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Todo lector que lea esta novela se da cuenta
enseguida de un recurso estilístico que aparece constantemente: la hipérbole
o exageración. En una de las primeras páginas podemos leer de un personaje
llamado José Arcadio Buendía que "conservaba su fuerza descomunal, que
le permitía derribar un caballo agarrándolo por las orejas" (76)1.
El ser una figura retórica tan recurrente se debe a que el escritor le dio
una especial importancia para construir su universo de ficción.
Mucho se ha pensado en esta cuestión y se ha
llegado a conclusiones como que la hipérbole de García Márquez se debe a la
influencia de Rabelais. Sin duda, esto es verdad, pero no toda. El propio
autor comentó que "la influencia de Rabelais no está en lo que escribo
yo sino en la realidad latinoamericana, la realidad latinoamericana es
totalmente rabelesiana"2. Parece, pues, que este gusto
por la hipérbole se debe a razones geográficas y literarias. Por lo que
respecta a las literarias, no sólo hay que buscarlas en el escritor francés,
sino en los literatos españoles del Barroco, que tanto amaron este recurso,
especialmente Quevedo.
No vamos a teorizar sobre qué es hipérbole, pero
convendría citar algunas definiciones para posteriormente analizarla en
algunas páginas del escritor colombiano. En concreto, vamos a fijarnos en
tres. Una de ellas por su brevedad y claridad: "A figure of speech wich
contains an exaggeration for emphasis"3. De ella
interesan las palabras "exaggeration" y "speech"; sin
embargo, esta última no aclara si se trata de discurso oral, escrito o de
ambos. En una segunda definición, más completa, leemos que es una
"figura retórica consistente en ofrecer una visión desproporcionada de
una realidad, amplificándola o disminuyéndola. La hipérbole se concreta en el
uso de términos enfáticos y expresiones exageradas. Este procedimiento es
utilizado con frecuencia en el lenguaje coloquial"4.
Aquí vemos que incluye el discurso oral, cuya importancia es evidente en Cien
años de soledad. Por último, una tercera definición insiste en su utilización
de la oralidad: "Figura [...] que consiste en emplear palabras
exageradas para expresar una idea que está más allá de los límites de la
verosimilitud. Es bastante corriente en el habla cotidiana (ejem.: hace
un siglo que no te veía)"5.
Partiendo de estas reflexiones teóricas pensamos
que la hipérbole es un recurso que procede de la expresión oral6,
recurso que recoge nuestro escritor como una herramienta literaria eficaz
para narrar y, por tanto, gustar al lector. Este deseo ya fue notado por
críticos como L. A. Sánchez, que escribió: "García Márquez se refocila
narrando"7. En nuestros días, E. Camacho señala que el
éxito de la novela está en que "recuperaría [...] los derechos de la
fantasía, de la imaginación no atada a un realismo cartesiano, científicoide,
naturalista, etc. [...] la novela más conocida del escritor de Aracataca
llevó a cabo una amplificación de la realidad, de una realidad
simbólica, imaginaria, relativamente desconocida"8.
Es claro que nuestro autor renovó la literatura a
través de uno de sus posibles componentes, la fantasía, pero también de otros
recursos lingüísticos como la hipérbole. Por otra parte, se trataba de romper
el realismo decimonónico, que seguía imperando en el quehacer literario y,
más que destruirlo, el objetivo era combinarlo con lo extraordinario, de cuya
mezcla saldría una fórmula literaria muy rica que satisfaría a un lector
diferente al tradicional de relatos absolutamente realistas.
Ya hace tiempo que los estudiosos de García
Márquez reflexionaron sobre esta fórmula. Así, uno de ellos escribió que para
nuestro escritor "lo mágico puede transformarse en lo real con la misma
facilidad que lo real en lo mágico. [...] No hay un lugar que sea más real, o
más mágico, que otro, porque todo puede intercambiarse y todo es parte de la
misma "realidad total"9. Parece, por
tanto, que nuestro literato amplió la realidad literaria con sus mezclas y
sus herramientas literarias, consiguiendo superar con creces el realismo
decimonónico.
No queremos seguir con esta reflexión para evitar
alejarnos de nuestro tema, el análisis de algunas hipérboles en Cien
años de soledad, pero necesitamos una última reflexión teórica general,
que es la siguiente: la hipérbole como concesión a un lector ávido de
lecturas anti-realistas. Un lector para el que se trataba de "adentrarse
en un territorio imaginario y de aceptar sin aspavientos que lo inverosímil y
mágico no es menos real que lo cotidiano y lógico"10.
