sábado, 20 de febrero de 2016

Erasmo de Rotterdam: "Elogio de la locura"





Elogio de la locura (titulado originalmente Morias Enkomion[1] en griego y Stultitiae Laus en latín, literalmente Elogio de la estulticia o de la tontería) es un ensayo escrito en 1509 por Erasmo de Rotterdam e impreso por primera vez en 1511.

1. Sebastian Brant o Brand (Estrasburgo, 1457 o 1458 - Estrasburgo, 10 de mayo de 1521), humanista y escritor de obras satíricas, suizo. Brant en 1494, crea un nuevo género literario, el género bufo[2], al publicar su obra maestra Das Narrenschiff (La nave de los locos), crítica de la debilidad y locura de sus contemporáneos. Inspirado en el ciclo de los Argonautas[3], que cobró vida entre los grandes temas de la mitología en los albores del Renacimiento, cuenta el viaje de un barco hacia la tierra de los locos y las aventuras de sus pasajeros.

2. La nave de los Locos o de los necios (en el original alemán, Das Narrenschiff, en su traducción latina, Stultifera Navis) es una sucesión de 112 cuadros críticos (el número puede variar dependiendo de las ediciones) acompañados cada uno con un grabado, en los que Sebastian Brant critica los vicios de su época a partir de la denuncia de distintos tipos de necedad o estupidez. Se ha también relacionado la obra con una velada crítica a la iglesia de la época (en latín, navis se refiere también a la nave de un templo, y se conoce a la Iglesia Católica como la nave de San Pedro).

2.a. Antecedentes de la obra
La imagen de un grupo de locos viajando en barco hacia la tierra de los tontos (o Narragonia).

2.b. El Necio
Se ha intentado rehacer una clasificación de necedades a partir de la obra de Brant. Algunos autores, han visto el viaje a Narragonia como un viaje hacia uno mismo, anticipando Brant una temática moderna de autodescubrimiento del yo. Es importante también apreciar que la literatura medieval (así como el propio Brant) no hacía distinciones entre los tipos clásicos de necedad latina (stultus (ignorancia involuntaria), fatuus (necio, poco inteligente), insipiens (ignorancia voluntaria) y demens (incapacidad para la realización de actos de la vida diaria).


2.c. Influencia posterior
Con posterioridad a esta obra se continuaron escribiendo historias de necios. La secuela más conocida es el Elogio de la locura (1509), del humanista Erasmo de Rotterdam, quien conocía la obra de Brant (recordemos la identidad entre locura y necedad que preside las concepciones de la época). La influencia de Brant llega a Rabelais con Gargatúa y Pantagruel[4]. El pintor Hieronymus Bosch recreó en un cuadro su propia nave de los locos.

3. La nave de los locos es un cuadro del pintor flamenco El Bosco, datado entre 1503-1504.

3.a. Historia
En esta Nave de los locos, El Bosco lleva al espectador a un mundo tanto real como surreal. Describe la locura de la humanidad pecadora que conduce a la muerte, criticando a los hombres que viven al revés perdiendo sus referentes religiosos. Muestra a humanos pródigos que malgastan sus vidas jugando a las cartas, bebiendo, flirteando y comiendo en lugar de emplearla de manera "útil". De esta manera, a través de la pintura se critican las costumbres de la sociedad de la época en que fue pintada, de forma alegórica: las profanidades presentes en todos los grupos sociales (incluido el clero, como se puede ver, en primer plano de la pintura), el juego y la bebida.
El mundo que pinta es un mundo al revés tal como se lo encuentra en la vida en la época (aparte de las intervenciones de origen imaginario del artista). Aquí no reina la cabeza sino el vientre. Si la cabeza no reina es que está loca. Su locura es adorar el vientre, su locura es el pecado. La gula y la lujuria eran defectos muy extendidos desde hacía tiempo en los monasterios. El Bosco muestra por lo tanto su visión del mundo de la época, criticando la moral disoluta de la clerecía, el vicio en la vida monástica y la locura humana que cede a los vicios.

3.b. Análisis del cuadro
Se presentan tipos entresacados de la hez humana: el bufón, los borrachos, el novicio goliardo cantando, la monja tocando el laúd. La barca donde se come, se bebe y se canta, va a la deriva. El mástil es un árbol de Mayo; entre sus hojas espía el diablo, y pende del palo un cráneo descarnado de caballo.
Los protagonistas de esta pintura son la monja y el fraile franciscanos que se encuentran tan distraídos, intentando hincar el diente en un pedazo de comida que cuelga de un hilo, que no se dan cuenta de que un ladrón les va a robar lo poco que les queda sobre la mesa. Estos religiosos cantan juntos, lo que tiene ciertas asociaciones eróticas, especialmente por la presencia del laúd, puesto que los hombres y las mujeres de las órdenes monásticas se suponía que debían permanecer separados.
Los demás personajes se esfuerzan por conseguir vino y alimentos. El sentido de la escena se condensa en el bufón sentado sobre una rama podrida.
La pintura presenta un denso simbolismo:
El mástil se ha convertido en un árbol. En medio del ramaje puede verse una figura que unos han considerado que es una lechuza o búho que simbolizaría la herejía; otros aprecian en él una calavera, que representaría a la Muerte; otros, en fin, creen ver una máscara (el demonio) o un diablo que desde el centro del follaje contempla la escena.
En el mástil ondea una banderola rosa con una media luna musulmana que ha sido interpretada como símbolo de herejía o, también, como una alusión a los lunáticos, esto es, a los locos que, marginados, estaban condenados a vagar en un barco sin rumbo fijo.
El laúd y el bol con cerezas tienen connotaciones eróticas.
La gente en el agua representaría los pecados de la gula o la lujuria.
El embudo invertido en la parte inferior izquierda simbolizaría la locura.
El ave asada simbolizaría la gula. El cuchillo que se usa para cortarlo y que caiga sería un símbolo fálico o del pecado de la ira.

El Bosco denuncia los vicios en que incurre la locura del hombre atribuyéndoselos a personajes que parecen de clases sociales inferiores. El invitado que vomita muestra el vicio de quien sucumbe a los efectos del alcohol; algunos autores consideran que es un símbolo de «la horrible náusea que sienten los condenados en el infierno».1 Aparece igualmente un cántaro alusivo al sexo femenino o el diablo; el pescado muerto sin escama sería el pecado.


