martes, 3 de julio de 2012

El mito-Cortázar

El libro Historias de cronopios y de famas de Julio Cortázar -junto a otros tres de García Márquez, Vargas Llosa y Fuentes- probablemente inauguró, hace medio siglo, el movimiento literario más relevante de América Latina. Lo que estrenó, sin dudas, fue una nueva forma de hacer literatura.

Quizás Historias de cronopios y de famas, publicado por Cortázar en 1962, inaugure a la par de otros títulos, la década que, literariamente fuera definida como el boom latinoamericano y que según la visión de casi todos los exégetas y críticos, reunió, junto al escritor argentino, al colombiano Gabriel García Márquez (La Hojarasca, 1961) al mexicano Carlos Fuentes (La muerte de Artemio Cruz, 1962) y al peruano Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros, 1963).

Hay quienes agregan a los ya mencionados, al cubano Lezama Lima, al chileno José Donoso y al paraguayo Roa Bastos, entre otros.

Y hay quienes también consideran que Cortázar edifica la antesala del boom con su anterior libro de cuentos, Bestiario (1957).

De todos modos, Historias de cronopios y de famas estrena un modo diferente de hacer literatura, basado en amalgamar cuentos breves, fragmentos, tiempos y espacios diferentes, teniendo como hilo conductor a los personajes principales -que son siempre los mismos- y a la invención de un lenguaje propio, con sus juegos, con sus propios neologismos, que se advierten ya desde el título. Este aspecto anti-lineal y coloquial culminaría al año siguiente (1963) en su novela Rayuela.

En Historias de cronopios y de famas el lector participa activamente en la construcción imaginaria de los protagonistas y de los hechos reflejados en los 26 micro-cuentos que componen la serie de dicha obra.

La sociedad: Tres tipos de personas

El libro es una reflexión meta-realista e irónica sobre distintos temas y, en su último segmento, aparece una composición de índole fantástica de la sociedad, dividida según el autor en tres tipos universales de personas: los cronopios, seres creativos, idealistas, soñadores, sentimentales, sencillos y generosos. Los famas, quienes, por el contrario, serían formales, ostentadores de poder, los que se consideran personas importantes (en los gobiernos, serían los altos funcionarios, por ejemplo) y a través de los cuales se podría interpretar una metáfora de la alta burguesía argentina de aquellos tiempos. En la mitología que Cortázar crea con ellos en el final del libro, los famas aparecen como ex seres alados cuya función era la de divulgar malas noticias. Los terceros personajes de esta lúdica y a la vez fantasiosa clasificación son las esperanzas, quienes conformarían, en el texto, la realidad de un país aparte.

Las tres clases de personajes se distinguen -según el autor- por su tipología física y por la clase de baile que cada uno practica y cuyo nombre también es inventado por el escritor ("catala" y "tregua" bailan los cronopios, "espera" los famas y las esperanzas).

"Cuando los cronopios cantan sus canciones preferidas -escribe Cortázar- se entusiasman de tal manera que con frecuencia se dejan atropellar por camiones y ciclistas, se caen por la ventana, y pierden lo que llevaban en los bolsillos y hasta la cuenta de los días." Según el autor, los cronopios en el fondo son buenos, los famas son también buenos y las esperanzas, bobas.

¿Alegoría de una sociedad siempre dividida como la argentina que Cortázar hace extensiva a todo el planeta, pero donde no hay malos? ¿Un juego literario que se permite libertades, coloquios, planteos e imágenes surrealistas que hasta entonces no aparecían en los textos de los autores nacionales? ¿Una visión escéptica del mundo, donde sólo los artistas o los espíritus creativos se redimirían? Eso y mucho más, desde luego.

El Boom: Nuevas lecturas

El boom inaugura una nueva manera de escribir, un quiebre con lo tradicional y, asimismo, una nueva manera de leer, que nacen desde tierras latinoamericanas y que llevan a una identificación que trasciende lo localista, abarcando dimensiones de universalidad.

Por su ruptura con esquemas formales y realistas, estas obras comienzan a editarse en Europa y por su originalidad se vuelven interesantes también para los profesores de las universidades de los Estados Unidos y así, de la mano de éstos llegarán a ser traducidos a diferentes idiomas, expandiendo su repercusión.

El boom significa, a la vez, una explosión editorial de ventas, antes desconocida, y un acontecimiento ligado a la política, teniendo en cuenta el eco que tuvo en esos autores la revolución cubana en 1959 y el acercamiento de algunos, al menos en los inicios, a Fidel Castro.

"Lo que se llama boom -manifestó Vargas Llosa en 1962- es un conjunto de escritores, tampoco se sabe exactamente quiénes, pues cada uno tiene su propia lista, que adquirieron de manera más o menos simultánea en el tiempo, cierta difusión, cierto reconocimiento por parte del público y de la crítica".

