viernes, 17 de septiembre de 2010

RAY BRADBURY: "EL ARBOL DE LAS BRUJAS"

El amor en el centro de la vida. Con esta premisa, el escritor de Crónicas marcianas hace un elogio de los libros, de las librerías y las bibliotecas, donde el lector se descubre a sí mismo y con frecuencia encuentra la felicidad en la imaginación, espejo en el que puede mirarse con el rostro de los personajes de los que se ha enamorado.


En 1950, Ray Bradbury publicó Crónicas marcianas y tres años después Farenheit 451, sin duda sus libros más conocidos. Nació en Illinois el 22 de agosto de 1920 y desde niño mostró una gran afición por la lectura. Entre sus obras también se encuentran los relatos de Remedio para melancólicos (1960), El signo del gato (2005) y Ahora y siempre, y las novelas La muerte es un asunto solitario (1985) y El verano de la despedida (2006). Varios de sus textos han sido adaptados para el cine, entre ellos Fahrenheit 451 filmado en 1966 por François Truffaut, con Oskar Werner y Julie Christie. Amante y defensor de las bibliotecas, en una entrevista reciente con The New York Times expresó un tajante rechazo a internet. “Es una gran distracción —le dijo a su interlocutor—. Yahoo me llamó hace 8 semanas. ¡Querían poner un libro mío en Yahoo! ¿Saben qué les dije? Al demonio con ustedes. Al demonio con ustedes y con internet. Es una distracción. No tiene significado; ¡no es real! Está en el aire, en algún lugar”

Dinosaurios y espejos

“Debes tener curiosidad en saber cómo fue que me enamoré de los libros. Recuerda esto: el amor es el centro de tu vida. Las cosas que haces, deben ser cosas que amas. Y las cosas que amas deben ser las cosas que haces. Eso lo aprendes de los libros. Aprendí a leer cuando tenía tres años, me encantaban las tiras cómicas, los dibujos animados los domingos; tuve un libro de cuentos cuando tenía cinco años y me enamoró leer todas esas historias maravillosas como La bella y la bestia, Juanito y los frijoles mágicos. Y así empecé con la imaginación. Cuando tenía tres años vi mi primera película y me enamoré de las imágenes en movimiento: El jorobado de Notre Dame; anhelaba crecer para ser un jorobado. A los cinco vi El fantasma de la ópera con Lon Chaney, quedé embobado. Vi una película de dinosaurios y los dinosaurios llenaron mi vida. Y entonces, a la edad de seis años comencé a leer sobre los dinosaurios.

Si llegué a trabajar en Moby Dick (Bradbury escribió el guión de la película cuando se filmó en 1953) fue porque me había enamorado de los dinosaurios cuando tenía seis años. Puedes ver cómo funcionan las cosas, cómo algo que comienza cuando tienes tres o seis o diez o doce años, llega a convertirse en tus ficciones cuando tienes treinta. Las cosas que haces deben ser cosas que amas, y las cosas que amas deben ser las que haces.

Cuando tenía seis años viajé con mi familia desde Illinois a Tucson, Arizona. Cada vez que parábamos en un hotel de ruta a descansar, yo corría a la biblioteca acompañado por las hojas de octubre silbando conmigo. Esperaba encontrar El maravilloso mago de Oz de Frank Baum, y Tarzán de Edgar Rice Burroughs, o cualquier libro que hablara de magia. Abría la puerta de la biblioteca, miraba alrededor, y toda esa gente estaba ahí esperándome. Las librerías son personas, no libros. Cada vez que abres un libro, la persona salta afuera y se convierte en ti. Miras a Charles Dickens y tú eres Charles Dickens, y él eres tú. Así que vas a la biblioteca y sacas un libro del estante y lo abres, ¿y que estás buscando? Un espejo. De improvisto hay un espejo ahí y puedes verte a ti mismo, pero tu nombre es ahora Charles Dickens. Eso es una biblioteca. Si el libro es de Shakespeare te conviertes en William Shakespeare, o te conviertes en Emily Dickinson o en Robert Frost o en cualquiera de los grandes poetas. Así que encuentras al autor que pueda guiarte en la oscuridad. Shakespeare comenzó conmigo, con Hamlet y Ricardo III. Y Emily Dickinson me condujo después, y Edgar Allan Poe dijo, “Por aquí, aquí está la luz.” Así es que vas a la biblioteca y te descubres a ti mismo.

