Navegando, navegando, me encontré una nota en “Página 12”
que aludía a una nueva “Maga”. Quizá las nuevas surgen porque Edith Aron está
cansada de ser la oficial y ya no tiene más historias que inventar.
Entonces me vino a la memoria un textito que escribí para un
Congreso. Algo tiene el título de la ponencia de esa novela de Susana Pagano
que siempre me gusta: "Y si yo fuera Susana San Juan".
Los dejo con la Maga.
Coloquio Los prototipos de hombres y mujeres en los textos
latinoamericanos del siglo XX
Escuela de Lengua y Literaturas
Hispánicas
Universidad Michoacana de San Nicolás de
Hidalgo
Morelia, Michoacán, México
10 y 11 de junio de 2010
Mesa 10: Masculinidad y femineidad
en escritores latinoamericanos
Título de la ponencia:
Una Maga como la de Cortázar
(O ¿por qué los hombres se enamoran de la Maga?)
Presenta: Margarita Díaz de León Ibarra.
"Saberse
enamorado de la Maga
no era un
fracaso ni una fijación en un orden caduco;
un amor que
podía prescindir de su objeto,
que en la nada
encontraba su alimento,..."
Rayuela/capítulo
48
Rayuela,
desde que se publicara en 1963, no ha dejado de suscitar una especial atención,
una suerte de fascinación. Casi medio siglo, sí, en el que el lector-crítico se
ha dado a la tarea de develar sus abismos, de transitar por sus laberintos
poéticos, por redes textuales tejidas por personajes que entran y salen en la
novela de a retazos, especie de rompecabezas que se irá armando en la visión
del lector, según su sensibilidad e intelecto.
Cortázar
ha explicado lo suficiente los mecanismos que configuran la novela, no para
justificarla, sino para dar respuesta urgente a los lectores que de a poco van
descubriendo nuevos hilos en esa telaraña, “poética antropológica” (Yurkievich
17: 94)[1], que es
Rayuela. No sin razón Cortázar aseguró: "Mucho de lo que he escrito se
ordena bajo el signo de la excentricidad, puesto que en vivir y escribir nunca
admití una clara diferencia" (Cortázar 32: 1967). La novela traspapela
literatura y vida de manera sincronizada, en donde alma y piel se enhebran en
un sutil tejido literario que sobrepasa los cánones estéticos. “De alguna
manera –explica Cortázar- Rayuela es
la experiencia de toda una vida y la tentativa de llevarla a la escritura”
(Cortázar 1:31: 1977[2]).
No es posible hablar del argumento de Rayuela sin caer en inevitables
reduccionismos que nos alejan del sentido de la obra, ya que lo relevante de
esta novela no es lo intrincado o novedoso de la trama, sino el vasto universo
que sugiere cada personaje y la relación que, desde este universo, establecen
con el arte, la filosofía, la literatura unidos a su indiscutible humanidad.
La primera parte, “Del lado de allá” nos cuenta la vida
de Horacio Oliveira, un argentino que durante su estancia en Paris sostiene una
relación con la Maga y con su grupo internacional de amigos, que forman el Club
de la Serpiente vinculado a un escritor llamado Morelli.
La segunda, “Del lado de acá”, trama el regreso de
Oliveira a Buenos Aires, donde vive con su antigua novia; allí pasa largas
horas con sus amigos Traveler y Talita; en el primero se ve a sí mismo antes de
partir, en la segunda ve a la Maga, inolvidable y siempre presente.
Finalmente “De otros lados”, que agrupa materiales
heterogéneos: complementos de la historia anterior, recortes de periódico,
citas de libros y textos autocríticos atribuidos a Morelli, un viejo escritor
(posible álter ego de Cortázar). Estas páginas, si bien en ocasiones se
relacionan con los capítulos que las preceden, muchas veces no son más que
estímulos imprecisos que Cortázar nos presenta para ayudarnos de alguna forma a
alejarnos de la linealidad clásica de la literatura y sumergirnos en subtextos
de subtextos.
