En la Feria Internacional del
Libro de Guadalajara del fin de 2009, Orhan Pamuk fue sorprendido con una
pregunta surgida de alguien de la muchedumbre que se reunió para la
presentación de su libro más reciente: “¿En qué se parecen México y Turquía?”.
Con aplomo y sinceridad dijo no conocer tan de cerca nuestro país. Sin embargo,
contó cómo la primera ocasión que salió del Aeropuerto Benito Juárez de la
Ciudad de México, creyó que podría tratarse de Estambul. Sin duda, la
aglomeración humana y el tráfico desbordado le hicieron pensar así.
Las coincidencias son más cuando
se lee la novela El museo de la inocencia de Pamuk (Random House Mondadori,
México, 2008), porque se relata una historia que bien podría transcurrir en
México durante los años dorados de la burguesía, previos al estallido social de
1968 y lo que sucedió a partir de entonces cuando las formas de ser joven
cambiaron para buscar adecuarse a la nueva realidad en un mundo que dejó de ser
ancho y ajeno.
Hay quienes creen como el poeta
Joseph Brodsky que “la memoria traiciona a todos, es una aliada del olvido, es
una aliada de la muerte”. Kemal, el personaje central de El museo de la
inocencia, se opone a ello, quiere recordar y sobreponerse a la muerte, pero
sabe que la memoria es traicionera y decide poner en resguardo todo aquello que
le permite recordar o más bien atrapar el momento más feliz de su vida como lo
hace Alain Resnais en varios de sus filmes. Quiere ir más allá, porque quiere
preservar en plural los momentos más felices de su relación con Füsum, mujer
que no parece salida de una novela sino de la vida misma. Con ella vive una
relación amorosa singular que él quiere preservar paso a paso con todos los
objetos que ha podido acumular a lo largo de su vida en un museo como resguardo
no de la memoria sino de la vida.
Hay tres constantes en la obra de
Orhan Pamuk: la unidad familiar pese a todo, la constante mirada hacia
Occidente y la pasión por Estambul. La densidad histórica está presente en toda
su narrativa, aun cuando salvo en Me llamo Rojo (Alfaguara, 2003), un thriller
que acontece en la corte del imperio otomano del siglo XVI, sus novelas se
ubican en el territorio cultural actual. Ámbito de su interés principal, lo ha
constatado en el gran lienzo dedicado a Estambul. Memorias de una ciudad
(Alfred A. Knopf, 2005), enfocado (literalmente debido al recurso fotográfico)
a las relaciones familiares.
Aun en una historia de amor tan
difícil de contar como la de El museo de la inocencia, el marco
familiar se mantiene, allí están siempre las madres brindando un apoyo
incondicional y las más discretas figuras de los padres que no por ello tienen
menos peso; y la de Kemal es una familia que formaba parte de los ricos
“occidentalizados” de Estambul en los años setenta cuando ya la canción “Una
noche en el Bósforo” se adaptaba a la tonada de “It’s Now or Never”. Se habían
terminado los matrimonios concertados, pero no los convencionalismos que
llevaron a Kemal a mantener el compromiso con Sibel, una joven burguesa, hija
de un diplomático que hace los arreglos para su petición de mano en el Hotel
Hilton. El objetivo de un matrimonio prometedor es cuestionado por la aparición
de la guapa prima Füsum, una bella joven que aspira a ser actriz y quien decide
amarlo entregándosele sin ninguna condición.
Kemal vive la ambigüedad de
mantener relaciones con una novia convencional y una amante liberal en una
Turquía secularizada bajo la sombra de Atatürk. Quizá puede verse en el
trasfondo la discusión entre la religiosidad y el laicismo en la Turquía
tradicional como de manera más directa sucede en Nieve (Alfaguara, 2006). El
peso de las tradiciones es punto nodal de El museo de la inocencia,
manifestado claramente en los grandes preparativos para la fiesta de compromiso
con todos los detalles que ocupan el tiempo de las familias durante varios
meses; se trata de un evento previo a las bodas que convoca a la sociedad de
igual estatus y a la que incluso asiste el mismísimo Orhan Pamuk con sus padres
y su hermano. Lo que explica que más adelante el personaje le pida que escriba
la historia que estamos leyendo. A la fiesta de petición de mano acude la alta
sociedad de Estambul y es un evento tan importante que es el capítulo más largo
con casi cincuenta páginas; el proceso de occidentalización de Turquía no puede
frenar de tajo una costumbre tan arraigada entre los pueblos originarios de esa
parte del mundo. La fiesta no deja de permitir encontrar algún paralelo con la
de El
gatopardo, no de Lampedusa sino de Visconti, cuando el príncipe
Tancredo decide desposar a la bella Angélica, burguesa y por lo tanto de menor
estatus. Algo que más de un siglo después Kemal no se atreve a hacer y parece
dispuesto a aceptar vivir la tensión entre un matrimonio sin amor y un amor sin
matrimonio.
