sábado, 29 de octubre de 2011

Italo Calvino: "Los amores difíciles"




En 1970 Italo Calvino reunió una serie de relatos bajo el título de Los Amores Difíciles.

Dividida en dos partes, consta en total de 15 relatos, la mayoría ya publicados y unos pocos inéditos.

La primera parte lleva el mismo nombre del libro, son trece pequeñas historias que comparten el nombre de “Aventura”, tanto la alusión de Aventura como el título de libro tiene un sentido irónico porque Calvino narra historias que se alejan a las historias que se cuentan convencionalmente con estos títulos. Estos relatos son acerca usualmente de pequeños incidentes, casi accidentales, y cuya importancia reside en la capacidad con que Calvino va escribiendo sobre ellos. Si bien en “La Aventura de un Empleado” se cuenta la satisfacción de un oficinista tras una ocasional noche de amor, o en “La Aventura de un Lector” la indecisión de un hombre que en la playa tiene que optar por una novela que le apasiona y una mujer; se incluye también “La Aventura de una bañista”, historia que cuenta la angustia y vergüenza de una mujer al perder su bañador en una playa muy concurrida, o “La Aventura de un fotógrafo” que se centra en la obsesión de un hombre por la fotografía, en un texto a medio camino del ensayo. En definitiva más que sobre lo que convencionalmente se considera el amor, Calvino describe la satisfacción y ansiedad inherentes a las cuestiones humanas, la sociedad italiana de mitad de siglo XX con sus preocupaciones; con un pretexto indefinible que a falta de otra palabra más precisa, parece sugerir Calvino, se puede definir como amor.

La segunda parte se llama “La Vida Difícil”, son dos cuentos mucho más extensos que se ocupan de las amenazas que conlleva la vida cotidiana. En “La Hormiga Argentina” la amenaza de origen natural son una plaga de hormigas que infecta una zona rural; en “La Nube de Smog” es la contaminación que los mismos seres humanos producen dentro de la ciudad. En ambas se describe más ampliamente a sus personajes y como sobrellevan los obstáculos de sus vidas.

Calvino, en Los Amores Difíciles, consigue expresar muchos de los sentimientos y contradicciones de la vida moderna con notable precisión. Viene a ser el fresco de distintas perspectivas de una época.

El autor pudo poner en palabras cuestiones que atañen a la relación, llamada de amor, entre el hombre y la mujer y eso sucede en especial en ese cuento llamado "La aventura de un matrimonio". Pudo poner en palabras, pudo poner en imágenes que crean escenas y en situaciones que muestran sin pensar -no teoriza al respecto-, que muestran sin dudar lo que es una leve interacción entre el hombre y la mujer, entre una mujer y un hombre.

La nota introductoria está escrita por el propio Calvino sin mención de su nombre y es allí donde se corrobora nuestra sensación, percibida en la lectura del breve cuento mencionado: "... en la mayor parte de los casos [relatados en este libro] alude [el autor] solamente a un movimiento interno, a la historia de un estado de ánimo, a un itinerario hacia el silencio".

Es preciso decir que para Calvino este núcleo de silencio no es solamente un pasivo imposible de eliminar en toda relación humana: encierra un valor precioso, absoluto".

Esto dicho en las propias palabras del autor adquiere un sesgo de indicación altamente valorable, que se acentúa inmensamente cuando agrega que: "Quizá el título que mejor podría definir lo que estos cuentos tienen en común sería Amor y ausencia".

Lo difícil es sentir que vamos deslizándonos en ese itinerario hacia el silencio. Lo difícil es ese núcleo de silencio imposible de atravesar que está en cualquier vínculo amoroso humano. Y si el núcleo es lo que lo hace difícil es porque hablamos. No hay silencio nuclear sin palabras posibles. Hablamos, y hablamos. Dirá J. Lacan que hablamos porque reprimimos (para reprimir) que no hay relación sexual, relación-proporción, es el idioma francés el que nos provee de ambas significaciones, que no hay relación con otro, otra, que nos dé la seguridad de una trascendencia de escritura (garantía de permanencia, de uno o del otro). Simplificando, que haya huella, huella inscripta a pesar de nuestro hablar y a pesar de nuestro hablar es a pesar de nuestro reprimir que no es más que no querer saber nada de eso.

