sábado, 29 de octubre de 2011

Italo Calvino: "Los amores difíciles"




En 1970 Italo Calvino reunió una serie de relatos bajo el título de Los Amores Difíciles.

Dividida en dos partes, consta en total de 15 relatos, la mayoría ya publicados y unos pocos inéditos.

La primera parte lleva el mismo nombre del libro, son trece pequeñas historias que comparten el nombre de “Aventura”, tanto la alusión de Aventura como el título de libro tiene un sentido irónico porque Calvino narra historias que se alejan a las historias que se cuentan convencionalmente con estos títulos. Estos relatos son acerca usualmente de pequeños incidentes, casi accidentales, y cuya importancia reside en la capacidad con que Calvino va escribiendo sobre ellos. Si bien en “La Aventura de un Empleado” se cuenta la satisfacción de un oficinista tras una ocasional noche de amor, o en “La Aventura de un Lector” la indecisión de un hombre que en la playa tiene que optar por una novela que le apasiona y una mujer; se incluye también “La Aventura de una bañista”, historia que cuenta la angustia y vergüenza de una mujer al perder su bañador en una playa muy concurrida, o “La Aventura de un fotógrafo” que se centra en la obsesión de un hombre por la fotografía, en un texto a medio camino del ensayo. En definitiva más que sobre lo que convencionalmente se considera el amor, Calvino describe la satisfacción y ansiedad inherentes a las cuestiones humanas, la sociedad italiana de mitad de siglo XX con sus preocupaciones; con un pretexto indefinible que a falta de otra palabra más precisa, parece sugerir Calvino, se puede definir como amor.

La segunda parte se llama “La Vida Difícil”, son dos cuentos mucho más extensos que se ocupan de las amenazas que conlleva la vida cotidiana. En “La Hormiga Argentina” la amenaza de origen natural son una plaga de hormigas que infecta una zona rural; en “La Nube de Smog” es la contaminación que los mismos seres humanos producen dentro de la ciudad. En ambas se describe más ampliamente a sus personajes y como sobrellevan los obstáculos de sus vidas.

Calvino, en Los Amores Difíciles, consigue expresar muchos de los sentimientos y contradicciones de la vida moderna con notable precisión. Viene a ser el fresco de distintas perspectivas de una época.

El autor pudo poner en palabras cuestiones que atañen a la relación, llamada de amor, entre el hombre y la mujer y eso sucede en especial en ese cuento llamado "La aventura de un matrimonio". Pudo poner en palabras, pudo poner en imágenes que crean escenas y en situaciones que muestran sin pensar -no teoriza al respecto-, que muestran sin dudar lo que es una leve interacción entre el hombre y la mujer, entre una mujer y un hombre.

La nota introductoria está escrita por el propio Calvino sin mención de su nombre y es allí donde se corrobora nuestra sensación, percibida en la lectura del breve cuento mencionado: "... en la mayor parte de los casos [relatados en este libro] alude [el autor] solamente a un movimiento interno, a la historia de un estado de ánimo, a un itinerario hacia el silencio".

Es preciso decir que para Calvino este núcleo de silencio no es solamente un pasivo imposible de eliminar en toda relación humana: encierra un valor precioso, absoluto".

Esto dicho en las propias palabras del autor adquiere un sesgo de indicación altamente valorable, que se acentúa inmensamente cuando agrega que: "Quizá el título que mejor podría definir lo que estos cuentos tienen en común sería Amor y ausencia".

Lo difícil es sentir que vamos deslizándonos en ese itinerario hacia el silencio. Lo difícil es ese núcleo de silencio imposible de atravesar que está en cualquier vínculo amoroso humano. Y si el núcleo es lo que lo hace difícil es porque hablamos. No hay silencio nuclear sin palabras posibles. Hablamos, y hablamos. Dirá J. Lacan que hablamos porque reprimimos (para reprimir) que no hay relación sexual, relación-proporción, es el idioma francés el que nos provee de ambas significaciones, que no hay relación con otro, otra, que nos dé la seguridad de una trascendencia de escritura (garantía de permanencia, de uno o del otro). Simplificando, que haya huella, huella inscripta a pesar de nuestro hablar y a pesar de nuestro hablar es a pesar de nuestro reprimir que no es más que no querer saber nada de eso.

