Introducción
La Historia de Sinuhé es un
cuento egipcio que se conoce por dos de los papiros de Berlín, el 10499 (B),
que contiene algunos fragmentos de la historia, y el 3022 (R), más completo,
descubierto por el egiptólogo Chabás en 1863. También se han encontrado partes
del texto en otros papiros y en algunos ostraca (concha o fragmento de cerámica
sobre el que se escribía).
Sinuhé (s3-nh.t, Sanehet,
"Hijo del sicomoro") es, según sus palabras, «el tesorero del rey del
Bajo Egipto, gran amigo único, dignatario administrador de los distritos del
soberano en las tierras de los asiáticos, verdadero conocido del rey, su
bienamado seguidor». Sinuhé dice: «Yo soy un acompañante que sigue a su señor.
Sirviente en el harén del rey de la noble heredera de grandes favores la esposa
del rey Senusert en Jenemsut; la hija del rey Amenenhat, Neferu, la muy
honrada.»
Senusert I (Sesostris en versión
griega) –de quien era servidor Sinuhé–, fue el segundo faraón de la dinastía
XII, del Imperio Medio, que gobernó de c. 1956 a 1910 a. C.; los primeros años
fue corregente con su padre, Amenemhat I, que fue asesinado hacia el año 1947
a. C., fecha en que da comienzo el relato.
Presentación
El noble, el príncipe, el
administrador de los territorios del rey en el país de los beduinos, el
verdadero amigo del rey, a quien el rey ama, Sinuhé, el amigo, dice:
-Yo era un amigo que seguía a su
señor y el que servía a la princesa en el harén del rey, a la gran favorita, a
la esposa del rey Sesostris, en Jeneinsut, e hija del rey Amenemhet en Kanefru,
Neferu, la muy honrada.
La muerte de Amenemhet I
En el año treinta, el día séptimo
del tercer mes de la inundación, el dios ascendió a su horizonte, el rey del
Alto y del Bajo Egipto, Sehetepibra. Se proyectó hacia el cielo, se unió con el
disco solar y su divino cuerpo fue absorbido en el interior de Aquel que lo
había creado. En el palacio reinó el silencio. Se llenaron de luto los
corazones. Las dos grandes puertas quedaron cerradas, Los miembros de la corte
se postraron con la cabeza inclinada sobre las rodillas. El pueblo lloraba
amargamente.
La huida de Sinuhé
Su Majestad había enviado un ejército
al país de los Temehu. Su hijo primogénito, el buen dios Sesostris, era jefe de
la tropa. Había sido enviado a golpear a los países extranjeros y a castigar a
aquellos que estaban entre los Tehenu. Ahora regresaba, trayendo consigo
prisioneros de los Tehenu e incalculables rebaños de ganado.
Los amigos de la Corte enviaron
al lado occidental para comunicar al hijo del rey lo que había sucedido en
palacio. Los emisarios dieron con él por la noche, cuando se hallaba de camino.
Sin dudarlo un instante, el halcón voló con su séquito sin avisar a su
ejército.
Pero también se habían mandado
mensajeros a los demás hijos del rey que le acompañaban en el ejército y se
indicó a uno de ellos que no debía decir nada. Yo me encontraba cerca en ese
momento y pude escuchar su voz mientras hablaba apartado de los demás.
Mi corazón se llenó de
perplejidad. Mis brazos desfallecieron y todos mis miembros se estremecieron.
Me aparté y busqué donde esconderme. Me senté entre dos matorrales para poder
apartarme de la vista de cualquiera que transitara por el camino.
Me dirigí hacia el sur pero no
tenía intención de regresar a palacio, porque imaginaba que estallaría la
guerra y que perdería la vida en los combates que sobrevendrían a continuación.
Atravesé las aguas del Maaty, a poca distancia del lugar denominado del
Sicomoro. Así llegué a la isla Sneferu y descansé aquel día en el campo.
Temprano volví a emprender mi camino. Me encontré entonces con un hombre que
estaba situado en mi camino. Me saludó con amabilidad aunque yo tenía miedo de
él. Alrededor de la hora de la cena me acerqué a la ciudad de Negau. Crucé las
aguas en una barca sin timón, valiéndome del viento de occidente que soplaba, y
pasé a oriente de las canteras, a la región de la Señora de la Montaña Roja.
