jueves, 3 de enero de 2013

Homero: "Himno a Apolo"




1 Me acordaré y nunca me he de olvidar de Apolo, el que hiere de lejos, a quien temen los mismos dioses cuando anda por la morada de Zeus; pues tan pronto como se acerca y tiende el glorioso arco, todos se apresuran a levantarse de sus sitiales. Leto es la única que permanece junto a Zeus, que se huelga con el rayo: ella desarma el arco y cierra la aljaba; con sus mismas manos quita de las robustas espaldas el arco y lo cuelga del áureo clavo en la columna de su padre; y en seguida lleva a su hijo a un trono para que él tome asiento. El padre, acogiendo a su hijo amado, le da néctar de áurea copa; se sientan enseguida los demás númenes, y alégrase la veneranda Leto por haber dado a luz un hijo que lleva el arco y es vigoroso.

14 Salve, la bienaventurada Leto, ya que diste a luz hijos preclaros: al soberano Apolo y a Ártemis, que se complace en las flechas (a ésta en Ortigia y a aquél en la áspera Delos), reclinada en la gran montaña y en la colina cintia, muy cerca de la palmera y junto a la corriente del Inopo.

19 ¿Cómo te celebraré a ti, que eres digno de ser celebrado por todos conceptos? Por ti, pues, oh Febo, en todas partes han sido fijadas las leyes del canto, así en el continente, criador de terneras, como en las islas. Te placen las atalayas todas, y la punta de las cimas de las altas montañas, y los ríos que corren hacia el mar, y los promontorios que hacia éste se inclinan, y los puertos del mismo. ¿Cantaré cómo primeramente Leto te dio a luz a ti, reclinada en el monte Cinto, en una isla áspera, en Delos cercada por el mar? A uno y a otro lado, la ola sombría saltaba sobre la tierra, empujada por vientos de estridente soplo. Salido de allí, reinas ahora sobre cuantos mortales contiene Creta, y el pueblo de Atenas, y la isla Egina, y Eubea célebre por sus naves, y Egas, e Iresias, y la marítima Pepareto, y el tracio Atos, y las cumbres más altas del Pelión, y la tracia Samos, y las umbrías montañas del Isa, y Esciro, y Focea, y el excelso monte de Autócane, y la bien construida Imbros, y Lemnos de escarpada costa, y la divina Lesbos sede de Mácar Eolión, y Quíos la más fértil de las islas del mar, y el escabroso Mimante, y las cumbres más altas de Córico, y la espléndida Claros, y el alto monte de Eságea, y Samos abundante en agua, y las altas cumbres de Mícale, y Mileto, y Cos, ciudad de los méropes, y la excelsa Cnido, y la ventosa Cárpato, y Naxos, y Paros, y la peñascosa Renea: a tantos lugares se dirigió Leto, al sentir los dolores del parto del que hiere de lejos, por si alguna de dichas tierras quería labrar un albergue para su hijo. Pero todas se echaban a temblar y experimentaban un gran terror; y ninguna, por fértil que fuese, se atrevió a recibir a Febo, hasta que la veneranda Leto subió a Delos y la interrogó, dirigiéndole estas aladas palabras:

51 -¡Oh Delos! ¡Ojalá quisieras ser la morada de mi hijo, de Febo Apolo, y labrarle dentro de ti un rico templo! Pues ningún otro se te acercará jamás, lo cual no se te oculta; y no me figuro que hayas de ser rica en bueyes ni en ovejas, ni producir uvas, ni criar innumerables plantas. Si poseyeres el templo de Apolo, el que hiere de lejos, todos los hombres te traerán hecatombes, reuniéndose aquí; y siempre se elevará en el aire un inmenso vapor de grasa quemada; y mantendrás a los que te conserven libre de ajenas manos, ya que tu suelo no es productivo.