Seguimos -y no es fácil en estas cuestiones- hablando para no saber que no hay relación inscribible "entre" nosotros, los archivos se ubicarán en otros lugares no "entre" nosotros (por más que las fotos, sus álbumes, los videos, las cámaras o lo que sea lo intente: que haya relación que perdure que sea, que colme, que apacigüe).

Los archivos estarán en la Iglesia, en el Registro Civil, en un lugar otro, virtual, escritural, códice, palimpsesto, tablilla de barro cocida al fuego en las ciudades saqueadas de Sumeria, papel quemado en sus bordes que nos nombra (nos puede nombrar aquello de lo que ni siquiera nos enteramos: sí). Pero nos calmamos si, con la tranquilidad del ingenuo (amor) que siente que el recuerdo es para siempre, que el gesto es inmortal; quizás lo sea en el instante efímero de su acción.

Bienvenida la pureza que se instala en los instantes, nos cuida de los infiernos abisales de la verdad (la de lo real, aunque real y verdad no se llevan bien), lo humano se asoma desde allí a su “nadificación”, reprimir la muerte dice Lacan, la de ¿uno?, la ¿propia?, no lo creemos posible, al reprimir se aleja la "idea" de la muerte, que no es lo mismo que la muerte real (se reprime o se manda a pasear a la idea de la muerte, paseo que lleva hacia el inconsciente, aunque allí y esa es la clave no hay representación de la muerte porque no hay experiencia de la muerte.

¿Entonces? La muerte entra en el juego de la vida de la mano del argumento de una tragedia famosa que se hace complejo con Freud, Edipo Rey de Sófocles, aclaración necesaria: una tragedia no es un complejo y un complejo no es más que un sueño teórico, ver Más allá del Complejo de Edipo en el Seminario XVII de J.Lacan.). Luego, vida, amor, muerte, establecerán sus formas, sus movimientos, sus figuras de entrelazamiento. Girarán, se acercarán, se alejarán, somos los observadores de una danza extraña, y allí, la ausencia será una de las formas de la nada, de lo negativo, otra la constituirá la muerte, con las formas de la mortalidad, del límite, del vacío, y de nuevo la ausencia, de "ya no más". Muerte, nada, vacío, límite, ausencia, nombres que apuntan desde distintos lugares a lo que no está, a lo que no es, que ya no está, que ya no es. Y el amor, humano, y el hablar, humano. A veces hablamos de amor, sentimos amor, anhelamos amor.

Como nuestro tema es el amor volvemos al cuento (un cuento de amor) donde el mismo autor parece haber pensado en el título alternativo de "Amor y ausencia" vayamos al texto:

"Elide se pasaba una mano por el pelo, se esforzaba por abrir bien los ojos, como si cada vez se avergonzase un poco de esa primera imagen que el marido tenía de ella al regresar a casa, siempre tan en desorden, con la cara medio dormida. Cuando dos han dormido juntos es otra cosa, por la mañana los dos emergen del mismo sueño, los dos son iguales".

Ser iguales, he allí un bello sueño, o por lo menos acentuémos que se trata de un sueño de simetría, de encastre, de coincidencia. ¿Es que tú traes aquello que colmará lo que hay en mí de ausencia? Dormir juntos, lo decimos, lo creemos, esta certeza nos la provee la semejanza de un inicio y de un despertar, podemos suponer que hemos dormido juntos si hemos hecho los actos simultáneos que nos dan esa impresión. Ahora bien, ¿hemos dormido juntos o uno al lado del otro? Esto es lo que se destaca en el relato: si hemos ingresado juntos en el territorio del dormir alcanzaremos al salir un estado de igualdad.

