viernes, 20 de julio de 2012

Presencia del Minotauro



I- En el fondo está el amor

¿Quién diría que detrás del amoroso trato de una mujer mayor hacia su gato castrado late ancestral un deseo, desdibujado por los siglos y la cultura? La ternura y la compasión que ese reino ha despertado en todos los tiempos tiene su expresión en una escritura abundantísima, que nos lleva a comprender la otra identidad humana en el opaco corazón de las cosas.

En los mitos de Creta la figura del minotauro y del laberinto encarna otra forma de representar lo humano y su vinculación con lo no humano. En la novela Minotauroamor su autor, Abelardo Arias, nos lo muestra en una escena maravillosa en que Asterio, el monstruoso hijo de Poseidón y Pasifae, se encuentra -en los secretos corredores del palacio- con Dédalo. Ante la demanda de aquel para ver el “aparato articulado” que sirvió a la reina para unirse al toro, éste, que fue su inventor, le revela: “Poca gente, nadie en verdad, ha comprendido que fue lo más importante realizado en la historia del hombre. Ni siquiera la reina lo comprendió... Al ofrecer una nueva visión y dimensión de lo monstruoso y su viabilidad, he dado a los humanos una nueva norma y pauta moral. Esto es lo que Icaro y yo deseamos que comprendas...”

¿Cuál es la nueva visión a la que alude Dédalo?

La palabra fornicación, en las traducciones del Antiguo Testamento, se convierte en sinónimo de zoofilia y aquellos que eran encontrados en pleno acto demoníaco eran castigados con la muerte, costumbre que fue llevada hasta la Edad Media, cuando el acusado de “bestialismo” era ahorcado entre dos perros. La atracción por las bestias nos la refiere la lectura bíblica, desde sus primeras páginas, en que Adán pone nombre a los que estaban en el jardín. No sólo se señala una diferencia con el resto de la creación sino también una velada seducción que convertía lo animal en una fuente de apareamiento físico y simbólico. La referencia a la zoofilia aparece ya en el Levítico. Y los otros ejemplos no bíblicos son abundantes y podemos ver que operan sobre una zona de lo cultural que por alguna razón escondemos en los secretos corredores de Dédalo.

La moralidad y la religión se imponen ante estos vínculos identificatorios con lo animal en forma de obstáculo y negación. La zoología literaria fue sirvienta de la moral y se estudiaron los animales para encontrar no sus características ontológicas sino los paralelos morales. La “Historia Natural” de Topsell, que cita Evans en su “Historia Natural del Disparate”, es un libro del 1600 que se proponía encaminar a los hombres hacia “celestiales meditaciones acerca de las terrenales criaturas”. Las fábulas del siglo XVIII consolidan la educación sentimental de las generaciones y domestican a la especie animal hasta borrar sus diferencias “naturales”. Lo diferente y más aún lo indiferente molesta, inquieta, contradice al hombre y a su creación. De ahí que los animales se vuelvan espejos de los sentimientos; de ahí que se los personifique, se los “disneyfique” o martirice con el confort de un departamento. La humanización de lo animal no deja de ser una gran crueldad estética y moral.

Antes de Darwin, todas las culturas tuvieron una fascinación amorosa por la diversidad orgánica y plástica del reino animal. Hay en este reino un espejo deformante, ancestral, en el que percibimos una imagen humana que -a veces caricatura, otras monstruo, y en ocasiones sublimación- evoca la integridad. Pero siempre, aunque dé vergüenza y se lo prohíba, es amor al Minotauro.

II- El quinto día

Los animales instalan la referencia a ese otro reino desde donde nos miran con extrañeza natural. En ellos oímos también la resonancia mítica de Orfeo y el eco cavernoso de la alteridad. La bestia es el primer “otro” posible del hombre, su primer reflejo, complemento y término opuesto. Por un lado, los animales, los árboles o el mundo natural, y luego la cultura, como nicho humano en que uno se puede refugiar ante la inestabilidad de la existencia. Lo natural parece -sólo lo parece- más permanente que lo cultural. Los animales están inmersos, son parte esencial del medio natural mientras que los hombres sólo pueden relacionarse con la naturaleza a través de sus propias creaciones y percepciones. Para un animal, el habitat es algo dado, mientras que para el hombre la realidad no es algo dado. Se impone como una búsqueda continua, que no sólo se debe atrapar sino también salvar. ¿Salvar de qué? De una realidad humana que huye, que es una despedida que la conciencia intenta capturar sin lograrlo.