Después dirigí mis pasos hacia el norte, hasta llegar a los muros del príncipe,
que habían sido edificados para contener a los beduinos y aplastar a los que
atraviesan las arenas. Allí me mantuve oculto en una espesura, por temor a que
me descubriera el centinela de la muralla que estaba de guardia ese día.
Por la noche continué mi camino
y, al rayar el alba, llegué a Petni y descansé en la isla de la Muy Negra. Me
sucedió entonces que me asaltó una terrible sed de tal manera que me ahogaba y
me ardía la garganta y dije:
-¡Éste es el sabor de la muerte!
Pero en ese momento mi corazón se
animó y mis miembros recuperaron la fuerza porque oí los mugidos de un rebaño y
vi acercarse a los beduinos. El jeque de los beduinos, que había estado en
Egipto, me reconoció. Inmediatamente me dio agua, ordenó que cocieran leche
para mí. Finalmente le acompañé a su tribu, donde me trataron bien.
Sinuhé traba amistad con el
príncipe del Retenu superior
Así fui de región en región. Salí
de Biblos y llegué a Kedemi donde residí durante medio año, Nenshi, el hijo de
Amu el príncipe del Retenu superior, me dijo:
-Aquí estarás bien, porque oirás
hablar en egipcio.
Esto lo dijo porque conocía mi
valía y había oído hablar de mi talento. Le habían informado sobre mí algunos
egipcios que vivían con él.
Entonces me dijo lo siguiente:
-¿Por qué has venido aquí? ¿Acaso
ha pasado algo? ¿Ha sucedido algo en palacio ?
(Yo le contesté:)
-El rey Sehetep-ib-ra ha marchado
hacia oriente y luego no se sabe lo que ha sucedido. -Y después añadí
astutamente, ocultándole la verdad-: Cuando regresé de la expedición al país de
Temehu, se me anunció la noticia y tembló mi corazón. El corazón, que se me
salía del pecho me llevó por los caminos del desierto. Sin embargo, nadie había
hablado de mí ni me había escupido. No oí ninguna murmuración ni tampoco mi
nombre en boca del heraldo. No sé lo que me ha traído a este país. ¡Fue algo similar
a un designio de Dios!
(Entonces él respondió:)
-¿Cómo podrá vivir el país de
Egipto sin él, sin ese excelente dios, cuyo temor se extendía por los pueblos
extranjeros igual que lo hace Sejmet en un año de peste?
-En verdad -le respondí-, su hijo
ha entrado en el palacio y ha recogido la herencia de su padre. Es el dios sin
rival al que no aventaja nadie, maestro de sabiduría, prudente en sus
propósitos, justo en sus normas. Todos van y vienen siguiendo sus órdenes. Ya
era él quien conquistaba territorios en el extranjero mientras su padre
descansaba en palacio y comunicaba a su padre que se habían llevado a cabo las
órdenes que de él había recibido.
Es el fuerte que brega con su brazo,
campeón sin rival.
Todos le contemplan cuando ataca al enemigo,
cuando ataca a los guerreros.
Quiebra el cuerno del toro enemigo y paraliza sus manos,
y los enemigos son incapaces de mantener sus filas en orden frente a
él.
Hiela la valentía del enemigo y quebranta sus frentes,
y nadie se atreve a acercársele.
Es un rápido corredor cuando persigue al que huye;
no existe salvación para los que vuelven la espalda ante él.
Es el corazón firme que soporta los choques,
provoca la huida de los demás y nunca se retira.
Al ver cuántos son sus enemigos, su valor se duplica,
no deja que el desánimo desaliente su corazón.
Ataca con entusiasmo a las tropas de oriente,
y su gozo está en capturar a los extranjeros.
Embraza el escudo y destroza al enemigo con los pies,
sin que necesite repetir el golpe para causar la muerte.
Nadie es capaz de desviar su flecha,
ni puede nadie tensar su arco.
Los extranjeros despavoridos huyen ante él,
como frente al poder de la gran diosa.
En la lucha no se detiene,
y combate hasta que el adversario queda reducido a la nada.
Es muy querido, lleno de dulzura,
y ha ganado a muchos mediante el amor.
