viernes, 9 de diciembre de 2011

Ignacio Manuel Altamirano: "Clemencia" y La Novela Histórica




Ignacio Manuel Altamirano nació en Tixtla, Guerrero siendo sus padres Francisco Altamirano y Gertrudis Basilio, ambos indios puros que habían tomado el apellido de un español que había bautizado a uno de sus ancestros.

Ignacio Manuel aprendió a hablar español sólo hasta que su padre fue nombrado alcalde del pueblo, después se reveló como un estudiante aventajado y ganó una de las becas que otorgaba el Instituto Literario de Toluca para los niños de escasos recursos que supieran leer y escribir. Fue ahí donde se encontró al que había de ser su más querido e influyente maestro: Ignacio Ramírez, el Nigromante, abogado, periodista, miembro de la Academia de Letrán y diputado del Congreso Constituyente.

Altamirano llegó a ser encargado de la biblioteca del Instituto, reunida por Lorenzo de Zavala y devoró tanto a clásicos como modernos, empapándose también en el pensamiento enciclopedista y en los tratados juristas liberales.

En 1852 publicó su primer periódico, Los Papachos, hecho que le costó la expulsión del Instituto. En ese mismo año empezó a recorrer el país, siendo maestro de primeras letras y dramaturgo y apuntador en una compañía teatral itinerante, de “cómicos de la legua”. Fue cuando escribió la polémica obra Morelos en Cuautla, hoy perdida, pero que le dio la primera fama y después cierta vergüenza, según parece, pues cuando hacía el recuento de sus obras no la reconocía.

En la Ciudad de México inició sus estudios de Derecho, específicamente en el Colegio de San Juan de Letrán, cuyo costo fue solventado gracias, otra vez, a su labor docente: enseñando francés en una escuela particular.

En 1854 interrumpió sus estudios para adherirse a la revolución de Ayutla, que pretendía derrocar a Santa Anna, el dictador sin pierna, que tantos años de pena había infligido en la patria. Altamirano se fue al sur de Guerrero y se puso bajo las órdenes del general Juan Álvarez. Comenzaba así su carrera política y el vaivén de estudiar, combatir y volver a los estudios. Una vez terminada la revolución, Ignacio Manuel retomó sus estudios de jurisprudencia, pero hubo de dejarlos de nuevo en 1857, cuando volvió a estallar la guerra en México, esta vez la de Reforma, que inició la división ideológica clásica del siglo XIX, entre conservadores y liberales.

En 1859 se tituló como abogado y, una vez victoriosos los liberales, fue elegido diputado al Congreso de la Unión, donde se reveló como uno de los mejores oradores de su tiempo, en varios discursos famosos y encendidos.

Altamirano casó con Margarita Pérez Gavilán, oriunda de Tixtla también e hija de una supuesta hija natural de Vicente Guerrero: Doña Dolores Catalán Guerrero, que tenía más hijos de otro matrimonio. Estos niños, hermanos de Margarita (Catalina, Palma, Guadalupe y Aurelio) fueron adoptados por el Maestro, que les dió su apellido, convirtiéndose en los verdaderos hijos de Altamirano ya que éste y Margarita nunca tuvieron hijos propios.

En 1863 se incorporó a la lucha resultante de la invasión francesa, contra ellos y contra el imperio de Maximiliano de Hasburgo. El 12 de octubre de 1865 fue nombrado coronel por el presidente Juárez y todo fueron triunfos militares. Participó en el Sitio de Querétaro, donde, cuenta la leyenda, fue un verdadero héroe y tras derrotar a las imperiales fuerzas de Maximiliano de Hasburgo, tuvo un encuentro con él, del que hace un retrato en su Diario.

En 1867 se retiró para siempre del las armas: alguna vez declaró que le agradaba la carrera militar pero lo inspiraba más bien el ideal renacentista del “hombre de armas y letras”. Una vez restaurada la República, declaró: “mi misión con la espada ha terminado” y se consagró enteramente a las letras.



