En 1853, Hormuzd Rassam, en sus trabajos para la misión arqueológica inglesa, descubrió el palacio de Asurbanipal, en cuyo interior se encontró una impresionante biblioteca compuesta por más de 25.000 tablillas cuneiformes que contenían la mayor parte del acervo cultural mesopotámico. Entre estos tesoros artísticos se hallaron el Poema de la Creación y la Epopeya de Gilgamesh.
A raíz de tal descubrimiento, se realizaron importantes progresos de cara a resolver las claves de la escritura cuneiforme, lo que años después permitió a George Smith ordenar y traducir todo el material que en su conjunto constituía el Poema de Gilgamesh.
Este poema no constituyó en sus orígenes una unidad argumental, sino que se compuso mediante la yuxtaposición de diversos textos sumerios en torno a dos ciclos épicos diferentes: uno de ellos de naturaleza fantástica y con Enkidu como héroe de la narración; el otro, creado a partir de hechos de carácter realista, tendría por protagonista a Gilgamesh, quinto soberano de la I Dinastía postdiluviana en la ciudad de Uruk - en las proximidades del Golfo Pérsico - alrededor del 2650 a. C.
Los ciclos poéticos tanto de Enkidu como de Gilgamesh, en un principio pertenecientes a la tradición oral popular, fueron recogidos por los paleobabilónicos, quienes pudieron traducirlos del sumerio al acadio ya en el segundo milenio - 2100 a. C. - 1800 a. C. Aprox. -. El poema fue reelaborándose a medida que avanzaron los siglos hasta adquirir su forma definitiva ya en manos de los asirios, considerándose la fecha tope de esta última etapa el 650 a. C.
Esta continua evolución y reelaboración surgida en un primer momento de la tradición oral, aunada a la preferencia por el anonimato de la antigua literatura mesopotámica, imposibilita la tarea de hallar un autor individual, siendo éste en primer lugar el colectivo social y, en segundo, un gran número de escribas y poetas que participaron a lo largo de casi dos milenios en su elaboración hasta que el poema alcanzó su forma definitiva.
A lo largo de este amplio periodo cronológico, la obra se expandió por diferentes territorios gozando por lo común de gran consideración. Su influencia en los textos bíblicos resultará innegable, mientras que su trascendencia en la literatura helena se vio restringida con motivo del desconocimiento de los caracteres cuneiformes entre los autores grecolatinos. Posteriormente, los textos quedaron olvidados y enterrados hasta su redescubrimiento a lo largo de los siglos XIX y XX.
El poema consta de doce tablillas y en ellas se van a narrar las aventuras de Gilgamesh, déspota de Uruk, representante del hombre civilizado, quien, en uno de los primeros pasajes significativos, va a enfrentarse a Enkidu, encarnación del hombre salvaje. Tras el proceso civilizador que éste va a experimentar al quedar enamorado de una hieródula, y después de haberse enfrentado a Gilgamesh, quien le derrota - victoria de la civilización frente a la naturaleza salvaje -, los dos héroes se dirigen al Bosque de los Cedros, donde han de batirse con el gigante Khumbaba. Una vez cumplida su tarea, se encontrarán con la diosa Ishtar - Venus en la mitología latina -, quien enamorada de Gilgamesh y siendo despechada por el héroe, decide vengarse pidiendo ayuda a Anu, su padre, que creará el Toro Celeste con el fin de acabar con los protagonistas. Sin embargo Enkidu va a vencer al Toro y, a continuación, colérico, cometerá una terrible ofensa contra la diosa. La afrenta del ser humano contra una divinidad provoca la ira de los dioses, quienes no decidiéndose a acabar con Gilgamesh, pues en sus dos terceras partes es de naturaleza divina, deciden hacerlo con Enkidu.