Su ciudad le ama más que a sí misma
y se goza más en él que en su mismo dios.
Cuando pasan desfilando, hombres y mujeres
le aclaman llenos de júbilo ahora que es rey.
Ha realizado conquistas incluso estando en el vientre de su
madre, la realeza le pertenece desde su nacimiento.
Es el que ha logrado que sus súbditos se multiplicaran.
Es único, un don de Dios.
¡Qué enorme es el gozo del país gobernado por él!
Él es quien ensancha sus fronteras.
Conquistará las tierras del sur,
y despreciará las regiones del norte.
Ha sido creado para derrotar a los beduinos
y para aniquilar a los pueblos del desierto.
Envíale noticias. Consigue que te conozca.
No pronuncies el juramento que dice: « ¡Maldita sea Su Majestad!». No
de ará de hacer el bien a los países que se le sometan.
Él me respondió:
-¡Bienaventurado Egipto, que es regido por un
príncipe tan grande! Por lo que se refiere a ti, aquí te encuentras. Permanece
a mi lado y me comportaré bien contigo.
Sinuhé vive entre los beduinos
Así me puso a la cabeza de sus
hijos y me casó con su hija mayor y permitió que eligiera de entre sus
territorios el más selecto, que poseía en la frontera con otro país vecino. Se
trataba de una magnífica tierra llamada Yaa. Daba higos y vides. El vino era
más abundante que el agita. Era rica en miel y producía mucho aceite de oliva.
En sus árboles había frutos de todas las especies. También había avena y trigo
y numerosísimos ganados. El príncipe también fue muy generoso al entregarme
regalo y me convirtió en jefe de una de las mejores tribus de su país. Así
dispuse de pan para comer diariamente, bebida fermentada, y vino para beber, y
carne guisada y aves asadas, además de lo que se podía cazar en el páramo.
Disponía de lo que me cazaban y además de aquello que me traían mis perros. Me
daban muchos pasteles y leche en todo lo que se cocinaba.
Allí me quedé muchos años. Mis
hijos se hicieron fuertes y cada uno de ellos llegó a gobernar una tribu. Los
mensajeros que se dirigían al norte o al sur, hacia Egipto, se hospedaban en mi
casa, porque yo practicaba la hospitalidad para con todo el inundo. Así daba de
beber al que tenía sed, mostraba el camino al que se había extraviado y
auxiliaba al que había sido robado.
Cuando los beduinos se
enfrentaban impulsados por su dignidad con los príncipes del país yo era el que
se ocupaba de dirigir sus acciones. El príncipe de Retenu decidió que fuera el
general de su ejército durante varios años. Todos los países con los que me
enfrenté perdieron sus pastos y sus pozos. Les arrebataba el ganado, capturaba
a sus habitantes para convertirlos en esclavos, me llevaba sus provisiones y
daba muerte a sus gentes gracias a mi brazo y a mi arco, a mis marchas y a mis
planes bien ejecutados, Así me gané el corazón de mi príncipe, que me amó por
mi valentía y, cuando vio la firmeza de mi brazo, me colocó a la cabeza de sus
hijos.
El duelo
Por aquel entonces llegó un
hombre fuerte procedente de Retenu que me desafió en mi tienda, Era un héroe
sin igual que había vencido a todos los de Retenu. Afirmó que había venido para
combatir conmigo. Instigado por su tribu tenía la intención de robarme y
despojarme de mis rebaños, El príncipe discutió la situación conmigo y yo le
dije:
-No le conozco. No soy uno de sus
amigos para que pueda entrar y salir de su tienda. ¿Acaso en alguna ocasión he
abierto su tienda o derribado su muro? Actúa así movido únicamente por la
envidia, porque sabe que ejecuto aquello que me ordenas. Soy igual que el toro
perdido que cae en medio de otro rebaño y entonces es acometido por el toro de
ese rebaño, un buey cuernilargo le ataca. ¿Acaso puede ser querido un
extranjero que se ha convertido en jefe? Tampoco lo sería un beduino en el
delta. No se puede arar en el mar. Pero si él es un toro de pelea y gusta del
combate, yo soy también un toro luchador y no me asusta tener que enfrentarme
con él. Si su corazón desea combatir, que diga que eso es lo que desea. ¿Acaso
dios ignora lo que ha determinado o, por el contrario, sabe lo que sucede?