61 Así habló. Alegróse Delos y, respondiéndole, dijo:

62 -¡Oh, Leto, hija gloriosísima de Ceo el grande! Gustosa recibiría tu prole, el soberano que hiere de lejos; pues en verdad que tengo pésima fama entre los hombres, y de esta suerte llegaría a verme muy honrada. Pero me horroriza, oh Leto, este oráculo que no te ocultaré. Dicen que Apolo ha de ser presuntuoso en extremo y ha de ejercer una gran primacía entre los inmortales y también entre los mortales hombres de la fértil tierra. Por esto temo mucho en mi mente y en mi corazón que, en cuanto vea por vez primera la luz del sol, despreciará esta isla porque es de áspero suelo; y, trabucándola con sus pies, la sumergirá en el piélago del mar. Allí, la gran ola me bañará siempre y abundantemente la cabeza; él se irá a otra tierra que le guste, para erigirse un templo y bosques abundantes en árboles; y los pólipos harán en mí sus madrigueras y las negras focas sus moradas, descuidadamente, por la falta de hombres. Mas, si te atrevieras, oh diosa, a asegurarme con un gran juramento que primeramente se construirá aquí el hermosísimo templo para que sea un oráculo para los hombres y que después [...] sobre todos los hombres, puesto que será muy celebrado.
83 Así dijo. Y Leto prestó el gran juramento de los dioses:

84 -Sépalo ahora la tierra y desde arriba el anchuroso cielo y el agua corriente de la Estix -que es el juramento mayor y más terrible para los bienaventurados dioses-: en verdad que siempre estarán aquí el perfumado altar y el bosque de Febo, y éste te honrará más que a ninguna.

89 Luego que juró y hubo acabado el juramento, Delos se alegró mucho por el próximo nacimiento del soberano que hiere de lejos, y Leto estuvo nueve días y nueve noches atormentada por desesperantes dolores de parto. Las diosas más ilustres se hallaban todas dentro de la isla -Dione, Rea, Temis, Icnea, la ruidosa Anfitrite y otras inmortales- a excepción de Hera, de níveos brazos, que se hallaba en el palacio de Zeus, el que amontona las nubes: La única que nada sabía era Ilitia, que preside los dolores de parto pues se hallaba en la cumbre del Olimpo, debajo de doradas nubes, por la astucia de Hera, la de níveos brazos, que la retenía por celos; porque Leto, la de hermosas trenzas, había de dar a luz un hijo irreprensible y fuerte.

102 Las diosas enviaron a Iris, desde la isla de hermosas moradas, para que les trajera a Ilitia, a la cual prometían un gran collar de nueve codos cerrado con hilos de oro; y encargaron a aquélla que la llamara a escondidas de Hera, la de níveos brazos: no fuera que con sus palabras la disuadiera de venir. Así que lo oyó la veloz Iris, de pies rápidos como el viento, echó a correr y anduvo velozmente el espacio intermedio. Y en cuanto llegó a la mansión de los dioses, el excelso Olimpo, enseguida llamó a Ilitia afuera del palacio y le dijo todas aquellas aladas palabras, como se lo habían mandado las que poseen olímpicas moradas. Persuadióle el ánimo que tenía en su pecho y ambas partieron, semejantes en el paso a tímidas palomas. Cuando Ilitia, que preside los dolores del parto, hubo entrado en Delos, a Leto le llegó el parto y se dispuso a parir. Echó los brazos alrededor de una palmera, hincó las rodillas en el ameno prado y sonrió la tierra debajo: Apolo salió a la luz, y todas las diosas gritaron.

120 Entonces, oh Febo, que hieres de lejos, las diosas te lavaron casta y puramente con agua cristalina; y te fajaron con un lienzo blanco, fino y nuevo, que ciñeron con un cordón de oro. Pero la madre no amamantó a Apolo; sino que Temis, con sus manos inmortales, le propinó néctar y agradable ambrosía; y Leto se alegró por haber dado a luz un hijo que lleva arco y es belicoso.

127 Mas cuando hubiste comido el divinal manjar, oh Febo, el cordón de oro no te ciñó a ti todavía palpitante, ni las ataduras te sujetaron; pues todos los lazos cayeron. Y al punto Febo Apolo habló así entre las diosas.

131 -Tenga yo la cítara amiga y el curvado arco, y con mis oráculos revelaré a los hombres la verdadera voluntad de Zeus.

133 Habiendo hablado así, echó a andar por la tierra de anchos caminos Febo intonso, que hiere de lejos. Todas las inmortales se admiraron. Y toda Delos estaba cargada de oro y contemplaba con júbilo la prole de Zeus y de Leto, porque el dios la había preferido a las demás islas y al continente para poner en ella su morada, y la había amado más en su corazón; y floreció como cuando la cima de un monte se cubre de silvestres flores.