La primera máquina de escribir

Mi mayor influencia es John Steinbeck. Leí Las viñas de la ira cuando tenía 19 años. Cuando escribí Crónicas marcianas necesitaba una estructura. No me di cuenta que había recurrido a Las viñas de la ira; Crónicas marcianas es completamente la estructura de Las viñas de la ira. De noche, solo, cuando tenía 12 y miraba al planeta Marte yo pedía “llévenme a casa”. Y el planeta Marte me llevó a casa y nunca regresé. Lo importante es que cuando salí de la escuela no teníamos dinero. Yo no podía ir a la universidad y lo mejor que ocurrió fue que fui a la biblioteca. La biblioteca educa. Los profesores inspiran, pero la biblioteca te satisface.

Tuve un trabajo vendiendo periódicos en una esquina y hacía diez dólares a la semana, y cada mañana me levantaba y escribía historias, y en las tardes me iba a la biblioteca. A los 19 pude expresarme acerca de mis pasiones en la vida y las puse en mis libros. Y ése es el secreto de mi vida. Gracias a Dios seguí mi camino y no el camino que la gente me dijo. Son tus ideas las que cuentan, y una biblioteca te puede ayudar con tus ideas, porque están todos esos grandes maestros, esos escritores te están enseñando cuando te sientas en medio de la biblioteca y los dejas irradiarte. ¿Es así, o no? Tienes que ir a la biblioteca para educarte. La biblioteca es la respuesta.

Cuando tenía doce años vi los pelos en el dorso de mi mano y dije, “Dios, estoy vivo. ¿Por qué nadie me dijo que yo estaba vivo?” Un mes después, un hombre llegó para el carnaval a la orilla del lago. Se sentó en una silla con electricidad, sacó una espada que tenía fuego. Me vio entre el público. Apuntó con su espada y me tocó la punta de la nariz y dijo, “Vive por siempre, vive por siempre”.

Por qué dijo eso, no lo sé, pero fui a buscarlo al día siguiente porque quería preguntarle ¿cómo puedo vivir por siempre? Y me llevó a una tienda donde estaban todos los freaks. Me encontré con El hombre ilustrado (el libro que publicó en 1951). ¿No es maravilloso? Supe que mi vida había cambiado, y regresé a casa; al llegar me dieron una máquina de escribir de juguete. Escribí mi primera historia. Descubrí que tal vez podía vivir por siempre si me convertía en escritor. Así que he estado escribiendo cada día desde esa vez en Tucson, Arizona. En los últimos 75 años nunca he dejado de escribir.

Jugando con fuego en el subterráneo

Tenía aquel libro de cuentos, La bella y la bestia. Y mi tía me introdujo a Alicia en el país de las maravillas y a Un cuento de Navidad de Charles Dickens. Y todas estas cosas me afectaron, me hicieron vibrar, y enamorarme constantemente de los libros. En una buena biblioteca cuando abres un libro huele a polvo. El polvo del tiempo. Polvo egipcio. El polvo de todos los lugares del mundo que sopló el viento. Cuando tomas un libro puedes aspirar y oler el antiguo Egipto y todos los amores y la vida, toda la gente que vivió allí, todas las mujeres hermosas, y los valientes guerreros, todos están ahí. Y el libro tiene el aroma de esa gente, y de esas tierras maravillosas.