Aquella noche preparé el arco,
afilé las flechas, saqué el puñal y dispuse las armas. Por la mañana temprano
todo Retenu acudió. Vino la mitad del país. Había juntado sus tribus pensando
en este combate. Entonces avanzó hacia mí, que le esperaba, porque me había
situado cerca de él. Todos los corazones latían al verme. Las mujeres e incluso
los hombres lanzaban suspiros. Todos los corazones sentían simpatía mí y
decían:
-¿Hay otro valiente que pueda
combatir contra él?
Apareció con un escudo, un hacha
y un puñado de venablos, pero cuando comenzó a utilizar sus armas, sus flechas
pasaron hasta la última por mi lado sin herirme. Entonces me atacó pero disparé
contra él y mi flecha se clavó en su cuello. Dio un grito y cayó sobre su
nariz. Entonces lo rematé con su propia hacha y lancé un grito de victoria
sobre su espalda. A continuación todos los asiáticos lanzaron aullidos por mi
victoria. Le di las gracias a Mont mientras los partidarios del vencido
comenzaban a llorarlo. El príncipe Neneshi, hijo de Amu, me abrazó,
Y de esta manera me apoderé de
los bienes y rebaños del vencido. Así le hice lo que él pensaba hacerme a mí.
Cogí de todo lo que había en el interior de su tienda y saqueé su campamento.
De esa forma me enriquecí, mis tesoros aumentaron y mis rebaños crecieron.
Y esta merced se la otorgó dios a
aquel contra el que había estado irritado y al que había dejado vagar por
tierra extranjera. Hoy su corazón está lleno de alegría:
En que huyó el fugitivo hubo un tiempo.
Hoy ya se sabe de mí en el palacio.
En que pasé hambre hubo un tiempo.
Ahora obsequio pan a mis vecinos.
Un hombre abandonó, desnudo, su país.
Ahora me visto con vestiduras de lino fino.
Huyó el hombre que no tenía nada.
Ahora tengo una muchedumbre de siervos.
Mi morada es hermosa y mis posesiones son inmensas
y en el palacio se acuerdan de mí.
¡Oh dios, quienquiera que sea que
me predestinaste para aquella huida, ten misericordia y llévame de regreso a
palacio! ¡Concédeme que pueda volver a contemplar el lugar donde está mi
corazón! ¡Qué mayor gozo que el de poder reposar en Egipto, la tierra en que
nací!. ¡Auxiliame! Se ha producido un evento feliz: el dios me ha otorgado su
gracia. i Quizá me prepare un buen fin, aunque le haya ofendido! ¡Que el dios
se apiade de aquel que se vio forzado a morar en tierra extranjera! Si el dios
está aplacado, que escuche la plegaria de un exiliado y que devuelva esta mano
que me ha hecho llevar una vida errante al lugar de donde la sacó.
¡Que me sea propicio el rey de
Egipto, para vivir de su gracia, para realizar en su palacio los deseos de la
reina y atender a las órdenes de sus hijos! ¡Ah, que mi cuerpo recupere la
juventud, porque se ha hecho viejo y el mal lo ha alcanzado.
Los ojos me pesan, los brazos
carecen de fuerza, los pies se resisten a obedecer mis órdenes, mi corazón ya
está cansado y se acerca el día en que me conducirán a las ciudades de la
eternidad. Quiero servir a la que es Señora y dueña de todo. ¡Ojalá mi señora
quiera referirme lo que complace a sus hijos y otorgarme una eternidad superior
a mí!
Se habló a Su Majestad, el rey
del Alto y del Bajo Egipto, Jeperkara sobre la situación en que me encontraba y
Su Majestad tuvo a bien enviarme regios presentes, como los que envía a los
príncipes de otro país, para que su siervo se gozara. También me escribieron
sus regios hijos que están en palacio.
El decreto del rey
Copia del decreto enviado a este
humilde siervo en relación con su regreso a Egipto:
«Horus Repetidor de nacimientos
las dos diosas, repetidoras de nacimientos; el señor del Alto y del Bajo
Egipto, jeperkara, hijo de Ra, Amenemhet, que vive por siempre y eternamente.
