viernes, 21 de diciembre de 2012

Sándor Márai: "El último encuentro"


Sándor Márai – El último encuentro (1942) (En español: 1999)


TEMAS:
1. La proximidad de la muerte: La vejez del presente y la mañana de la cacería en el pasado.
2. Encontrar la verdad: La traición del pasado y la negación del presente. Se busca olvidar.
3. La amistad: Su construcción en el pasado, la traición y el olvido de ésta para lograr la reconciliación interior.
4. El marco temporal del Imperio Austro-Húngaro

LOS GRANDES TEMAS
En este monólogo se reflexiona con profundidad sobre la vida y se desmenuzan valores como la amistad, el honor, la fidelidad. También se cuestionan la pasión y la soledad.

LA AMISTAD
Aquí se centra la historia, ¿qué es la amistad, qué implica, qué significa? ¿Fueron amigos, son amigos? Y las respuestas van variando conforme el general analiza lo vivido por él y Konrád. Para comenzar, la primera definición que él tuvo de niño se la dio su padre, militar como él:
“Para mi padre la palabra “amistad” era un sinónimo de honor”. (pág. 97)
Luego señala un elemento importante que rara vez se menciona: en la amistad hay atracción, entendida no como atracción sexual, si no como cierto deslumbramiento. El amigo lo elegimos porque “nos gusta”, detectamos una especie de imán que nos hace acercarnos y luego quedarnos con él:
“¿Qué se esconde detrás de la amistad? ¿Simpatía? Se trata de una palabra hueca, poco consistente, cuyo contenido no puede ser suficiente para que dos personas se mantengan unidas, incluso en las situaciones más adversas, ayudándose y apoyándose de por vida…¿por pura simpatía? ¿O se trata quizás de otra cosa?… ¿Habrá tal vez cierto erotismo en el fondo de cada relación humana?” (pág. 98).
Cuando el general intenta profundizar en aquello que implicaría la amistad, es cuando la reflexión se convierte en una propuesta osada, sin prejuicios ni limitaciones, en una relación amplia y generosa, y sobre todo libre de ataduras:
“Al igual que el enamorado, el amigo no espera ninguna recompensa por sus sentimientos. No espera ningún galardón, no idealiza a la persona, que ha escogido como amiga, ya que conoce sus defectos y la acepta así con todas sus consecuencias… ¿Qué valor tiene una amistad si sólo amamos en la otra persona sus virtudes, su fidelidad, su firmeza? ¿Qué valor tiene cualquier amor que busca una recompensa? ¿No sería obligatorio aceptar al amigo desleal de la misma manera que aceptamos al abnegado y fiel?… Y si uno entrega a alguien toda la confianza de su juventud, toda la disposición al sacrificio de su edad madura y finalmente le regala lo máximo que un ser humano puede dar a otro, si le regala toda su confianza ciega, sin condiciones, su confianza apasionada, y después se da cuenta de que el otro le es infiel y se comporta como un canalla, ¿tiene derecho a enfadarse, a exigir venganza? Y si se enfada y pide venganza, ¿ha sido un amigo él mismo, el engañado y abandonado?” (pág. 99).
Aceptarlo todo por amor al amigo, sería lo ideal, pero el hombre no es un ser ideal, es limitado e imperfecto, por lo tanto la amistad, que es una relación humana, es imperfecta. Y el hombre no puede dejar de establecer límites, los necesita como una defensa, para no sufrir. Llegado a este punto, el general concluye:
“Porque si tú y yo no hubiéramos sido amigos, no habrías levantado el arma contra mí aquella mañana, en el bosque, durante la cacería. Y si no hubiéramos sido amigos, yo no habría ido a tu casa al día siguiente, a aquella casa a la que nunca me habías invitado, donde guardabas tu secreto, un secreto malvado e incomprensible que envenenó nuestra amistad. Si no hubieras sido amigo mío, no habrías huido al día siguiente de esta ciudad, de mí, de la escena del crimen, como un asesino, como un delincuente, sino que te habrías quedado aquí, engañándome y traicionándome, y quizás todo esto me habría causado dolor, y herido mi vanidad y orgullo, pero no hubiera sido tan terrible como lo que hiciste por ser mi amigo. Si tú y yo no hubiéramos sido amigos, tú no habrías regresado cuarenta y un años después… Tú has matado algo en mí, has destruido mi vida, y yo sigo siendo amigo tuyo. Y yo ahora, esta noche, estoy matando algo en ti, y luego dejaré que te vayas a Londres, al trópico o al infierno, y seguirás siendo amigo mío”. (pág. 125).