LA VIDA LITERARIA DE IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO

Este hecho, sin embargo, no lo desligó de la política pues fue en tres periodos diputado al Congreso de la Unión y, en esta, su labor legislativa quedó el principio de la educación primaria gratuita, laica y obligatoria por el que pronunció el ejemplar discurso de del 5 de febrero de 1882. Fue también procurador general de la República, fiscal, magistrado y presidente de la Suprema Corte, oficial mayor del Ministerio de Fomento, en cuyo carácter impulsó la creación de observadores astronómicos y meteorológicos y la reconstrucción de las vías telegráficas.

Sin embargo, su labor más importante fue la que desarrolló en pro de la cultura y la literatura mexicana. Maestro de dos generaciones de pensadores y escritores, organizador de las famosas “Veladas Literarias” en su casa de calle de los Héroes, Altamirano sepreocupó porque la literatura mexicana tuviera un carácter verdaderamente nacional, que llegara a ser un elemento activo para la integración cultural de un país, devastado por muchas guerras, dos intervenciones extranjeras, un imperio venido desde Austria y con poca identidad como nación. Y esto no quiere decir que despreciara la cultura de otras partes, Altamirano fue quizá el primer mexicano que exploró la literatura inglesa, alemana, norteamericana e hispanoamericana, que en su tiempo eran desconocidas por la mayoría de los hombres de letras.

En 1897 fundó con Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto el "Correo de México", pero no fue sino hasta 1859, en enero, en que apareció el primer número de su revista "El Renacimiento", un hito en la historia de la literatura mexicana. Desde aquellas páginas, el maestro se propuso reunir a los escritores de todos los credos, sumando inteligencias en esta, la primera gran obra de reconstrucción nacional.

Su espíritu de tolerancia en el campo de las letras, quedó expresado en la exhortación que hizo, desde su revista en conciliar a los intelectuales de todos los bandos. Fue así como logró que escribieran ahí románticos, neoclásicos y eclécticos, conservadores y liberales, juaristas y progresistas, figuras consagradas y novatos de las letras, bohemios poetas, sesudos ensayistas, solemnes historiadores y hombres de ciencia.

Fue así como Altamirano fue el puente entre la generación del liberalismo ilustrado, representado por Ignacio Ramírez, Francisco Zarco, Guillermo Prieto, Vicente Riva Palacio y la generación de los jóvenes escritores como Justo Sierra, Manuel Acuña, Manuel M. Flores, Juan de Dios Peza y Angel de Campo.

Al terminarse el ciclo de esta revista fundó los periódicos "El Federalista" (1871) y "La Tribuna" (1875), formó la primera "Asociación Mutualista de Escritores", siendo el mismo presidente y Francisco Sosa el secretario, publicó "La República" (1880) periódico consagrado a defender los intereses de las clases trabajadoras.

Fue profesor en la Escuela Nacional Preparatoria, la Escuela de Comercio, la de Jurisprudencia, la Nacional de Profesores y muchas más, por lo cual recibió el título de Maestro.

Cultivó la novela y la poesía, el cuento y el relato, la crítica, la historia, el ensayo, la crónica, la biografía y los estudios bibliográficos. Sus obras más importantes son:

Rimas (1871), donde tradujo la belleza del paisaje mexicano y las novelas: Clemencia (1868), considerada como la primer novela mexicana moderna, Julia (1870), La navidad en las montañas (1871), Antonia (1872), Beatriz (1873, incompleta), El Zarco (1901, publicada póstumamente y que cuenta las aventuras de un bandido, miembro de "Los Plateados") y Atenea (1935, inconclusa). Los dos volúmenes de Paisajes y leyendas (1884-1949) reúnen sus trabajos del género costumbrista, como crónicas y retratos.

El maestro Altamirano murió el lunes 13 de febrero de 1893 en San Remo, Italia hallándose en Europa por comisión de Porfirio Díaz en el Consulado de México en Barcelona y después en el de Francia. Don Joaquín Casasús, yerno de Altamirano escribió una despedida bastante famosa que se publicó después. Su cadáver fue incinerado y las cenizas trasladadas a México. Hoy, sus restos reposan en la Rotonda de los Hombres Ilustres.




ACERCA DE LA NOVELA HISTÓRICA

Afirma Noé Jitrik que la Novela Histórica llegó a América en los tiempos de la independencia gracias a las ideas románticas sobre la libertad, el progreso y la identidad. Para este autor la Novela Histórica responde a dos tendencias o pulsiones: Reconocerse en un proceso de acontecimientos cuya “racionalidad no es clara” y perseguir "una definición de identidad, que, a causa de ciertos acontecimientos políticos, de fuerte peso histórico, no estaba fuertemente cuestionada” .