Un lector, por tanto, que necesitaba una realidad más vasta.
La primera hipérbole que queremos analizar es la
demostración que hizo Melquíades, sin duda una parodia de la ciencia. Leamos
el texto: "Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y
todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los
anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de
los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos
perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había
buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros
mágicos de Melquíades" (71-72). Es evidente que el escritor trata,
mediante el uso de estos fierros, de presentar el gran poder del gitano al
atraer todo lo metálico y encontrar las cosas perdidas. Su poder será tal que
escribirá la historia de la familia de los Buendía antes de que suceda.
Queremos constatar la trascendencia del adjetivo que acompaña a
"fierros". Un adjetivo que muestra su intención:
"mágicos". No son, pues, objetos que pertenezcan sólo a la realidad
verificable, sino que van más allá, de ahí su inmenso poder.
La siguiente hipérbole es: "La mulata
adolescente, con sus teticas de perra, estaba desnuda en la cama. Antes de
Aureliano, esa noche, sesenta y tres hombres habían pasado por el cuarto. De
tanto ser usado, y amasado en sudores y suspiros, el aire de la habitación
empezaba a convertirse en lodo" (128). Esta exageración se inscribe en
el hecho de la gran crueldad de la abuela de la chica, que le obliga a
prostituirse como pago a un descuido que ocasionó el incendio de su casa. La
crueldad es tal que precisa de un número hiperbólico: sesenta y tres. Por
otra parte, el hecho de que el aire se convierta en barro es un signo de la
gran actividad sexual a la que estaba obligada la adolescente. Como hecho
general, recordamos que nuestro escritor es muy dado a servirse de cifras
para expresar desmesura. También es importante señalar la fuerza de la
adolescente y su sumisión ante el destino. Además, el hecho de que el
personaje perverso sea una abuela amplifica la realidad literaria, ya que no
era nada corriente un personaje –la abuela- que siempre había tenido buena
fama y, desde luego, pesaba su condición de femenino. Todo esto crea la gran
barbarie. De ahí que un lector tradicional se sorprenda.
La tercera hipérbole es un rasgo que define a
José Arcadio Buendía, el cual "conservaba su fuerza descomunal, que le
permitía derribar un caballo agarrándolo por las orejas" (76). Como él
es el fundador de la familia y, además, de Macondo, tiene que poseer alguna
característica propia de un héroe y la fuerza física es muy apropiada a este
tipo de personajes de leyenda. ¿Se imaginan un héroe sin fuerza? No es
posible. Cuando José Arcadio está en plena vejez todavía conserva esta
característica: "no supo en qué momento se le subió a las manos la
fuerza juvenil con que derribaba un caballo" (134). Parece que el tiempo
no le afecta, como a cualquier héroe. Sin embargo, cuando pierde la razón le
atan a un árbol, pero para esto "necesitaron diez hombres para tumbarlo,
catorce para amarrarlo, veinte para arrastrarlo hasta el castaño del
patio" (155). Ya se sabe, el héroe siempre es héroe y no decaen sus
facultades. Incluso poco antes de morir todavía es un personaje hiperbólico,
por eso su esposa "pidió ayuda para llevar a José Arcadio Buendía a su
dormitorio. No sólo era tan pesado como siempre, sino que en su prolongada
estancia bajo el castaño había desarrollado la facultad de aumentar de peso
voluntariamente, hasta el punto de que siete hombres no pudieron con él y
tuvieron que llevarlo a rastras a la cama" (215). Por lo tanto, la idea
que sacamos es que la exageración y el heroísmo van de la mano en el caso del
fundador de los Buendía. Y hay que añadir el poder sobre el cuerpo, el subir
de peso si quería. Este rasgo es extraño en un héroe, pero en Macondo todo
era factible. Por norma general, los personajes significativos de la novela
presentan rasgos hiperbólicos.
La hipérbole también define a un descendiente de
José Arcadio Buendía, del mismo nombre. En su caso recoge elementos de la
literatura popular como la escatología, que tanto impresionan a los lectores
timoratos. De él se dice que "se comía medio lechón en el almuerzo y
cuyas ventosidades marchitaban las flores". La construcción de esta
oración impresiona al lector, al mezclar lo escatológico -las ventosidades-
con lo delicado -las flores-. Esto está dentro del quehacer literario de
Márquez, el cual "no distingue desde el principio entre lo trascendental
y lo inmanente, entre lo extraordinario y lo ordinario"11.