El animal supone para el hombre la frontera con lo inmediato desconocido. Nunca sabremos qué cosa ve ese gato en trance místico frente a una pared blanca. ¿Qué arrebató su quietud lanzándolo debajo de la cama todo un día completo?

Por ejemplo, la conciencia de la muerte que se les atribuye, ese lugar común de que los animales saben cuándo la muerte está cerca, se apoya en la creencia de que él participa de una mente universal, de un nous platónico del que a nosotros no se nos develan, al igual que la música de las esferas, sino velados signos. Así, muchas veces se quiere entender lo instintivo sesgado para donde conviene interpretar y se le atribuye una naturaleza teológica en que hasta la providencia divina está presente.

Nuestro primer naturalista, Marcos Sastre, llama “animales útiles” a los que sirven a un cierto equilibrio en su concepción de sistema natural. Y no duda en valorarlos por encima del hombre, a quien “de nada le ha valido la superioridad de su inteligencia” para someter a su obediencia a las especies rebeldes, ya que “en miles de años de ensayos incesantes no ha logrado siquiera dominar al ruiseñor…” El Tempe argentino constituye una mirada valiosa hacia una naturaleza que se va desnudando de las fantasías de los Bestiarios de Indias, pero aún conserva las ideas de la Ilustración y de Leibniz sobre una armonía preestablecida en la que “el ombú incita al pastor a dejar sus costumbres nómades…” , mientras “el ceibo contribuye a estrechar la sociedad humana y acelerar su progreso…”, que “para eso los creó la Providencia, diseminando al uno por las pampas, y agrupando al otro sobre los ríos…”

Otra mirada, extrañamente culposa, consiste en conferir a los animales nuestros propios ideales y sentimientos, de modo que puedan luego hacernos sentir vergüenza de ser un hombre ante ellos. Por ejemplo, una de las notas de Leonardo dice que la suma crueldad del hombre “no se observa en los animales terrestres, por cuanto entre ellos no los hay que devoren otros de su propia especie, salvo por extravío del instinto…” El bestiario de Da Vinci no por nada era alegórico y convertía al ciego topo en imagen de la mentira tanto como al jorobado camello en la de la lujuria.

Es evidente que a la antigua e infantil necesidad de animizar las cosas que nos rodean -el círculo envolvente del afuera- se le corresponde otra de animalizar que se encuentra en el origen mismo de nuestra fantasía.

Un poeta inglés de la primera mitad del siglo XX, Edwin Muir, tiene un poema donde vuelca su mirada sobre los animales y dice: “ ellos no viven en este mundo/ tampoco en el tiempo ni el espacio”. Uno se pregunta, entonces, de qué mundo, de qué tiempo y espacio habla Muir. No son los del hombre: para ellos “todo es nuevo y próximo/ en el inmutable aquí/ del quinto gran día...” Nosotros en cambio, habríamos llegado un día después que ellos.

Otra aparición de lo animal, muy distinta, se lee en la poesía de Marianne Moore. El enfoque de Moore se acerca al de un naturalista y, a veces, al de un cronista renacentista escribiendo bestiarios donde hace del animal un emblema de otra cosa. La naturaleza deja de ser lo que es para metaforizar otra cosa. Esto se siente al leer El tigre de Alberto Girri: “diríase que combina en su derrota/ la reflexión de la mente/ con la mirada de sus antecesores”. Para Girri los animales, el mundo natural en sus diversas formas aparece entramado a los libros; por ejemplo la paloma será la de Eneas, un insecto lo remite a Becket, etc. Ya se han convertido en objetos entramados a la cultura.

También en Lawrence encontramos al animal en sus poemas. Pero él contagia una ternura inusitada, es un explorador que se encuentra con el mundo natural y lo desromantiza, lo saca del encuentro tradicional entre natura y poeta: las plantas y los animales son diferentes e indiferentes al hombre, son anteriores.