4. Desiderius Erasmus Roterodamus (1446-1536) fue una personalidad enormemente controvertida y molesta en su época. En la encrucijada entre la Reforma protestante y la obsoleta ortodoxia tradicionalista de la Iglesia cristiana, el cauteloso Erasmo se granjeó la enemistad y el repudio de ambos bandos: un traidor vendido al mejor postor para los luteranos y un peligroso reformista que, con sus doctrinas heréticas había apoyado al reformismo y perjudicado a la Iglesia de Roma.
Nacido en Rotterdam, Holanda, en 1469, recibió una buena educación impregnada por el estudio de las bonae litterae, esto es, de la literatura y las lenguas grecolatinas propias del humanismo renacentista, movimiento del que fue uno de sus máximos y más refinados representantes.
Al morir su padre, Erasmo ingresa en el convento de los agustinos de Stein, del que no guardará precisamente un buen recuerdo. Las estrictas reglas de sumisión, así como su absoluto dogmatismo y la total impermeabilidad ante cualquier innovación le reafirmaron en su experiencia de que existía una gran escisión entre la formación cultural que proponían los nuevos tiempos y la devota y artificiosa religión popular. En 1492, sin embargo, tomó los hábitos monacales y pasó al año siguiente a trabajar como secretario del obispo de Cambrai, que necesitaba un buen latinista. Esta posición le permitió realizar numerosos viajes a Francia, Bélgica, Italia e Inglaterra y relacionarse con la mayoría de los centros humanistas de Europa. En su estancia en Inglaterra se codeará con la nobleza y con las elites intelectuales y políticas de su tiempo, entablando una gran amistad con Tomás Moro, futuro canciller de Enrique VIII.
En 1500 Erasmo se doctora en teología por la universidad de Turín y en 1521 se establece en Basilea, ciudad en la que había surgido un importante grupo de humanistas reformadores. A partir de entonces, y debido a la popularidad de su obra y de la aparición de la figura de Lutero, Erasmo vivirá un período de profunda inestabilidad y de continuas disputas provocado por la ambigua postura que mantenía en la intransigente polémica entre reformistas y cristianos ortodoxos. Polémica de la que no pudo apartarse y que acabó con su repudio y con su obra en el Índice de libros prohibidos. En 1536, a causa de una disentería, muere Erasmo en Basilea.

5. En 1509 Erasmo publica la que será una de sus obras más populares Moriae (Del latín morio, bufón. Trastorno mental de excitación eufórica y de jovialidad, con disposición a la chanza) encomium (Elogio de la locura). Escrita como un juego divertido, y dedicada a su amigo Tomás Moro, cuyo apellido curiosamente proviene de la palabra latina moria, esto es, locura, esta obra tiene el trasfondo serio propio de los bufones: sólo a éstos les estaba permitido airear con franqueza las grandes verdades y desenmascarar, con la risa, los peores defectos.
El Elogio de la locura es una acertada sátira de ingeniosa crítica de la sociedad de la época, en la que todas las clases sociales son despiadadamente analizadas por la Locura, que es la que narra el relato. Su burla mordaz no deja títere con cabeza: ni reyes ni papas, ni campesinos ni nobles, ni mujeres ni monjes se sustraen al dominio de la locura, la stultitia, la estupidez.
La crítica se ahonda en un mordaz análisis de la Iglesia y sus instituciones, así como de la teología y su anticuado método escolástico. Todos ellos están bajo el gobierno de la Locura porque se han apartado de la verdadera fuente de la religión: el cristianismo primitivo. Se debe huir del mundo de las apariencias, de ese teatro de la inautenticidad y recobrar la espiritualidad primigenia a través de una sincera vivencia individual. El pasado es considerado como un motor de renovación porque nos permite volver sobre nuestros pasos hacia ese punto de la historia donde se pervirtió el verdadero sentido del cristianismo y comenzó la decadencia de la cultura.

6. El pensador elabora una obra en la que ensalza la locura (o más bien en la que la locura se ensalza a sí misma). Todo lo que ha visto, le lleva a pensar que ésta es la fuerza que mueve el mundo. La razón, la cordura, al parecer no lleva a ningún lugar: cuanto más sensata es una persona peor vive, el cuerdo no emprende a menudo grandes acciones (el miedo al fracaso es un freno), se ensalza la ignorancia o el error, se admira a quien más incompetente resulta, las ciencias no conducen a la felicidad, la civilización es un castigo. Pero afirmar todo esto es reconocer también su propio fracaso y el de todo su pensamiento. Tal vez, por eso, Erasmo haya optado en este caso por divertirse escribiendo el encomio de la estulticia. Reflexionar ahora sería demasiado duro. ¿Es posible que por un momento desee no ser consciente de todo esto, vivir en la ignorancia, dejarse arrastrar por la insensatez? Aunque así lo sienta, Erasmo no se da por vencido. Esta obra no es fruto de su pesimismo, sino de una ironía llevada al extremo, que busca, como siempre, llevar a la reflexión (en este caso de una forma más provocadora). El autor está convencido de que Estulticia no debe gobernar el mundo y ataca a todos los que la ensalzan a través de su propio encomio.
En definitiva, Erasmo no puede evitar resistirse a un mundo en el que la insensatez es la madre, el origen, de todo lo que se valora, en el que la incompetencia se premia, la ignorancia proporciona una vida agradable y la sabiduría sólo supone desdicha. ¿No es un mundo sorprendentemente actual?

7. El elogio de la locura o Encomio de la Estulticia consta de 68 capítulos breves en los que Estulticia, la Locura (o más bien la Insensatez) se alaba a sí misma y nos habla de todos los bienes que proporciona a los dioses y a los hombres.