Ni Arturo ni Elide se encontraban en el lecho conyugal, cada uno encontraba la ausencia del otro y si hubieran encontrado el cuerpo del otro no habría allí más que una insinuación, por cierto leve, de la presencia del otro. El cuerpo allí no establece la presencia de esa persona, sólo estoy en condiciones de interrogar esa presencia si hay un cuerpo. ¿Es que estás tú allí donde tu cuerpo me indica? Pero, es nuevamente el mismo relato el que nos muestra como tendría que haber sido la escena esperada: si emergemos del mismo sueño devenimos iguales.

Se abrazaban. Arturo llevaba el chaquetón impermeable; al sentirlo cerca ella sabía el tiempo que hacía: si llovía, o había niebla o nieve, según lo húmedo y frío que estuviera. Pero igual le decía: “¿Qué tiempo hace?”, y él empezaba como de costumbre a refunfuñar medio irónico, pasando revista a los inconvenientes que había tenido, empezando por el final: el recorrido en bicicleta, el tiempo que hacía al salir de la fábrica, distinto del que hacía la noche anterior al entrar, y los problemas en el trabajo, los rumores que corrían en la sección, y así sucesivamente".

La inercia, la costumbre y la queja son los habituales condimentos de la vida cotidiana, pero antes: abrazarse, si tu cuerpo está, tú estás, y si tú estás puedo continuar.

"Al estar así los dos junto al mismo lavabo, medio desnudos, un poco ateridos, dándose algún empellón, quitándose de la mano el jabón, el dentífrico, y siguiendo con las cosas que tenían que decirse, llegaba el momento de la confianza, y a veces, frotándose mutuamente la espalda, se insinuaba una caricia y terminaban abrazados.

Pero de pronto Elide "... tenía que irse, como siempre, rápido, a trabajar”.

Interesante escena que es la única que parece de una posible encuentro (insistimos de los cuerpos) pero una vez más la característica será el desencuentro.

"La cama estaba como la había dejado Elide al levantarse, pero de su lado, el de Arturo, estaba casi intacta, como si acabaran de tenderla. El se acostaba de su lado, como corresponde, pero después estiraba una pierna hacia el otro, donde había quedado el calor de su mujer, estiraba la otra pierna, y así poco a poco se desplazaba hacia el lado de Elide, a aquel nicho de tibieza que conservaba todavía la forma del cuerpo de ella, y hundía la cara en su almohada, en su perfume, y se dormía".

Es en estos párrafos descriptivos donde se percibe claramente como el amor es ausencia y se sostiene en esa ausencia; ausencia de cuerpo que trae todas las otras ausencias, digamos inadecuaciones, que hacen que el estar sea un desencuentro perpetuo, pero aun así la maestría de la escritura de Calvino nos pone en alerta pues si "la" mujer no está, están sus pistas, sus trazos, sus aromas y tibiezas, está su "haber estado".

"Elide encontraba todo mal hecho, pero a decir verdad no por ello él se esmeraba más: lo que hacía era una especie de ritual para esperarla, casi como salirle al encuentro aunque quedándose entre las paredes de la casa..."

"En cambio Arturo, después del primer entusiasmo porque ella había vuelto, ya estaba con la cabeza fuera de casa, pensando en darse prisa porque tenía que marcharse".

Ahora le toca a ella quejarse de su marido, él espera que ella llegue y él ya está en otra parte, el movimiento no se detiene, ellos no se encontraban más que en ese fugaz intercambio de lugares, de adentro a afuera, de afuera a adentro.

"Elide lavaba los platos, miraba la casa de arriba abajo, las cosas que había hecho su marido, meneando la cabeza. Ahora él corría por las calles oscuras, entre los escasos faroles, quizás ya había dejado atrás el gasómetro. Elide se acostaba, apagaba la luz. Desde su lado, acostada, corría una pierna hacia el lugar de su marido buscando su calor, pero advertía cada vez que donde ella dormía estaba más caliente, señal de que también Arturo había dormido allí, y eso la llenaba de una gran ternura" (Fin).




