personajes, disimulando el más mínimo rastro de prosaísmo. Sin olvidarse de repartir aquí y allá algunas oportunas pinceladas de humor.
Con su pluma expresaba, además, la añoranza de un mundo que ya desaparecía, un mundo rural, rudo pero también heroico, cuya luz áurea se desvanecía bajo el naciente brillo de oropel de una sociedad urbana de aparente prosperidad y progreso, pero corrompida por el hedonismo, administrada por una clase política que mayoritariamente entendía su actividad como una profesión en la que el lucro fácil se alcanzaba de forma rápida y regida por gobiernos que en nombre de la libertad permitían que el capitalismo salvaje impusiera sus reglas de juego, las de la ley de la selva, y que, en consecuencia, se produjera la fractura social que pocos años después había de denunciar con vehemencia otro escritor californiano: Jack London.
El impacto de estas narraciones primerizas de Bret Harte en sus lectores fue pues tan intenso que en 1871 —siguiendo emigración a la inversa de otros escritores triunfantes y renunciando a la docencia universitaria— Francis Bret Harte volvería hacia el Este requerido por los editores de la prestigiosa revista The Atlantic Monthly, quienes le convirtieron en el escritor mejor pagado de su tiempo. Y, sin embargo, su éxito sería efímero, pues ninguna de sus obras posteriores —ni siquiera aquellas en que, veinticinco años después, imitaría sus propias creaciones de juventud— obtuvo la acogida esperada. El público lector dirigió entonces toda su atención hacia Mark Twain, el prolífico y brillante escritor al que Harte había apadrinado en sus inicios literarios.
Pero la fama de aquellos relatos iniciales, sus bocetos californianos, seguía extendiéndose y traspasando rápidamente fronteras. Ya en 1872, en Francia, aparece una traducción del cuento «Mliss» en la Revue des Deux Mondes y un año después se edita el libro Récits californiens que reúne veintidós de sus narraciones. Entre 1874 y 1880 se publicaron Alemania las traducciones de una colección de cuentos, Die Argonauten-Geschichten y una novela, Gabriel Conroy, así como varias ediciones en inglés de novelas, cuentos y poemas de su autoría.
En la temprana fecha de 1879, Lo Diari Català de Barcelona publica la traducción al catalán de tres de sus relatos breves, «La sort del camp bramador», «Idili en la Vall Roja» i «Mliss», el primero en su sección literaria y los otros dos recogidos en un folletín editado por pliegos bajo el título genérico de Literatura Nort-americana: noveletas escullides, que incluye además dos cuentos y una glosa de Edgar A. Poe. Unos años más tarde se publican catorce cuentos traducidos al castellano reunidos en un libro, Bocetos californianos (Barcelona, 1883) y aún se presentaría una nueva traducción al catalán del segundo de los cuentos citados, «L’idil·li de Red-Gulch», en la compilación Contes extrangers (Barcelona, 1909).
Huyendo de la depresión y las dificultades económicas, Harte se instaló en Europa, donde ejercería labores consulares en Prusia y el Reino Unido. En el viejo continente —donde residió ininterrumpidamente desde 1878 hasta el día de su muerte, el 5 de mayo de 1902— gozaría de un reconocimiento que ya había perdido definitivamente en su patria.
Alrededor de su obra florecieron estériles controversias sobre si su conocimiento de la vida rural californiana se debía a experiencias propias o no, sobre su deuda con respecto a Washington Irving y Charles Dickens o referentes a su influencia sobre Mark Twain. Controversias estériles y olvidadas. El valor intrínseco de sus bocetos californianos —que es a fin de cuentas lo que debe importarnos— lo avalan las opiniones de lectores tales como el mismo Dickens, Chesterton y Borges.
Los desterrados de Poker Flat
Dicho relato narra los últimos días del tahúr John Oakhurst, expulsado del poblado minero de Poker Flat a causa de su condición de jugador de ventaja (y tras haber desplumado a más de un incauto ciudadano), en compañía de dos prostitutas, la joven llamada la “Duquesa” y la ya caduca Mama Shipton, y un ladrón de canales y borracho empedernido conocido como Tío Billy. Emprenden viaje a uña de caballería para cruzar una agreste sierra en dirección a Sandy Bar, otro poblado minero que aún no ha experimentado el arrebato moralizante de Poker Flat, en pleno invierno. Los viajeros encuentran en el camino al joven Tom Simpson, que sigue la ruta inversa, huyendo de Sandy Bar con su enamorada Piney Woods, casi una niña. Han de hacer noche en lo alto de la sierra, y al amanecer del día siguiente Oakhurst descubre que el pérfido Tío Billy se ha fugado robando los caballos y mulas en que se desplazaban. El jugador analiza fríamente la situación: su única posibilidad de salvación reside en enviar al joven Simpson en busca de ayuda a Poker Flat, mientras las “damas” permanecen en la cabaña donde se han refugiado racionando los pocos alimentos que tienen en su poder. Para posibilitar la salvación de las tres mujeres, Oakhurst sacrificará su propia vida con un estoicismo conmovedor, asumiendo con elegancia que ha pillado una “mala racha” y no hay más remedio que “entregar las fichas”.
Los desterrados de Poker Flat es un relato formidable, a la altura del mismísimo Bola de sebo, y Francis Bret Harte un escritor magnífico, al que las modas absurdas han condenado al olvido. En España su obra fue publicada en la colección Austral en 1950, es decir, hace casi sesenta años, descatalogada y postergada. Yo le descubrí en una edición de la magnífica colección de bolsillo de la editorial Magisterio, y cuando supe que su obra estaba traducida en la colección Austral promoví su relanzamiento en otra colección –lamentablemente ya desaparecida– de la editorial Espasa Calpe: Espasa Relecturas. Nuevamente fue ignorado por la crítica y el público, pero yo me siento orgulloso de ese intento de rescatar a un autor digno de ser apreciado y disfrutado por los buenos lectores.
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