Deberíamos aprender de la historia respecto a la destrucción de los libros. Cuando yo tenía quince años, Hitler quemó libros en las calles de Berlín. Y eso me aterrorizó, porque yo era una persona de biblioteca y él estaba metiéndose con mi vida: todas esas grandes obras, toda esa gran poesía, todos esos maravillosos ensayos, todos esos grandes filósofos. Se volvió algo personal. Entonces descubrí que en Rusia se quemaban libros fuera de escena. Lo hacían de tal forma que la gente no se enteraba. Mataban a los autores tras bambalinas. Quemaban a los autores en vez de quemar libros. Así aprendí cuán peligroso era todo aquello, porque sin libros y la habilidad de leer no podrías ser parte de civilización alguna. No podrías ser parte de una democracia. Líderes de muchos países temen a los libros porque los libros enseñan cosas que ellos no desean que sean enseñadas. Y bueno, si tú sabes cómo leer, tienes una educación completa sobre la vida. Sabes cómo votar en una democracia. Pero si no sabes cómo leer, no sabes cómo decidir. Lo grande de nuestro país es que somos una democracia de lectores y deberíamos seguir así.

Publiqué la primera versión de Farenheit, El bombero, en una revista de ciencia ficción, Galaxy, en febrero de 1951. Y vino Ballantine (el editor) y leyeron mi novela corta de veinticinco mil palabras y me preguntaron: “¿Puedes alargarla?, ¿puedes escribir otras veinticinco mil palabras?, publicaremos la novela completa y tienes que encontrarle un título porque no es El bombero”. Me quedé pensando en cuál era la temperatura en la que los libros se queman. Llamé al departamento de química de la Universidad de California y no sabían, llamé a otra universidad y tampoco. Me dije: “Bobo, llama el departamento de bomberos”. Y llamé al jefe de bomberos, “¿podría decirme a qué temperatura los libros arden y se queman?” Dijo, “espere, ya vuelvo”. Volvió y me dijo “el papel de los libros arde y se quema a los 451 grados Farenheit”. “Eso es bueno”, le dije. Entonces le di vuelta, tenía que ser Farenheit 451.

Me trasladé a Los Ángeles con mi familia, tenía dos hijas. Necesitaba una oficina porque mis hijas eran muy ruidosas y maravillosas y encantadoras. Pero no tenía dinero para una oficina. Estaba merodeando por la biblioteca de la Universidad de California y oí tipear en el subterráneo. Bajé y había una habitación con doce máquinas de escribir. Pude rentar una máquina por diez centavos la media hora. Así es que dije, “por Dios, esta es mi oficina”. No me importaba estar rodeado de estudiantes. Tenía una bolsa de monedas. Gastaba nueve o diez dólares y escribí Farenheit en su primera forma llamada El bombero. Lo excitante de todo eso era subir y bajar escaleras, tomando libros y llevándolos abajo donde estaba mi máquina de escribir, abrirlos y encontrar una cita que podía poner en el libro para que Montag la leyera. Así que puedes ver el lugar en que Farenheit 451 fue escrita. En una biblioteca.

Entonces, firmé el contrato con Ballantine y volví a la biblioteca donde, con la máquina y la sala de máquinas, agregué 25 mil palabras a la novela. ¿Cómo lo logré? Dejé que los personajes vinieran a mí. Montag vino y dijo, “¿Sabes totalmente quién soy?” “No”, le dije, “cuéntame”. Y el jefe de bomberos vino a mí y me relató su vida previa. Le pregunté, “¿por qué quemas libros?” Y me lo dijo. Clarisse McClellan vino, era una chica de 16 años, que amaba los libros y las bibliotecas y la vida. Y me contó más acerca de sí misma. Y Fabers vino, era un filósofo; él escribió el libro. Como ves, todos mis personajes escriben el libro. Yo no lo escribo. Todos estos personajes vienen y me dicen, “escúchame”. Entonces los escucho, lo anoto y el libro es escrito. Así es cómo escribo.