El propio Cortázar, tan identificado con este fenómeno literario y extraliterario, dijo: "El boom no lo hicieron los editores, sino los lectores y ¿quiénes son los lectores sino el pueblo de América Latina que tomó conciencia de una parte de su propia identidad?".

Queremos tanto a Julio:

Sobre Cortázar tanto se ha escrito, tanto se ha dicho. Lo que nos interesa aquí es ver qué opinaban de él sus propios compañeros del boom, y esto se vio muy bien después de producirse su desaparición física en 1984.

En el Suplemento Literario de “La Nación”, el recientemente fallecido Carlos Fuentes escribió en 2002 un largo y sentido artículo sobre Cortázar. En él recuerda con un gran afecto sus encuentros en México, en París, el viaje a Praga junto al argentino y a García Márquez, invitados por Milan Kundera, las posturas políticas de ambos, coincidentes y a veces disidentes, y loas a Rayuela.

"Por eso eran tan largos los ojos de Cortázar; miraban la realidad paralela, a la vuelta de la esquina; el vasto universo latente y sus pacientes tesoros, la contigüidad de los seres, la inminencia de formas que esperan ser convocadas por una palabra, un trazo de pincel, una melodía tarareada, un sueño (…) Cortázar era un surrealista en su interior, tenaz de mantener unidas lo que él llamaba 'la revolución de afuera y la revolución de adentro' (…) Lo recuerdo: la mirada inocente en espera del regalo visual inconmensurable. Lo llamé un día el Bolívar de la novela latinoamericana. Nos liberó liberándose, con un lenguaje nuevo, airoso, capaz de todas las aventuras: Rayuela es uno de los grandes manifiestos de la modernidad latinoamericana, en ella vemos todas nuestras grandezas y todas nuestras miserias, nuestras deudas y nuestras oportunidades. Diálogo de humores, añadiría yo, pues sin el sentido del humor no es posible entender a Julio Cortázar.

Le dio sentido a nuestra modernidad porque la hizo crítica e inclusiva, jamás satisfecha o exclusiva, permitiéndonos pervivir en la aventura de lo nuevo (…). Cuando Julio murió, una parte de nuestro espejo se quebró y todos vimos la noche boca arriba. Ahora, en Guadalajara, donde hemos instituido la Cátedra Julio Cortázar, García Márquez y yo queremos que el Gran Cronopio compruebe, como lo dijo entonces Gabo, que su muerte fue sólo una invención increíble de los periódicos y que el escritor que nos enseñó a ver nuestra civilización, a decirla y vivirla, está aquí hoy, invisible sólo para los que no tienen fe en los cronopios."

Mario Vargas Llosa es el autor del prólogo a los Cuentos completos de Cortázar, editados por Alfaguara, y en ese sentido el texto titulado La Trompeta de Deyá habla de su cofrade, también a instancias de su muerte. Rememora los momentos pasados con él y su mujer de entonces, Aurora Bernárdez, (fines de los años 50 en París y, muchos años más tarde, en Grecia) el increíble diálogo, casi una comunión, que había entre ambos anfitriones: "La perfecta complicidad, la secreta inteligencia que parecía unirlos".

En cuanto a su escritura, Vargas Llosa reflexiona así: "Desde Rayuela, los locos ocupan un lugar central en la obra de Cortázar; pero la locura asoma en ella de manera engañosa, sin las acostumbradas reverberaciones de amenaza o tragedia, más bien como un desfuerzo risueño y algo tierno, manifestación de la absurdidad esencial que anida en el mundo detrás de sus máscaras de racionalidad y sensatez. Los piantados de Cortázar son entrañables y casi siempre benignos, seres obsesionados con disparatados proyectos lingüísticos, literarios, sociales, políticos, éticos, para -como Ceferino Pérez- reordenar y reclasificar la existencia de acuerdo con delirantes nomenclaturas.(…) Juego, locura, poesía, humor, se alían como mezclas alquímicas en esas misceláneas, La vuelta al día en ochenta mundos, Ultimo round y el testimonio de ese disparatado peregrinaje final por una autopista francesa, Los autonautas de la cosmopista, en los que volcó sus aficiones, manías, obsesiones, simpatías y fobias con un alegre impudor de adolescente."

Vargas Llosa resume la manera de concebir y practicar la literatura para Cortázar como "una jocosa irreverencia".