En su fondo y en su forma, Rayuela reivindica la importancia del lector y hasta en cierta
forma lo empuja a una lectura abierta, a un protagonismo negado por la novela
clásica, a introducirse en el escenario en que los personajes habitan y se
desenvuelven, con libre y profunda vitalidad, de la que el autor dice no
hacerse responsable, en el sentido psicológico del término: [Rayuela es] una novela en la que los elementos
psicológicos no ocupan el primer plano sino que los personajes estén dominados
por lo que yo llamaba una “figura” o una constelación y actúen haciendo cosas
sin saber que están movidos por otras fuerzas.” (Picón 1978)
“¿Encontraría
a la Maga?” La pregunta con la que Julio Cortázar inicia la narración de Rayuela se la esperaría uno más bien en
el momento de mayor clímax de una novela, en su mitad más o menos, cuando han
sido presentados los personajes, cuando han entrado en conflicto y la intriga
sobre sus destinos se apodera del lector anhelante. Él, en cambio, la pone
atrevidamente al principio, abriendo una de las dos lecturas posibles de su
libro, contradiciendo el orden tradicional. Ruptura de lo lógico, de lo
cronológico, fractura de los espacios de la ficción. La primera parte será, por
tanto, la historia de amor entre la Maga y Horacio, la segunda la
reficcionalización de esa historia, de la historia de la Maga, que será Talita.
Dos historias, una referente de otra, que leídas a “saltos” contendrán los
vacios suficientes para armar la figura del “lector cómplice”.
“En
el fondo París es una gran metáfora", afirma Gregorovius. Allí habita la
Maga, quien pregunta varias veces: ¿Por qué una enorme metáfora? y no obtiene
una respuesta clara ni definitiva. Sin embargo, ella misma la responderá en la
carta al bebé Rocamadour: "En París somos como hongos, crecemos en los
pasamanos de las escaleras, en piezas oscuras donde huele a sebo, donde la
gente todo el tiempo hace el amor y fríe huevos y pone discos de Vivaldi [...]
Casi no tenemos ropa, nos arreglamos con tan poco, un buen abrigo, unos zapatos
en los que no entre el agua, somos muy sucios, todo el mundo es muy sucio y
hermoso en París, Rocamadour, las camas huelen a noche y sueño pasado".
En
ese París, entran y salen de la novela figuras que, como signos existenciales,
son la herramienta literaria que dan vida a la Maga, haciéndola
endemoniadamente tangible. Oliveira y el grupo de amigos mientras hablan,
discuten, beben, escuchan música y deambulan constantemente, la van armando de
a poco.
La
Maga creyente del azar, enemiga del orden (p.47), inventora de un nuevo lenguaje: el glígico (p 105)
juego de palabras, zona de enamorados, lugar clausurado para el resto del
mundo. Lectora de Pérez Galdós
Ella tan lenta para entender las cosas es la
claridad nítida. Ordena el caos de las ideas estéticas y metafísicas que
constantemente discuten los demás. La Maga es la duda, la constante pregunta,
los ojos abiertos de asombro ante el mundo cotidiano; la navegante inmóvil que
intenta llegar al puerto de los planteamientos mientras los otros parecen
haberlo alcanzado hace rato. Ella escruta, se interroga porque simplemente no
entiende, todo se le vuelve una estopa, un amasijo retorcido. La Maga es luz en
su ignorancia desarreglada y sin tiempo. Su vida no es más que una novela
metafísica escrita por un buscador melancólico. Mientras sus amigos construyen
mundos con sus ideas librescas, la Maga vive en la transparencia intuitiva, con
una luz interior que degüella las sombras a su paso. Ernesto Castillo escribe:
"En sus dudas y actitudes simboliza a la mujer de un modo muy distinto,
símbolo éste que está muy lejos del estereotipo que conocemos: se revela ante
la sociedad que la reprime, ante sus amigos que la cansan, y además, le
despiertan a Rocamadour con sus discusiones, a veces, bizantinas".