LA FIDELIDAD
La misma pregunta que se plantea el general respecto a los límites en la amistad, la replantea respecto a la fidelidad:
“¿Qué significa la fidelidad, qué esperamos de la persona a quien amamos?… ¿Exigir fidelidad no sería acaso un grado extremo de la egolatría, del egoísmo y de la vanidad, como la mayoría de las cosas y de los deseos de los seres humanos. Cuando exigimos a alguien fidelidad, ¿es acaso nuestro propósito que la otra persona sea feliz? Y si la otra persona no es feliz en la sutil esclavitud de la fidelidad, ¿amamos a la persona a quien se la exigimos? Y si no amamos a esa persona y no la hacemos feliz, ¿tenemos derecho a exigirle fidelidad y sacrificio?” (pág. 166).
Una pregunta que queda flotando en el aire, sin respuesta. El hombre no suele ser tan amplio y siempre se cuelan los prejuicios. Pero la idea es interesante, es una pregunta sincera de un hombre que está atrapado entre sus afectos, su orgullo y el deseo de que la persona amada encuentre lo que busca.

EL HONOR
El general fue formado por un padre militar para quien el honor lo era todo, esa fue su herencia. Y por eso el general encarna el honor en la novela. Los códigos hay que respetarlos, al precio que sea, y eso lo convierte en un hombre contenido. La ley moral manda sobre el sentimiento.
Konrád es el otro extremo: el sentimiento es ciego, la pasión se desborda y arrasa con los códigos. Por eso huye.
Y al final, será por honor, maldito honor, que el general no vuelve a hablar con Kristina. Ella lo hirió en su amor propio:
“Volví a casa, esperé hasta la noche, luego me fui a la casa del bosque, y estuve esperando una señal, una palabra, un mensaje, durante ocho años. Pero Kristina no vino… Así soy yo por naturaleza, así me educaron, así ocurrió todo. Si Kristina me hubiese mandado un mensaje, cualquier mensaje, su hubiera cumplido su voluntad”. (pág. 168).

LA PASION
La pasión es una bomba que revienta en las manos de los tres personajes. Y ellos, heridos, dan manotazos de ahogados: Konrád planea matar al general, a su amigo, para sentirse libre y amar a Kristina. En vez de matarlo, huye:
“Porque la pasión no conoce el lenguaje de la razón, ni sus argumentos. Para una pasión, es completamente indiferente lo que reciba de la otra persona….” (pág. 119).
Así como el general personifica el honor, Konrád personifica la pasión. El apasionado es un ser contradictorio: ama y odia al mismo tiempo. El apasionado no se resigna con una parte, quiere más y más, siempre busca y arriesga porque es impulsivo. Por eso vive la amistad de una manera intensa y compleja: es tan fuerte el sentimiento que oscila entre los extremos: atracción y rechazo al mismo tiempo. Quiere ser como el amigo, quiere tener lo que el otro tiene, pero no por eso deja de amarlo. Amor y dolor se mezclan y confunden.
Por eso es interesante la autocrítica que se permite el general al final del monólogo: ¿cómo no anticipé el fin? Cegado por su buena estrella, dichoso con su suerte, no fue receptivo a las señales a su alrededor: no se dio cuenta que muchas cosas suyas perturbaban a su amigo, o lo ofendían en su pobreza. Tampoco pudo leer las señales que Kristina dejaba en su diario. No intuyó el peligro y no pensó que dos seres apasionados, podrían desbordarse.

LA SOLEDAD
Los tres personajes terminan solos como terminaron los padres del general. Quizás la única persona que escapa de la soledad es Nini. O no se da cuenta de su soledad, porque no le pesa, no la sufre.
En realidad, estuvieron solos desde siempre. La no-soledad, que es la ilusión del amor en pareja, en esta novela no existe. El general estaba encerrado en una actitud auto contemplativa, indiferente al mundo que lo rodeaba. Konrád estuvo solo desde joven. La lucha de sus padres por darle un mejor nivel de vida, los alejó de su hijo. Kristina, en la escena del sanatorio en donde estuvo recluida su madre, se perfila como una joven solitaria. Luego se valdrá de un diario para comunicarse con su marido, objeto que refleja una dificultad de comunicación entre ellos. Luego Konrád la deja sola cuando huye, su marido no le habla ni la busca, la ignora, y finalmente ella muere de abandono y soledad.

EL AMOR
Las conclusiones del general son contundentes: el amor debe darse entre iguales. Sólo así será posible la comunicación plena, la complicidad de la pareja:
“El secreto y el regalo mayores de la vida es cuando se encuentran dos personas “semejantes”. Esto ocurre raras veces, como si la naturaleza impidiese tal armonía mediante todas sus fuerzas y tretas, quizás porque para la creación del mundo y la renovación del mundo es necesaria la tensión que se forma entre las personas que no cesan de buscarse, pero que tienen intenciones contrarias y distintos ritmos vitales.” (pág. 154).
Heinrik se enamoró de una mujer apasionada, amante de la música. Y la historia se repitió, como la de su madre y su padre: ellas en una orilla y ellos en la otra, no pudieron encontrarse ni amarse aunque lo deseaban. Por eso el general llega a la conclusión que señala en la cita anterior. Pero ésta no puede ser aplicable de manera arbitraria al resto del mundo. Su raciocinio es el siguiente: si en mi caso y el de mis padres, las parejas no funcionaron por las diferencias, deduzco que si uno encuentra a una persona igual, será feliz. El dolor lo lleva a él esta conclusión.