Los elementos soeces los recoge nuestro literato de la tradición literaria y
le sirven para caracterizar al personaje12. Tras una larga
ausencia de Macondo, José Arcadio regresa. Su retorno trae a la memoria al
héroe de Homero, pero en el caso que nos ocupa lo paródico rompe lo heroico,
aunque no del todo. La narración del regreso es interesante: "tuvieron
la impresión de que un temblor de tierra estaba desquiciando la casa. Llegaba
un hombre descomunal. Sus espaldas cuadradas apenas si cabían por las
puertas. [...] su presencia daba la impresión trepidatoria de un sacudimiento
sísmico" (165). Parece que anuncia que va a suceder algo importante. En
su descripción física hay elementos que no concuerdan con los de un héroe
clásico: "los brazos y el pecho completamente bordados en tatuajes
crípticos" (165). Tampoco muchas de sus costumbres corresponden a un
héroe: "En el calor de la fiesta exhibió sobre el mostrador su
masculinidad inverosímil, enteramente tatuada con una maraña azul y roja de
letreros en varios idiomas" (168). Lo que sí le corresponde del modelo
heroico es su grandísima fuerza física, que en un principio exhibe en un
burdel, lugar nada heroico: "Catarino, que no creía en artificios de
fuerza, apostó doce pesos a que no movía el mostrador. José Arcadio lo arrancó
de su sitio, lo levantó en vilo sobre la cabeza y lo puso en la calle. Se
necesitaron once hombres para meterlo" (167). La conclusión es que
Márquez creó este personaje como contraposición a los héroes (léase el
coronel, Úrsula, etc.). En la realidad literaria existen los contrarios,
porque de lo contrario no sería completa13.
Otra hipérbole que interesa es la del coronel, en
lo que se refiere a datos numéricos, ya que "promovió treinta y dos
levantamientos armados". En este número hiperbólico se asienta el héroe,
pero acto continuo pierde su carácter de tal cuando el narrador añade:
"y los perdió todos". Así pues, no es propiamente un héroe, porque
desconoce la victoria. También pierde su carácter heroico puesto que tuvo
"diecisiete hijos varones de diecisiete mujeres distintas". Ningún
héroe literario se jactaría de esta promiscuidad. Por otra parte, el destino
de sus hijos no puede ser más trágico: "fueron exterminados uno tras
otro en una sola noche, antes de que el mayor cumpliera treinta y cinco años"
(179). Pero los números muestran a un militar, mitad héroe, mitad antihéroe.
Aunque no gana batallas, es invencible personalmente: "Escapó a catorce
atentados, a setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento"
(179). Y ni siquiera es herido, lo cual es bastante exagerado. En esto es un
héroe, un personaje sobrehumano. Incluso un intento de envenenamiento lo
supera: "Sobrevivió a una carga de estricnina en el café que habría
bastado para matar a un caballo" (179). Su suerte llega al extremo de
que incluso cuando se dispara a sí mismo, para salvar el honor al haber
perdido todas las guerras, no consigue matarse: "Se disparó un solo tiro
de pistola en el pecho y el proyectil le salió por la espalda sin lastimar
ningún centro vital" (180). Parece como si los dioses le protegieran, a
pesar de que el coronel hacía la guerra sin convicciones políticas y, como
confesó, por orgullo14. Pero en esto Márquez no sigue el
modelo antiguo de héroe, el cual no se suicidaba y luchaba por la justicia.
Nuestro héroe no tiene ideales.
El destino juega una mala pasada a Úrsula y
Fernanda. Ellas conciben una idea extrema respecto al primogénito de
Aureliano Segundo: nada menos que llegara a ser Papa. Aunque ponen medios
materiales para que vaya al Seminario y a Roma, lo cierto es que él no tiene
vocación y regresa a Macondo sumido en la vulgaridad y en cierta depravación.
El sueño de Úrsula fue un espejismo. Es interesante que Úrsula, el personaje
con más sentido común y siempre preocupado por el bienestar material, caiga
en la trampa de la hipérbole. Parece que el espacio de Macondo hace creer a
sus habitantes que es "un territorio mágico, en el cual prácticamente
todo es posible"15. Ciertamente, son contradictorias
las dos caras de Úrsula, por un lado ser un personaje, ante todo, práctico y,
por otro, concebir unas pretensiones grandiosas para el niño. De Fernanda no
es de extrañar, pues ella misma fue educada para ser reina, aun cuando su
familia no era potente económicamente y hasta trabajos humildes tuvo que
hacer para sobrevivir.