Hasta aquí los siete primeros cantos. A partir de este momento, Gilgamesh, aterrado por el descubrimiento de la muerte, emprende una atormentada huída en busca de la inmortalidad. El poema pasa a convertirse en la expresión de un grito de ansiedad y terror de marcado carácter existencialista. En su necesidad de encontrar la Vida, recorrerá tierras, atravesará montañas nunca antes alcanzadas por hombre alguno, va a surcar el mar en la barca de Urshanabi, sin embargo, nadie puede señalarle dónde se encuentra Enkidu ni cómo puede evitar él mismo el destino que ha sufrido su compañero. A continuación buscará a Utnapishtim, único superviviente del Diluvio Universal, a quien le fue concedida la inmortalidad por los dioses a fin de perpetuar la especia humana; éste, para comprobar si Gilgamesh es capaz de alcanzar la inmortalidad, le somete a una prueba consistente en aguantar siete noches sin dormir. Gilgamesh, agotado, cae dormido a las pocas horas. Derrotado, acaba por retornar a su hogar. Sin embargo, a instancias de la esposa de Utnapishtim, averigua que bajo las aguas de un río existe una planta milagrosa que concede la eterna juventud a quien la posee. Gilgamesh logra alcanzarla, pero, para su desgracia, una serpiente se la roba y el héroe regresa de nuevo a Uruk. La duodécima tablilla consiste en una versión acadia que copia un episodio sumerio y fue añadida al poema con el fin de darle un final menos brusco. Esta tablilla añade nuevos elementos y acaba señalando cómo Nergal, dios de los infiernos, permite a Enkidu salir por un agujero abierto en la tierra y encontrarse con Gilgamesh, quien va a quedar abatido cuando Enkidu le relata la terrible condición del ser humano, "Mi cuerpo, que tu corazón se complacía en tocar, jamás volverá ante ti, los gusanos lo devoran como a un viejo vestido. Mi cuerpo, que tu corazón se complacía en tocar […] está lleno de polvo, como las grietas del suelo".
El texto puede ser interpretado en función de diversos enfoques. Al igual que ocurre con todos los escritos fundacionales, el simbolismo del texto va a ser múltiple y remite a un deseo de ordenar la realidad. En este tipo de obras vamos a encontrar características propias del grupo social que ha originado el texto en cuestión así como antropológicos culturales que van a ser apreciables, en nuestro caso particular, en el pasaje que relata el tema del diluvio. Pese a que no va a ser este último el enfoque de nuestro trabajo, pues se va a ceñir a comentar el espíritu trágico del héroe en diversos textos de la antigüedad - lo que nos obliga a centrarnos en las tablillas que describen la angustiosa búsqueda existencial de Gilgamesh -, comentaremos a continuación y de manera somera el origen de este tema, siendo de especial interés para nosotros por la importancia que toma en el texto bíblico.
En 1872, George Smith, a quien aludíamos anteriormente por su labor en la reconstrucción del Poema de Gilgamesh, logró descifrar unas tablillas procedentes de Nínive en las que se relataba una terrible inundación que había arrasado a toda la humanidad con excepción de unos pocos seres - la familia de Utnapishtim y la «simiente de las cosas vivas de la Tierra» (Lara Peinado, 2005: XCIV) -, quienes habían logrado sobrevivir en una especie de barco gracias a la voluntad divina. Posteriormente, en el año 1929, C. L. Woolley, excavando en las tierras de Ur, cuna de Abraham, observó profundas capas de arcilla virgen que evidenciaban la terrible inundación que habría arrasado a mediados del cuarto milenio a. de C. un área de unos 600 - 700 kilómetros de longitud y 150 de anchura a lo largo del curso bajo del Eúfrates erradicando todo vestigio anterior de vida.
Sucesivos descubrimientos de fenómenos similares detectaron numerosas inundaciones a lo largo de diferentes épocas en todo el territorio mesopotámico. La noticia de estos estragos pronto debió expandirse por múltiples ámbitos a la vez que otras informaciones concernientes a catástrofes ocurridas en diferentes tierras, originando consecuentemente el nacimiento de un mito universal recreado por un gran número de culturas que lo supieron adecuar a sus respectivas creencias religiosas y convenciones culturales. De este modo, el conjunto de estas historias se asoció a una única idea base originando diferentes versiones de un tema común. Así, por ejemplo, podemos observar cómo los supervivientes del Diluvio se refugiarán ya en cuevas o árboles, ya en montes o barcas, en función de la geografía del territorio en cuestión.
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En la primera tablilla, tras la descripción de la ciudad de Uruk, se nos presenta a Gilgamesh, figurado como un ser divino en dos de sus tercios y humano en el restante. Su actuación como rey dejaba mucho que desear, pues se comportaba en ocasiones como un verdadero déspota, por lo cual sus súbditos se quejan ante Anu, el padre de los dioses. Estos lamentos son recibidos por dicho dios, quien se dirige a la diosa Aruru, la creadora de Gilgamesh, instándola a formar un doble del rey para que le hiciera frente, metiéndole en cintura, y así alejarle de su gobierno tiránico. Haciéndole caso, Aruru, a partir de la arcilla, que amasa y moldea en la estepa, crea un ser salvaje, Enkidu, igual en fuerza a Gilgamesh, y único capaz de poner coto a las provocaciones del rey de Uruk. Este hombre salvaje, bueno por naturaleza -y estaríamos ante un prototipo del Emile de Rousseau- protegía a los animales de todo tipo de cazadores. Un incidente con uno de los cazadores será el que motive que Gilgamesh tenga noticia de aquel ser extraordinario. A fin de hacerle venir a Uruk para conocerle, a Enkidu se le enviará una hermosa hieródula, Shamkhat, de la cual se prendaría Enkidu. Tal hieródula le habló a Enkidu de Gilgamesh, y también de la existencia de ciudades, de gentes, en suma, de lo que significaba la civilización. Enkidu, tomando conciencia de su natural humano tras haber convivido con la hierdódula, y sintiéndose desplazado del ambiente animalesco en el que hasta entonces había vivido, marcha con ella a conocer a Gilgamesh.