140 Y tú, que llevas el arco de plata, soberano Apolo, que hieres de lejos, ora subes al escarpado Cinto, ora vagas por las islas y por entre los hombres. Tienes muchos templos y bosques poblados de árboles, y te son agradables todas las atalayas y las puntas extremas de los altos montes y los ríos que corren hacia el mar; pero es en Delos donde más se regocija tu corazón, oh Febo, que allí se reúnen en tu honor los jonios de rozagantes vestiduras juntamente con sus hijos y sus venerables esposas. Ellos, acordándose de ti, te deleitan con el pugilato, la danza y el canto, cada vez que celebran sus juegos. Dijera que los jonios son inmortales y se libran siempre de la vejez, quien se encontrara allí cuando aquéllos están reunidos; pues advertiría la gracia de todos y regocijaría su ánimo contemplando los hombres y las mujeres de bella cintura, y las naves veloces, y las muchas riquezas que tienen. Hay, fuera de esto, una gran maravilla, cuya gloria jamás se extinguirá: las doncellas de Delos, servidoras del que hiere de lejos, las cuales celebran primeramente a Apolo y luego, recordando a Leto y a Ártemis, que se huelga con las flechas, cantan el himno de los antiguos hombres y mujeres, y dejan encantado al humanal linaje. Saben imitar las voces y el repique de los crótalos de todos los hombres, y cada uno creería que es él quien habla: de tal suerte son aptas para el hermoso canto.

165 Mas, ea -y Apolo y Ártemis no sean propicios-, salud a todas vosotras. Y en adelante, acordáos de mí cuando algunos de los hombres terrestres venga como huésped infortunado y os pregunte: "¡Oh doncellas! ¿Cuál es para vosotras el más agradable de los aedos y con cuál os deleitáis más?" Respondedle enseguida, hablándole de mí: "Un varón ciego, que habita en la escabrosa Quíos. Todos sus cantos prevalecerán en lo futuro". Y nosotros llevaremos vuestra fama sobre cuanta tierra recorramos, al dar la vuelta por las ciudades populosas de los hombres; y éstos le creerán porque es verdad. Mas yo no cesaré de celebrar al que lleva el arco de plata, a Apolo, el que hiere de lejos, a quien dio a luz Leto, la de hermosa cabellera.

179 Oh rey, posees la Licia, y la amable Meonia, y Mileto, la encantadora ciudad marítima; y, asimismo, reinas con gran poder en Delos, rodeada por el mar. El hijo de la ilustre Leto se encamina a la peñascosa Pito, pulsando la hueca cítara y llevando divinales y perfumadas vestiduras; y la cítara, herida por el plectro, suena deliciosamente. Allí desampara la tierra y, rápido como el pensamiento, se va al Olimpo, a la morada de Zeus, donde están reunidos los demás dioses; y enseguida los inmortales sólo se cuidan de la cítara y del canto. Las Musas todas, alternando con su hermosa voz, celebran los presentes inmortales de los dioses y cuantos infortunios padecen los hombres: los cuales, debajo del poder de los inmortales númenes, viven insensata y desaconsejadamente, y no pueden hallar medicina contra la muerte ni defensa contra la vejez. Las Gracias, de hermosas trenzas, las alegres Horas, Harmonía, Hebe y Afrodita, hija de Zeus, bailan cogidas de las manos; y entre ellas canta una diosa ni fea ni humilde, sino de grandioso aspecto y belleza admirable, Ártemis, la que se huelga con las flechas, que se crió juntamente con Apolo. También entre ellas Ares y el vigilante Argifontes juegan; y Febo Apolo tañe la cítara, andando gentil y majestuosamente, y brilla en torno suyo un resplandor al cual se juntan los rápidos y deslumbrantes movimientos de sus pies y de su túnica bien tejida. Y Leto, de doradas trenzas, y el próvido Zeus se regocijan en su gran corazón, al contemplar cómo su hijo juega con los inmortales dioses.