La relación de Pamuk con el cine
se va a expresar en varios pasajes de la novela. Interés que le ha llevado a
participar en diferentes proyectos cinematográficos, como al realizar el guión
de La
cara secreta (1991) de Omer Kavur, basado en un pasaje de El
libro negro, y otros apoyos a filmes turcos. Y en El museo de la inocencia
está la pretensión de Füsum de convertirse en actriz, algo que no está bien
visto por la sociedad para una señorita turca en el último cuarto del siglo XX.
Es, sin embargo, un buen pretexto para recorrer los cines de Estambul en esa
suerte de ménage à trois que se ha establecido con Feridum, para quien el cine
es todo en la vida, convertido en el esposo de la mujer deseada.
Kemal, después de haber perdido
de vista por varios meses al objeto de su deseo, al reencontrarlo trescientos
treinta y nueve días después, le sucede algo similar al James Stewart del filme
Vértigo
de Hitchcock (1958), quien luego de la muerte de Charlotte reencuentra a Kim
Novak, sólo que ya no es rubia y elegante, sino una dependienta (como Füsum) y
al estar seguro que de nuevo la perderá, piensa: “De todas formas, no habría
soportado más verla morena”.
Los tres grandes momentos de la
novela son para Kemal el Paraíso, el Limbo y el Infierno. Si el amor al que
está dedicado el primer tiempo le permite encontrar la felicidad a través de
los frecuentes e intensos encuentros sexuales, la pérdida le hace suponer que
será algo pasajero; mantiene la esperanza de volverla a recuperar pero cae
directamente en el infierno, aderezado por los celos y gran parte del relato
transcurre en esa búsqueda por casi un año. Son más páginas las dedicadas al
desamor que al amor, algo poco frecuente en la literatura del romanticismo
donde, por lo general la infelicidad llega hasta el final. Hasta dónde es
sincero Kemal cuando al encontrarla rectifica su pensamiento “La felicidad
consiste en estar cerca de la persona amada”, para agregar complaciente: “No
hace falta poseerla de inmediato” (p. 318).
Es así que él decide visitar
todas las noches durante ocho años la casa de los padres de Füsum, donde vive
con su marido con la intención de recuperarla. Kemal se ha dejado llevar de la
humillación a la indolencia por la promesa del amor imposible, viendo siempre
los mismos programas de televisión y paseando por los mismos cafés y cines de
la ciudad para ver montones de malas películas. Y todo por una forma de amar
insostenible. El hecho es que para resarcirse del mal de amores que padece va
construyendo ese museo imaginario que se va convirtiendo en realidad por “…el
poder de los objetos, tanto como los recuerdos que acumulan, está sometido a
los caprichos de nuestra imaginación y nuestra capacidad de recordar” (p. 398).
El museo es lo que le permite
sobrevivir y en todo caso salvaguardar los momentos de felicidad que todos
queremos conservar porque es imposible recuperarlos. Algo imposible como lo
expresó muy bien Theodoro Angelopoulos en su filme La eternidad y un día
(1998); cuando el amor se ha ido es imposible volver al instante más feliz. La
vida está más cerca de la terrible melancolía que irradia de la novela con la
lluvia persistente que marca varios de sus pasajes. Pamuk puede asociar el
clima con los estados de ánimo, como lo hizo en Nieve, donde las continuas
nevadas son parte de la indagatoria que sigue el periodista porque se vive como
metáfora la dificultad de caminar sobre de ella al igual que en el filme Distant
de Bilge Ceylan (2002), en una ciudad, Estambul, que puede ser acogedora pero
también rechazante.
Por más atractivo que pueda ser
realizar un museo personal donde estén todos los objetos que recuerden los
momentos más felices por su vínculo con la mujer amada, la felicidad es
imposible aunque lo niegue el personaje de El museo de la inocencia.
Y, por cierto, una diferencia
entre México y Turquía es que pudo darse una historia semejante, pero aquí no
tendremos el museo real que con todos los objetos mencionados en su novela abrió
sus puertas en Estambul para que los
lectores puedan comprobar que la ficción tiene mucho de verdad.
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