La Novela Histórica Latinoamericana del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX, bien sea romántica, realista, moderna o criolla, contribuyó "a la creación de una conciencia nacional familiarizando a sus lectores con los personajes y los sucesos del pasado” . Se trataba de reconstruir o revisar la historia de los "grandes hombres" y "sucesos claves" empleando un discurso narrativo “caracterizado por la linealidad narrativa y el final cerrado y unívoco” . Desde la época de la independencia, los escritores se preocuparon por seguir la historia oficial y aportar elementos para la definición del concepto de nación en las repúblicas recién creadas. Parte de este proceso escritural fue asumido como un registro de las contradicciones históricas, como un examen del pasado; pero sin llegar a cuestionarlo.

La Novela Histórica Latinoamericana del siglo XIX y de la primera parte del siglo XX, se preocupó por la búsqueda de la identidad nacional de los pueblos recién independizados frente a la identidad más consolidada de Norteamérica y Europa. Desde luego que esa búsqueda implicó para los patriotas y escritores, primero, la ruptura con las formas de gobierno impuestas por los países colonizadores; luego, con los paradigmas socioculturales foráneos para indagar en las raíces del pasado y reconocer “desde la condición del mestizaje” los aportes de las culturas amerindias, del gaucho, y del criollo; para posteriormente concretar la condición de autonomía en el ejercicio pleno del poder logrado durante las guerras de independencia. Estos mecanismos sociales de auto-reconocimiento explicarían en parte, los conflictos ideológicos y bélicos suscitados en torno a las formas de gobierno y de Estado que aspiraban construir los patriotas luego de la independencia. Algunas de estas naciones, como Chile, se sumieron en conflictos internos entre quienes abogaban por conservar los vínculos de poder con España y quienes querían un rompimiento de tal dependencia. México, en 1823, se debatía entre establecer una forma de Estado republicano o conservar la monarquía; el país se dividió en tres partidos: el borbónico o peninsular, de funcionarios y comerciantes contrarios a la independencia; el republicano federal, de intelectuales y clases medias criollas; y el monárquico, de la aristocracia criolla y los militares. El resultado en México como en otros países fue la instauración de regímenes dictatoriales mientras que en otros países como Argentina y Uruguay, bajo la modalidad de “triunviratos” se debatían en conflictos internos por el establecimiento de sus respectivas fronteras. De igual modo, Colombia, había visto frustrado su movimiento independentista durante la denominada “Patria Boba” (1810- 1816) por cuenta del enfrentamiento entre federalistas dirigidos por Camilo Torres y centralistas bajo las orientaciones de Antonio Nariño. Situación que España aprovechó para realizar la “reconquista” con Juan Sámano y el “Pacificador”, Pablo Morillo. Estas circunstancias adversas explicarían la crisis de identidad de los pueblos latinoamericanos recién liberados que no se definían si seguían el modelo de nación republicana o monárquica. Ese sentimiento de orfandad incidía fuertemente entre los latinoamericanos que, gracias a los movimientos independentistas habían pasado de ser españoles a ser criollos y luego, mexicanos, colombianos, venezolanos, argentinos o chilenos. El latinoamericano tuvo razones suficientes para preguntarse "qué se es como nación, actual o presunta, como realidad enfáticamente afirmada y como proyecto más sensato de construcción y, de manera derivada qué quiere decir ser argentino, mexicano, peruano, o lo que sea frente identidades nacionales bien definidas” . De tal manera que uno de los roles fundamentales de la Novela Histórica decimonónica, es la constitución de “la identidad” de las incipientes naciones latinoamericanas, a través de una escritura del pasado que correspondía a los presupuestos positivistas y realistas de la época.