»Orden del rey para su amigo
Sinuhé. He aquí que se te cursa orden del rey para que sepas lo siguiente: has
viajado por países extranjeros desde Kedem a Retenu Has pasado de uno a otro
país conforme a los consejos de tu propio corazón. ¿Acaso has cometido alguna
acción para temer que se te castigue? No has blasfemado de manera que hubiera
que oponerse a tus palabras, ni tampoco has provocado oposición en las
discusiones de los consejeros de manera que hubiera que actuar en contra de tus
intenciones. Te has marchado únicamente por lo que tú has pensado, pero no
porque yo tuviera algo contra ti en mi corazón.
»La reina, tu cielo, que vive en
palacio, continúa allí y prospera y comparte el gobierno del país. En cuanto a
sus hijos moran en la parte reservada del palacio, Te hartarás de riquezas,
vivirás de los presentes que se te otorguen.
»Regresa a Egipto para que
contemples el palacio en que creciste, para que beses la tierra ante las dos
puertas y puedas reunirte con los amigos
>>Ya has comenzado a
envejecer, has perdido tu fuerza viril. Piensa en el día del embalsamamiento,
en citando serás conducido a la bienaventuranza eterna. Se te consagrará una
noche con aceite de cedro y las manos de Tait te colocarán las bandas. Se
formará una comitiva fúnebre el día de tu sepultura. Tu envoltura de momia será
de oro con la cabeza de lapislázuli y, se colocara sobre ti un baldaquino
cuando hayas sido situado en el sarcófago. Serás arrastrado por bueyes y
precedido por cantores. Se real¡zarán las danzas de los Muu a la puerta de tu
sepultura; se recitarán las invocaciones de sacrificio y se inmolarán víctimas
cerca de tu estela. Las pilastras de tu tumba serán de piedra blanca en medio
de las tumbas de los hijos del rey. No, no morirás en tierra extranjera, no te
sepultarán asiáticos ni serás introducido dentro de una piel de carnero ni se
te convertirá en un túmulo informes. Ya es muy tarde para que sigas llevando
tina vida errante. Cuida, por lo tanto, de tu muerte y regresa.»
La respuesta de Sinuhé
Esta misiva me llegó cuando me
encontraba en medio de mi tribu. Cuando me la leyeron, me eché sobre el
vientre, toqué el polvo y Me lo lancé sobre los cabellos. Corrí gozoso por el
campo mientras gritaba de alegría:
-¿Cómo puede ser que se conceda
esta gracia a un siervo a quien el corazón llevó a marcharse a tierras
extranjeras? ¡Qué deliciosa es la compasión que me libra de la muerte! Tu ka va
a permitir que mi vida concluya en la corte.
Copia del acuse de recibo de esta
misiva:
«El siervo del palacio, Sinuhé,
dice: ¡En paz! Es maravilloso que Tu ka conozca la huida que llevó a cabo
inconscientemente tu humilde siervo; oh, buen dios; oh, señor de los dos
países; amado de Ra y ensalzado por Mont, señor de Tebas, Amón, señor de los
tronos de los dos países, Sobek Ra, Horus, Hathor, Atom con sus nueve dioses,
Soped, Nefer-bau, Semseru el Horus oriental, la Señora de Buto que se ha ceñido
a tu cabeza, el consejo que está sobre las aguas Min-Horus, que mora en las
regiones desiertas, Wereret, señora de Punt, Nut, Haroeris los dioses y señores
de Egipto y de las islas del Gran Verde, ¡que todos ellos proporcionen vida a
tu nariz, te recuerden en sus dones, te otorguen eternidad sin límites y tiempo
perdurable sin fin!
»Que el pavor que provocas se
extienda por las llanuras y los montes, ya que has dominado todo lo que el sol
abarca en su carrera. Este ruego de este humilde siervo va dirigido a su señor,
al que salva del Amenti. El señor de la sabiduría, que conoce a sus súbditos,
se ha percatado en el secreto del palacio de que este humilde siervo temía
hablar, porque era un tema delicado para tratarlo. Sin embargo, el gran dios
imagen de Ra le ha proporcionado inteligencia para hablar contigo. Su Majestad
es el Horus vencedor, y tus brazos son poderosos cuando se enfrentan con todos
los países.