KRIZTINA
El personaje de Kristina, a pesar de ser la gran ausente, está presente en cada línea, en cada palabra, con la fuerza que debió tener en vida. Es un personaje atractivo, arrollador, contradictorio:
“…era tan indefinible, tan inclasificable… como si ninguna raza, ni ninguna clase la pudiera contener del todo, como si la naturaleza hubiese tratado por una vez de crear algo único, un ser independiente y libre, alguien que no tiene nada que ver ni con clases ni con orígenes. Era como las fieras salvajes… (pág. 155).
Solamente una mujer muy vital y con gran poder de seducción, puede haber sido la causante de una pasión ciega que arrasó con todos.

DIANOIA - IDEAS:
1. El reconocimiento de la trayectoria vital en la vejez: ¿Qué hice con mi vida? ¿Cuál fue el sentido de ésta? ¿Qué dejo incompleto?
En la vejez surgen con fuerza necesidades “intangibles” o espirituales que, sin ser necesariamente religiosas, tienen que ver con el sentido de la vida: la necesidad de sentido, identidad, orden, verdad, libertad y arraigo; necesidad de oración, de soledad y silencio; de cumplimiento del deber, y de gratitud. Como en todas las cosas humanas, éstas aparecen en conflicto entre sí. El lector deberá intentar descubrir qué necesidades espirituales o “intangibles” mueven al protagonista, y cómo el conflicto entre ellas le da forma a la novela.
Hay oposiciones que nos definen, y las obras literarias son un lugar privilegiado para encontrarlas. La literatura expresa las constantes principales de conflicto propias de la condición del hombre. Estas constantes son cinco: el enfrentamiento entre hombres y mujeres; entre la senectud y la juventud; entre la sociedad y el individuo; entre los vivos y los muertos; entre los hombres y Dios (o los dioses).

SEGUIMIENTO DEL ARGUMENTO:
1. El reencuentro
2. El pasado: el relato
3. La mañana de cacería
4. El secreto
5. La traición del amigo y la infidelidad de la esposa
6. La huída del amigo y el abandono a la esposa
7. La separación: La reconciliación consigo mismo.
Es un acierto el uso de la primera persona a través de un narrador omnisciente. Por dos motivos:
1.-La elección del monólogo crea una tensión dramática ascendente: el lector espera después de cada párrafo la interrupción del amigo, Konrád, quien escucha en silencio las acusaciones del general; pero esta interrupción no se articula.
2.-Siendo el general un hombre viejo, su discurso tiene el ritmo reiterativo y paciente de una persona que se encuentra al final de la vida. El protagonista es un hombre mayor que se expresa sin prisa, sin exabruptos, sin dramatismo, sin rezagos de pudor.

LOS ESCENARIOS
Debido al cuidado con que el autor dibuja sus escenarios, creo que es interesante comenzar el análisis desde afuera hacia adentro. Es importante señalar como los elementos exteriores son presentados con esmero porque cumplen una función: son los espejos en donde se reflejan los seres que los habitan:

LA MANSIÓN Y LA CASA DEL BOSQUE
Los padres del general se construyeron espacios propios para vivir. La mansión fue hecha a imagen y semejanza de la madre, trajo de Francia los tapices y el mobiliario transformando la casa en un lugar elegante, adornado con objetos bellos y música. Cuando el padre vio su casa transformada, se sintió atrapado y buscó reparar la falta construyéndose una casita en el bosque. Se refugia ahí, entre armas y trofeos de caza:
“La madre del general, la condesa, prohibió que los cazadores entraran en la mansión… Fue entonces cuando el capitán de la guardia imperial mandó construir la casa del bosque… Sólo aparecía en la mansión a las horas de las comidas…” (pág. 20)
En la habitación de la madre la estufa adquiere protagonismo, es un símbolo de su lucha contra el frío y la soledad. El general hereda la estufa y se protege con el calor que produce de la misma manera cómo lo hacía su madre. Siente el desamparo que ella sentía.