Oliveira
la dibuja y la desdibuja, la incluye en una casilla de la rayuela para luego sacarla
de ella: (cito)
Hay
ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire,
girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor
con el impulso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los
busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe,
igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden
sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es su orden
misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las
verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en prejuicios
que desprecio y respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser absuelto
irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, déjame entrar,
déjame ver algún día como ven tus ojos (fin de cita). (capítulo 79)
La
Maga comparte con la Dulcinea del Quijote cierta mitificación, cierta
inequívoca sublimación. Si en su locura Don Quijote ve en la fregona a una dama
de excelsa belleza, la cordura de los lectores de Rayuela ven en la Maga a una mujer sencilla de posibilidades
extraordinarias. Por esa razón es un personaje complejo con el agregado de un
lector que tiende a idealizarla a partir del amor reflexivo y rebuscado de
Oliveira, quien la acepta y la rechaza constantemente, de la pasión que por
ella siente Gregorovius, de las conversaciones que ella mantiene con los
distintos integrantes del Club y de la muerte del bebé Rocamadour.
Cortázar
no describe a la Maga a la usanza de los novelistas tradicionales y el lector
la amolda según sus gustos y conveniencias, sus ideales del amor y la belleza.
Eso es el gran acierto de la novela: uno construye a la Maga, le proporciona
cualidades insignificantes o trascendentales, al unísono, lo que permite un
retrato más veraz y cercano. Sus dudas e imperfecciones, paradójicamente, la configuran
como una mujer ideal. Su innegable don para captar el revés poético de la trama
de lo cotidiano, le permite dotar a los objetos y a las personas que la rodean de
todos los encantamientos posibles; especie de hechicera, maga en cuyo perfume
de espejos podemos vernos uno y múltiple al mismo tiempo.
Por
eso es imposible que los hombres no se enamoren de la Maga. ¿Cuál de ellos no
quisiera tirar a Horacio por la ventana, sacarlo de la vida de la Maga para que
a ella le duela menos ese amor tan contrariado? "A Oliveira le gustaba
hacer el amor con la Maga porque nada podía ser más importante para ella y al
mismo tiempo, de una manera difícilmente comprensible, estaba como por debajo
de su placer, se alcanzaba en él un momento y por eso se adhería desesperadamente
y lo prolongaba, era como un despertarse y conocer su verdadero nombre y
después recaía en una zona siempre un poco crepuscular que encantaba a Oliveira
temeroso de imperfecciones..." (c.5) La Maga pertenece a esa estirpe de
heroínas que adquieren carne y poesía en los deseos masculinos más secretos.
Para ellos, las mujeres en la literatura y en la vida siempre son fascinantes,
seres indescifrables y en extremo seductoras. Ellos, los que tienden a
traspapelar la vida y la literatura, saben que una mujer es poema, saben cuando
ha sido escrita desde la pasión, desde lo vivido y lo amado, desde el corazón
que bombea tinta dulce y metáfora, como sin duda Cortázar escribió a la Maga.
Lucía,
esa célebre uruguaya, vecina inventada por un argentino que vive en París,
mujer contemporánea, amada (¡no se puede negar!) por un frenético buscador de
una realidad más auténtica, metafísica, sin duda, impactó de tal manera en la
sensibilidad de las jóvenes latinoamericanas (después aparecerían las de otros
distantes lares), y lo hizo tan cabalmente, tan acorde a la modernidad, que ninguna
otra mujer mítica o literaria negarían la fuerza de su imagen. Una parte
importante del atractivo de la Maga radica en su condición
no-razonable:
«A Oliveira lo fascinaban las sinrazones de la
Maga.
su tranquilo desprecio por los cálculos más elementales» (página
47).