Seguimos -y no es fácil en estas cuestiones- hablando para no saber que no hay relación inscribible "entre" nosotros, los archivos se ubicarán en otros lugares no "entre" nosotros (por más que las fotos, sus álbumes, los videos, las cámaras o lo que sea lo intente: que haya relación que perdure que sea, que colme, que apacigüe).

Los archivos estarán en la Iglesia, en el Registro Civil, en un lugar otro, virtual, escritural, códice, palimpsesto, tablilla de barro cocida al fuego en las ciudades saqueadas de Sumeria, papel quemado en sus bordes que nos nombra (nos puede nombrar aquello de lo que ni siquiera nos enteramos: sí). Pero nos calmamos si, con la tranquilidad del ingenuo (amor) que siente que el recuerdo es para siempre, que el gesto es inmortal; quizás lo sea en el instante efímero de su acción.

Bienvenida la pureza que se instala en los instantes, nos cuida de los infiernos abisales de la verdad (la de lo real, aunque real y verdad no se llevan bien), lo humano se asoma desde allí a su “nadificación”, reprimir la muerte dice Lacan, la de ¿uno?, la ¿propia?, no lo creemos posible, al reprimir se aleja la "idea" de la muerte, que no es lo mismo que la muerte real (se reprime o se manda a pasear a la idea de la muerte, paseo que lleva hacia el inconsciente, aunque allí y esa es la clave no hay representación de la muerte porque no hay experiencia de la muerte.

¿Entonces? La muerte entra en el juego de la vida de la mano del argumento de una tragedia famosa que se hace complejo con Freud, Edipo Rey de Sófocles, aclaración necesaria: una tragedia no es un complejo y un complejo no es más que un sueño teórico, ver Más allá del Complejo de Edipo en el Seminario XVII de J.Lacan.). Luego, vida, amor, muerte, establecerán sus formas, sus movimientos, sus figuras de entrelazamiento. Girarán, se acercarán, se alejarán, somos los observadores de una danza extraña, y allí, la ausencia será una de las formas de la nada, de lo negativo, otra la constituirá la muerte, con las formas de la mortalidad, del límite, del vacío, y de nuevo la ausencia, de "ya no más". Muerte, nada, vacío, límite, ausencia, nombres que apuntan desde distintos lugares a lo que no está, a lo que no es, que ya no está, que ya no es. Y el amor, humano, y el hablar, humano. A veces hablamos de amor, sentimos amor, anhelamos amor.

Como nuestro tema es el amor volvemos al cuento (un cuento de amor) donde el mismo autor parece haber pensado en el título alternativo de "Amor y ausencia" vayamos al texto:

"Elide se pasaba una mano por el pelo, se esforzaba por abrir bien los ojos, como si cada vez se avergonzase un poco de esa primera imagen que el marido tenía de ella al regresar a casa, siempre tan en desorden, con la cara medio dormida. Cuando dos han dormido juntos es otra cosa, por la mañana los dos emergen del mismo sueño, los dos son iguales".

Ser iguales, he allí un bello sueño, o por lo menos acentuémos que se trata de un sueño de simetría, de encastre, de coincidencia. ¿Es que tú traes aquello que colmará lo que hay en mí de ausencia? Dormir juntos, lo decimos, lo creemos, esta certeza nos la provee la semejanza de un inicio y de un despertar, podemos suponer que hemos dormido juntos si hemos hecho los actos simultáneos que nos dan esa impresión. Ahora bien, ¿hemos dormido juntos o uno al lado del otro? Esto es lo que se destaca en el relato: si hemos ingresado juntos en el territorio del dormir alcanzaremos al salir un estado de igualdad.