LA CASA DEL GENERAL
La casa sufre las transformaciones de los hombres que viven en ella. Al comienzo de la novela la casa es una prisión en donde el general se ha recluido, su habitación parece una celda. Se encierra en las habitaciones que fueron de su madre, instalado como un bebé en el útero materno:
“El general había nacido en la casa, en aquella habitación…. Hacía ya décadas, al cambiarse él a esta ala del edificio, había mandado derribar el tabique medianero y había convertido las dos habitaciones en una sola, más grande, dominada por las sombras. Había diecisiete pasos desde la puerta hasta la cama. Dieciocho desde la pared del jardín hasta el balcón. Los había contado muchas veces, y lo sabía con certeza y precisión”. (pág. 10).
Esta casa tiene vida propia, se identifica con sus habitantes y comparte sus alegrías y sus tristezas:
“La mansión lo comprendía todo… Comprendía también el silencio… Comprendía también los recuerdos… todas las casa donde vive gente tocada por la pasión con toda su fuerza, se llenan de este contenido impreciso” (pág. 27).
La casa vive también el reencuentro a su manera. Cuando el general y Konrád terminan de cenar, el anfitrión lleva a su amigo a la parte más íntima, abandonan el comedor para entrar en las habitaciones privadas. El protagonista busca el escenario para la confesión que va a hacer: alrededor del piano (el recuerdo de su madre y Kristina), junto a la estufa, (la herencia de su madre), y en donde están los tres sofás que antes ocupaban ellos dos y Kristina, (la imagen de los buenos tiempos).

LAS CASAS DE KONRAD
El mejor ejemplo de que la casa es el reflejo del alma de quien la habita, es la escena en donde el general, al contemplar por primera vez la casa de Konrád, descubre al verdadero Konrád. La casa de su amigo le rebela dos verdades: que Konrád es una persona distinta a quien él creía que era, y que Kristina circulaba en esa casa como si fuera suya también. Es ahí, observando cada detalle, cuando sospecha que su mujer tiene una relación con su amigo.
“… absolutamente todo, el jardín, las estancias, los muebles, todo era como la casa que se organiza un artista. En aquel momento comprendí que de verdad eras un artista. También comprendí lo extraño que debías de sentirte entre nosotros, entre la gente normal…. Todo esto lo comprendí allí, entre los muebles singulares de tu hogar abandonado. Y en aquel instante entró Kristina”. (pág. 106-107)
La siguiente casa de Konrád será el trópico, que es una imagen del infierno. Ese trópico es una metáfora del infierno interior en que vivió consumiéndose desde que abandonó a Kristina y al general.

LOS CONTRARIOS
En esta novela, personajes, situaciones y escenarios, se describen en oposición a su contrario, en un juego de luz y sombra, de manera que el lector percibe lo que es, frente a lo que NO es. Ejemplos de estos contrarios serían:
El general y Konrád, la juventud y la vejez, Nini y la madre del general, el campo y la ciudad: (Viena), y dentro de la ciudad: la escuela militar y la Viena social. Y finalmente la gran oposición, que es el eje de la novela: los que pertenecen al mundo de la música, y los que no pertenecen a ese mundo.
 La única que no tiene un personaje contrario que la defina, es Kristina. Ella es incomparable, la gran ausente, la mujer buena y la mujer mala al mismo tiempo, todas en una, no necesita de un espejo.

NINI Y LA MADRE DEL GENERAL

NINI:
Es la madre naturaleza que emerge como una fuerza telúrica, una mujer que se da sin límites y que se posterga ella misma para dar cabida a los otros a quienes acoge. Nini es transparente: no contamina nada con su subjetividad. Ella no cuenta, su rol es estar en donde debe estar, irradiar cuando debe irradiar. Sus dolores (la muerte de su bebé, el haber sido expulsada de su familia) no exigen un espacio para manifestarse.
Es madre sin lazos de sangre, se hace madre por un acto de voluntad, o amor:
“El general la observó con curiosidad, inclinándose hacia delante. Su vida y la de ella habían transcurrido paralelas, con el movimiento lento y ondulado de los cuerpos muy viejos. Lo sabían todo el uno del otro, más de lo que una madre puede saber de su hijo, más de lo que un marido puede saber de su mujer”. (pág. 17).

LA MADRE DEL GENERAL
Contrariamente a Nini, esta mujer vive intensamente sus angustias y eso le resta energía para entregarse a su hijo. El hecho de ser extranjera y de haberse enamorado del hombre equivocado, la marcan anímicamente. La madre del general es mujer antes que madre. Nini es madre antes que nada.
Su hijo la describe así cuando contempla su retrato:
“La joven del retrato del pintor vienés ladeaba ligeramente la cabeza, y su mirada tierna y seria se perdía en la nada, como si estuviera preguntando “¿Por qué?”… Aquella mujer siempre había sido una extraña” (pág. 25).
El contraste entre las dos maneras de atender al general de pequeño, están resumidas en esta frase:
“Durante seis días había mantenido (Nini) al niño con su aliento. La condesa (la madre) rezaba y lloraba de rodillas delante de la puerta”. (pág. 30).