Lautréamont, por el contrario, tiene una fauna que representa un infierno psíquico, en que la ternura desaparece para dar lugar a la crueldad, los vicios y hábitos sociales, los traumas y sentimientos contradictorios que hallan formulaciones como la de “cangrejo del desenfreno” o la de “caracol monstruoso del idiotismo”.

III- La identidad animal del hombre

Con el Romanticismo, específicamente con Hölderlin, aparece fuertemente la idea de separación de los reinos como diferenciación: “los animales/ huyen del hombre porque es diferente/ y en nada se parece a ti (Tierra), ni al padre Sol...” (“Der Mensh”)

Al mismo tiempo, surge la tentativa romántica por lograr una completa integración del hombre en el orden natural de las cosas. Todavía hoy es interesante leer el libro de Alexander Gode-Von Aesh, El romanticismo alemán y las ciencias naturales, cuya traducción al castellano es de 1947. En el mismo se involucra la crítica a una imagen del mundo donde al decir de Francis Bacon “el entendimiento humano es como un mal espejo…deforma y descolora la naturaleza de las cosas al mezclarla con la suya”. Este pensamiento crítico deja lugar a reconocer la naturaleza dinámica de todo cuanto es vida y, con ello, desentronizar al hombre como Señor de la Creación. Desde el siglo XVII el problema de la relación entre nosotros y los brutos comienza a presentar no sólo un cambio de actitud sino también una perspectiva diversa sobre la identidad humana.

La comprensión de nuestro cuerpo dio cabida desde el siglo XVII al estudio comparativo de los organismos animales. Lo que el escalpelo de Vesalio dejó a la vista fue al nuevo dios de las entrañas, un dios anatomista. El concepto de función y forma que había fascinado a Leonardo, volvía ahora comprobado en sus semejanzas asombrosas con los escondidos órganos humanos. El bisturí hizo posible que el cuerpo pudiera estudiarse como una máquina, sobre la base de identificar la estructura de todos los vertebrados.

Llama la atención que, en 1747, con la aparición de “L´Homme-machine” de La Mettrie, el hombre comience a ser considerado entre los autómatas que entretenían a la corte. Y las palabras de Diderot en sus “Pensamientos sobre la interpretación de la naturaleza”, de 1754, sugieren un fondo filosófico de lo que podemos llamar la animalización progresiva de la identidad humana.

Esta construcción de la nueva imago mundi no fue siempre aceptada sin resistencia. Herder se encuentra entre los más alterados y rechaza toda insinuación que contribuya a “un envilecimiento de la estirpe humana, y eso tanto en los asuntos metafísicos como en los morales y físicos”… Subyace aún la pregunta teológica por el alma de los brutos y será el punto culminante de los debates que nos había planteado Descartes, que entiende a los brutos como "res extensa" dotada de movimiento, o lo que es lo mismo una simple máquina. Sigue siendo la versión antropocéntrica de la tradición judía, cristiana e islámica, que viene negando desde sus autoridades teológicas la consideración moral de los animales, degradados así al papel de meros instrumentos.

Por fin, el libro de George Meier, “Ensayo de una nueva doctrina acerca de las almas de los animales”, de 1750, se opone a esta idea cartesiana. Asegura que las bestias no escapan a la doctrina de Leibniz de la armonía preestablecida, considerándolos por lo tanto dotados de un alma eterna, ya que tienen memoria, afectos, cierta capacidad para crear y hasta la facultad de comunicarse con sus iguales. Lo que les haría falta, según Meier, sería la aptitud de generar ideas, juicios y conclusiones. Aptitud, por otra parte, que no todos los seres humanos ejercitan ni demuestran tener.

IV. El dolor nos une

Las dantescas catástrofes de las vacas locas o la matanza industrializada de delfines y ballenas reabren, en el nuevo siglo, un viejo debate sobre los derechos de los animales que escapa a lo estrictamente científico. Todavía hoy no ha sido superada la fundamentación del filósofo británico Bentham, quien escribió en el siglo XVIII: "la cuestión no es si los animales pueden razonar ni tampoco si pueden hablar, sino si pueden sufrir?". El fundador del utilitarismo estableció que la capacidad de sentir dolor es, sin discusión, la que fundamenta el derecho a no sufrir tortura. Esta formulación no sólo deja atrás la antigua división entre cultura y naturaleza, sino que va acompañada de un giro en la autocomprensión del hombre. Nos hemos ido alejando de aquella mirada cartesiana por la que, de algún modo, somos transparentes a nosotros mismos, debiendo a la superstición o a la ignorancia la imposibilidad de conocernos tal como somos. Los jansenistas de un siglo antes, siguiendo en esto a San Agustín, insisten en la opacidad profunda del corazón humano, que constantemente se está adjudicando calificaciones espirituales que no merece. Entre ellos Pierre Nicole habla de “una inclinación natural al amor propio” … “a creer que tenemos en nuestros corazones todo lo que flota en la superficie de nuestras mentes… pero… siempre hay en nosotros un cierto fondo, unas ciertas raíces que nos son desconocidas e impenetrables…”