Una vez salía de un restaurante cuando tenía treinta años, iba caminando por el Wilshire Boulevard con un amigo, un coche de la policía se detuvo y el policía se bajó. “Qué están haciendo”, nos preguntó. “Poner un pie delante del otro”, le dije. Fue la respuesta incorrecta. Pero él siguió, “mire en esa dirección y en la otra; no hay peatones”. Y el peatón se transformó en Montag. Por lo que el oficial de policía es responsable de la escritura de Farenheit 451.

Amor en la librería

El libro fue muy bien recibido; la mayor parte de mis libros ni siquiera fueron reseñados. O les dieron un obituario de una pulgada apenas. Pero Farenheit salió y autores reconocidos de todo Estados Unidos me escribieron y reaccionaron ante la novela. Finalmente, había sido aceptado en la comunidad intelectual. Bueno, Isherwood (el escritor Christopher Isherwood) me ayudó primero. Cuando yo tenía treinta años me llamó por teléfono. Le había dado una copia de las Crónicas marcianas y me llamó. “Por Dios, señor Bradbury, ¿tiene idea de lo que ha escrito?” Le pregunté, “¿qué?” Dijo, “ha escrito un libro extraordinario. Voy a reseñarlo en la revista Tomorrow”. Él cambió mi vida. Fue la primera gran reseña. Y me llamó y dijo “Aldous Huxley quiere conocerlo”. Aldous Huxley era el autor de Un mundo feliz, mi héroe. “Me encantaría conocer a Aldous Huxley”, le dije. Así que un día fui a tomar el té con él, y el señor Huxley se echó hacia adelante y me dijo, “señor Bradbury, ¿sabe lo que usted es?, ¡usted es un poeta, es un poeta!” Mis editores me dijeron que era un novelista. Y él me dijo que era un poeta. Yo no sabía que era un poeta, porque estaba enamorado con Shakespeare, Emily Dickinson y todos los grandes poetas.

¿Ves lo que el amor hace por ti? Tú no sabes lo que eres porque estás enamorado. Clarisse soy yo. Clarisse McClellan es Ray Bradbury, el joven que se enamoró de la vida. Y Clarisse es la esencia de la vida y la esencia del amor. Y ella educa a Montag, sin saber que es una educadora. Es una persona de biblioteca. Es una profesora que inspira. Y entonces él se atreve a ir a casa y roba un libro y lo mira, porque Clarisse McClellan, Ray Bradbury, le dijo que lo hiciera.

Los libros son inteligentes, brillantes y sabios. El libro más importante de mi vida es Un cuento de Navidad de Charles Dickens, porque es todo sobre la vida y sobre la muerte. Es una combinación. Lees ese libro y sales cambiado, junto con Ebenezer Scrooge. Lo que haya de Scrooge en ti es derrotado, desaparece, así es un gran libro. A los treinta años escribí El árbol de las brujas, de alguna manera mi versión de Un cuento de navidad.

Aquí tengo un libro de Scott Fitzgerald, Suave es la noche; tengo siete copias. He estado en París veinte veces. Cada vez que voy llevo este libro y comienzo en la torre Eiffel y camino por París desde que amanece hasta que el anochecer. Paro en restaurantes y leo otro capítulo, y al terminar el día ya lo he leído entero. Leer debe ser una experiencia total. Puedes leer mientras caminas y te sientas en los restaurantes y lees el siguiente capítulo, y te enamoras más.