8. “Diga lo que quiera de mí el común de los mortales, pues no ignoro cuán mal hablan de la Estulticia incluso los más estultos, soy, empero, aquella, y precisamente la única, que tiene poder para divertir a los dioses y a los mortales cuando quiero” (capítulo I).
En los primeros capítulos Estulticia se presenta e introduce su propio elogio como haría cualquier orador o escritor. A lo largo de toda la obra es ella quien habla en primera persona, ensalzando sus virtudes y mostrando su papel preponderante en todos los aspectos de la vida. Sus argumentos llegan a estar tan bien trabados que el lector puede sentirse tentado de darle la razón. Sin embargo, no hay que olvidar que se trata de la Locura. En este sentido, podemos decir que a lo largo de la obra se mezclan varias cosas. Por una parte, resulta irónico que Estulticia se elogie a sí misma, no parece serio, no nos podemos fiar de lo que dice. No obstante, a la vez, ella critica todo tipo de colectivos y actitudes; es más, aparece continuamente la idea de que ella es la única que se muestra tal como es: todos los demás fingen, ocultan sus verdaderos instintos y motivos, tratan de parecer racionales.
Estulticia comienza hablando de la mala imagen que tiene. Los mortales hablan mal de ella, sin embargo, en realidad, la aprecian: el auditorio se relaja y alegra cuando ella toma la palabra. Dejarse llevar por ella, evitar pensar… es a menudo el camino más fácil. En este sentido, Estulticia se compara con el nepente, bebida divina que provoca el olvido y con él el alivio, la felicidad. El ser humano necesita de la Locura, pero además ésta es algo consustancial a su naturaleza, le es imposible desprenderse de ella. No se puede tomarse la vida siempre en serio (con frecuencia resulta absurda).
En el capítulo II Estulticia presenta su propósito: va a realizar un encomio de sí misma. Aunque esto no sea lo habitual, a ella le parece lógico: ¿quién se conoce mejor que uno mismo? Por tanto, ¿quién podría alabarse mejor? A esto antepone la imagen de ciertos intelectuales hipócritas que sobornan a algún retórico para que recite sus mentiras (capítulo III). Ella, sin embargo, será siempre sincera. Prueba de ello será su discurso improvisado y repentino.
No sería propio de la Locura definirse a sí misma como si estuviera escribiendo un tratado serio, una enciclopedia. A esto se le añade la imposibilidad de establecer límites: su poder lo abarca todo, está en todas partes. Por eso, comenzará diciendo simplemente que ella es una dispensadora de bienes, llamada Stultitia por los latinos y Moria por los griegos.       
Es en este punto (capítulo IV) donde comienza a establecer un paralelismo con las divinidades grecolatinas. Así, pasa a establecer su genealogía en el capítulo VII. Habla de su padre, Pluto (“el verdadero padre de los dioses y de los hombres”: simboliza la ceguera humana frente a la obtención de riqueza y abundancia); de su lugar de nacimiento, las islas Afortunadas (“donde no hay trabajos, ni vejez, ni enfermedad”), lugar exento de preocupaciones; de las ninfas que la criaron, la Ebriedad y la Ignorancia, dos componentes importantes de la Locura; de los compañeros que la acompañan (el Amor Propio, la Adulación, el Olvido, la Pereza, la Voluptuosidad, la Demencia, la Molicie y los dioses Festín y Sublime Modorra)… Sus redes son, por tanto, verdaderamente amplias. Nadie puede escapar de ella: “ejerzo autoridad incluso sobre las autoridades” (capítulo IX).
Finalmente, Estulticia pasa a presentar los beneficios que ofrece: de ella procede el origen mismo de la vida y de todo lo que es placentero en ella. La Locura o Insensatez proporciona al alma una alegría similar a la embriaguez constante, un placer sin egoísmo. ¿Cómo podríamos rechazarla entonces? ¿Quién no querría ser feliz? Estulticia se muestra constantemente como el único camino hacia la felicidad completa, pues ni los mejores oradores pueden conseguir el mismo efecto en su público.

9. “Y al ser del hombre no sólo no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni aún sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad”. Jacques Lacan.
Estulticia, traducida como Locura, es en realidad la Insensatez. No se trata de una locura como patología, como demencia. Es más bien ese comportamiento improvisado, instintivo, lleno de vitalidad, que a menudo vemos con cierta condescendencia en aquellos más dados a practicarlo.     
Con su ironía, Erasmo describe el mundo en el que vive, un mundo fruto de la necedad. Doña Insensatez hace en el censo de su progenie: violencias, falsas alegrías, supersticiones, aburridas disputas de teólogos… La sabiduría acaba resultando aburrida, cargante. Así, visto a través de los ojos de Estulticia, el tonto es el sabio, que no sabe disfrutar de los placeres de la vida. Cervantes repite esta pareja en Don Quijote y Sancho. Sin embargo, observada desde la sabiduría, Doña Insensatez y su progenie aparecen como falsas y engreídas. Todo depende del enfoque con el que se mire. Cuando todo el mundo está loco, estar cuerdo es una locura.
“Había una vez, en la lejana ciudad de Wirani, un rey que gobernaba a sus súbditos con tanto poder como sabiduría. Y le temían por su poder, y lo amaban por su sabiduría.
Había también en el corazón de esa ciudad un pozo de agua fresca y cristalina, del que bebían todos los habitantes; incluso el rey y sus cortesanos, pues era el único pozo de la ciudad.
Una noche, cuando todo estaba en calma, una bruja entró en la ciudad y vertió siete gotas de un misterioso líquido en el pozo, al tiempo que decía:
-Desde este momento, quien beba de esta agua se volverá loco.
A la mañana siguiente, todos los habitantes del reino, excepto el rey y su gran chambelán, bebieron del pozo y enloquecieron, tal como había predicho la bruja.
Y aquel día, en las callejuelas y en el mercado, la gente no hacía sino cuchichear:
-El rey está loco. Nuestro rey y su gran chambelán perdieron la razón. No podemos permitir que nos gobierne un rey loco; debemos destronarlo.
Aquella noche, el rey ordenó que llenaran con agua del pozo una gran copa de oro. Y cuando se la llevaron, el soberano ávidamente bebió y pasó la copa a su gran chambelán, para que también bebiera.
Y hubo un gran regocijo en la lejana ciudad de Wirani, porque el rey y el gran chambelán habían recobrado la razón.” (Gibrán Jalil Gibrán, El rey sabio).
 