207 ¿Cómo te celebraré a ti, que eres digno de ser celebrado por todos conceptos? ¿Te cantaré entre los pretendientes, enamorado, al ir a pretender la doncella Azántide con el deiforme Isquis Elatiónida, de hermosos corceles? ¿O cuando luchabas con Forbante, del linaje de Tríopo, o con Ereuteo? ¿O con Leucipo y la mujer de Leucipo, tú a pie y éste en carro? Y en verdad que Tríopo no se quedó atrás. ¿O diré acaso cómo anduviste por la tierra, buscando por primera vez un oráculo para los hombres, oh Apolo, que hieres de lejos?

216 Desde el Olimpo bajaste primeramente a la Pieria, atravesaste el arenoso Lecto y los enianes y perrebos; enseguida llegaste a Yaolcos, subiste a Ceneo de Eubea, gloriosa por sus naves, y te detuviste en la llanura Lelanto, pero no le fue grata a tu corazón para erigir allí un templo y bosques poblados de árboles. Desde allí atravesaste Euripo, oh Apolo, que hieres de lejos, y subsiste a la verde divinal montaña; pero enseguida la dejaste, dirigiéndote a Micaleso y a la hermosa Teumeso. Y entraste en el suelo de Tebas cubierto de bosque; pues ninguno de los mortales habitaba aún la sagrada Tebas, ni había entonces sendas ni caminos en la llanura tebana, fértil en trigo, sino que la selva la ocupaba toda. Desde allí fuiste más lejos, oh Apolo, que hieres de lejos, y llegaste a Onquesto, espléndido bosque de Posidón. Cuando se llega a este bosque, el potro recién domado que tira de un hermoso carro, resuella a pesar de la carga, pues el conductor -por diestro que sea- salta del carro y anda a pie el camino; y los potros arrastran con estrépito los carros vacíos, libres del imperio del auriga. Y si los conductores llevan el carro adentro del bosque poblado de árboles, atienden solícitos a los caballos y dejan el vehículo inclinado -tal fue la costumbre que se siguió desde un principio-; ruegan luego al rey, y el hado del dios guarda entonces el carro. Desde allí fuiste más lejos, oh Apolo, que hieres de lejos, hasta alcanzar el Cefiso, de hermosa corriente; el cual, a partir de Lilea, esparce sus aguas que manan bellamente. Después de atravesarlo y de pasar por Ocálea, la de muchas torres, llegaste, oh tú que hieres de lejos, a la herbosa Haliasto. Allí te dirigiste a Telfusa -pues aquel favorable lugar te fue grato para erigir un templo y bosques poblados de árboles- y, deteniéndote muy cerca de aquélla, le hablaste con estas palabras:

247 -¡Telfusa! Aquí me propongo a construir un hermosísimo templo, que sea oráculo para los hombres, los cuales me traerán siempre perfectas hecatombes -así los que poseen el pingüe Peloponeso, como los que viven en Europa y en las islas bañadas por el mar- cuando vengan a consultarlo; y yo les profetizaré lo que verdaderamente esté decidido, dando oráculos en el opulento templo.

254 Diciendo así, Febo Apolo echó los cimientos anchos, muy largos, seguidos; y Telfusa, al verlo, se irritó en su corazón y profirió estas palabras:

257 -Febo soberano, que hieres de lejos, haré alguna advertencia a tu espíritu, ya que deseas construir un hermosísimo templo que sea oráculo de los hombres, los cuales te traerán constantemente perfectas hecatombes. Te diré, pues, una cosa que fijarás en tu memoria: aquí te molestará siempre el ruido de las veloces yeguas y de los mulos que se abrevan en mis sagradas fuentes, y los hombres preferirían ver en este sitio carros bien construidos y percibir el estrépito de corceles de ágiles pies, que no un templo grande y con muchas riquezas. Pero, si quieres dejarte persuadir -ya que eres, oh soberano, más poderoso y más excelente que yo, y tu fuerza es muy grande-, constrúyelo a Crisa, debajo de la garganta del Parnaso. Allá bi los hermosos carros te molestarán, ni el estrépito de los corceles de ágiles pies se alzará en torno del ara bien construida. Y las ilustres familias de los hombres ofrezcan dones al Ie-Peán; y tú, con espíritu regocijado, acepta los hermosos sacrificios de los hombres limítrofes.

275 Diciendo así, persuadió el espíritu del que hiere de lejos, con el fin de que la gloria sobre la tierra fuese no para él, sino para la misma Telfusa.