La elaboración cultural de la mirada sobre la naturaleza incluye al sujeto que mira en su campo visual, con una barroquización constante, abierta en abismos al infinito. Transparente u opaco, el hombre intenta autocomprenderse, construye su nueva identidad. Y en ese proceso, los animales lo acompañan íntimamente, trayéndole un mensaje de los orígenes de la vida en que el dolor los une hasta el fin de sus días.

Los derechos de los animales de Henry S. Salt, publicado por vez primera en 1892, denuncia la matanza de los animales como fuente de alimento, la caza deportiva, la sombrerería, la “tortura experimental”, etc. “¿Tienen derechos los animales inferiores? -se preguntaba, para responder contundentemente-, sin duda, si es que los tienen los seres humanos…” “Ningún ser humano -dice- tiene justificación para considerar a cualquier animal como máquina sin sentido al que se puede hacer trabajar, al que se puede torturar, devorar, según sea el caso, con el mero deseo de satisfacer las necesidades o los caprichos de los hombres. Junto con el destino y las obligaciones que se les imponen y que cumplen, los animales tienen también el derecho a que se los trate con bondad y consideración, y el hombre que no los trate así, por grande que sea su saber o su influencia, es, a este respecto, un ignorante y un necio, carente de la más elevada y noble cultura de la que es capaz la mente humana”.

Salt, escritor y defensor del socialismo utópico, seguía las ideas de Henry David Thoreau y recibía las visitas de amigos como William Morris y Chesterton, así como ejerció decisiva influencia sobre Gandhi para una justificación moral del vegetarianismo y de la desobediencia civil no violenta. “Algo hay que decir - y así lo hizo Salt- sobre el importante tema de las denominaciones. Es de temer que el mal trato de los animales se deba en gran parte al uso generalizado de términos tales como “bestias”, “ganados”, etc…” Se refiere a la aclaración de Bentham sobre el tratamiento jurídico de los animales como “cosas”. Luego explica que se debe protestar contra expresiones como la de “dumb animals” que vendría a significar simples o mudos, que “aunque suele citarse como inmensa exhortación a la piedad, muestra en realidad tendencia a influir en las personas normales y corrientes en sentido contrario, puesto que fomenta la idea de una barrera infranqueable entre la humanidad y los animales a su cargo”. Cita entonces un pasaje de una obra de Leight Hunt: “El deán preguntó a un don nadie que estaba pescando si había sacado alguna vez un pez llamado el grito. El hombre contestó que nunca había oído hablar de semejante pez. “¡Cómo!, exclamó el deán, ¿es usted pescador y nunca oyó hablar del pez que pega un grito cuando lo sacan del agua? Es el único pez que posee voz y su sonido es lastimero y triste”. El hombre le preguntó quién podía ser tan salvaje como para pescar una criatura que gritaba así. “Eso dijo el deán, es otra cuestión. Pero ¿qué piensa usted de los individuos cuya única razón para enganchar con el anzuelo y desgarrar a todos los peces que puedan, es que estos no gritan?”.

Fuente: http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num6/arte-picardo-amor-al-minotauro.php

Oliveiro Girondo: "Llorar a lágrima viva"


Llorar a lágrima viva.

Llorar a chorros.

Llorar la digestión.

Llorar el sueño.

Llorar ante las puertas y los puertos.

Llorar de amabilidad y de amarillo.

Abrir las canillas,

las compuertas del llanto.

Empaparnos el alma, la camiseta.

Inundar las veredas y los paseos,

y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.

Asistir a los cursos de antropología, llorando.