KONRAD Y EL GENERAL
Los dos reciben una formación militar y rigurosa desde niños. Esta educación consigue moldear al general, lo convierte en un militar, a pesar de sus debilidades: sufría en la escuela, tenía miedo y le subía la fiebre. Pero la educación se impone. En el caso de Konrád no, nunca será un buen militar, él es artista.
El general crece con amor y arropado por las circunstancias, es una planta bien regada que luego florece. Konrád crece en una familia en donde las estrecheces dificultan el desarrollo de las relaciones, su vida será siempre una lucha:
“Henrik era muy hábil. Konrád luchaba desesperadamente por encontrar el equilibrio y la seguridad, su cuerpo carecía de la memoria de tal capacidad, de tal herencia genética. Henrik aprendía todo con facilidad, Konrád tenía dificultades, pero retenía todo lo aprendido de una manera desesperada, con codicia, como si supiera que aquello era su único tesoro en el mundo”. (pág. 41).
Conformen se hacen mayores, aumentan las diferencias entre ellos: uno vive para disfrutar, el otro tiene una experiencia interior más intensa. Uno gasta, el otro no tiene dinero para gastar.
“…el hijo del guardia imperial volvía casi siempre después de media noche; llegaba de algún baile, de alguna fiesta, y ya desde la calle veía, en la ventana de su amigo, la luz tenue, irregular y acusadora de las velas. En la señal luminosa de aquella ventana había algo de reproche…. Tenía la sensación de haber vuelto a engañar a su amigo”. (pág. 52).
“Konrád hablaba de sus lecturas y el hijo del guardia imperial de las experiencias de la vida”. (pág. 56).
“Aquellas charlas nocturnas en la casa de Hietzing se convirtieron con el tiempo en conversaciones entre maestro y discípulo… Cuando Konrád –en un tono amistoso pero superior, divertido y sin darle importancia al asunto- se burlaba del hijo del guardia imperial por todo lo que éste había experimentado en el mundo, se notaba en su voz todo ese sofoco, esa sed insaciable, ese deseo”. (pág. 58).
En el monólogo que sostiene el general, el día del último encuentro, señala las diferencias entre los dos y cómo éstas los marcaron para actuar de una u otra manera. Por eso le dice a Konrád:
“Ibas de caza pero sólo como quien se resigna a un formalismo de tipo social. Cazabas con una expresión de desprecio. Llevabas el arma de una manera descuidada, como si fuera un bastón o una caña. No conocías esa extraña pasión, la más secreta de todas las pasiones de la vida de un hombre… es la pasión por matar. Somos humanos, para nosotros es ley de vida el matar. No podemos evitarlo… Matamos para defender, matamos para conseguir, matamos para vengarnos. ¿Te ríes?… ¿Te ríes con desprecio? ¿Te has convertido en un artista y se han refinado en tu alma todos estos instintos bajos y brutales?… ¿Crees que nunca has matado a ningún ser vivo?
En este párrafo se evidencia la diferencia a nivel formal, pero no en lo esencial. El general le recuerda que no lo debe menospreciar por ser un cazador, ya que hay muchas formas de matar. Un amigo que comete adulterio con la mujer del otro, ¿no mata de manera simbólica?, ¿acaso actúa mejor que aquel que dispara a un animal? Para el general la caza es un ritual, quien caza ejerce de sacerdote que celebra y sublima así sus pasiones. Para Konrád es un acto salvaje que lo asquea.