Yo encontré a mi amor en una librería, no en una biblioteca, pero una librería es también una biblioteca. Encontré a una bella chica que esperó por mí, y la invité a un café y a comer y me enamoré de ella y de los libros que la rodeaban. Y ella tomó votos de pobreza un año después y se casó conmigo, porque mis ingresos eran nada. Era una chica rica, y dejó todo su dinero para volverse pobre como yo y vivir en Venice (California) sin teléfono ni coche. Pero vivimos con amor y libros, y escritura. Es la respuesta a la vida. Si puedes encontrar una persona para amar, que ame la vida tanto como tú, y ame los libros tanto como tú, agárralo o agárrala y cásense. Es muy bueno, ¿no? Ja, ja. ¡La vida es maravillosa!

La razón por la que mis libros son populares es porque soy alguien que ama y mis trabajos son poéticos. Yo no sabía que estaba haciendo poesía, pero lo hago. Al centro de mis libros está el regalo de la vida, está ese día, cuando tenía 12, y descubrí que estaba vivo. Cuando la gente toca mis libros, ellos viven. Es el regalo que les doy, y quiero que ellos los saquen de la biblioteca y los lleven de vuelta, así una y otra vez. Ama lo que haces y haz lo que amas. No escuches a nadie que te diga lo contrario. Tu imaginación debe ser el centro de tu vida. La fantasía al centro de tu vida. Eso creo y por eso mi epitafio debería decir: "Aquí yace Ray Bradbury quien amó la vida por completo."

Ray Bradbury.

viernes, 10 de septiembre de 2010

HARUKI MURAKAMI: "AL SUR DE LA FRONTERA AL OESTE DEL SOL"

Haruki Murakami (村上 春樹, Murakami Haruki?), nacido el 12 de enero de 1949 en Kioto, Japón, es un escritor y traductor japonés.

A pesar de nacer en Kioto, vivió la mayor parte de su juventud en Kōbe. Su padre era hijo de un sacerdote budista. Su madre, hija de un comerciante de Osaka. Ambos enseñaban literatura japonesa.


Estudió literatura y teatro griegos en la Universidad de Waseda (Soudai), en donde conoció a su esposa, Yoko. Su primer trabajo fue en una tienda de discos (tal como uno de sus personajes principales, Toru Watanabe de Norwegian Wood). Antes de terminar sus estudios, Murakami abrió el bar de jazz "Peter Cat" ('El Gato Pedro') en Tokio, que funcionó entre 1974 y 1982.

En 1986, con el enorme éxito de su novela "Norwegian Wood", abandonó Japón para vivir en Europa y América, pero regresó a Japón en 1995 tras el terremoto de Kobe, donde pasó su infancia, y el ataque de gas sarín que la secta Aum Shinrikyo ('La Verdad Suprema') perpetró en el metro de Tokio. Más tarde Murakami escribiría sobre ambos sucesos.

La ficción de Murakami, que a menudo es tachada de literatura pop por las autoridades literarias japonesas, es humorística y surreal, y al mismo tiempo refleja la soledad y el ansia de amor en un modo que conmueve a lectores tanto orientales como occidentales. Dibuja un mundo de oscilaciones permanentes, entre lo real y lo onírico, entre el gozo y la obscuridad, que ha seducido a Occidente. Cabe destacar la influencia de los autores que ha traducido, como Raymond Carver, F. Scott Fitzgerald o John Irving, a los que considera sus maestros.

Muchas novelas suyas tienen además temas y títulos referidos a una canción en particular, como "Dance, Dance, Dance" (de The Dells), "Norwegian Wood" (los Beatles), y "South of the Border, West of the Sun" (La primera parte es el título de una canción de Nat King Cole). Esta afición -la música- recorre toda su obra.

A finales del 2005, Murakami publica una colección de cuentos llamada "Tōkyō Kitanshū", traducido libremente como "Misterios Tokiotas". Recientemente ha editado una antología de relatos llamada "Historias de Cumpleaños", que incluye historias por escritores angloparlantes, e incluyendo una suya, preparada especialmente.