10. Erasmo habla de la estupidez del ser humano en general a través de Estulticia. Sin embargo, en el capítulo XVII se refiere a las mujeres. Comienza diciendo que el varón está destinado a gobernar las cosas de la vida, algo para lo cual se le debió otorgar “algo más del adarme de razón concedido”. Por eso, Estulticia decide “que se le juntase con una mujer, animal ciertamente estulto y necio, pero gracioso y placentero, de modo que su compañía en el hogar sazone y endulce con su estupidez la tristeza del carácter varonil”. Ninguna mujer puede según ella llegar a ser tenida por sabia (y si lo intenta sólo conseguirá ser doblemente necia). “Así, la mujer será siempre mujer, es decir, estúpida”. Pero precisamente por eso, debe estar agradecida a Estulticia por tener más suerte que los hombres en muchos casos. Por otra parte, en la relación entre ambos la Locura está siempre presente, pues si, por un lado, es la necedad la que encomienda las mujeres a los hombres, por otro, no hay nada que éstos no les toleren. El capítulo acaba así: “De ello son prueba, piense cada cual lo que quiera, las tonterías que le dice el hombre a la mujer y las ridiculeces que hace cada vez que se propone disfrutar de ella. Ya sabéis, por tanto, el primero y principal placer de la vida y la fuente de que emana ésta.”
Debemos decir que la imagen de la mujer durante el Renacimiento no es la misma que podemos tener en la actualidad, aunque sí han pervivido ciertos tópicos. Es conocida la antigua visión de la mujer como ser irracional, in-capaz de pensar por sí misma, eternamente tutelada por el hombre, con una humanidad puesta en duda en momentos como el Concilio de Mâcon (en el que se discute frenéticamente si tiene alma)… Aunque pueda parecer que todo esto forma parte del pasado, el poso que ha dejado en la mentalidad colectiva sigue y seguirá presente durante mucho tiempo. Al decir la Locura que la mujer es “un animal ciertamente estulto” alaba su despreocupación, su incapacidad para pensar demasiado, su forma de dejarse llevar por las pasiones y de disfrutar del momento (“son de natural más propensas al placer y a la jocosidad”, dirá en el capítulo XXXVI). Algunos de estos aspectos nos son conocidos, pues, ¿acaso no hemos oído decir nunca el tópico que las mujeres son más sentimentales que los hombres o que se dejan llevar antes por los impulsos que éstos? Hasta la década de 1960 aproximadamente se enseñaban en los colegios españoles los valores característicos de cada sexo agrupados en dos columnas de la siguiente manera:
                 
11. Estulticia debe convencer al público de lo necesaria que es. Por eso, se sitúa en la fuente misma de la vida. En este sentido, es capaz de hacer que el más sabio recurra a ella si quiere ser padre, pues es “aquella otra parte tan estulta y tan ridícula, que no puede nombrarse sin suscitar risa, la que propaga el género humano”. Y, por otra parte, “¿qué mujer permitiría el acceso de un varón si conociese o considerase los peligrosos trabajos del parto o la molestia de la educación de los hijos?” o “¿qué hombre ofrecería la cabeza al yugo del matrimonio si, como suelen hacer los sabios, meditase antes los inconvenientes que le traerá tal vida?” (capítulo XI). Así, en el matrimonio y en la procreación está presente Estulticia a través de algunos de sus acompañantes como la Demencia o el Olvido (éste hace que una mujer que haya pasado por estas incomodidades decida repetirlas).
También al amor, tan relacionado con estos aspectos, tiene parentesco con Estulticia: “¿por qué es siempre niño Cupido? ¿Por qué si no por ser un bromista y no hacer ni pensar nada nunca a derechas?” (capítulo XV). A menudo se habla del amor como de algo irracional, que no se puede evitar ni controlar por muy perjudicial que pueda resultar. Se dice que es ciego (ajeno a todo defecto, cualquier inconveniente que pueda provocar), y a eso se refiere también la Locura cuando dice: “Cupido, padre y autor de todo afecto, que, por obra de su ceguera, toma lo feo por hermoso, hace que entre vosotros cada cual encuentre hermoso lo que ama, de suerte que el viejo quiera a la vieja como el mozo a la moza” (capítulo XIX). Pero, ¿es esto una prueba definitiva de lo irracional del amor? Si el viejo quiere a la vieja no es porque no la vea tal como es, sino por lo que ella le aporta, por la unión que hay entre los dos, porque le resulta más afín a él mismo que cualquier joven. ¿Eso no tiene nada de racional? Nos acercamos a quien despierta en nosotros estos sentimientos aunque no nos convenga si lo que recibimos a cambio –o lo que creemos que podemos recibir- es más que lo que vamos a perder –o lo que creemos que podemos perder-, si pensamos en ese momento que merece la pena. No todo en el amor puede ser impulso y ceguera, pues éstos no suelen durar mucho. En cada decisión que tomamos, en cualquier aspecto de nuestra vida, la razón y los sentimientos se entremezclan sin que podamos diferenciarlos del todo. Nunca la razón puede ser acallada del todo y nunca los sentimientos pueden olvidarse. Es posible que a veces primen más unos u otra, pero al fin y al cabo dejarse llevar por un impulso en un determinado momento no deja de ser una decisión.