La segunda tablilla narra la adaptación de Enkidu a la civilización gracias a Shamkhat; el encuentro de ambos héroes y la subsiguiente lucha entre ambos -¿Enkidu aspiraría, quizá, a sustituir a Gilgamesh como rey?-, lucha descrita con las dimensiones casi de un cataclismo y que al parecer finaliza con la victoria de Enkidu. El feroz combate dará paso a una inquebrantable amistad -con ribetes de homosexualidad-, amistad capaz de superar cualquier contingencia. Incluso Gilgamesh ruega a su madre divina, Ninsun, a que acoja a Enkidu como hijo.
La tercera tablilla recoge los pesares de Enkidu quien, aun cuando era ya una persona civilizada, añoraba el anterior estado primitivo en el que había sido tan feliz. Sin embargo, Gilgamesh le habla de importantes proyectos, entre ellos, ir a combatir al gigante Humbaba, terrible ser -ya conocido por Enkidu cuando éste andaba errante por la estepa con los animales-, ser que vomitaba fuego y que vigilaba el frondoso Bosque de los Cedros, morada exclusiva de los dioses.
La siguiente tablilla, la cuarta, narra la serie de sueños que, previamente a las hazañas realizadas en el fantástico Bosque, tuvo Enkidu, sueños que le fueron interpretados de modo favorable por Gilgamesh. Tras invocar al dios Shamash, pidiéndole protección, ambos amigos se disponen a ir al encuentro del terrible gigante, recubierto siempre de flamígeras capas.
La quinta tablilla cuenta las peripecias del viaje y la lucha feroz contra Humbaba, su guardián -lucha descrita de modo dantesco-, a quien da muerte Enkidu. El propio Bosque, personificado y enterado de la desaparición de su guardián, comienza a exhalar lúgubres lamentos al tiempo que la muerte como espesa niebla caía sobre ellos. Los dos amigos comienzan a talar los cedros. Uno de los árboles, el más alto, será destinado por parte de Enkidu para confeccionar una puerta para el templo de Enlil en Nippur. Gilgamesh por su parte, coge la cabeza del decapitado Humbaba.
En la tablilla siguiente, la sexta, Gilgamesh procede a bañarse y a vestirse con sus atavíos reales. Esta acción es observada por la diosa Ishtar, la cual queda atraída por la prestancia del rey de Uruk, a quien le propone su amor, señalándole las ventajas que de su unión recibiría Gilgamesh. Sin embargo, éste, sin dejarse impresionar por las seductoras promesas, puesto que conocía la trayectoria amatoria de la diosa del amor, la rehúsa, enumerando la serie de amantes que había tenido con anterioridad -se reseñan un dios, tres animales y dos hombres- a los cuales les había causado males sin cuento, convirtiéndolos en todo lo contrario a lo que habían sido. Encolerizada por esta insolencia y desprecio, Ishtar acude ante Anu, su padre, y le pide venganza. Exige para ello la creación de un Toro Celeste que diera muerte a Gilgamesh y a su amigo Enkidu. Enviado el Toro Celeste a la tierra, la terrible fiera da muerte a centenares de hombres de Uruk. Sin embargo, entre Enkidu y Gilgamesh, despachan a la fiera, dándole muerte. Ishtar, que ha visto este hecho, maldice a Gilgamesh, pero Enkidu, en un alarde más de terrible osadía, lanza incluso una porción de la carne del Toro, ya descuartizado, al rostro de la diosa, al tiempo que la insulta.
La séptima tablilla comienza con el terrible sueño que, ya en la misma noche de los hechos, tuvo Enkidu, sueño que mostraba la realidad sacrílega de lo sucedido. Anu, conocedor de aquella acción, había decretado la muerte de ambos héroes, pero dado que Gilgamesh tenía un alto componente de divinidad en su persona -dos tercios-, sólo Enkidu, un simple humano, debía morir. En consecuencia, a Enkidu se le envía una enfermedad que debe sobrellevar penosamente durante doce días, lamentándose de haber conocido a la mujer que lo había llevado junto a Gilgamesh y que le había puesto en contacto con la civilización. La tablilla finaliza con otro sueño de Enkidu, que se encuentra entrando ya en los Infiernos, en la mansión de Irkalla, a donde de había sido llevado por un gran pájaro.