Ella posee «esa manera de no hacer las cosas como hay que
hacerlas»
(pág. 38); es decir, según los usos habituales. Y así, con los
ojos
cerrados, al margen de la lógica, acierta: «“Cierra los ojos y da
en
el blanco”, pensaba Oliveira. “Exactamente el sistema Zen de tirar
al
arco. Pero da en el blanco simplemente porque no sabe que ése es
el
sistema. Yo en cambio...”» (pág. 40). instintiva
naturalidad vital que posee un valor crítico
más
positivo de lo que pudiera pensarse: haciéndolo todo mal, la
Maga
«es absolutamente perfecta en su manera de denunciar la falsa
perfección
de los demás» (pág. 369). Así, desentendiéndose de los demás,
caminando
sola por esta vía de locuras, resulta ser más eficaz que
el
intelectual seriamente «comprometido».
Personaje
que se ha convertido por obra y arte de Rayuela,
por magia y gracia de la letra escrita, en el ideal de cierto tipo de feminidad
con el que tantas mujeres se identifican por ser buscadas, rechazadas, perseguidas,
abandonadas, soñadas por los Horacios que abundan. Joven, intuitiva, ligera,
sensible, antilogos, poética, vagabunda, es la Maga la mujer encontrada sin ser
buscada porque habita en el (des) orden artístico y estético de las obras del
siglo XX.
No
por casualidad cortazariana, la Maga es la quintaesencia de esas otras mujeres:
ella es la totalidad con rasgos de la Alina Reyes de “Lejana”, de la Delia de
“Circe”, de la Laura de “Cartas de mamá”, de la Leticia de “Final del juego”,
de la bella e imaginada “Silvia” de Último
round y, muy probablemente, el espejo femenino de “El perseguidor”, Johnny
Carter-Charlie Parker, para quien el tiempo funcionaba de un modo tan personal
que alguna vez declaró (cito) “esto lo estoy tocando mañana” (fin de cita) y
quien también dice que no pensaba nunca o, mejor dicho, que no pensaba como
nosotros: (cito) “Estoy como parado en una esquina viendo pasar lo que pienso,
pero no pienso lo que veo” (fin de cita).
Puramente
literario (doblemente ficticio, habría que decir, ya que “Oliveira decide
inventar a la Maga para dar celos a Talita”, como reza el Cuaderno de bitácora que acompaña la redacción de Rayuela en muchos de sus tramos
fundamentales) ¿qué hay en el personaje de la Maga para que muchos de sus
lectores transformaran, por el poder de la escritura y de la lectura, a un ser
de papel en algo tan vívido y tan vivo? Acaso, por empezar, su apelativo,
siempre bien elegido por Cortázar, poeta al fin, buen nombrador y buen
titulador; ese nombre de resonancias mágicas, extra terrenas, ocultas,
esotéricas. Y luego, sus modos, sus movimientos vagos y ligeros, casi etéreos,
su estar en el mundo a contramano, a contraluz, que no fuera “en la cabeza
donde tenía su centro”, que no necesitara “saber” como nosotros, que pudiera
“vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga”, que
“adorara el amarillo”, que buscara obsesivamente un trapito rojo cuando suponía
haberlo perdido, que su espacio y su tiempo fuesen otros, que no la guiara
nunca la razón sino exclusivamente la intuición; que la torpeza y la confusión,
pero también lo estético, la dominaran (“la araña Klee, el circo Miró, los
espejos de ceniza Vieira da Silva”); en fin, que tuviese otra dimensión humana,
que no creyera para nada en los nombres de las cosas sino que al tocarlas las
conociera, con una aproximación prelingüística y casi primitiva a la naturaleza,
al mundo, en el lenguaje de la tribu utópica; una mujer con quien amar no fuera
sólo mirarse a los ojos sino mirar en la misma dirección.
Pero
la historia corre, los ideales durmieron por desgastados, los ídolos cayeron y
la Maga entró en el debate feminista de las décadas que siguen. La Maga, será,
el estereotipo de la filiación romántica de Cortázar: violada, sufrida, con un
hijo lejano y enfermo, que dice “burradas”, silenciada y usada para plantear el
límite de la tolerancia del intelectual. Parafraseando a Neruda, la Maga, la de
entonces, ya no será la misma.