12. Estulticia no sólo es la responsable del origen de la vida, sino que también está presente a lo largo de todas sus etapas, aunque de distinta manera. Durante la infancia se manifiesta con claridad, pues sólo gracias a ella los niños son capaces de soportar las lecciones de sus maestros y ganarse los beneficios de sus protectores. Por eso, siempre tenemos ganas de abrazarlos y de besarlos, siempre acabamos perdonando sus travesuras (o riéndonos con ellas).
También durante la juventud está presente Estulticia. A ella se debe el encanto que tiene esta etapa, caracterizada por su falta de sensatez. Son los años más placenteros en la vida de cualquier persona, de los que se tiene siempre un mejor recuerdo. Es el momento en el que nos sentimos capaces casi de cualquier cosa, por muy difícil o absurda que sea.
Sin embargo, a medida que el ser humano crece empieza a cobrar prudencia, como dice Estulticia. Entonces “descaece su hermosura, languidece su alegría, se deshiela su donaire”. Cuando llega a su edad adulta, el hombre debe organizar su vida, hacer frente a las preocupaciones que le van surgiendo… Es una etapa más dura y pesada, en la que se aleja de Estulticia y de los placeres que ésta podría proporcionarle.
Finalmente, llega la vejez. Este es un momento molesto tanto para los que lo sufren como para los que conviven con ellos. Ningún mortal sería capaz de soportarlo si Estulticia no estuviera allí para devolverlo de nuevo a su infancia. En este sentido, hay gran parecido entre los niños y los ancianos: ambos divagan y tontean. De hecho, los dos disfrutan mucho en compañía. Así pues, la Insensatez, en la última etapa de la vida se apiada de aquellos que deben soportar el peso de los años y los libera de sus preocupaciones: “he favorecido al viejo haciéndole delirar […] gracias a mi favor el viejo es feliz, grato a sus amigos y no tiene nada de inepto para las fiestas”.

13. “Si los mortales se contuviesen de toda relación con la sabiduría y orientasen la vida de acuerdo conmigo, no envejecerían y gozarían dichosos de perpetua juventud” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo XIV).
Las preocupaciones, la vida intelectual, la sabiduría, el uso de la razón… hacen al hombre envejecer prematuramente debido al gran peso que le acarrean. Por el contrario, la vida placentera y despreocupada puede alargar su juventud. Aquí está el secreto para permanecer siempre joven y este don, como todos los anteriores, debemos agradecérselo a Estulticia. Así, cuando se es feliz en todos los aspectos se conserva íntegra la existencia humana. Aquel que tome la vida en broma no sentirá la tristeza de la vejez. En cambio, quien viva dedicado a importantes estudios filosóficos o a graves y arduos asuntos verá como se agota su espíritu y su savia vital antes de llegar a la plena juventud.
En este sentido, la juventud se asocia a la inmadurez. Quien no es capaz de asumir ningún tipo de responsabilidad o de preocupación no llegará nunca a envejecer, a entrar en el mundo adulto. Por otra parte, esto tiene también su manifestación física y aquí Estulticia compara a sus necios (regordetes, lucidos, con piel brillante) con aquellos que han envejecido demasiado rápido (las canas, las arrugas que marcan las facciones… las tomamos a menudo como signo de las preocupaciones).
Así, Estulticia además de presentarse como el origen de la vida, aparece como la representante de la mejor etapa de la misma, aquella que le resulta a todo el mundo más agradable y feliz, más digna de recordar: la juventud, a la que en nuestra época –mucho más que en la de Erasmo- se le rinde auténtico culto.

14. “Mucho más fervorosamente adorada me juzgo al ver que todos me llevan en el corazón, me confiesan con la conducta y me imitan en la vida. Por cierto, que no es éste el género de culto más frecuente, ni aun entre los cristianos. ¡Cuántos de éstos ofrecen a la Virgen Madre de Dios una vela encendida en pleno mediodía, que es cuando no le hace falta alguna! Y, sin embargo, ¡cuán pocos se esfuerzan en imitarla en su castidad, su modestia y su amor divino! Éste sería, sin embargo, el culto verdadero y, con mucho, el más agradable al cielo” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo XLVII).
Desde el capítulo XL, Erasmo empieza a atacar la religiosidad exterior y la superstición, así como a sus practicantes. Por tanto, va contra los que se complacen en escuchar o explicar falsos prodigios y milagros (ya sea para matar el tiempo o por ánimo de lucro), contra aquellos que veneran las imágenes y pinturas pensando que van a solucionar todos sus males, los que creen que pueden encontrar una forma mundana de reducir la estancia en el Purgatorio, los que se dedican a recitar salmos y textos sagrados de memoria…Todas estas prácticas hacen que se olvide la verdadera esencia del cristianismo y llevan a una religión puramente formal. El Nuevo Testamento y el mensaje de Cristo supone un cambio con respecto a la tradición judía precisamente en ese sentido: se coloca por encima de las leyes y de los formulismos a las personas y a sus obras. Así, podemos recordar las quejas de los judíos cuando Jesús cura en sábado, el caso de la prostituta a la que la ley condena y él decide salvar… Frente a una religión con unas normas claramente establecidas, el cristianismo aparece en sus orígenes como una renovación que pretende ser más coherente. Sin embargo, con el paso del tiempo, la tendencia será la misma. Muy pronto aparece la necesidad de regular aquello que se debe creer y aquello que no, de establecer los criterios por los que un cristiano puede recibir tal nombre, de controlar todas las prácticas. Ello implica un aumento de la complejidad de las formas religiosas: los dogmas proliferan y para demostrar que se es buen cristiano es necesario manifestarlo externamente. Esto se une con las antiguas reminiscencias del paganismo y con una forma de actuar instintiva: es más fácil acercarse a aquello que se puede ver y tocar, a aquello que resulta más fácil o que llama más la atención. Así lo dice Erasmo a través de Estulticia:

     “El espíritu humano está modelado de tal manera, que aprehende mucho mejor lo ficticio que lo verdadero. Si alguien solicita una prueba manifiesta y obvia de tal cosa, acuda a la hora del sermón en una iglesia y verá que si se está hablando de algo serio, todos dormitan, bostezan y se asquean; en cambio, si el vociferador (me he equivocado, quise decir el orador), comienza, según hacen con frecuencia, a explicar alguna historieta asnal, se despabilan todos, prestan atención y escuchan con la boca abierta. Del mismo modo, si se celebra algún santo orlado de fábulas y de poesías –como, si me pedís ejemplos, lo son Jorge, Cristóbal o Bárbara- veréis que se les venera con mucha más devoción que a san Pedro, san Pablo o al mismo Jesucristo” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo XLV).