La octava tablilla se dedica al lamento de Gilgamesh, que ha presenciado, impotente, la muerte de su amigo Enkidu. Ante sus cortesanos explica qué había significado para él tal amigo. En su memoria construye una estatua funeraria y ofrece libaciones a los dioses. Hay que reseñar que la versión hitita no esconde para nada las relaciones homosexuales de Gilgamesh con Enkidu. En la tablilla III hitita, tras la muerte de Enkidu, se dice que Gilgamesh, fuertemente dolorido, anduvo errante y que se dirigió a la montaña, mientras gritaba continuamente: “Cuando se mata a un hombre, la mujer se precipita fuera de la casa”. Gilgamesh, en efecto, hacía lo mismo, al tiempo que iba matando distintos tipos de fieras.
La novena tablilla, continuación directa de la anterior, prosigue con el lamento de Gilgamesh ante el cadáver de Enkidu, preguntándose qué significado tenía la muerte, experiencia hasta entonces nunca conocida por él. Lleno de temor, y por instinto de conservación, intenta averiguar cómo podría esquivarla y conseguir así la inmortalidad, la Vida eterna, en suma, la Vida de los dioses. Para ello emprende un largo peregrinaje, abandonando su ciudad y trasladándose al mundo de la naturaleza, rechazando así la cultura y la civilización. Yerra por la estepa vestido de pieles, intentando conectar con un antepasado suyo, Utanapishtim, pues sabía -y así se infiere del relato- que vivía en un remotísimo país inaccesible, lugar en donde lo habían situado los dioses, al concederle la Vida eterna, después de salvarle de un devastador Diluvio. Era preciso arrancarle el secreto de cómo había logrado disfrutar de aquel tipo de Vida, sin dejarse amilanar por las penalidades de un largo viaje, en medio de un ambiente totalmente desconocido. Sus pasos le llevan a la mítica montaña Mashu o Doble Montaña, lugar por donde salía y se ponía el sol. Sus guardianes, los hombres-escorpiones (aqrabu-amelu, también conocidos como girtablilu) le advierten que ningún mortal había atravesado aquellos parajes, pero reconocido divino en sus dos tercios, los misteriosos seres le permiten atravesar la montaña y recorrer el largo y tenebroso subterráneo por el que se escondía el Sol, y cuyo camino final desembocaba en un Paraíso, repleto de árboles con frutos de brillantes piedras preciosas -era el jardín de Shamash- y cuya descripción no conocemos en su totalidad por estar rota la tablilla en este punto.
La décima tablilla presenta a Gilgamesh en un punto inconcreto, a orillas de las Aguas de la Muerte, entendidas como un vasto e impenetrable Océano. El héroe se halla junto a la mansión de una camarera divina, de nombre Siduri, la cual recela de Gilgamesh a la vista de cómo iba vestido. Tras contarle Gilgamesh sus peripecias y el motivo de su viaje, así como pedirle información sobre cómo hallar el camino que conducía al País de la Inmortaliadd, la camarera le aconseja que desista de aquel empeño y que aprovechase los días de vida terrena y apurase los placeres que ésta le ofrecía, dejando a un lado sus preocupaciones.
A la temática del Diluvio Universal, se dedica la totalidad de la tablilla undécima, así como a una una serie de pruebas a que le somete Utanapishtim a Gilgamesh para demostrarle que no podía alcanzar la Vida Eterna. No obstante, a instancias de la esposa de Utanapishtim -que también se había salvado del Diluvio- el Noé mesopotámico revela a Gilgamesh la existencia de una planta milagrosa, que proporcionaba la eterna juventud -no la inmortalidad- y que se hallaba en el fondo del mar. Gilgamesh, deseoso de hacerse con aquel gran regalo, (la planta era conocida como shibu issakhir amelu, “El anciano se rejuvenece”), logra obtenerla, pero en un rasgo de generosidad en vez de comérsela él sólo, la guarda para hacer partícipe de las virtudes de la misma, tiempo después, a los ancianos de Uruk. Sin embargo, durante el regreso a su ciudad, y mientras hace un alto en el camino para bañarse y refrescarse, una Serpiente se apodera de la planta, dejando su piel tras de sí. Gilgamesh se pone a llorar y ahora es cuando comprende el significado de su realidad: la inmortalidad o la segunda juventud no era para él, no era para ningún humano. Entristecido, prosigue su viaje con Urshanabi y el Poema finaliza cuando Gilgamesh le enseña orgulloso a Urshanabi las murallas de Uruk, su ciudad.
Enlace para leer La epopeya de Gilgamesh:
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