Un encuentro encuentra la ausencia. Y le alcanza con su saber que él otro -en este caso- estuvo allí y puede recuperar su calor, signo de su presencia. ¿Y si hubieran hablado y si se hubieran encontrado, real y verdaderamente? ¿Y si hubieran podido aunque sea señalar ese malestar? ¿Se habría quebrado esa relación que se sostenía en un desencuentro perpetuo? ¿Habrían podido sortear el mágico encantamiento que les proponían esas rutinas? No lo sabemos y no lo sabemos porque Antonio y Elide no existen o sí, si queremos atribuirles su existencia al autor, pero el autor dejó la pluma hace tiempo. Y nos dejó otra valiosa -para nosotros- indicación: hemos insistido en los desencuentros, en el amor, en la vida y en la muerte, pero hemos dejado desde el inicio dos cuestiones, que podemos llamar base, dos cuestiones base. Una, la primera, es que no queremos oír ni siquiera por nuestra propia voz algunas cosas que por eso, callamos. Las callamos y las dejamos en nuestro interior, las acallamos. La segunda -es la que destaca Calvino- el hacer, en estas historias, lleva al silencio, hace "un itinerario hacia el silencio". El hacer, ¿qué hacer lleva hacia el silencio?, inevitablemente vamos hacia el silencio cuando no podemos decir lo que no nos atrevemos a decir, lo que no nos atrevemos a producir como decir, lo que no nos atrevemos a sentir, por lo que traerían esa palabras no dichas, no pronunciadas. Y ¿qué traerían esas palabras? Simplemente los tiempos disímiles, lo fragmentario, lo inconstante de nuestra vida. Podrían traer esas palabras las certezas de los devenires y el derrumbe de las continuidades. Traerían, traerían y no dejarían de traer ante nosotros tantas cosas que no queremos aceptar que sería demasiado. Es mejor el repetir, es mejor el silencio de lo que se calla y que no se interroga, es mejor no arriesgar. Es mejor que todo permanezca quieto y eterno.

*
Notas:
(1) El aforismo 406 de "Humano, demasiado humano" de F. Nietzsche trae lo siguiente:
El matrimonio considerado como una larga conversación.- En el momento de casarse debemos plantearnos esta pregunta: ¿Crees poder conversar con tu mujer hasta que seas viejo? Todo lo demás del matrimonio es transitorio, pues la mayor parte de la vida común está dedicada a la conversación. Con este aforismo F.N. resume estupendamente nuestra conclusión.

(2) Hemos dejado el "valor precioso y absoluto" que tiene para Calvino ese "núcleo de silencio". Y es así que no lo consideraremos desde lo habitual que es otorgarle un valor de "negatividad negativa" o mejor, de "negatividad sustractiva", el silencio es tal no sólo porque no puede hablarse sino, y es lo más importante, genera ese silencio productos. Hay un silencio que proviene del callarse, más lo es -silencio- desde una palabra que no puede ser proferida porque hay un lugar que lo impide, y ese lugar está en nosotros; esto puede modificarse, no sin una intensa labor nuestra. Y además hay un silencio de lo que no podrá ser más que siempre silencio y también está en nosotros como "negatividad productiva", de eso que creemos nada algo llega. No nos extenderemos más en las distintas temáticas de lo negativo, pero no nos olvidemos que es gracias a que no tenemos que llevar con nosotros los objetos que designamos con las palabras que podemos caminar sobre el suelo del mundo, ligeros de carga. Dicho de otra manera más resumida y acentuada: las palabras son formas de la ausencia.


Milán Kundera: "El libro de los amores ridículos"



Escritos entre 1959 y 1968, los siete relatos que componen este libro del narrador checo Milan Kundera escapan a cierta atmósfera que domina en sus otros textos (La broma, La vida está en otra parte, El libro de la risa y el olvido y, claro está, La insoportable levedad del ser).
Aparentemente su escritura está influida por el clima cada vez más ventilado que vivía Checoslovaquia durante los años 60. De allí que el mismo Kundera opinara que El libro de los amores ridículos contuviera sus narraciones más alegres, “más seriamente desvergonzadas y las más reflexivamente divertidas”. En definitiva, el oscurecimiento del horizonte político, el término de las esperanzas y el aplastamiento de la libertad –todas faenas consumadas con el fin de la “primavera de Praga” –no son aquí, como antes, los protagonistas. A lo más, telón de fondo o fugaces intuiciones.