Erasmo introduce aquí una de las claves de su pensamiento religioso en lo relativo al estado en el que se encuentra Iglesia y, en consecuencia, a la necesidad de renovación. A lo largo de estos capítulos, y  mediante el uso de muchos ejemplos, nos ofrece una imagen que nos resulta familiar. El cristianismo, en la actualidad, sigue teniendo muchos elementos que se relacionan más con la costumbre o con la superstición que con la religión. En cierto modo, responde a unos fines prácticos: es necesaria la existencia de una serie de resortes que permitan controlar a los fieles, guiar sus acciones, mantener la uniformidad en sus conductas y, al mismo tiempo, hacer llegar un mensaje claro, accesible a todos. Esto se consigue potenciando esta  religiosidad exterior frente a la vivencia interna: es difícil controlar lo que piensan las personas y, a la vez, resultaría complicado hablarle de reflexión o de oración interior a la mayor parte de la población.
Estas formas de actuar han pervivido hasta hoy: en determinados momentos del año podemos ver ríos de gente fervorosa que acude a las procesiones sin haber pasado por la iglesia el resto del año, sin saber exactamente qué significa lo que están haciendo. Pero existe un sentimiento –a menudo no se sabe muy bien de qué tipo- que les mueve a estar allí, a sentirse parte de esa manifestación religiosa, a identificarse con el resto de gente que asiste. Esto nos lleva a un aspecto que Erasmo no llega a tratar: el sentimiento de masa, la necesidad del hombre de pertenecer a algo y de recibir el apoyo de los que procesan sus mismas creencias. En este sentido, la religiosidad exterior, el espectáculo, el colorido y la vistosidad de ciertas manifestaciones no pueden competir con el aislamiento de la devoción interna. 

15. A partir del capítulo LVIII, la crítica se va centrando en colectivos concretos. En éste se refiere a los cardenales, que, siendo los sucesores de los Apóstoles, parecen necesitar riquezas para imitarlos. Una vez más, se pone de manifiesto la pérdida del auténtico sentido del cristianismo y, para ello, se hace referencia a la Iglesia primitiva, cuya pureza Erasmo quiere recuperar.

     Más atención le presta al sumo Pontífice (capítulo LIX), que no trata de imitar la vida de Cristo. Tanto él como los anteriores pueden ser felices y no tener preocupaciones gracias a Estulticia: se apartan de la razón, no piensan en lo que conllevan sus cargos: “¡Cómo tendrían que privarse de sus placeres si alguna vez se adueñase de ellos la sensatez!”. Sin embargo, Erasmo no pasa por alto tampoco a aquellos que viven a la sombra de los papas: “Pero no hay que olvidar lo que sería entonces de tantos escribanos, copistas, notarios, abogados, promotores, proxenetas, y alguno más vergonzoso añadiría, pero temo que resulte ofensivo para el oído”. Aún así, están convencidos de que Cristo está satisfecho con su labor. En la actualidad, esta imagen del sumo pontífice no ha cambiado mucho. Rodeado de ceremonias, pompa y riqueza ahora, además, se suma el problema de la elevada edad con la que suele llegar a este cargo. Esto no es un aspecto de poca importancia: por una parte se supone necesaria una amplia formación y experiencia para llegar hasta aquí. Sin embargo, por otra, debemos tener en cuenta las propias limitaciones fisiológicas del ser humano: la avanzada edad, las enfermedades… dificultan a menudo un ejercicio activo, dinámico de esta función a la vez que se fomenta el inmovilismo.
Al criticar a los obispos, en el capítulo LX, pone el ejemplo de los alemanes, que viven como auténticos sátrapas. De los sacerdotes, en cambio, dirá que creen cumplir con su deber rezongando las oraciones de cualquier modo. La situación de dejadez aparece en todas las esferas:
“De la misma manera, los pontífices, diligentísimos para amontonar dinero, delegan en los obispos los menesteres demasiado apostólicos; los obispos, en los párrocos; los párrocos, en los vicarios; los vicarios, en los monjes mendicantes y, por fin, éstos lo confían a quienes se ocupan de trasquilar la lana de las ovejas” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo LX).

17. Se designó como locura hasta final del siglo XIX a un determinado comportamiento que rechazaba las normas sociales establecidas. Lo que se interpretó por convenciones sociales como locura fue la desviación de la norma (del latín vulgar delirare, de lira ire, que significaba originalmente en la agricultura "desviado del surco recto"), por culpa de un desequilibrio mental, por el cual un hombre o una mujer padecía de delirios enfermizos, impropios del funcionamiento normal de la razón, que se identificaban por la realización de actos extraños y destructivos. Los síntomas de ciertas enfermedades, como la epilepsia u otras disfunciones mentales, fueron también calificados de locura.