Siguiendo con el mismo personaje, Úrsula, su
fuerza vital y la cantidad de tiempo que vive son también una exageración de
la mujer fuerte. En sus últimos años sufre un trastorno tal que mezcla los
tiempos. Respecto a este elemento de la construcción literaria hay que decir
que ya desde la primera página de la novela aparece la anticipación temporal
y en muchos lugares hay saltos temporales para adelante o para atrás, junto a
un presente. Esta "gran movilidad temporal"16 es
un recurso propio de la literatura contemporánea, la cual lo potencia por
diversas razones17. Igual que los personajes, las acciones
y el tiempo de Cien años de soledad se mueven en un círculo,
de ahí que no extrañe la gran cantidad de saltos temporales y la repetición
de hechos. El círculo es el actante principal en esta novela. A pesar de que
Úrsula se da cuenta de esto, se siente impotente para cambiar nada y todo
sucederá inevitablemente. Por eso también el espacio es peculiar, siguiendo
la lógica de los personajes, el tiempo y las acciones: "Macondo, el
espacio novelesco, es una auténtica región encantada. En ella se producen
hechos extraordinarios, que van más allá de las fuerzas de la naturaleza,
auténticos "milagros", aunque despojados de sus connotaciones
religiosas"18.
La última hipérbole que vamos a comentar
corresponde a la muerte de José Arcadio, en concreto al olor de la pistola.
Su asesinato está rodeado de una aureola de misterio y elementos mágicos (el
desconocimiento del asesino y sus móviles, la sangre que emana de su oído y
va a avisar a Úrsula). Pero lo que aquí interesa es que un elemento tan
insignificante como el olor pueda adquirir una gran importancia. En este
punto conviene recordar una idea de Lotman, a saber, que "un texto
artístico es un significado de compleja estructura. Todos sus elementos son
elementos de significado"19. Pues bien, parece que
nuestro escritor quiere mostrar que cualquier cosa puede ser una hipérbole en
su universo ficcional, hasta un olor determinado, como es el caso que comentamos:
"Tampoco fue posible quitar el penetrante olor a pólvora del
cadáver" (209). Como consecuencia de esto, los personajes caen en las
siguientes excentricidades: "Primero lo lavaron tres veces con jabón y
estropajo, después lo frotaron con sal y vinagre, luego con ceniza y limón, y
por último lo metieron en un tonel de lejía y lo dejaron reposar seis
horas" (209). Se produce tal desesperación a causa de este olor que
incluso se llega a pensar en un gran disparate: "Cuando concibieron el
recurso desesperado de sazonarlo con pimienta y comino y hojas de laurel y
hervirlo un día entero a fuego lento, ya había empezado a descomponerse"
(210). El olor parece indicar algo en el texto, de ahí su persistencia:
"Aunque en los meses siguientes reforzaron la tumba con muros
superpuestos y echaron entre ellos ceniza apelmazada, aserrín y cal viva, el
cementerio siguió oliendo a pólvora hasta muchos años después" (210).
Así pues, puede ser un indicio de algo: nos quiere comunicar algo. Otros
personajes también destacan por el olor, como es el caso de Pilar Ternera.
No queremos terminar este breve estudio sin
hablar de Melquíades, uno de los personajes importantes de la novela, hasta
el punto de que él es quien escribe la historia de la familia antes de que
acontezca. Este personaje se asemeja a un narrador omnisciente, pero su
misterio va más allá como reconocen todos los personajes. Nos interesa la
siguiente cita, en relación a la hipérbole: "Pero la tribu de
Melquíades, según contaron los trotamundos, había sido borrada de la faz de
la tierra por haber sobrepasado los límites del conocimiento humano"
(113). Ciertamente Melquíades está más allá de lo humano. No olvidemos que lo
hiperbólico está más allá de lo común, y lo transgrede. Este personaje, a
modo de un Dios, crea el futuro, igual que un escritor crea un texto. Pero se
diferencia del Dios y del escritor en que, inevitablemente, muere.
La hipérbole, por lo tanto, es un elemento
literario fundamental para García Márquez. Es el reflejo de un mundo
ficcional en el que todo es posible. También es una forma de acabar con un
realismo trasnochado, copia de lo "real" del mundo físico.
Notas:
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Los Espirales, ante La Mesa de Altos Estudios, construyen Turas. Horizontes que nos han conducido, "En Espiral", a lo inevitable: Este Blog.
sábado, 9 de julio de 2011
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ: HIPERBOLISMO EN CIEN AÑOS DE SOLEDAD
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