LA MUSICA Y LOS QUE NO AMAN LA MUSICA
La música es en esta novela una línea que separa al mundo en dos. En realidad, el uso de la palabra “música” es una imagen que representa el aspecto creativo o artístico del ser humano. Cuando habla con admiración de los que aman la música, el general se refiere a aquellos espíritus que vibran con la belleza y que son capaces de elevarse por encima de lo material. En oposición a ellos están los militares: él y su padre.
La música, entendida así, separó a sus padres:
“… la mujer pretendía domesticar a las fieras con la música… El guardia imperial las ahuyentaba con cuchillos, su esposa lo observaba desde la ventana. Había algo entre ellos que no se podía reparar. No obstante, se amaban”. (pág. 24).
Cuando el general es un niño, Nini lo define en relación a esta carencia:
“-Yo seré poeta- dijo él un día, levantando la vista y ladeando la cabeza…
-¡Qué va! ¡Tú serás soldado! (aclaró Nini). (pág. 31).
La música separa a los amigos:
“Konrád tenía un refugio adonde su amigo no podía seguirle: la música. Era como si tuviera un lugar secreto, sólo para él, donde nadie en el mundo pudiera alcanzarlo. Henrik tenía callos en los oídos, le bastaba con la música cingara y los valses de Viena”. (pág. 47).
Pero la música también une a la madre del general y a su amigo Konrád, y los separa del general y de su padre:
“La madre ejecutaba la pieza con pasión: tocaban Polonesa-Fantasía de Chopin. Era como si todo se hubiera revuelto en el salón. El padre y el hijo sentían, sentados en sus sillones en aquel rincón, en su espera paciente y disciplinada, que en los dos cuerpos, en el cuerpo de Konrád y en el de la madre estaba sucediendo algo. Era como si la rebeldía de la música hubiera elevado los muebles…” (pág. 49).
Y por último, y quizás lo más doloroso para el protagonista, es que la música une a Konrád y a Kristina y los separa de él. La música será la culpable, la que aleja al general de sus grandes amores, por eso se rebela contra ella, como si fuera veneno. La única vez que el general pierde la calma es cuando se da cuenta de ello, y consigue señalar la causa de su desgracia:
“Odio la música –dice con voz más elevada y ronca: la primera vez en toda la noche que sus palabras delatan una emoción-. Odio ese lenguaje armonioso, incomprensible para mí, que ciertas personas utilizan para charlar, para decirse cosas inefables que no responden a regla alguna, ni a ninguna ley: sí, a veces pienso que todo lo que se expresa a través de la música es maleducado e inmoral”. (pág. 159).
¿Era la necesidad de saber la verdad lo que lo mantenía en pie? Poco a poco nos vamos dando cuenta de que el general –como aquel otro, en su laberinto[1]– guardaba sin saberlo, otras motivaciones más profundas.
A través del recuerdo se busca el sentido de la ruptura: Se habían conocido a los diez años en la academia militar de Viena, habían permanecido juntos durante su formación y temprana juventud. El matrimonio de Henrik con Kriztina no los había separado y habían llevado una vida placentera en un triángulo aparentemente armonioso.
Se van entrelazando en los diálogos de las tres voces principales, que se van asemejando: el narrador, Henrik, y Konrad. Los tres despliegan una similar capacidad de experiencia estética frente a la naturaleza y los objetos. Habla Konrad: “A veces, en medio de la selva, me acordaba del olor a moho del zaguán de la casa de Hietzing. En Viena, la música y todo lo que yo amaba, en sus piedras, en sus miradas y en los modales de sus gentes, todo aquello se vivía como una pasión purificada por el corazón humano. Ya sabes, como cuando las pasiones ya no duelen”.
Habla Henrik: “Estábamos solos en medio del bosque, en esa soledad nocturna de la madrugada del bosque, de las fieras, donde uno siempre se encuentra perdido, perdido en su vida y en el mundo, aunque sólo sea un instante, y se siente atraído por un lugar que podría ser su casa, un lugar salvaje y peligroso, pero que sigue siendo su única y verdadera casa: el bosque, las aguas profundas, el escenario del mundo primitivo. Siempre sentía esta sensación cuando iba de caza”.
Sin embargo, estas voces similares pertenecen a personajes muy diferentes en la vida real: Henrik, aristócrata de cuna, obligado a su deber militar, en pleno dominio de sí mismo, un burgués. Konrad, el soldado con alma de artista, el oscuro de piel, de origen humilde, apasionado y aventurero.
Este encuentro, en el que sólo participan los dos ancianos, ocurre “a la luz de los candelabros”. El ambiente refinado del salón del palacio de caza había sido preparado para que fuera idéntico hasta en los más mínimos detalles a aquel otro “último encuentro”. Cada objeto va gatillando recuerdos. La única diferencia es la ausencia de la mujer. Se encuentran aislados en una mansión en la zona de los Cárpatos, en una Europa que ha experimentado ya los horrores de la guerra. Se percibe cierta resonancia con la obra “A puerta cerrada” de J.P. Sartre (1944), donde hablan los muertos-vivos. Todo el diálogo los remite al pasado.

NECESIDADES INTANGIBLES DEL PROTAGONISTA: 
¿Es la necesidad de verdad lo que mueve al general? ¿La venganza, la reconciliación? ¿O hay alguna otra razón más profunda? Observamos que aparentemente en la persona del general aparecen entrelazadas y en conflicto las necesidades de arraigo-amistad, de identidad y de búsqueda de sentido de la vida. No hay referencia a necesidades de orden trascendente, y veremos que tampoco es la verdad su móvil principal. Casi toda la obra parece ser un intento desesperado del general Henrik de justificar su apasionada amistad con Konrad, a pesar de la traición. Sin embargo, veremos que hay otra motivación más profunda.