El concepto de "locura" fue empleado en Europa históricamente en diferentes contextos con diferentes significados, que retrospectivamente se sabe que correspondían a fenómenos distintos, que en la historia de la medicina se encuentran pobremente definidos y que en ocasiones eran incluso contradictorios. La cuestión de qué variaciones respecto a la norma eran aceptadas como "extravagancias" y cuáles como locura podía depender de la región, la época o las circunstancias sociales del sujeto. No fue hasta la aplicación de la nosología moderna cuando se delimitaron los diferentes fenómenos denominados hasta entonces como locura. La locura, en términos clínicos puede ser entendida como una forma de esquizofrenia e incluso como un sinónimo.
Como las manifestaciones de la locura son muy variadas, se pueden considerar síntomas de diversos estados. En cada caso, el afectado muestra una conducta que se aparta de la normalidad de una forma determinada. Por eso, los afectados quedan desplazados de su entorno social. Frecuentemente se manifiesta como una pérdida de control, en la que los sentimientos se muestran desinhibidamente. La conducta se desplaza fuera de lo racional y las consecuencias de los propios actos no se tienen en cuenta. Los actos pueden ser objetivamente absurdos e inútiles. La diferencia entre lo real y lo irreal puede desaparecer, viéndose perturbada la percepción de la realidad. Se pueden encontrar en la mitología griega ejemplos de consecuencias catastróficas de la locura: Heracles mata a sus hijos; Áyax el Grande masacró un rebaño de ovejas al confundirlo con los líderes aqueos tras una disputa con Odiseo; el rey Licurgo de Tracia confundió a su hijo con una hiedra, símbolo de Dionisos, cuyo culto había prohibido, matándolo, y Medea mató a sus hijos. Las características perceptibles de la locura abarcan un área amplia entre la actividad frenética y la catatonia. De un lado están los maníacos; en el otro los depresivos y los apáticos. A menudo se dan disfunciones en las capacidades comunicativas, que pueden disminuir la inteligibilidad del discurso y pueden parecerse al habla de un niño pequeño: repetición de porciones de frases, reduplicación, hablar con rimas simples, onomatopeyas o cantar canciones infantiles.
Las representaciones de la locura en el arte y la literatura pueden dar información acerca de qué síntomas se conocían en tiempos pasados con el denominador de "locura". Naturalmente estas conclusiones deben de ser extraídas con cuidado, pues pueden ser equívocas. De hecho, una iconografía de la locura sólo puede originarse a partir de las percepciones de su manifestación ya disponibles.
Las interpretaciones concretas artísticas pueden retroalimentar la percepción del público, lo que significa que pueden modelar un determinado estereotipo. Tanto la estética como el diagnóstico médico de la enfermedad son a menudo proyecciones, que pueden expresar la realidad distorsiona o directamente estereotipos.
Las representaciones gráficas de la locura se centran en la expresiones faciales distorsionadas, posturas corporales exageradas, gestos sin sentido, actos absurdos y representaciones de alucinaciones o simplemente de fisionomías poco naturales.
Locura, según el diccionario, significa “privación del juicio o del uso de la razón” . Sin embargo, esta acepción no siempre ha sido tal. Antiguamente, se creía que era consecuencia de maniobras sobrenaturales, o netamente demoníacas. También se pensaba que actuaba en el hombre como castigo divino por la culpa de sus pecados. En la Edad Media los leprosos pasaron a ser una imagen distinta del miedo. Temidos y repudiados por los demás, eran excluidos y encerrados en leprosarios; cuyos bienes, una vez desaparecida la enfermedad, eran convertidos en fondos administrados por las ciudades y destinados a obras de beneficencias y establecimientos hospitalarios.
Una vez desaparecida la lepra, su lugar es tomado por las enfermedades venéreas que pronto pasan a ser consideradas asuntos médicos.
Hasta la segunda mitad del siglo XV, el tema reinante es la muerte, que aparece bajo el signo de las guerras y pestes que acompañan este período. Pero ya a finales del período, esta inquietud gira sobre sí misma. Los hombres dudan de todo y, al dudar también de la muerte, se abre una nueva perspectiva que permite burlarse de ella, porque sólo da cuenta de que la verdadera existencia está vedada a los ojos humanos mientras la realidad sea sólo un espejo de sí misma.
En el Renacimiento, la locura surge como una nueva encarnación del mal. Es en este momento en que aparece la denominada "stultifera navis" (nave de los locos) que determina la existencia errante de los locos. Dicha nave fue utilizada para eliminar del territorio a estos seres molestos que ponían en riesgo la seguridad de los ciudadanos. El furor sin causa era concebido como un síntoma inequívoco de locura y un motivo de confinamiento en la nave de los locos. Sin embargo, este viaje no sólo hacía las veces de barrendero humano, sino que, otorgaba al loco la posibilidad de purificación, sumado al hecho de que cada uno es entregado a la suerte de su propio destino, pues “cada viaje es, potencialmente, el último”.
A partir de Erasmo de Rotterdam y del Humanismo, la locura pasa a ser parte directa de la razón y una denuncia de la forma general de la crítica. Es la locura la que ahora analiza y juzga a la razón. Los papeles se invierten y dejan ver que una no podría sobrevivir sin la otra, pues ambas son una misma cosa que, en determinados momentos, se desdobla para revalidar su necesaria presencia en el mundo.
Sólo en el siglo XVII se dominará a la locura a través del encierro, con el llamado “Hospital de los locos”, donde la razón triunfará por medio de la violencia.
"La sabiduría inoportuna es una locura, del mismo modo que es imprudente la prudencia mal entendida" Erasmo de Rotterdam.
Los escritores del Renacimiento, como una forma de poner en tela de juicio todo aquello que encontraban contradictorio, crearon personajes ficticios, mediante los cuales expresaban lo que pensaban. Al darle voz a la locura, Erasmo de Rotterdam convierte su obra en una especie de sátira moral mediante la cual, se da el gusto de atacar todo lo que considera incorrecto, argumentando que la locura es una suerte de castigo del saber, para quienes creen saber.
Académicamente “es objeto de discursos que ella misma pronuncia”. Lo que provoca un mayor acercamiento a la razón, como una característica propia de todos los hombres y no sólo de los supuestos elegidos (sabios).
Luego de que la locura supliera el tema de la muerte en el siglo XV, pasa a ser la forma en que se da cuenta de que la existencia misma no es nada, en el sentido de que no refleja lo que verdaderamente es. Por este motivo, sus discursos son morales. Crítica al hombre el apego a sí mismo y su incapacidad de ver, en la mentira, la verdad.
Lo que intenta Erasmo de Rotterdam, es indicarnos el camino que nos lleve a recuperar la inocencia y la verdadera apariencia de las cosas. Realidad y verdad que sólo son posibles de ver a través de la mirada humana, pero no de aquella dominada por la soberbia, sino de la del hombre común y corriente que disfruta de las cosas mundanas, y que reacciona casi espontáneamente a los estímulos del medio.
“La razón, para ser razonable, debe verse a sí misma con los ojos de una locura irónica”. Lo que le interesa a Erasmo de Rotterdam es dar a entender que sólo a través de la locura el hombre sabrá razonar correctamente. Es decir, sólo a través de la prueba y del error, es probable que se llegue a una verdad que siempre estará condicionada por otra, ya que el hombre jamás llegará a ser dueño absoluto de la razón.
La literatura de la modernidad ha encontrado en la locura un paradigma creativo respecto al uso poético del lenguaje; a ella se han remitido principalmente los artistas del romanticismo, viendo la locura sin esa perspectiva "crítica" y admitiendo sus mecanismos lingüísticos como juegos de puro lenguaje creativo. Así, Allan Poe, Baudelaire (con toda la corriente de "poetas malditos" de cambios de siglo) y, más recientemente, escritores adscritos a la llamada literatua experimental. Así, Raymond Queneau dedicó un grueso ensayo ("Los locos literarios")al estudio de un catálogo de locos que, sin entrar voluntariamente en el terreno de la literatura, le sirven como referencias "artísticas" para un estudio de los fenómenos del lenguaje en un uso no convencional.
El saber de los locos, desde el punto de vista del "Elogio de la locura" de Erasmo de Rotterdam, anuncia que, adoptar una posición absoluta con respecto a la fe o a la razón, no significa conocer, sino que sólo creer saber.
La locura es el ingrediente ideal que debe hacer que los hombres pongan en duda la “verdad” declarada por algunos, ya que la cualidad de los estultos es el ser francos y veraces. De ahí que la estulticia asegure que los reyes prefieran pasar más tiempo con los bufones que con los sabios, porque estos últimos sólo hablan de temas tristes y se preocupan de hacer notar a los demás su supuesta superioridad.
“Todo cuanto lleva el necio en el pecho, lo traduce a la cara y lo expresa la palabra. En cambio, el sabio tiene dos lenguas, una para decir la verdad y otra para decir cosas que consideran convenientes según el momento”.
La locura, en el ámbito del saber, no sólo es importante debido a que su reconocimiento conduce a la verdadera razón. También lo es por la relación que establece entre el conocimiento y la experiencia. De modo que no se da valor a las conversaciones banales ni a las falsas creencias.
Es por esto que la locura no puede existir sin la razón, ya que sólo si ésta última es capaz de reconocer a la primera, toma conciencia de sí misma y de la verdadera importancia de las cosas.
A través de la locura, el hombre es capaz de reconocer la miseria que le rodea, porque conociéndola identifica sus flaquezas, sus errores y su verdadera incapacidad de razonar correctamente.
Lo que más crítica Erasmo de Rotterdam son las ciencias por su afán de reconocimiento universal de una sola verdad y sus pretensiones de alcanzar la posteridad. Esto, con el fin de demostrar que no es más sabio quien lee y adopta teorías ajenas, sino quien a través de su propia experiencia establece o comprueba una. Por esto, es prudente quien se acomoda a la situación en la que vive y no se avergüenza de cometer errores por temor a un resultado desagradable.
En el siglo XV, el hombre comienza a establecer los hechos del mundo de otra manera. Los temas “supremos” pasan a ser mundanos, y viceversa, por lo que todo se torna más cercano y entendible. El miedo a la muerte, y a todo lo que provenga de la ultratumba, se atenúa debido a que se humaniza. Se hace más terrenal y, por lo tanto, alcanzable y más comprensible. Sin embargo, se comete el error de creer que este acercamiento da pie a que dichos acontecimientos sean dominables o completamente manejables por la mente humana. Deseo que, obviamente, es improbable si sólo algunos creen conocer la verdadera realidad.
El lunatismo es un estado de locura temporal que suele concordar con las fases lunares, principalmente con la luna llena. En la Edad Media (y aún hoy) contribuyó a la creencia de la licantropía (hombre lobo). La locura además como falta de razón puede ser utilizada para defensa ante cargos criminales, por ejemplo en Inglaterra