Festejar los cumpleaños familiares, llorando.

Atravesar el África, llorando.

Llorar como un cacuy, como un cocodrilo...

si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos

no dejan nunca de llorar.

Llorarlo todo, pero llorarlo bien.

Llorarlo con la nariz, con las rodillas.

Llorarlo por el ombligo, por la boca.

Llorar de amor, de hastío, de alegría.

Llorar de frac, de flato, de flacura.

Llorar improvisando, de memoria.

¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

jueves, 12 de julio de 2012

100 memorables comienzos literarios de novelas inolvidables 1/2


1- Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino.

“Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Ítalo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Relájate. Concéntrate. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida.”


2- Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra.

“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.”


3- Lolita, de Vladimir Nabokov.

“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.”


4- Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.”


5- Scaramouche, de Rafael Sabatini.

“Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese era todo su patrimonio.“


6- Yo, Claudio, de Robert Graves.

“Yo, Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico esto-lo-otro-y-lo-de-más-allá…”


7- La regenta, de Leopoldo Alas Clarín.

“La heroica ciudad dormía la siesta. El viento sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte.”


8- Historia de dos ciudades, de Charles Dickens.

“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación."


9- El señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias.

“¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanadas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre!”


10- El filo de la navaja, de William Somerset Maugham.

“Nunca he comenzado una novela con tanto recelo. La llamo novela porque no sé qué otro nombre darle. Su valor anecdótico es escaso y no acaba ni en muerte ni en boda."


11- Rayuela, de Julio Cortázar.

"¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua."


12- Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante.

“Showtime! Señoras y señores. Ladies and gentlemen. Muy buenas noches, damas y caballeros, tengan todos ustedes. Good-evening, ladies & gentlemen. Tropicana, el cabaret más fabuloso del mundo…”


13- El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger.

“Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso.”


14- El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald.

“En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la cabeza.”Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien -me dijo- ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas…”


15- Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos.

“Sonaba el teléfono y he oído el timbre. He cogido el aparato. No me he enterado bien. He dejado el teléfono. He dicho: «Amador». Ha venido con sus gruesos labios y ha cogido el teléfono.”


16- Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez.

“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.”


17- La metamorfosis, de Franz Kafka.

“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.”


18- Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa.

“Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?”


19- Anna Karenina, de León Tolstoi.

“Las familias felices son todas iguales; las infelices lo son cada una a su manera.”


20- El viejo y el mar, de Ernest Hemingway.

“Era un viejo que pescaba solo en un bote en la corriente del Golfo y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez."


21- Middlesex, de Jeffrey Eugenides.

“Nací dos veces: fui niña primero, en un increíble día sin niebla tóxica en Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias cerca de Petoskey, Michigan, en agosto de 1974″.


22- La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares.

“Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro.”


23- El túnel, de Ernesto Sabato.

“Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.”


24- Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño.

“2 de noviembre. He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así."


25- El tambor de hojalata, de Günter Grass.

“Lo reconozco: estoy internado en un establecimiento psiquiátrico y mi enfermero me observa, casi no me quita el ojo de encima; porque en la puerta hay una mirilla, y el ojo de mi enfermero es de ese color castaño que a mí, que soy de ojos azules, no es capaz de calarme.”


26- Me llamo Rojo, de Orhan Pamuk.

“Encuentra al hombre que me asesinó y te contaré detalladamente lo que hay en la otra vida.”


27- David Copperfield, de Charles Dickens.

“Si soy yo el héroe de mi propia vida o si otro cualquiera me reemplazará, lo dirán estas páginas. Para empezar mi historia desde el principio, diré que nací (según me han dicho y yo lo creo) un viernes a las doce en punto de la noche. Y, cosa curiosa, el reloj empezó a sonar y yo a gritar simultáneamente.”


28- Babbitt, de Sinclair Lewis.

“Las torres de Zenith se alzaban sobre la niebla matinal; austeras torres de acero, cemento y piedra caliza, firmes como rocas y delicadas como varillas de plata.”


29- La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes.

“Yo despierto… Me despierta el contacto de ese objeto frío con el miembro. No sabía que a veces se puede orinar involuntariamente. Permanezco con los ojos cerrados. Las voces más cercanas no se escuchan. Si abro los ojos, ¿podré escucharlas?…”


30- El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers.