Tusquets (Barcelona) ha publicado en castellano: "Crónica del pájaro que da cuerda al mundo", "Tokio blues": (Norwegian Wood), "Kafka en la orilla", "Sputnik, mi amor", "Al sur de la frontera, al oeste del sol", "Sauce ciego mujer dormida", "El Fin del Mundo y un despiadado país de las maravillas", "After dark" y "De qué hablo cuando hablo de correr". Anagrama ha traducido su obra "La caza del carnero salvaje".


En la novela, Hajime, un hombre felizmente casado y con dos hijas, está a punto de dejarlo todo al reencontrarse con Shimamoto, un antiguo amor de su juventud. Este hilo argumental que puede parecer tan común es la excusa de Murakami para escribir una novela hipnótica, como es su estilo, donde realidad y sueño se mezclan entretejiéndose en una red que atrapa al lector casi desde el principio.


Tenía ganas de volver a Murakami. Lo estaba deseando desde que terminé de leer Kafka en la orilla, un libro que me fascinó. Esta otra novela me sorprendió en sus primeras páginas, porque era distinta a la anterior, más convencional, con un desarrollo argumental más simple. O eso creía. Sin embargo, a medida que avanzaba en su lectura, fui quedando aprisionada por el misterio y por los lugares ocultos de la novela, hasta que me di cuenta de que me resultaba imposible dejar de leer. Cuando cerré el libro, aún seguía embrujada por las páginas que había dejado atrás.

El autor vuelve a seducirnos con su juego habitual entre realidad y sueño, confundiéndonos hasta hacernos dudar de lo que le ocurre a Hajime. En el libro subyacen varios temas: la complejidad del amor, el dolor de la ruptura, la posibilidad de amar a más de una persona a la vez, el descubrimiento del "alma gemela"...

Hajime y Shimamoto comparten el hecho de ser hijos únicos. Esa característica, que les diferencia de la mayor parte de los niños que les rodean en la escuela, les hace unirse y descubrir que en el fondo son muy parecidos en cuanto a gustos e intereses. Su pasión por la lectura o por la música entre otros -el libro trasluce la admiración del autor por el jazz especialmente- les va acercando hasta que nace el enamoramiento mutuo, del que ambos, aún muy jóvenes, no parecen ser conscientes. La amistad se convierte en amor. Sin embargo, este no llega a cristalizar, pues al comenzar la secundaria Hajime se muda a otro barrio y la relación entre ambos se va enfriando hasta que dejan de verse. No será hasta muchos años después cuando vuelvan a encontrarse, y todos los sentimientos que entonces quedaron ahogados resurgirán de nuevo con una fuerza incontrolable. Tanto que Hajime tendrá que cuestionarse su vida y su futuro.

Como es característico de Murakami, en la novela se suceden algunos acontecimientos de índole misteriosa que desconciertan al propio Hajime y, por supuesto, al lector: la aparición, antes del reencuentro entre ambos personajes, de una mujer muy parecida a Shimamoto y un hombre que le entrega un sobre de dinero a Hajime; el carácter de la propia Shimamoto, que tras la vuelta desaparece durante meses para volver de nuevo a la vida del protagonista sin previo aviso y sin dar ninguna explicación. Su extraña enfermedad. Sus secretos. Y la aparición fantasmal de un antiguo amor de Hajime, Izumi, a quien la ruptura dejó en un estado de postración absoluta, y cuya visión golpea con fuerza a nuestro hombre haciéndole cuestionarse su comportamiento por aquel entonces.