Milan Kundera el libro de los amores ridiculos
El libro de los amores ridículos es, pues, eso: amores ridículos, absurdos o patéticos, donde campea una cierta distancia del narrador, la mirada irónica hacia unos personajes que en años posteriores –y en novelas sucesivas- tomarán un ritmo más conmovedor y contaminado. Curiosamente, al entregar Tusquets Editores estos textos escritos previamente a lo que serían sus novelas más exitosas, da a la narrativa de Kundera un carácter más costumbrista y llena de un fino humor, como en el cuento La dorada manzana del eterno deseo, donde el conquistador de muchachas, Martín, arrastra a su amigo por pueblos vecinos a Bohemia. Allí, ambos hacen sus registros y contactos, citándose con media docena de mujeres a intervalos de media hora. Verdaderos malabaristas del tiempo y la erótica, los aventureros ven perdidas sus esperanzas a horas también regulares, porque nadie acude a la cita. El tono aparentemente criollista del relato –al estilo de lo mejor de los Cuentos romanos, de Moravia- siempre supera su propia barrera y penetra en las típicas paradojas de los amantes en Kundera: Martín “tiene una mujer muy joven; y lo que es peor: está enamorado de ella; y lo que es aún peor: le tiene miedo; y lo que es aún muchísimo peor: tiene miedo de perderla”.
Quizás sólo el primer cuento, Nadie se va a reír, escape a esta tendencia casi puramente erótica que impera en todo el libro, resultando algo así como resumen de novelas posteriores. Allí, un profesor universitario de pintura es requerido por un estudioso aficionado para que recomiende a una popular revista un lastimoso ensayo sobre plástica. Incapaz de negarse derechamente, el académico hace fintas, huye, se divierte dándole citas falsas. Agobiado, el solicitante lo visita en su casa y le deja recado con la amante del profesor. Este, entonces, lo acusa de haber querido aprovecharse de la mujer. Interviene la Junta de Vecinos, el comité del Partido, la Facultad en Pleno. Como en otros relatos de Kundera, un detalle absurdo comienza a crecer y el protagonista se va enredando en una espesa red de incongruencias, que termina con su trabajo y con sus amores. Reflexivo e irónico, al final escribe: “Pasó un rato antes de que cayera en la cuenta que mi historia no pertenecía a la categoría de las historias trágicas, sino más bien a la de las cómicas. Esto me proporcionó cierto consuelo”.
El resto de los cuentos centra a los personajes en su dimensión casi exclusivamente amorosa, aun cuando a partir de ella se intenta hurgar en la desesperanza y sutil pesimismo que la vida va dejando en ellos. Y también será la paradoja el eje de otros relatos. En Eduard y Dios, el protagonista no puede convencer a su novia de hacer el amor, por la sólida fe católica que ella profesa. Eduard, entonces, finge ser creyente, y hasta tal punto que su puesto como profesor comienza a tambalear: no es posible tener en la Facultad a un católico. Con inédito fervor, el muchacho defiende las ideas religiosas. Cuando su novia se convence del cambio y acepta los requerimientos, una profunda congoja asalta a Eduard: ella ha cometido pecado.
Finalmente, quizás el relato que sintetice este juego de espejos para encontrar la identidad sea El falso autoestop, donde una joven pareja imita a una mujer que hace señas en el camino y a un conductor que la lleva. El juego se convierte en verídico a pesar de ellos, y después de una salvaje sesión amorosa, la muchacha termina suplicando “Yo soy yo, yo soy yo…”.
Colocado esencialmente en las aventuras y desventuras amorosas de un grupo de personajes, El libro de los amores ridículos tiene más interrogantes que respuestas sobre la conducta erótica, pero manteniendo el mismo tono e iguales recursos que han hecho tan popular a Kundera: relatos ajustados a la narración tradicional, reflexiones que brotan de la historia misma y proclamación del misterio, la pluralidad y la diversidad de la existencia humana contemporánea.