“En la ciudad había dos mudos, y siempre estaban juntos”


31- Niebla, de Miguel de Unamuno.

“Al aparecer Augusto a la puerta de su casa extendió el brazo derecho, con la mano palma abajo y abierta, y dirigiendo los ojos al cielo quedóse un momento parado en esta actitud estatuaria y augusta.”


32- 1984, de George Orwell.

“Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece”.


33- Moby Dick, de Herman Melville.

“Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo.”


34- Matadero cinco, de Kurt Vonnegut.

“Todo esto sucedió, más o menos“.


35- El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas.

“El 24 de febrero de 1815, el vigía de Nuestra Señora de la Guarda dio la señal de que se hallaba a la vista el bergantín El Faraón procedente de Esmirna, Trieste y Nápoles.”


36- El Siglo de las Luces, de Alejo Carpentier.

“Detrás de él, en acongojado diapasón, volvía el Albacea a su recuento de responsos, crucero, ofrendas, vestuario, blandones, bayetas y flores, obituario y réquiem —y había venido éste de gran uniforme, y había llorado aquél, y había dicho el otro que no éramos nada…”


37- Musashi. La leyenda del samurai, de Eiji Yoshikawa.

“Takezo yacía entre los cadáveres, que se contaban por millares. «El mundo entero se ha vuelto loco —pensó nebulosamente—. Un hombre podría compararse a una hoja muerta arrastrada por la brisa otoñal.» Él mismo parecía uno de aquellos cuerpos sin vida que le rodeaban.”


38- Orgullo y prejuicio, de Jane Austen.

“Es una verdad universalmente aceptada, que todo hombre soltero en posesión de una buena fortuna, debe estar en búsqueda de esposa.”


39- El arco iris de gravedad, de Thomas Pynchon.

“Un grito a través del cielo.”


40- Murphy, de Samuel Beckett.

“El sol brillaba, no teniendo otra alternativa, sobre lo nada nuevo.”


41- Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez.

“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo.”


42- Robinson Crusoe, de Daniel Defoe.

“Nací en el año 1632 en la ciudad de York, de una buena familia, aunque no del país, pues mi padre era un extranjero, oriundo de Bremen, que se había radicado inicialmente en Hull. Gracias al comercio, poseía un considerable patrimonio, y, al abandonar los negocios, vino a vivir a York, donde casó con mi madre, que pertenecía a una distinguida familia de la región, de nombre Robinson, razón por la cual yo fui llamado Robinson Kreutznaer.”


43- El buen soldado, de Ford Madox Ford.

“Esta es la historia más triste que jamás he leído.”


44- El Señor de los Anillos, de J.R.R. Tolkien.

“Cuando el señor Bilbo Bolsón de Bolsón Cerrado anunció que muy pronto celebraría su cumpleaños centesimodecimoprimero con una fiesta de especial magnificencia, hubo muchos comentarios y excitación en Hobbiton.”


45- Cuentos de amor, de locura y de muerte, de Horacio Quiroga.

“Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia.”


46- Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago.

“Se iluminó el disco amarillo. De los coches que se acercaban, dos aceleraron antes de que se encendiera la señal roja. En el indicador de paso de peatones apareció la silueta del hombre verde. La gente empezó a cruzar la calle pisando las franjas blancas pintadas en la capa negra del asfalto, nada hay que se parezca menos a la cebra, pero así llaman a este paso.”


47- Herzog, de Saul Bellow.

“Si estoy chalado, tanto mejor”, pensó Moses Herzog. Algunos lo creían majareta, y durante algún tiempo él mismo había llegado a pensar que le faltaba un tornillo.”


48- El Capitán Alatriste, de Arturo Pérez-Reverte.

“No era el más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente.”


49- Viaje al centro de la tierra, de Julio Verne.

“Un domingo, el 24 de mayo de 1863, mi tío, el profesor Lidenbrock, volvió precipitadamente a su casa, sita en el número 19 de Königstrasse, una de las calles más antiguas del viejo barrio de Hamburgo.”


50- El principito, de Antoine de Saint-Exupéry.

“Cuando yo tenía seis años vi en un libro sobre la selva virgen que se titulaba “Historias vividas”, una magnífica lámina. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera.”