»Ahora ruego a Su Majestad que
ordene que le traiga a Mek¡ de Kedemi, Jentiu-Iaush de Jentekeshu, y a Menus
del país de los Feneju. Todos ellos son príncipes famosos que te, aman y se han
engrandecido gracias a tu amor. No hace falta que mencione a Retenu, ya que es
tan tuyo como lo son tus perros.
»La huida que tu siervo llevó a
cabo no fue intencionada, Ni la había pensado ni la preparé. Ignoro lo que me
sacó de donde me encontraba. Fue como un sueño, como si un hombre que está en
el delta se encontrara de repente en Elefantina o un hombre que se halla en los
pantanos se viera en Nubia. No tenía nada que temer. No me perseguían. No había
oído nada malo que se relacionara conmigo, Mi nombre no estaba en la boca del
heraldo. A pesar de esto, mi cuerpo tembló, mis pies sintieron impaciencia, mi
corazón me condujo y el dios que me predestinó a la huida me impulsó. No he
huido por contumacia, y el que conoce su país siente el temor porque Ra ha
extendido el temor por ti en el país y el pavor en todas las regiones
extranjeras.
Tanto si me encuentro en palacio
como si me hallo en este lugar, tú eres el que puede oscurecer este horizonte.
El Sol sale en obediencia a tu orden, el agua del río es bebida cuando tú lo
deseas y el aire del cielo es respirado cuando tú lo ordenas.
»Este humilde siervo abandonará
las funciones de visir que este humilde siervo ha desempeñado en este lugar.
»Lo que Su Majestad desee hará,
porque vivimos gracias al aire que tú nos concedes. ¡Qué Ra, Horus y Hator amen
tu excelsa nariz, para que viva eternamente de acuerdo con el deseo de Mont,
señor de Tebas!»
Sinuhé regresa a Egipto
Entonces vinieron a buscar a este
humilde servidor. Aún permanecí un día en Yaa Entregué todos mis bienes a mis
hijos Mi hijo mayor se quedó a cargo de mi tribu y recibió mi tribu y todas mis
posesiones, mis siervos, todos mis ganados, mis frutos y todos mis árboles
frutales.
Después este humilde siervo se
dirigió hacia el sur y se detuvo en los cruces de Horus. El general que estaba
a cargo de las fuerzas de la frontera envió a un mensajero a palacio para
informar de mi llegada. Entonces Su Majestad envió a un diligente intendente de
los campesinos de la casa del rey, seguido por barcos repletos de regalos
regios para los beduinos que me habían acompañado y conducido hasta los cruces
de Horus. Los presenté llamando a cada uno de ellos por su nombre.
Los sirvientes se pusieron a
realizar su labor. Por mi parte, me puse en camino e icé las velas. Se amasó y
filtró en mi presencia hasta que llegué a la ciudad de Itu.
Sinuhé en la corte
Cuando amaneció a la mañana
siguiente, acudieron a llamarme. Diez hombres vinieron y diez hombres me
llevaron a palacio. Toqué el suelo con la frente entre las esfinges. En la
puerta me esperaban los hijos del rey. Por lo que se refiere a los Amigos que
estaban ya introducidos en la sala hipóstila, me condujeron a la gran sala.
Allí se encontraba Su Majestad, en el gran trono de oro colocado en un nicho.
Me arrojé sobre mi vientre, perdiendo todo conocimiento en su presencia, aunque
el dios me saludó con amabilidad. Sin embargo, yo era como el que es atrapado
por la oscuridad de la noche que cae. Mi alma desfalleció, mi cuerpo tembló, mi
corazón dejó de estar en mi pecho y no sabía si estaba vivo o muerto.
Entonces Su Majestad le dijo a
uno de estos Amigos:
-Levántale para que pueda hablar.
-Después Su Majestad añadió-: He aquí que has regresado después de haber
recorrido los países extranjeros tras tu huida. La vejez se ha apoderado de ti
y has alcanzado la ancianidad. No es cuestión de escasa importancia que tu
cadáver sea sepultado y no lo entierren los extranjeros. No te agites, no te
agites contra ti mismo. Hombre silencioso. No hablas aunque se pronuncia tu
nombre.