277 Desde allí fuiste más lejos, oh Apolo, que hiere de lejos, y llegaste a la ciudad de los flegias, hombres violentos; los cuales no se cuidan de Zeus y viven sobre la tierra en un hermoso valle, cerca del lago Cefíside. Desde allí, lanzándote con ímpetu, subiste rápidamente la cordillera y llegaste a Crisa al pie del nevado Parnaso, monte vuelto hacia el céfiro; de la parte superior, del cual cuelga una roca y por debajo se extiende un valle cóncavo y escabroso. El soberano Febo Apolo decidió construir allí un agradable templo y dijo estas palabras:

287 -Aquí me propongo construir un hermosísimo templo, que sea oráculo para los hombres, los cuales me traerán siempre perfectas hecatombes- así los que poseen el pingüe Peloponeso, como los que viven en Europa y en las islas bañadas por el mar- cuando vengan a consultarlo; y yo les profetizaré lo que verdaderamente está decidido, dando oráculos en el opulento templo.




294 Diciendo así, Febo Apolo echó los cimientos anchos, muy largos, seguidos; sobre ellos pusieron el lapídeo umbral Trofonio y Agamedes, hijos de Ergino, caros a los inmortales dioses; y a su alrededor innumerables familias de hombres construyeron el templo con piedras labradas, para que siempre fuese digno de ser cantado. Cerca de allí había una fuente de hermoso raudal, donde el soberano hijo de Zeus mató con su robusto arco una dragona muy gorda y grande, monstruo feroz que causaba en aquella tierra muchos daños a los hombres, y no sólo a ellos, sino también a las reses de gráciles piernas; pues era una sangrienta calamidad. Ella fue la que alimentó en otro tiempo al terrible y pernicioso Tifaón, calamidad de los mortales, después de recibirlo de Hera, la del trono de oro; pues ésta lo había dado a luz, irritada contra el padre Zeus, porque el Crónida engendró en su cabeza la gloriosa Atenea. Así que lo supo se irritó la veneranda Hera y habló de esta suerte ante los dioses reunidos:

311 -Sabed por mí, todos los dioses y todas las diosas, que Zeus, que amontona las nubes, ha empezado a menospreciarme, él antes que nadie, después que me hizo su mujer entendida en cosas honestas: ahora, sin contar conmigo, ha dado a luz a Atenea, la de los ojos de lechuza, que se distingue entre todos los bienaventurados inmortales; mientras que se ha quedado endeble, entre todos los dioses, este hijo mío, Hefesto, de pies deformes, a quien di a luz yo misma, y, cogiéndolo con mis manos, lo arrojé y tiré al anchuroso ponto; pero la hija de Nereo, Tetis, la de argénteos pies, lo acogió y cuidó entre sus hermanas. ¡Ojalá hubiese obsequiado a los dioses con otro favor! Mas tú, cruel y artero, ¿qué nuevo propósito maquinarás ahora? ¿Cómo te atreviste a dar a luz sólo a Atenea, la de ojos de lechuza? ¿No la hubiera parido yo? ¡Y, no obstante, yo era tenida por diosa tuya, entre los inmortales que poseen el anchuroso cielo! Guárdate de que yo no medite algún mal contra ti en lo sucesivo: ahora me ingeniaré para que nazca un hijo mío, que se distinga entre los inmortales dioses, sin que yo manche tu lecho y el mío, ni me acueste en tu cama; pues, aunque apartada de ti, permaneceré entre los inmortales dioses.

331 Diciendo así, se alejó de los dioses, enojada en su corazón. Acto continuo se puso a rogar Hera veneranda, la de ojos de novilla, y, golpeando la tierra con su mano inclinada, dijo estas palabras:

334 -Oídme ahora, oh tierra y anchuroso cielo que estás arriba, y dioses Titanes que habitáis debajo de la tierra, junto al gran Tártaro, y de los cuales proceden hombres y dioses: ahora oídme, vosotros todos, y dadme un hijo, sin intervención de Zeus, que en modo alguno le sea inferior en fuerza, sino que le supere tanto como el largovidente Zeus supera a Cronos.