Dos
fragmentos de una misma imagen se imponen: la mujer exaltada, venerada e
idealizada ante la subestimada, desplazada y despreciada. Sin embargo, ahora, como
un tercer fragmento de la imagen, la Maga se nos presenta sostenida por poderes
mágicos, misteriosos, inventándose a sí misma, con el poder de proyectar y de
construir un mundo propio. Es, por tanto, la proyección de la estructura de Rayuela, es ella tres formas de lectura,
desde el idealismo, desde la subordinación y desde la libertad del acto
creador.
Sí,
todo eso podría ser la Maga, pero ¿desde dónde Cortázar la prefigura? ¿Cuál es
el origen de su nacimiento?
Con
frecuencia la ficción de Julio Cortázar considera el descenso, el “caer”, literal
o figurado, como el camino hacia un cielo existencial. En Rayuela, parece que Oliveira sólo accede al cielo que busca a
través de un salto que aterrice en una rayuela, diseñada desde la casilla
tierra, en lo alto, para caer en la casilla cielo, en lo bajo, símbolo, que desde
aquí, sugiere al mundo del homo lundens,
un mundo pueril, en el cual el ser humano se mantiene joven e inmaduro.
La
Maga será, entonces, símbolo de la pureza infantil, puella, niña eterna, frente a Horacio, ciudadano terrenal con ansia
de “caer” para dejar atrás las amarras del pensamiento racionalizante que lo
determina y encarcela. Mientras él se expone al salto, la Maga -quien suponemos
no saltó al Sena-, vive en la tierra un cielo eterno.
Este
evidente contraste, se concentra, ya, desde los inicios literarios de Cortázar.
En una serie de ensayos críticos (“Teoría del túnel”, “Situación de la novela”,
“Notas para la novela contemporánea”, “Para una poética”, entre otros) en los
que expone su canon literario, su formación intelectual y su metodología
crítica. Textos en los que se va diseñando su postura antagónica, por una
parte, el lenguaje científico, con su lógica deductiva y su confianza
incondicional en la razón como principio ordenador de las posibilidades del
conocimiento; y por otra, el lenguaje poético que con la fuerza de la imagen
analógica, abre el saber hacia una dimensión integral del hombre, que el
pensamiento racional no puede abarcar.
Más
cercana a Rayuela, Historia de cronopios y de famas da
cuenta del evidente contraste que hay entre Horacio y la Maga, entre el
pensamiento ordenador y el pensamiento prelógico, entre la carga intelectual y
la carga intuitiva, entre vivir buscando y hacer de la vida un juego de la
imaginación. Por tanto, Historia de
cronopios y famas ilustra, con la palabra-imagen, de qué manera Oliveira
cae para subir y de qué manera la Maga desaparece en su propio cielo. Dice
Italo Calvino en la contraportada de la traducción de la obra al italiano: “Los
cronopios y los famas dos progenies de seres que encarnan con la movilidad de
una danza dos posibilidades opuestas y complementarias del ser, son la creación
más feliz y absoluta de Cortázar”.
Leamos
por ejemplo:
Un
cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a
arrancar, pero piensa que es una crueldad inútil y se pone de rodillas a su
lado y juega alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la
sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume y finalmente se
acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz. La flor piensa:
“Es como una flor”.
En
“Flor y cronopio” se nota inmediatamente una tendencia a abandonarse a los
juegos infantiles, tan propia del ser pueril como de la personalidad creativa (recordemos
que la Maga recoge hojas y se relaciona con el mundo natural de una forma tan
familiar, como si fuese su espejo).
En
cambio en “Tortugas y cronopios”, se manifiesta claramente una tendencia al
vuelo. Leamos
Ahora
pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural.
Las esperanzas lo saben, y no se preocupan. Los famas lo saben, y se burlan. Los
cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de
tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una
golondrina.
Así
es la Maga, con esa tendencia, con ese impulso que la lleva a separarse de la
tierra, en contraste, precisamente, con la fuerza con que Horacio se aferra,
sin desearlo, a ella; en otras palabras, se manifiesta la búsqueda de otra cosa
desde lo alto: en el azar que bien se lo ha enseñado a Horacio La Maga le ha
enseñado a Oliveira a rechazar el orden y los planes
(pág.