Angel de Campo: "La Rumba"





Aún no tenía cuarenta años cuando murió, hace ya más de un siglo, el 8 de febrero de 1908. Presenció una ciudad que traspasaba del siglo XIX al XX. Sin tanta fama como otros autores, retrató excepcionalmente este país, en ese difícil tránsito de una dictadura que, sin embargo, resultó base y sustento del México contemporáneo.

Se llamaba Ángel Efrén de Campo y Valle, aunque solía firmar, cuando no usaba seudónimo, como Ángel de Campo (con ese nombre no podía ser otra cosa), y en vida se dedicó a escribir miles de páginas en la prensa de su época.

Nació en Ciudad de México, el 9 de julio de 1868, y dedicó su vida a la escritura en periódicos y revistas; tuvo una vida-crónica en la que retrató a todo un país. La reconstrucción de hechos, sucesos, figuras y retratos fue su labor.

Quizá la mejor definición de su obra la dio María del Carmen Ruiz Castañeda cuando escribió, acerca de La Rumba: “pueden encontrarse la fidelidad fotográfica del realismo, el cuidadoso análisis naturalista y el subjetivismo dramático del romanticismo. Es que Micrós no podía guardar distancia entre él y sus obras, porque, más que hijas de su ingenio, eran hijas del corazón”.


UNA ETAPA BRILLANTE

Podría parecer ilógico, pero es interesante observar cómo una sociedad aplastada en sus derechos políticos fue capaz de generar una gran libertad artística, reflejada en el periodismo, la literatura, la poesía, el teatro, la música, etcétera.

Suena paradójico, pero al final del porfirismo se crea la Universidad de México y la Escuela Nacional Preparatoria tiene uno de sus grandes momentos.

Entre los grandes autores, Ignacio Manuel Altamirano se convirtió, a finales del siglo antepasado, en el presidente de la República de las Letras; un patriarca amoroso que gestó a una generación de jóvenes autores entre los que destacaban Luis González Obregón, Luis G. Urbina, Victoriano Salado Álvarez, Balbino Dávalos, Federico Gamboa o Ángel de Campo.

Fue una época de grades revistas literarias como La Revista Azul, La revista Moderna y El Liceo Mexicano, por mencionar apenas tres ejemplos. Ésta última fue fundada por Rafael Mangino, José Cárdenas, Luis González Obregón y Ángel de Campo, el 5 de febrero de 1885; fue una revista donde se difundieron muchos de los escritos de los autores de la época. También es una etapa del nacimiento del primer diario moderno, El Imparcial (la trascendencia alcanzada por Micrós lo llevó a ocupar la primera y segunda de las ocho columnas donde escribía, en primera plana, su “Semana Alegre”), cuyo tiraje era, a decir del propio diario, de 44 mil 590 ejemplares.


SU VIDA

Ángel de Campo quería ser médico. Fue hijo de Laura Valle y de un militar de carrera que llevaba el mismo nombre y que murió cuando el escritor tendría unos seis o siete años. Apenas tenía dieciséis cuando, en compañía de quien sería uno de los grandes cronistas de la ciudad, Luis González Obregón, y con Octavio Gajá, fundó La Lira, un periódico manuscrito, y un año después, con ellos mismo participa en la fundación del Liceo Mexicano. Entonces comienza a firmar como Micrós.

En 1889 ingresa a la Escuela de Medicina, que abandona muy pronto ante la muerte de su madre; comienza a trabajar como empleado de la Secretaría de Hacienda y a colaborar en El partido Liberal, en Revista de México (que dirigía Ireneo Paz, el abuelo de nuestro Premio Nobel) y en El Nacional.