En este orden de ideas, la novela Clemencia, del escritor mexicano Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), quien como hombre de ideas liberales y como coronel del ejército, luchó durante el gobierno republicano itinerante de Benito Juárez contra las tropas de los invasores franceses del efímero imperio del archiduque de Austria Maximiliano I (1864 -1866), instaurado en el poder por Napoleón III con el apoyo de los grupos políticos más conservadores y de tendencia pro monárquica de México, luego de un simulacro de plebiscito. Ignacio Manuel Altamirano aprovecharía esta experiencia en el campo de batalla para recrear, al estilo romántico de María de Jorge Isaacs publicada en 1867, una historia de amor en su novela Clemencia (1869), considerada la primera novela moderna mexicana escrita con propósitos estéticos. En Clemencia, Altamirano vierte el sentimiento nacionalista que lo caracterizó desde sus raíces indígenas chontales. La diégesis de Clemencia se desarrolla teniendo como telón de fondo a la historia real de México, la literaturización de los hechos reales de la toma de Guadalajara por parte de los franceses durante el imperio de Maximiliano I. Bajo este marco referencial se desarrolla la historia del amor no correspondido entre Fernando Valle y Clemencia, con la intervención antagónica de Enrique Flores e Isabel, prima del comandante Valle. El relato de la intrahistoria amorosa sirve como pretexto para elaborar un romance nacional en el cual Altamirano defiende por principio de vida y por convicción política, la ideología liberal y positivista en la cual militaba; pero ante todo impregna el texto de las características del Romanticismo social de la época. En este sentido, Clemencia es una novela fundacional. La novela va adquiriendo progresivamente el carácter de una alegoría de la nación mexicana.

“ESTÁBAMOS A FINES DE DICIEMBRE DEL AÑO DE 1863, año desgraciado en que, como ustedes recordaran, ocupó el ejercito francés a México y se fue extendiendo poco a poco, ensanchando el círculo de su dominación. Comenzó por los estados centrales de la república, que ocupó también sin quemar un solo cartucho, porque nuestra táctica consistía en sólo retirarnos para tomar posiciones en los Estados lejanos y preparar en ellos la defensa […]”. (14)

Ahora bien, Altamirano es consciente del valor significativo que tienen los topónimos o nombre de los lugares como Toluca, Querétaro, Morelia, Guanajuato, Puebla, San Luis Potosí y Guadalajara, entre otros; donde ocurren las acciones que pretende narrar y que coloca en labios del “doctor L”- quien oficia de narrador ante un grupo de amigos. Así, durante una velada decembrina en casa del “doctor L”, y mientras afuera “el viento penetrante del invierno, acompañado de una lluvia menuda y glacial, ahuyentaba de las calles a los paseantes”, el médico les cuenta esta historia del amor de Clemencia entretejida con eventos propios de la guerra. Los hechos históricos que permiten ubicar a ésta como una novela histórica se encuentran delineados en los capítulos denominados “EL MES DE DICIEMBRE DE 1863” (14) y “OTRO POCO DE HISTORIA” (105)




ARGUMENTO DE CLEMENCIA

Clemencia inicia cuando los amigos del doctor L, pasan una velada en su casa, esa noche de diciembre llueve fuertemente y él los invita a quedarse. Uno de sus invitados encuentra un papel con dos citas de Hoffmann. Le preguntan al médico por dichas citas y el doctor le cuenta la historia de amor y desgracia que se sustenta en 4 personajes: El comandante de caballería Fernando Valle, el comandante Enrique Flores, Isabel, la prima de Fernando Valle y Clemencia, amiga de Isabel.

Estos cuatro personajes cruzan sus vidas cuando los dos comandantes llegan a Guadalajara para enfrentar a los invasores franceses que se aproximaban. Allí Valle conoce a su prima y se la presenta a Flores. El seductor Flores le propone a Valle ir tras ellas para averiguar a quién prefiere. Ambas, como era de esperarse, caen a los pies de Flores, generando la desilusión en Valle. De esta manera, dentro el marco histórico se entrelaza una historia de ficción. Flores sintiéndose ganador revela a su amigo una cínica visión utilitarista y carnal del amor. Flores en un acto “generoso” decide no abordar a Isabel y dejar todo el campo a Valle. Pero Isabel sólo está interesada en Flores y Clemencia tiene un gesto de amabilidad con Valle, por lo que deciden rehacer el trato y Flores ir en favor de Isabel y Valle ir por Clemencia. Rápidamente Isabel está enamorada de Flores y es correspondida, lo que genera los celos de Clemencia, quien urde un plan. Hará creer a Valle que lo ama, con el fin de generar un enfrentamiento entre Flores y Valle, y poder competir con Isabel. Clemencia advierte a Isabel sobre los intereses de Flores y esta advertencia se hace realidad pocos días después cuando Enrique le pide a Isabel una prueba de amor. Isabel lo hecha y llora desconsolada. Clemencia no pierde tiempo en empezar a coquetear con Enrique y este no se hace del rogar. El engaño lo descubre Fernando detrás de una puerta. Al siguiente día reta a Enrique a duelo, pero debe resistir ante las amenazas de sus superiores.