[1] En la mitología griega las Moiras (en griego antiguo Μοῖραι, ‘repartidoras’) eran personificaciones del destino. Sus equivalentes en la mitología romana eran las Parcas o Fata, y en la nórdica las Nornas. Vestidas con túnicas blancas, su número terminó fijándose en tres.
La palabra griega moira (μοῖρα) significa literalmente ‘parte’ o ‘porción’, y por extensión la porción de vida o destino de uno. Controlaban el metafórico hilo de la vida de cada mortal desde el nacimiento hasta la muerte (y más allá). las Moiras eran:
Cloto (Κλωθώ, ‘hilandera’) hilaba la hebra de vida desde su rueca hasta su huso. Su equivalente romana era Nona (‘Novena’), que originalmente era una diosa invocada en el noveno mes de gestación.
Láquesis (Λάχεσις, ‘la que echa a suertes’) medía el hilo de la vida de cada persona con su vara de medir. Su equivalente romana era Décima.
Átropos (Ἄτροπος, ‘inexorable’ o ‘inevitable’, literalmente ‘que no gira’10 a veces llamada Aisa) era quien cortaba el hilo de la vida. Elegía la forma en la que moría cada persona, y cuando su tiempo llegaba cortaba su hebra con «sus detestables tijeras» la confundian con Enio una de las grayas.11 Su equivalente romana era Morta (‘Muerte’).

[2]  El modelo del bufo es el de una obra breve, de argumento siempre descabellado e impredecible, que tiende a la caricatura y mofa ligera de todo tipo de temas como los mitos históricos, la realeza, el ejército, la política, etc. Para ello recurre a música agradable, intrascendente, y a cierto erotismo y exotismo.

[3] Con el nombre de argonautas se conoce a los héroes que acompañaron a Jasón en su búsqueda del vellocino de oro. Sus avatares fueron contados en varios poemas épicos de la Antigüedad.
El nombre de Argonautas procede del latín argonauta y ésta del griego / argos (nombre de la nave) y nauta (marinero). Argo era el nombre de la nave, bautizada en honor a su constructor Argos.
La historia de los argonautas es una de las leyendas griegas más antiguas incorporando numerosos elementos comunes en las historias populares, el viaje peligroso de un héroe al que se le envía para desembarazarse de él imponiéndole una tarea imposible de llevar a cabo pero de la que sale victorioso gracias a la ayuda de aliados inesperados.

[4] El gigantismo de sus personajes permite a Rabelais describir escenas de festines burlescos. La infinita glotonería de los gigantes abre puerta a numerosos episodios cómicos. Así, por ejemplo, el primer grito de Gargantúa al nacer es: "¡A beber, a beber!". El recurso a los gigantes permite también trastocar la percepción normal de la realidad; bajo esta óptica, la obra de Rabelais se inscribe en el estilo grotesco, que pertenece a la cultura popular y carnavalesca. Rabelais es sin duda un crítico de la naturaleza humana, a través de la exageración de sus características. Ojos modernos dirían que mucho de su lenguaje es escatológico, lleno de inmundicas, secreciones y referencias explícitas a los órganos sexuales, condimentadas siempre con un explosivo sentido del humor.