En 1890 publica parte de su trabajo en el volumen Ocios y apuntes; ahí publica obras tan intensas como El Pinto, una impresionante historia donde los personajes “La Chilindrina”, “El Capitán”, “La Diana”, “EL Turco” y “El Pinto”, son unos… perros. El cuento termina así: “¡Cuántos en la plebe son como el Pinto!
”¡Cuántos desdichados hay que con forma humana no son sino perros que hablan y que visten pantalones!”
Otra obra suya es El Caramelo, donde dialogan un caramelo, una charamusca y un grillo en torno a la felicidad. El grillo, “un poeta democrático, opina que los versos son algo como caramelos para el espíritu… por eso yo no le canto sino al pueblo”.

En 1892 colabora en Siglo XIX y en El Nacional, y dirige México. Revista de Sociedad, Arte y Letras; más tarde colaboró en La Revista Azul y en 1894 aparece un nuevo libro: Cosas vistas, que al igual que el anterior, es una compilación de sus trabajos publicados.

En éste vuelve a tener animales como personajes. El Chiquitito es un “¡infeliz canario, [que] tenía sed de las aguas de un charco, en el que se retrataban una rosa anémica y un jirón de nube que pasaba lentamente por el cielo!”

No se piense que su obra es referida a los animales, las acotaciones al respecto se deben a la sorpresa de encontrar protagonistas de esta índole en una crónica urbana, demasiado callejera, demasiado concentrada en personajes de barrio, como El Chato Barrios, “un muchacho descalzo, de blusa hecha jirones, mordiéndose un dedo, arrastrando el sombrero de petate y viendo a todos lados con cara de imbécil, [que] cruzaba el salón”, hijo de un carbonero, “el más feo y desarrapado alumno de la escuela”, quien había obtenido una mención honorífica en un concurso y que año con año disputaba a Isidoro Quiroz, uno de los niños ricos de la escuela.

También rescató la historia de El fusilado, uno de sus grandes cuentos, donde retrata el camino de un hombre que es conducido rumbo al paredón. La maestría de Ángel de Campo es excepcional. Comienza así: “El alba, una alba de espléndido colorido, comenzaba a dilatarse de derrochando sus toques en el horizonte… allá flotaban los indecisos contornos de la bruma, destacados apenas en los matices delicados de las manchas de claridad en un fondo gris azulado que evoca el recuerdo de las irisaciones del nácar”.

Cartones es el tercer libro que nos legó; su publicación data de 1897. De él destacan cuentos como “La muerte de Abelardo”, recogido en la antología Dos siglos de cuento mexicano, cuya selección y notas fueron realizadas por uno de los grandes estudiosos del cuento, el maestro Jaime Erasto Cortés, quien escribe al respecto: “La muerte de Abelardo, es muerte de un habitante de este microcosmos y vida de ‘perro bohemio’. La vida adquiere una verdadera dimensión humana: ¿Qué oculto drama, qué antecedentes misteriosos originaron ese modo de ser? Había un aristócrata bajo su zalea de escuincle vulgar y callejero. La muerte del perro, por el sólo hecho de ser referida, alcanza significación e importancia.”

“Los recursos narrativos de Micrós”, escribe Jaime Cortés, “son numerosísimos: caracterización psicológica, realismo contundente, contrastes, comparaciones, justa perspectiva sentimental, reflexiones profundas y poderosas, estilo ágil, emoción y ternura, riqueza descriptiva…”

Otro gran cuento es “El Inocente”, un personaje emparentado con aquellas figuras deformes dibujadas por José Guadalupe Posada: “Partía el alma la criatura: el enfermillo exangüe, era una llaga; era un niño repugnante de cabeza fenomenal; orejas transparentes, mucosas pálidas y piel maculada por las huellas verdes de las cataplasmas, manchones de yodo y escaras desprendidas; los dientecitos sucios, dientes típicos de Hutchison; el cuello inflamado y endurecido por las escrófulas.” Era hijo de una prostituta que bailaba en un salón, mientras el niño fallecía en el “Patio de las Culebras”.

La obra de Micrós estremece, duele. Ese microcosmos que supo retratar con tanta frialdad es sin duda una de las grandes contribuciones a la literatura mexicana.