Pero acaso los elogios más admirativos le pertenezcan a García Márquez, creador del "realismo mágico", amigo y compañero de ruta de Cortázar, donde se ve que ambos estaban estrechamente unidos por el afecto y por la ideología, pero donde también García Márquez reconocía el fervor que le despertaban su personalidad y su talento. En un artículo publicado en el diario “El País”, de Madrid (1984), lo define como "el argentino que se hizo querer por todos". Se acordaba el autor de Cien años de soledad (1967), en aquella nota, de dos momentos junto a Cortázar: uno, el mismo que relatara Fuentes, en un tren yendo hacia Praga, donde Cortázar les dio cátedra sobre cómo fue que se había introducido el piano en la orquesta de jazz. "No sólo hablaba con una profunda voz de órgano de erres arrastradas, sino también con sus manos de huesos grandes como no recuerdo otras más expresivas" - cuenta Gabo.

El otro episodio que rememora es en un parque de Managua, leyendo su cuento La noche de Mantequilla Nápoles, donde la gente seguía fascinada el relato a pesar del lunfardo y de no entender muchas de las palabras del cuento. "Cortázar había logrado una comunicación tan entrañable con su auditorio que ya no importaba a nadie lo que querían decir o no decir las palabras, sino que la muchedumbre sentada en la hierba parecía levitar en estado de gracia por el hechizo de una voz que no parecía de este mundo".

La descripción física que hace García Márquez de Cortázar -la primera vez que lo ve en París, escribiendo en la mesa del café “Old Navy”, donde no se atrevió a acercársele- es más que ilustrativa: "Era el hombre más alto que se podía imaginar, con una cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro que más bien parecía la sotana de un viudo y tenía los ojos muy separados, como los de un novillo, y tan oblicuos y diáfanos que habrían podido ser los del diablo, si no hubieran estado sometidos al dominio del corazón".

Con el tiempo se hicieron muy amigos y, escribe García Márquez, "en privado, como en el tren de Praga, lograba seducir por su elocuencia, por su erudición viva, por su memoria milimétrica, por su humor peligroso, por todo lo que hizo de él un intelectual de los grandes (…) En público, a pesar de su reticencia a convertirse en un espectáculo, fascinaba al auditorio con una presencia ineludible que tenía algo de sobrenatural, al mismo tiempo tierna y extraña. En ambos casos, fue el ser humano más impresionante que he tenido la suerte de conocer".

Sabemos que la memoria le está jugando malas pasadas a García Márquez en la actualidad y que casi no reconoce a las personas. En estas condiciones, impresiona aún más leer esos recuerdos sobre Cortázar, puestos sobre el papel, hechos públicos a través de un diario y donde, en el párrafo final agrega: "Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además, otro menos frecuente: la devoción".

Qué interesante es observar el lazo que vinculó a estos escritores del así llamado “boom” y que los unió más allá de los diversos caminos seguidos luego por cada uno de ellos o de las ulteriores y notorias divergencias y rencillas de todo tipo (García Márquez y Vargas Llosa, por ejemplo).

De los cuatro, dos recibieron el Nobel de Literatura y tres se fueron a vivir a otros países, por razones personales o políticas. Cortázar se fue de Buenos Aires a París, en 1951, en oposición al gobierno peronista; y allí residió hasta su muerte. García Márquez se estableció en la ciudad de México a comienzos de los 60 (aunque poseyera otras casas en París, Bogotá y Cartagena de Indias). Vargas Llosa, ex candidato a presidente del Perú, se afincó en Madrid después de que Fujimori ganara las elecciones. De padres mexicanos, Carlos Fuentes nació en Panamá, vivió en México a partir de la adolescencia, pero tuvo distintas estadías en Chile, Argentina, Brasil, EE.UU y Europa. El 15 de Mayo de este año se produjo su muerte y, dicen, que pidió que sus cenizas fuesen llevadas al cementerio de Montparnasse (París) donde descansan sus dos hijos. Allí se reencontrará con el Gran Cronopio, cuyos restos descansan en el mismo campo santo.

Se calcula que el boom latinoamericano duró unos diez años (desde los 60 hasta los 70) y según algunos críticos fue el movimiento más revolucionario -el único- de la literatura de Hispanoamérica.

El Gran Cronopio

Quisiera creer que personalmente tuve la dicha de ver a Cortázar un día, en París, sorpresivamente, a punto de subirse a un taxi cerca de la entrada del subte de Odéon. Quisiera creer que me animé a acercarme a su figura enorme, imponente y pude darle la mano mientras lo saludaba simplemente como alguien recién llegado de Buenos Aires, contenta de encontrarlo. Quisiera creer que me impresionaron su naturalidad, su cordialidad y la alegría que se esbozó en su cara barbuda, en una expresión sincera y muy abierta.

Vaya este sencillo homenaje a algo tan trascendente como lo fue ese movimiento literario surgido hace 50 años. En él, Cortázar tuvo su lugar de honor, con sus libros tan singulares, inventando un mundo fantástico de cronopios y de famas, seres imaginarios, pero que, gracias a él, siempre reconoceremos en la vida real.

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