Ni Arturo ni Elide se encontraban en el lecho conyugal, cada uno encontraba la ausencia del otro y si hubieran encontrado el cuerpo del otro no habría allí más que una insinuación, por cierto leve, de la presencia del otro. El cuerpo allí no establece la presencia de esa persona, sólo estoy en condiciones de interrogar esa presencia si hay un cuerpo. ¿Es que estás tú allí donde tu cuerpo me indica? Pero, es nuevamente el mismo relato el que nos muestra como tendría que haber sido la escena esperada: si emergemos del mismo sueño devenimos iguales.

Se abrazaban. Arturo llevaba el chaquetón impermeable; al sentirlo cerca ella sabía el tiempo que hacía: si llovía, o había niebla o nieve, según lo húmedo y frío que estuviera. Pero igual le decía: “¿Qué tiempo hace?”, y él empezaba como de costumbre a refunfuñar medio irónico, pasando revista a los inconvenientes que había tenido, empezando por el final: el recorrido en bicicleta, el tiempo que hacía al salir de la fábrica, distinto del que hacía la noche anterior al entrar, y los problemas en el trabajo, los rumores que corrían en la sección, y así sucesivamente".

La inercia, la costumbre y la queja son los habituales condimentos de la vida cotidiana, pero antes: abrazarse, si tu cuerpo está, tú estás, y si tú estás puedo continuar.

"Al estar así los dos junto al mismo lavabo, medio desnudos, un poco ateridos, dándose algún empellón, quitándose de la mano el jabón, el dentífrico, y siguiendo con las cosas que tenían que decirse, llegaba el momento de la confianza, y a veces, frotándose mutuamente la espalda, se insinuaba una caricia y terminaban abrazados.

Pero de pronto Elide "... tenía que irse, como siempre, rápido, a trabajar”.

Interesante escena que es la única que parece de una posible encuentro (insistimos de los cuerpos) pero una vez más la característica será el desencuentro.

"La cama estaba como la había dejado Elide al levantarse, pero de su lado, el de Arturo, estaba casi intacta, como si acabaran de tenderla. El se acostaba de su lado, como corresponde, pero después estiraba una pierna hacia el otro, donde había quedado el calor de su mujer, estiraba la otra pierna, y así poco a poco se desplazaba hacia el lado de Elide, a aquel nicho de tibieza que conservaba todavía la forma del cuerpo de ella, y hundía la cara en su almohada, en su perfume, y se dormía".

Es en estos párrafos descriptivos donde se percibe claramente como el amor es ausencia y se sostiene en esa ausencia; ausencia de cuerpo que trae todas las otras ausencias, digamos inadecuaciones, que hacen que el estar sea un desencuentro perpetuo, pero aun así la maestría de la escritura de Calvino nos pone en alerta pues si "la" mujer no está, están sus pistas, sus trazos, sus aromas y tibiezas, está su "haber estado".

"Elide encontraba todo mal hecho, pero a decir verdad no por ello él se esmeraba más: lo que hacía era una especie de ritual para esperarla, casi como salirle al encuentro aunque quedándose entre las paredes de la casa..."

"En cambio Arturo, después del primer entusiasmo porque ella había vuelto, ya estaba con la cabeza fuera de casa, pensando en darse prisa porque tenía que marcharse".

Ahora le toca a ella quejarse de su marido, él espera que ella llegue y él ya está en otra parte, el movimiento no se detiene, ellos no se encontraban más que en ese fugaz intercambio de lugares, de adentro a afuera, de afuera a adentro.