Tuve miedo del castigo y repliqué
como un hombre atemorizado:
-¿Qué me dice mi señor? Desearía
responderle pero no puedo. Sobre mí pesa la mano de dios. Me invade un temor
como el que me impulsó a la desdichada huida. Aquí me encuentro postrado ante
ti. Mi vida es tuya. Obre Su Majestad a su arbitrio.
Se ordenó entonces aparecer a los
hijos del rey, y Su Majestad le dijo a su real esposa:
-Mira. Sinuhé ha regresado
convertido en un asiático, en un verdadero hijo de beduinos.
La reina lanzó entonces un grito
y los hijos del rey prorrumpieron en alaridos diciendo a Su Majestad:
-No puede ser él, no es cierto,
oh rey, mi señor,
-Es cierto que se trata de él
-repuso Su Majestad.
Habían traído sus collares, sus
crótalos y sistros y se le hizo entrega de ellos a Su Majestad.
-Coloca tus manos sobre algo
bello, rey eterno, ornamento de la Señora del Cielo. ¡Que la diosa de oro ponga
vida en tu nariz y que la Señora de las estrellas te acompañe! ¡Que la corona
del sur vaya corriendo río abajo, y la corona del norte, río arriba, y ambas
estén unidas y se junten cuando lo ordene Su Majestad! ¡Que la serpiente ciña
tu frente! ¡Qué puesto que has salvado a tus súbditos del mal, Ra te sea
propicio, oh señor de los dos países! ¡Alabanza a ti y a la Señora!. Arranca tu
cuerno y saca tu flecha. Infunde aliento en el que no lo tiene y otórganos un
hermoso presente festivo en la persona de este jefe, hijo de Mehyt, de este
extranjero nacido en Egipto. Si emprendió la huida, fue porque te tenía miedo;
si abandonó el país, se debió a que te temía. Pero el rostro que ha contemplado
la faz de Su Majestad no palidece, y el ojo que te ha visto ya ha perdido el
temor.
Entonces Su Majestad dijo:
-Que no tema ni se deje arrastrar
por el pavor. Será un amigo entre los consejeros y lo situaré en medio de los
cortesanos. Llevadlo al pabellón de la mañana para servirle.
Sinuhé espera la llegada de la
muerte
Cuando salí del pabellón, me
estrecharon la mano los hijos del rey y nos fuimos a la doble gran puerta. Me
instalaron en la casa de uno de los hijos del rey, repleta de grandiosas
riquezas. Allí había una sala fresca e imágenes divinas del horizonte. Había
también cosas preciosas que pertenecían al tesoro. En cada habitación había
vestiduras de lino procedentes del guardarropa regio, así como mirra y aceite
fino del rey y de los nobles a los que ama. Y todos los sirvientes atendían a
su labor.
Me quitaron años del cuerpo, me
cortaron el pelo y me peinaron. Así fueron al desierto la suciedad y las ropas
bastas del que camina por la arena. Me vestí con las ropas delicadas de lino y
fui ungido con fino aceite, Dormí en una cama y abandoné la arena para los que
viven en ella y el aceite de árbol a los que se frotan con él.
La casa de campo que me asignaron
había estado en posesión de un Amigo. En su reconstrucción trabajaron muchos
artesanos y todos sus árboles fueron plantados de nuevo. Diariamente, me traían
la comida de palacio tres o cuatro veces, sin incluir la que generosamente me
entregaban continuamente los hijos del rey.
Me erigieron una pirámide de
piedra en medio de las pirámides. El maestro de los talladores de piedra para
las pirámides dirigió la construcción en el terreno qué se le había reservado,
el maestro de pintores la decoró, el escultor la esculpió y los mejores
artesanos trabajaron en ella. El mobiliario más selecto del que se pone en las
tumbas se tuvo buen cuidado de disponerlo en la mía. Me asignaron servidores
del Ka. Se me aparejó un terreno funerario, que contaba con huertos y un
jardín, frente a mi tumba, igual que se hace con un Amigo de primer rango. Mi
estatua fue cubierta de oro, con un faldellín de oro fino. La encargó Su
Majestad en persona. A ningún hombre corriente se le otorgaron favores
semejantes. Y así permanecí en la gracia del rey hasta que llegó el día de mi
fallecimiento.
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