ARRAIGO-AMISTAD
Es evidente que para Henrik la cercanía con sus seres queridos era su fuente de seguridad. Su “paraíso perdido” había sido la relación de íntima dependencia afectiva de su institutriz Nini, que se mantiene hasta viejo. En una escena aparecen sentados al borde de un acantilado, en una imagen que sugiere una comunión total: “Ya no temía nada, ya sabía que él y Nini juntos eran más fuertes que nadie” (...). “Estuvieron largo rato sentados así al pie de la higuera. Escuchaban el mar: su rumor les era conocido. Murmuraban como murmuran los bosques de su patria. El niño y la nodriza pensaron que todo está conectado en el mundo”.
Se produce más tarde el encuentro entre los dos amigos, en la academia militar. “Konrad dormía en la cama contigua a la suya. Tenían diez años cuando se conocieron”. “Convivieron con naturalidad, desde el primer momento, como gemelos en el útero de su madre”. “Ellos supieron, desde el primer momento, que su encuentro prevalecería durante toda su vida”. “El húngaro era alto, delgado y frágil. Konrad era lento sin ser perezoso, reía poco, era callado y estaba siempre atento”. Creció la amistad entre ellos. “En la academia los muchachos dejaron pronto de hacer bromas sobre su amistad... Había algo en ella, ternura, seriedad, entrega, algo de fatalidad, y todo este resplandor desarmaba hasta a los más bromistas. La gente no desea nada con más fervor que una amistad desinteresada. La desea con fervor, aunque sin esperanza”. “Preparaban juntos la lista de sus pecados”.
Cuando de viejo, empieza a encarar a Konrad acusándolo de romper esta idílica amistad, le dice: “Había una sola y única cosa que yo no me podía explicar: que hubieses pecado contra mí. ...en medio de una confianza y de una íntima hermandad como la que une a los gemelos... Los dos cuerpos viven en simbiosis, como en el útero materno... Los dos aman y odian a la misma persona”.
Los últimos capítulos son un intento desesperado de justificar su amistad, a pesar de lo ocurrido: “Si tú y yo no hubiéramos sido amigos –le dijo Henrik– tú no habrías regresado cuarenta y un años después, como el asesino, el delincuente que vuelve al lugar del crimen. Y ahora tengo que decirte algo terrible: Tú y yo seguimos siendo amigos”. “Tú has matado algo en mí, has destruido mi vida y yo sigo siendo amigo tuyo. Y yo ahora, esta noche, estoy matando algo en ti, y luego dejaré que te marches a Londres, al trópico o al infierno, y seguirás siendo amigo mío.” (...) “Quizás en el momento en que levantaste el arma contra mí, para matarme, nuestra amistad llegaba a su cima y adquiría una intensidad no alcanzada durante los veintidós años de nuestra juventud”.
Incluso buscó dar una explicación extrema al intento de asesinato identificando el odio con el amor: “todo lo había comprendido ese día de cacería. El sentido sagrado y simbólico de matar. Matar es sensual. Es extraño, pero en húngaro, matanza y beso son parecidos y tienen la misma raíz”. Hablando de la caza... “sientes en tus manos un temblor ancestral, tan antiguo como el hombre mismo, la disposición para matar, la atracción cargada de prohibiciones, la pasión más fuerte”. “Esto mismo sentiste tú quizás por primera vez en tu vida, cuando en aquel bosque, en aquel punto de acecho, levantaste el arma y apuntaste para matarme”. Continúa Henrik hablando de esa mañana: “La realidad era que tú me odiabas, que me habías odiado durante veintidós años, con una pasión cuyo fervor caracteriza sólo las relaciones más intensas, como...sí, como el amor... ¿Por qué me odiabas?”.
Para Henrik había una sola cosa que los distanciaba: “Konrad tenía un refugio adonde su amigo no podía seguirle: la música. Era como si tuviera un lugar secreto, sólo para el, donde nadie en el mundo pudiera alcanzarlo”. Muy fugazmente, y casi al final de la obra, por fin sale de su corazón el dolor ante la distancia que sentía con sus seres amados: “Mi madre, tú y Kristine estáis en la otra orilla, donde no puedo llegar”. Apunta hacia un culpable: “Odio la música...odio ese lenguaje armonioso, incomprensible para mí, que ciertas personas utilizan para charlar, para decirse cosas inefables...”.

IDENTIDAD:
Gran parte de la novela es un repaso repetitivo de los límites entre él y su amigo. Parece que necesita afirmar una y otra vez “Quién soy yo, quién eres tú, y qué distancia hay entre los dos”. Atribuye a Konrad toda pasión oscura, desbordante y tormentosa. “Tú eras el pariente de Chopin, el misterioso, el orgulloso. Pero en el fondo de tu alma habitaban una emoción convulsa, un deseo constante, el deseo de ser diferente de lo que eras. Es la mayor tragedia con que el destino puede castigar a una persona. Tenemos que conformarnos con lo que somos... pero tú no has podido soportarlo”. Uno tras otro van cayendo los juicios negativos sobre el amigo, sin apenas atisbar su responsabilidad en la ruptura. Vemos una constante proyección sobre Konrad de todo aquello que no quiere reconocer dentro de sí. Al mismo tiempo, busca poseerlo desesperadamente.