340 Diciendo así, azotó el suelo con su mano robusta y se movió la vivificante tierra; y ella, al notarlo, alegróse en su corazón, pues creyó que se cumpliría lo que había pedido. Desde entonces y por espacio de un año cumplido, ni una sola vez se acostó en la cama del próvido Zeus, ni se sentó en la silla artísticamente adornada, en que se sentaba antes para meditar juiciosos intentos; sino que, quedándose en sus templos frecuentados por muchos suplicantes, se deleitaba con los sacrificios Hera veneranda, la de ojos de novilla. Mas después que pasaron días y meses y, transcurrido el año, volvieron a sucederse las estaciones, Hera dio a luz un hijo que no se parecía ni a los dioses ni a los hombres: el terrible y pernicioso Tifaón, calamidad de los mortales. Hera veneranda, la de los ojos de novilla, lo cogió enseguida y, llevándoselo, entregó el monstruo al monstruo; la dragona lo recibió, y Tifaón causaba muchos males a las gloriosas familias de los hombres. Mas aquel que se encontraba con la dragona había dado con el día fatal; hasta que el soberano Apolo, el que hiere de lejos, le arrojó un fuerte dardo y quedó tendida, desgarrada por graves dolores, muy anhelante, revolcándose por el suelo. Entonces oyéronse una serie grande, inmensa, de chillidos; y la dragona daba muchas vueltas acá y acullá, dentro del bosque, hasta que por fin perdió la vida, exhalando un vaho sanguinolento. Y Febo Apolo, gloriándose, dijo:

363 -Ahora púdrete ahí, sobre el suelo que alimenta a los hombres, y ya no serás funesta causa de perdición para los vivos, que comen fruto de la fertilísima tierra y traerán acá fertilísimas hecatombes; pues no te librarán de la muerte ni Tifoeo ni la Quimera de odioso nombre, sino que te pudrirán aquí mismo la oscura tierra y el resplandeciente Hiperión.


La Serpiente Pitón


370 Así dijo gloriándose; y a ella la oscuridad le cubrió los ojos. Allí la pudrió la sagrada fuerza del sol, y por esto aquel lugar es llamado Pito, y sus habitantes dan al rey el sobrenombre de Pitio, porque allí mismo la fuerza del penetrante sol pudrió al monstruo.

375 Entonces Febo Apolo comprendió en su espíritu que la fuente de hermoso raudal le había engañado. E, irritándose, se fue hacia Telfusa, la encontró enseguida, y. deteniéndose muy cerca de ella, le dijo estas palabras:

379 -¡Telfusa! No hubieras debido, después de haber engañado mi mente, dejar correr tu agua de hermoso raudal por ese agradable lugar que posees. Aquí resplandecerá también mi gloria y no la de ti sola.

382 Dijo. Y el soberano Apolo, el que hiere de lejos, haciendo resbalar una cumbre con las prominencias de sus rocas, ocultó las corrientes y erigió un altar en un bosque cubierto de árboles muy cercano a la fuente de hermoso raudal; y allí todos ruegan al soberano, dándole el sobrenombre de Telfusio, porque oprobió las corrientes de la sagrada Telfusa.