47), a confiar en el azar: «Convencida, como yo, de que un encuentro
casual
era lo menos casual en nuestras vidas» (pág. 15).
¿Cómo
se pueden definir estos personajes que han desconcertado a los críticos y
fascinado a los lectores? Omar Prego sugiere que “indican distintas categorías
de personas: el cronopio sería el artista; el fama, el pequeño burgués; las
esperanzas, simplemente categorías intermedias, subalternas de las otras y
siempre algo snobs, no completamente definidas”. Graciela de Sola, considerando
el carácter lúdico de la obra cortazariana, subraya la fuente surrealista del
autor y encuentra que lo que se establece con el lector a través de estas
historias es, lo que ella llama, un “juego significante”: “El absurdo irrumpe
en la vida ordenada y utilitaria, que revela su inconsistencia y absurdidad.”
Pero
tal vez la diferencia entre el cronopio y el fama (y la esperanza, que oscila
entre uno y otro) no está en el oficio adoptado (artista o funcionario burgués,
extrañado o integrado al sistema), sino en el tipo de relación que cada uno de
ellos establece con la realidad. Las personas comunes (los famas y las
esperanzas), estrechadas por la serpiente de la rutina, no son ni siquiera
conscientes de haber sofocado su propia creatividad (es decir, el Espíritu) en
favor de la productividad. El cronopio, en cambio, enemigo jurado de todo lo
que es repetitivo, señala el surgimiento de la conciencia pueril. Se nos
presenta como una visualización poética de una serie de rasgos caracteriales,
exactamente esos que remiten al arquetipo del Pueril Eterno. Por el contrario
el Fama, sería la imagen de la castración, de la imposiblidad.
El
cronopio-Maga símbolo perfecto de la libertad, expresa ese impulso que lleva a
la liberación de condicionamientos y roles; «La libertad, única ropa que le
caía bien a la
Maga»
(pág. 44)el Fama-Horacio, en cambio, expresa exactamente lo contrario: la
situación de bloqueo en la que la conciencia está sumida, convencida de estar
haciendo lo que es justo, lo que está bien, hasta que no se produzca un colapso
en el balcón.
Entre
todas las características de la eterna pueril, de la mujer cronopio, son el
individualismo asocial y el miedo a entrar completamente en el espacio y en el
tiempo, las de mayor peso. La mujer-cronopio es precisamente aquella que no se
adapta, la que no se somete a la cuadratura del rol social. Cautivantes y
geniales no son fundamentalmente buenas, ni compasivas ni caritativas, como
cuando se acercan furtivamente al fama que ha sido cruelmente golpeado por un grupo
de esperanzas y en la lengua cifrada de los cronopios le comunican su
solidaridad, “y su soledad era menos amarga”, dice el narrador. (“Costumbres de
los famas”).
El
mayor miedo de los cronopios es el de ser “identificados” de algún modo,
limitados a un “rol” o a una posición, constreñidos a un límite espacial o
temporal. «Solamente Oliveira se daba cuenta de que la Maga se
asomaba
a cada rato a esas grandes terrazas sin tiempo que todos
ellos
buscaban dialécticamente» (pág. 41). Leamos esto:
Un
cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de calle en la mesa de luz, la
mesa de luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle.
Aquí se detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de
la puerta (“Historia”).
Este
tipo de miedo, comparable al que sentía Cortázar por las clasificaciones y “por
todo lo que es etiqueta”, en los cronopios se traduce en el alejamiento de la
tierra y de la vida normal, en el deseo de llegar lo más alto posible, aún a
través de la paradoja: en este sentido es emblemática la historia de la
golondrina pintada sobre el caparazón de la tortuga.