LA VERDAD:
No parece ser ésta la necesidad más relevante. Tuvo oportunidad de saber la verdad. Había guardado durante esos cuarenta años el diario de vida de su esposa. Una vez frente al amigo, prefirió lanzarlo al fuego y quedarse con su propia versión. Nadie que quiere saber la verdad espera cuarenta años. Más bien al contrario, ¿no habría más bien un intento novelesco –apasionado– de crear una tremenda tensión? “Las personas que entregan su alma y su destino a la soledad no tienen fe. Sólo esperan el día o la hora en que puedan dilucidar todo lo que les ha conducido a la soledad con las personas que son responsables de ello.”

BÚSQUEDA DE SENTIDO:
Un concepto tan abstracto como el “sentido de la vidase traduce finalmente en el relato personal e íntimo que cada persona elabora con los acontecimientos más relevantes de su vida. Su objetivo es encontrar aquello por lo que valió la pena vivir.
Esta necesidad era un motor muy fuerte en la narración del general: “Uno siempre responde con su vida entera a las preguntas más importantes. ¿Quién eres? ¿Qué has querido de verdad? ¿Qué has sabido de verdad? ¿A qué has sido fiel o infiel?”
Se necesitan varias lecturas para darnos cuenta de que el general, más que encarar la verdad, o reconciliarse con su amigo, necesitaba contar su propia historia. Porque en este contar él va buscando una reconciliación interior, y una razón para justificar su vida, necesidades que se hacen acuciantes al término de la vida.
Hay pistas que indican que el general, tan recto e inflexible exteriormente, ocultaba un alma apasionada, un temperamento artístico. Una de ellas es su propia voz narrativa. Y además el narrador omnisciente, que sí sabía quién era el general, nos lo sugiere. Así describe la mansión en que vivía Henrik: “En los picaportes se sentía el temblor de unas manos de antaño, el fulgor de momentos pasados, llenos de duda, cuando aquellas manos se atrevían a abrir una puerta. Todas las casas donde vive gente tocada por la pasión con toda su fuerza se llenan de este contenido impreciso”.
El momento clave lo encontramos cuando el general, después de habernos narrado su propia versión de los hechos, finalmente le pregunta al amigo: ¿“Crees tú también que el sentido de la vida no es otro que la pasión?... ¿Y que si hemos vivido esa pasión no hemos vivido en vano? ¿Y que quizás no se concentre en una persona en concreto, sino en el deseo mismo?”
–“Sabes que es así” responde Konrad.

CODA:
La proximidad de la muerte hace de marco para esta revisión de la “trayectoria vital” en que el protagonista va expresando sus necesidades de encontrar un sentido: la búsqueda de la verdad va derivando en un intento desesperado de salvarla amistad a pesar de la traición, para terminar finalmente en una reconciliación interior. Después de cuarenta años el general logra reconocer como suya toda aquella pasión amenazante que proyectaba en Konrad. De esta manera logra, en cierta forma, aceptar y perdonar a su amigo, al reconocer dentro de sí una naturaleza semejante. En mi opinión, esto explicaría el “saborear una copita” mientras compartían el terrible secreto. En esta búsqueda de sentido y de identidad –un ejercicio de reminiscencia al final de la vida– hecha en forma de un relato apasionado se revela en él su propio ser de artista. Son necesarias numerosas lecturas para desentrañar la enorme tensión de esta obra, que nos dispara en múltiples dimensiones. En este sentido, se confirma que es un clásico: “una forma significativa que te lee”, en palabras de George Steiner.




[1] El general en su laberinto es una novela del escritor colombiano y Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. Se trata de una novela histórica que recrea los últimos días de Simón Bolívar, uno de los principales líderes de los procesos de independencia política desarrollados en América del Sur en el primer cuarto del siglo XIX. Publicado en 1989, el relato se centra en el último episodio protagonizado por Bolívar: el viaje que le llevó de Bogotá a la costa caribeña de Colombia para intentar abandonar América y exiliarse en Europa. En la novela, que se puede encuadrar en el subgénero narrativo de las novelas de dictadores, "la desesperanza, la enfermedad y la muerte inevitablemente superan al amor, la salud y la vida". Rompiendo con la tradicional visión heroica de Bolívar, ofrece un retrato del libertador cercano al patetismo y subrayando los rasgos que acompañan a su prematura vejez: físicamente enfermo y mentalmente exhausto. La novela explora los laberintos de la vida de Bolívar a través de la narración de sus recuerdos.

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