388 Luego Febo Apolo meditó en su ánimo qué hombres llevaría como iniciados en sus ritos para que fueran sus sacerdotes en la pedregosa Pito; y mientras revolvía estas cosas, vio en el oscuro ponto una nave veloz en que iban muchos excelentes hombres, cretenses de la minoia Cnoso, los cuales ofrecen sacrificios al soberano y anuncian cuantas decisiones revela Apolo, el de la espada de oro, dando oráculos desde el laurel en los valles del Parnaso. Estos, para atender a sus negocios y para lucrarse, navegaban en una negra nave hacia Pilos y los hombres nacidos en Pilos; mas Febo Apolo les salió al encuentro en el ponto y, habiendo tomado la figura de un delfín, saltó a la nave veloz y en ella se echó como un monstruo grande y horrendo. Ninguno de los marineros lo había notado ni advertido [...] la sacudía por todas partes y agitaba los maderos de la nave. Y ellos, temerosos, estaban sentados silenciosamente dentro de la nave, y ni soltaban los aparejos de la negra nave ni desataban la vela de la nave de azulada proa; sino que, como en un principio la habían puesto con las correas de piel de buey, así navegaban; y el impetuoso noto empujaba por la popa la rápida nave. Primeramente navegaron a lo largo de Malea y de la tierra lacónica y llegaron a Helos, ciudad marítima, y a Ténaro, lugar del Sol que alegra a los mortales donde pacen los rebaños de largas crines de este soberano, y es sitio ameno. Allí quisieron detener la nave y, desembarcando, contemplar el gran prodigio y ver con sus ojos si el monstruo se quedaría sobre la cubierta de la cóncava nave o se lanzaría nuevamente a las olas del mar abundante en peces; pero la nace bien construida no obedecía al timón, y fue recorriendo el camino a lo largo y más allá del pingüe Peloponeso, pues el soberano Apolo, el que hiere de lejos, la dirigía fácilmente con su soplo; y así, prosiguiendo su rumbo, llegó a Arena, y a la agradable Argífea, y a Trío vado del Alfeo, y a la bien edificada Epi, y a la arenosa Pilos y a los hombres nacidos en Pilos; pasó a lo largo de Crunos y Calcis, a lo largo de Dima, y a lo largo de la Elide, donde dominan los epeos; y cuando, animada por el viento favorable de Zeus, llegó a Feras, les aparecieron por debajo de las nubes el alto monte de Ítaca, Duliquio, Same y la selvosa Zacinto. Mas, así que hubo pasado a lo largo de todo el Peloponeso y se veía el inmenso golfo de Crisa con que el pingüe Peloponeso termina, sopló por la voluntad de Zeus un recio viento, el sereno Céfiro, lanzándose impetuoso desde el éter para que la nave, corriendo, acabara de atravesar el agua salobre del mar. Entonces navegaron hacia atrás, hacia la Aurora y el Sol, guiándoles el soberano Apolo, hijo de Zeus, y llegaron al puerto de Crisa, la que se ve de lejos y está cubierta de viña; y la nave surcadora del ponto rozó las arenas.

440 Entonces se lanzó de la nave el soberano Apolo, el que hiere de lejos, semejante a un astro en medio del día -de él salían abundantes chispas y su resplandor llegaba al cielo-, y enseguida penetró en el templo por entre los preciosos trípodes. Allí el dios encendió una llama, mostrando sus armas, y el resplandor ocupaba toda Crisa: las esposas de los criseos y sus hijas de hermosa cintura gritaron por la impetuosa entrada de Febo, y a cada una le entró un gran temor. De allí saltó nuevamente, rápido como el pensamiento, para volar a la nave; semejante a un hombre joven y fuerte que acaba de salir a la juventud y lleva cubiertos por la cabellera sus anchurosos hombros. Y hablando así a los marineros, díjoles estas aladas palabras:

425 -¡Forasteros! ¿Quiénes sois? ¿De dónde llegásteis navegando por húmedos caminos? ¿Venís por algún negocio o andáis por el mar, a la ventura, como los piratas que divagan, exponiendo su vida y produciendo daño a los hombres de extrañas tierras? ¿Por qué estáis pasmados de esta manera y ni saltáis a tierra, ni dejáis los aparejos de la negra nave? Que ésta es la costumbre de los hombres industriosos, cuando en una negra nave llegan del ponto a la ciudad, rendidos de cansancio, y enseguida el deseo de una agradable comida se apodera de su corazón.

462 Así dijo, y les infundió audacia en el pecho. Y el capitán de los cretenses, respondiéndole, dijo a su vez:

464 -¡Oh, forastero! Puesto que en nada te pareces a los mortales ni por tu cuerpo ni por tu natural, sino solamente a los inmortales dioses, ¡salve y regocíjate mucho y que los dioses te colmen de bienes! Y ahora dime la verdad sobre esto, para que yo la sepa: ¿Cuál es este pueblo? ¿Cuál esta tierra? ¿Qué mortales han nacido aquí? Con otro intento navegábamos por el gran abismo del mar hacia Pilos desde Creta, donde nos gloriamos de tener nuestro linaje; y, aunque deseosos de volver a la patria, contra nuestra voluntad hemos venido aquí en la negra nave por otro camino, por otros derroteros, pues alguno de los inmortales nos ha traído sin que nosotros lo quisiéramos.