El gusto del autor por el juego realidad-ficción toma un carácter casi filosófico en el extracto siguiente, que hay que leer varias veces para intentar comprender bien:

"Hay una realidad que demuestra la verdad de un hecho. Porque nuestra memoria y nuestros sentidos son demasiado inseguros, demasiado parciales. Incluso podemos afirmar que muchas veces es imposible discernir hasta qué punto un hecho que creemos percibir es real y a partir de qué punto sólo creemos que lo es. Así que para preservar la realidad como tal, necesitamos otra realidad -una realidad colindante- que la relativice. Pero, a su vez, esta realidad colindante necesita una base para relativizarse a sí misma. Es decir, que hay otra realidad colindante que demuestra, a su vez, que esta es real. Y esta cadena se extiende indefinidamente dentro de nuestra conciencia y, en un cierto sentido, puede afirmarse que es a través de esta sucesión, a través de la conservación de esta cadena, como adquirimos conciencia de nuestra existencia misma. Pero si esta cadena, casualmente, se rompe, quedamos desconcertados. ¿La realidad está al otro lado del eslabón roto? ¿Está a este lado?"

Estamos pues ante uno de los interrogantes que se han planteado muchos filósofos y pensadores. ¿Hasta qué punto nuestra existencia es real? ¿Somos más bien un sueño o una invención? ¿Somos capaces de discernir sin posibilidad de duda la realidad de lo meramente soñado? Nos guste o no Murakami, el libro consigue atraer nuestra atención con la historia y, lo que es mejor, deja al lector la posibilidad de decidir sobre el verdadero sentido de lo que ha leído. Por eso la historia cambia de significado cada vez, lo que la hace aún más interesante si cabe.

¿Hemos dicho ya que nos encanta Murakami?

domingo, 5 de septiembre de 2010

SABINA BERMAN: "LA BOBE"

Tal parece que la dramaturga, bien llegada ya al mundo de la prosa, ha iniciado con uno de sus mejores pasos: la historia de la abuela que inicia a la niña en todas las maravillas de la vida. O por lo menos a las que el recuerdo permite.


“Mi abuela se murió pulcramente. Yo creo que se murió de exceso de pulcritud.” Menciona para conducir a través de una telaraña cuajada en el aire por las delicadezas del texto. Bobe o abuela, judía de nariz breve pero aguileña, llegada a México tras el desastre de la Segunda Guerra y en Polonia los recuerdos y las añoranzas. Sabina, niña, embriagándose de la imagen de la mujer, hecha grande por su descripción y fuerte por su caminar adusto.

Las molestias de la niña cuando debe asistir a la Sinagoga se palian al momento en que una chiquilla observa a madre e hija saltar los pasos de una danza extraña, con motivo del divorcio del abuelo. Hay unos sorbitos de licor, tímidos, pero entonados. Del abuelo que una noche de octubre, frente al televisor, le refunfuña al presidente Ordaz: lo mismo le oí decir a Hitler y pasa el resto arropado con su edredón.

En el intermedio a la muerte de ella: “...nunca nadie ha visto al viento. Eso decía mi abuela. Eso decía del tiempo...” y el funeral transcurre según la tradición judía. Interrumpido por el Shabat, la pompa mortuoria debe esperar el transcurso de una cena en que poco abundan las lágrimas y se come la carne blanca y la roja, la salsa de pepinillos agrios y el pan trenzado. Las manos de la niña encendiendo una a una las velas de los candelabros de plata.

En ocasiones, la narración de Sabina Berman contagia la impresión de elipsis. La mentalidad aferrada de un viejo que no renuncia al recuerdo de la guerra, la serenidad de Minka o Germaine y los eternos pleitos con su madre. Mas el relato es uno de los pocos terciopelos que aún se acarician. El estilo no cultiva el manierismo o posterior barroquismo, es directo salvo la transmisión de usos extraordinarios para un católico o un protestante. Es pues, también la invitación a conocer de cerca y con sus ingredientes una cena judía y la sumisión que la mujer hebrea debió al hombre.

Así, se convierte igual en velo corrido a usanzas y mitos. El magnífico abuelo leyendo a Mainmónides y Minka echando los ojos atrás después de cada resabio, la hija, progenitora de Sabina, preguntándole a su madre: “¿Cómo es que lo soportas?” Estamos invitados a una muestra de las rupturas de una clase que se refugió en México y comenzó a ser parte del mosaico nacional.