Precisamente
como un Joven Eterno, espíritu lúcido y juvenil que se niega a crecer –en
términos de la madurez o petrificación social- y sobre todo a envejecer, el
carácter del cronopio está definido por la emotividad, la ternura, el desorden,
la atemporalidad. Él es, o pretende ser, un hijo no devorado por el tiempo. De
ser así, “cronopio” podría significar “el opio de cronos”, el hijo que logra adormecer
al Padre Tiempo.
Todos
los que conocieron a Julio Cortázar, saben
que parecía un “enorme muchacho” y que nunca demostró los años que en realidad
tenía. Era jovial, afable, conversador, lleno de humor; fue sumamente atractivo
y seguía siéndolo a los sesenta años; pero sobre todo, como se lee en las variadas
semblanzas que se han hecho de él, poseía una “inocencia” absoluta. De él se
puede decir que poseía el encanto juvenil y dinámico del Pueril Eterno.
¿En
qué momento nacen los cronopios y qué momento es ése en la vida de Cortázar?
Volvamos a leer un famoso autorretrato suyo: “Nací en Bruselas en agosto de
1914. Signo astrológico, Virgo; por consiguiente, asténico, tendencias
intelectuales [...] De 1946 a 1951, vida porteña, solitaria e independiente;
convencido de ser un solterón irreductible, amigo de muy poca gente, melómano,
lector a jornada completa, enamorado del cine [...]”. Allí los rasgos del Pueril
Eterno saltan a la vista: soledad, rechazo a las ataduras, estetismo, y más Un
acontecimiento, sin embargo, hará tambalear este equilibrio precario: el
exilio.
En
1951, Cortázar se traslada a París. Al poco tiempo empieza a escribir Historias de cronopios y de famas. En el
62 saldrá la primera edición del libro. Es muy interesante cómo él mismo cuenta
el origen de estos personajes fantásticos, los cronopios, y de sus historias: (cito)
Una
noche estaba yo en el Teatro de Champs-Elysées, donde daban un concierto que me
interesaba muchísimo; estaba solo, en lo más alto del gallinero, donde las
entradas costaban menos. Durante el entreacto todos salieron para fumar o para
tomar algo, pero yo no tenía ganas de levantarme y me quedé en mi asiento, y
poco después me vi en medio de un teatro casi vacío. Muy poca gente se había
quedado en la sala, casi todos habían salido. Yo estaba entonces sentado y de
repente vi (pero me pregunto si hay que tomar el verbo ver en su significado
directamente sensorial o bien si se trataba de una visión de otro tipo, como la
visión que podés tener cuando cerrás los ojos y cuando evocás algo o lo ves en
tu memoria); entonces, yo vi fluctuar en la sala objetos de color verde, una
especie de globos verdes que giraban alrededor mío. Pero, insisto, no había
nada de tangible, yo no los veía realmente, aunque los estuviera viendo de una
cierta manera. Y al mismo tiempo que la aparición de estos objetos verdes, que
me parecían inflados como globitos o como sapos, o animales de ese tipo, me
vino la idea de que ésos eran los Cronopios. La palabra y la visión me llegaron
simultáneamente (fin de cita).
En
su obra estas figuras míticas evolucionan hacia los personajes rayuelescos, que
mantienen los rasgos característicos de los Cronopios, los Famas y las
Esperanzas. Dice justamente Omar Prego que es en estos personajes mitológicos
iniciales es donde Cortázar (cito) “parece haber encontrado la quintaesencia
del ser que trata en sus narraciones” (fin de cita).
Rayuela
es. fundamentalmente, la historia de la relación con la
Maga,
una historia sentimental ya concluida, vista desde el recuerdo:
«Entre
la Maga y yo crece un cañaveral de palabras, apenas nos separan
unas
horas y unas cuadras y ya mi pena se llama pena, mi amor
se
llama mi amor... Cada vez iré sintiendo menos y recordando más,
pero
qué es el recuerdo, sino el idioma de los sentimientos» (pág. 115),
etcétera.
En
la segunda parte se trata de dar un nuevo sentido al triángulo
tradicional
(Traveler-Talita-Oliveira), de encontrar una nueva forma
de
amor, peligrosa y fascinante porque todavía no ha sido explorada.