474 Díjoles en respuesta Apolo, el que hiere de lejos:

475 -¡Forasteros! Antes habitábais Cnoso, poblada de muchos árboles; pero ahora ya no volveréis a vuestras amables ciudades y hermosas moradas, ni a vuestras queridas esposas, sino que guardaréis mi rico templo honrado por muchos hombres: yo soy hijo de Zeus y me glorio de ser Apolo, y os he traído aquí por el gran abismo del mar no meditando ningún mal contra vosotros, sino para que guardéis aquí mi rico templo, muy honrado por todos los hombres, y conozcáis las decisiones de los inmortales, por cuya voluntad seréis también honrados siempre, constantemente, todos los días. Más, ea, obedeced muy prestamente lo que voy a decir: amainad primeramente las velas, desatando las cuerdas, arrastrad a tierra firme la veloz nave, sacad las riquezas y los aparejos de la nave bien proporcionada, y erigiendo un ara en la orilla del mar, encended fuego, quemad la blanca harina y rogad después, poniéndoos alrededor del altar. Como en el oscuro ponto salté primeramente a la veloz nave, parecido a un delfín, invocadme llamándome delfinio; y el mismo altar, igualmente delfinio, será siempre famoso. Cenad después junto a la veloz nave negra y ofreced libaciones a los bienaventurados dioses que poseen el Olimpo. Y cuando hubiereis satisfecho el deseo de la dulce comida, venid conmigo y cantad Ie-Peán hasta que lleguéis al sitio donde guardaréis el rico templo.

502 Así dijo; y ellos le escucharon y obedecieron. Primeramente amainaron las velas, desataron el correaje y abatieron por medio de cuerdas el mástil hasta la crujía; luego saltaron a la orilla del mar, arrastraron la veloz nave desde el mar a tierra firme y la pusieron en alto, sobre la arena sosteniéndola con grandes maderos; y, finalmente, erigieron un ara en la orilla del mar: entonces encendieron fuego, quemaron la blanca harina y rogaron, como se les había mandado, poniéndose alrededor del altar. Tomaron luego la cena junto a la veloz nave negra y ofrecieron libaciones a los bienaventurados dioses que poseen el Olimpo. Mas cuando hubieron satisfecho el deseo de la dulce comida, echaron a andar; precedíales el soberano Apolo, hijo de Zeus, con la cítara en la mano, tañéndola deliciosamente y andando bella y majestuosamente; y los cretenses le seguían a Pito, golpeando el suelo y cantando el Ie-Peán, de la suerte que se cantan los peanes de los cretenses a quienes la Musa inspiró en el pecho el canto melodioso. Incansables, subieron con sus pies la colina y pronto llegaron al Parnaso y a un sitio agradable donde habían de habitar honrados por muchos hombres: en conduciéndolos allí, Apolo les mostró el recinto sagrado y el templo opulento. Conmovióseles el corazón en el pecho a los cretenses y su capitán dijo así, interrogando al dios:

526 -¡Oh, rey! Puesto que nos han llevado lejos de los amigos y de la patria tierra -así indudablemente le plugo a tu ánimo-, ¿cómo viviremos ahora? Te invitamos a meditarlo. Pues esta agradable tierra ni es vinífera ni de hermosos prados, de suerte que de ella vivamos cómodamente y alternemos con los hombres.

531 Sonriendo les contestó Apolo, hijo de Zeus.

532 -Hombres necios, desdichadísimos, que estáis ávidos de inquietudes, de graves pesares y de angustias en vuestro corazón: os diré unas gratas palabras que grabaréis en vuestra mente. Teniendo cada uno de vosotros un cuchillo en la diestra, degollad continuamente ovejas y tendréis en abundancia cuanto me traigan las gloriosas familias de los hombres; custodiad el templo y recibid las familias de los hombres que aquí se reúnan, y sobre todo cumplid mi voluntad.

[...] sea que fuere una vana palabra o alguna obra,. o una injuria, como es costumbre entre los mortales hombres [...] luego tendréis por señores a otros hombres por los cuales estaréis fatalmente subyugados todos los días. Todas las cosas te han sido reveladas: guárdalas en tu mente.

545 Y así, salve, Hijo de Zeus y de Leto; y yo me acordaré de ti y de otro canto.

HOMERO, Himnos, Trad. Luis Segalà, Barcelona, 1990

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