"Elide lavaba los platos, miraba la casa de arriba abajo, las cosas que había hecho su marido, meneando la cabeza. Ahora él corría por las calles oscuras, entre los escasos faroles, quizás ya había dejado atrás el gasómetro. Elide se acostaba, apagaba la luz. Desde su lado, acostada, corría una pierna hacia el lugar de su marido buscando su calor, pero advertía cada vez que donde ella dormía estaba más caliente, señal de que también Arturo había dormido allí, y eso la llenaba de una gran ternura" (Fin).




Un encuentro encuentra la ausencia. Y le alcanza con su saber que él otro -en este caso- estuvo allí y puede recuperar su calor, signo de su presencia. ¿Y si hubieran hablado y si se hubieran encontrado, real y verdaderamente? ¿Y si hubieran podido aunque sea señalar ese malestar? ¿Se habría quebrado esa relación que se sostenía en un desencuentro perpetuo? ¿Habrían podido sortear el mágico encantamiento que les proponían esas rutinas? No lo sabemos y no lo sabemos porque Antonio y Elide no existen o sí, si queremos atribuirles su existencia al autor, pero el autor dejó la pluma hace tiempo. Y nos dejó otra valiosa -para nosotros- indicación: hemos insistido en los desencuentros, en el amor, en la vida y en la muerte, pero hemos dejado desde el inicio dos cuestiones, que podemos llamar base, dos cuestiones base. Una, la primera, es que no queremos oír ni siquiera por nuestra propia voz algunas cosas que por eso, callamos. Las callamos y las dejamos en nuestro interior, las acallamos. La segunda -es la que destaca Calvino- el hacer, en estas historias, lleva al silencio, hace "un itinerario hacia el silencio". El hacer, ¿qué hacer lleva hacia el silencio?, inevitablemente vamos hacia el silencio cuando no podemos decir lo que no nos atrevemos a decir, lo que no nos atrevemos a producir como decir, lo que no nos atrevemos a sentir, por lo que traerían esa palabras no dichas, no pronunciadas. Y ¿qué traerían esas palabras? Simplemente los tiempos disímiles, lo fragmentario, lo inconstante de nuestra vida. Podrían traer esas palabras las certezas de los devenires y el derrumbe de las continuidades. Traerían, traerían y no dejarían de traer ante nosotros tantas cosas que no queremos aceptar que sería demasiado. Es mejor el repetir, es mejor el silencio de lo que se calla y que no se interroga, es mejor no arriesgar. Es mejor que todo permanezca quieto y eterno.

*
Notas:
(1) El aforismo 406 de "Humano, demasiado humano" de F. Nietzsche trae lo siguiente:
El matrimonio considerado como una larga conversación.- En el momento de casarse debemos plantearnos esta pregunta: ¿Crees poder conversar con tu mujer hasta que seas viejo? Todo lo demás del matrimonio es transitorio, pues la mayor parte de la vida común está dedicada a la conversación. Con este aforismo F.N. resume estupendamente nuestra conclusión.

(2) Hemos dejado el "valor precioso y absoluto" que tiene para Calvino ese "núcleo de silencio". Y es así que no lo consideraremos desde lo habitual que es otorgarle un valor de "negatividad negativa" o mejor, de "negatividad sustractiva", el silencio es tal no sólo porque no puede hablarse sino, y es lo más importante, genera ese silencio productos. Hay un silencio que proviene del callarse, más lo es -silencio- desde una palabra que no puede ser proferida porque hay un lugar que lo impide, y ese lugar está en nosotros; esto puede modificarse, no sin una intensa labor nuestra. Y además hay un silencio de lo que no podrá ser más que siempre silencio y también está en nosotros como "negatividad productiva", de eso que creemos nada algo llega. No nos extenderemos más en las distintas temáticas de lo negativo, pero no nos olvidemos que es gracias a que no tenemos que llevar con nosotros los objetos que designamos con las palabras que podemos caminar sobre el suelo del mundo, ligeros de carga. Dicho de otra manera más resumida y acentuada: las palabras son formas de la ausencia.


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