Me
extraña que no se haya señalado la cercanía y la posible influencia
de
Jules et Jim. la película de Truffaut basada en una novela francesa.
Rayuela
es novela romántica, novela de amor, novela sentimental,
novela
erótica: «Sí —dijo la Maga—. Si hablamos de amor hablamos
de
sexualidad» (pág. 163). En un romanticismo de la segunda mitad
del
siglo xx, no podía ser de otra manera.
En
medio de otras mil cosas, se nos habla de «amores infinitamente
amargos»
(pág. 87). Notemos el calificativo. Nos explica la novela que
«lo
que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de
vos,
con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes
y
el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias
y
despedidas y tickets de metro» (pág. 17). Pondera el amor físico
con
la Maga (págs. 43-44), Dedica un capítulo (el 7, pág. 48) a un
beso.
Pasar el brazo por la cintura de la Maga también puede ser una
explicación
del mundo (pág. 51). Si el término no estuviera tan desacreditado.
en
un sentido más profundo que el que habitualmente toma, no
sería
inadecuado hablar de neorromanticisino.
El
amor va unido a la búsqueda existencial. Habría que «reinventar
el
amor como la sola manera de entrar alguna vez en su kibbutz»
(pág.
247).
Volvamos
con prisa a la Maga para concretarla, para actualizarla:
¿Encontraría
a la Maga? El hombre del nuevo siglo, ¿dónde la encontraría? La Maga Nueva vaga
por el mundo entero, ha salido de París, es cosmopolita. Desprovista de una
imagen prefabricada, es voz que se alza, no calla y jamás está como ausente.
Construye su vida sabiendo que encuentra. Decide y elige por y para sí misma.
No espera. Con coraje y habilidad escapa del destino, de la sombra de. Para
ello, se prepara intelectual y políticamente. No necesita que Rocamadour muera,
lo trae a cuestas en su conquista diaria. No se avergüenza de ser guerrera, lo
asume, lo sustenta con trabajo y elección. No se deja manipular porque sabe que
el respeto a sí misma es la única manera con la cual se logra sobrevivir. Su
magia radica fundamentalmente en ser realista, conservando el tesoro de su
intuición. Es y está en libertad, fuera de todo estereotipo. Construye y
deconstruye para estar fuera y dentro de casa. Posee un arma secreta, la
seducción. Es baba del diablo, no hilo de la Virgen. Crea, escribe y traduce su
propio manual de instrucciones, su propio tablero de dirección. Es cronopio, es
fama, es esperanza a la vez, con la certeza de ser la múltiple en lo uno. En
fin, la Maga Nueva es aquella con ríe al lado de Julio, jugando a la rayuela.
Gracias…
[1]Néstor
García Canclini, en Cortázar, una
antropología poética (1968), identifica los puntos iniciales de una
antropología literaria. “García Canclini descubre en Cortázar… una ética y una metafísica nuevas
(García Canclini 17: 1968) esta metafísica es la de los símbolos que superan el
nivel del significado definido desde el
discurso filosófico de la modernidad, y a su vez esta ética, son quizás el
aporte esencial a una antropología poético literaria; el humanismo simbólico de
Julio Cortázar, no solamente se atiene a una ética sino que, según García
Canclini, habría siempre una búsqueda ética en el fundamento de la textualidad
desde los primeros textos hasta los últimos, se trata de una ética laica, de un
ser para la muerte heideggereano, que en la autenticidad persigue la lucidez y
así dicho lacanianamente: llega la lucidez
del delirio en la coherencia de acontecimientos narrados a la manera de
símbolos: como cualquier etnógrafo Cortázar no puede narrarlo todo, pero lo que
dice es símbolo, cuyo significado es polisémico, pero nunca éticamente relativizante.”
(Alvarado 104: 2009)
[2]
Declaración realizada en una entrevista concedida a la Televisión Española,
motivo por el cual no hay un registro de página, sino el registro temporal de
la grabación ubicada en: http://www.youtube.com/watch?v=X09XmRqIjPw
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