En 1899 pasa a formar parte de uno de los diarios que habrían de renovar el periodismo mexicano, El Imparcial, donde realiza la columna “La Semana Alegre”, cuya primera entrega se llamó “La Semana Festiva”. Comienza sus colaboraciones el día 2 de abril, señalando: “He resuelto por mí y ante mí, yo, cronista inédito, humorista que va de incógnito, tan de incógnito que nadie lo conoce, ‘organizar’ este espacio de artículo dominical que hará “pendant” a las “Semanas” del “Mundo Diario”, como una caricatura hace “pendant” a un retrato. Todo entrará en este rosario de acontecimientos que han dado en llamar crónica, todo, menos la seriedad. La seriedad es ridícula, es atentatoria, es… ‘Pídeme lo que tú quieras, menos la formalidad’, dice Angélica la del “Chateaux Margaux” y lo mismo dije, digo y diré yo, humilde servidor de ustedes.” Firmará esta columna con el seudónimo Tick Tack.

También en ese año, en El Cómico, publica una novela corta, El de los claveles cortos. En 1906 imparte clases en la Escuela Nacional Preparatoria, al obtener una plaza ganada por concurso de oposición; dos años después murió de tifo, esa terrible enfermedad por la que hubo tantas y tantas muertes. Fue enterrado en el Panteón Civil de Dolores.


SUS OTRAS OBRAS

Muchas de sus obras quedaron en el olvido durante muchos años, es decir, guardadas en una hemeroteca hasta que alguien se atrevió a sacarlas del olvido.

La Rumba, por ejemplo, una de las grandes obras de la literatura mexicana, una novela que bien podría acercarse a la obra de John dos Pasos al tener como personaje principal a todo un microcosmos, un grupo de personajes donde no existe un protagonista único, donde “La Rumba” es una plaza de Ciudad de México, pero también es el sobrenombre de una muchacha llamada Remedios Vena. Es una novela del destino, en la mejor tradición griega, donde cada uno está predestinado a ser lo que es y que sólo un tranvía, como un artefacto externo, que significa el viaje a otras instancias, es capaz de modificar ese determinismo.

“Rumba tenía fama en los barrios lejanos; contábase que era el albergue de las gentes de mala alma, una temible guarida de asesinos y ladrones, y citaban el nombre de un Florencio Carvajal que debía siete vidas; Marco Pezuela, zapatero, había envejecido en Belén y después de extinguirse su condena se había refugiado en aquel vivero de malhechores…”

Y luego, el personaje femenino: “había una muchacha seria entre aquellas, una rapazuela que no jugaba ni al pan y queso, ni al San Miguelito, ni a las visitas. Decíanle La Tejona, por su cara enfi lada y sus modales broncos; era la hija de Don Cosme vena, era Remedios… Prometía ser una mujer de aspecto varonil; rasgaban casi su estrecho vestido las formas precozmente desarrolladas, con enérgicas curvas….”

La Rumba, una de las grandes obras de nuestra literatura, no fue vista en vida porMicrós; apareció en forma de libro hasta 1951, en una edición de apenas cincuenta ejemplares, pues se había publicado como folletín en el periódico El Nacional, del 23 de octubre de 1893 al 1 de enero de 1894.

Ángel de Campo fue un continuador de grandes cronistas como José Joaquín Fernández de Lizardi, Guillermo Prieto, José T. Cuellar, y fue además precursor de grandes autores como Salvador Novo o Carlos Monsiváis.

A más de cien años de su muerte, Ángel de Campo sigue siendo un autor tan vital como uno de sus con temporáneos, José Guadalupe Posada. Ambos son grandes retratistas de un México que sigue vivo y lastimado. Sus retratos constituyen una prueba fehaciente de un pueblo que fue a la revolución y que siguió igual, o peor.

Una de las grandes contribuciones de la literatura es la fotografía que deja para la historia. Entender y conocer el fin de siglo XIX y el inicio del xx, en los albores de la Revolución, sólo es posible a través de estos cuadros desgarradores de un hombre muerto hace ya más cien años y que sigue tan vivo como las miserias que retrata.