Días después Valle se entera de que ahora su nuevo comandante es Flores, pues ha sido ascendido a teniente coronel. En la madrugada del 5 de enero de 1864 las familias de Clemencia e Isabel huyen de Guadalajara debido a la llegada de los invasores franceses. Uno de los carruajes se voltea y se daña. Envían a un esclavo en busca de ayuda y este se encuentra con una tropa de caballería. El esclavo comenta el incidente y el comandante de esta tropa resulta ser Valle, quien entiende que se trata de la familia de Clemencia. Decide ayudarlos de manera anónima. Entre tanto, Enrique Flores espía cada movimiento de Valle y decide acusarlo de traición amparado en los extraños correos y movimientos de Flores esa noche, diciendo que Valle vendía información al enemigo. Finalmente, la verdad se descubre y Enrique es condenado a ser fusilado, pues en realidad es él quien negocia con los franceses, quienes le han ofrecido una banda de general. Clemencia cree que todo se trata una treta creada por Fernando Valle por envidia y odio hacia Flores. Para colmo, Valle es encargado de la custodia de Flores. Ella insulta a Valle y le dice que lo desprecia con toda su alma. Decepcionado, Valle va a la celda de Flores y le ayuda a escapar, intercambiando sus lugares. Flores llega a la casa de Clemencia y cuenta toda la verdad a las mujeres y les pide ayuda. Arrepentidas de su error descubren la falsedad en Flores y la virtud en Valle, pero ya nada pueden hacer. El ejército fusila a Valle, Flores es nombrado general de los franceses y Clemencia se enclaustra en un convento.




CONTEXTO HISTÓRICO

El contexto mexicano cuando aparece Clemencia (1869) está marcado por la reciente toma de la capital mexicana por Francia (1863), en gran medida motivada por el no pago de la deuda externa (1861). Estos hechos generan una guerra civil (1863). Llega a México, como emperador, el archiduque austríaco, Maximiliano de Habsburgo, impuesto por el emperador Napoleón III (1864). Estados Unidos no reconoce a Maximiliano y finalmente Napoleón III lo abandona. Juárez es reelegido presidente (1866) y Maximiliano es fusilado (1867). Todos estos acontecimientos sumados a la pérdida de Texas (1936) y Arizona, Alta California y Nuevo México (1848), hace que los letrados vean el caos administrativo y político de su país y piensen en un proyecto de nación que los unifique, política, administrativa, ideológica y socialmente. Dos tendencias políticas se disputan este privilegio, liberales y conservadores. Los conservadores habían perdido el poder en 1855 cuando los liberales, se toman a ciudad de México. Benito Juárez impone un gobierno federalista y anticlerical, que provoca una guerra civil, finalmente, resultaron ganadores los liberales. Juárez logra acuerdos diplomáticos con España e Inglaterra, y el invasor Francia es derrotado.




DE LA “CIUDAD LETRADA” A LA “CIUDAD ESCRITURARIA”.

Durante la época de la colonia existió una clase selecta y minoritaria que se convirtió en el anillo protector del poder imperial y eje conductor de sus órdenes, conformada por religiosos, administradores, profesionales e intelectuales, que sirvieron a la monarquía española a través de leyes, proclamas, cédulas, propaganda y, mediante la ideologización que sustentó y justificó dicho poder, es lo que Ángel Rama denominó “ciudad letrada”. Con la naciente independencia y la necesidad de consolidación de las naciones, esta clase social que no desea perder sus privilegios y hegemonía, se adapta a las nuevas condiciones sociales e integra la “ciudad escrituraria” de la que hacen parte los ya mencionados, además de los abogados, pedagogos, periodistas y diplomáticos. La letra sigue organizando los órdenes simbólicos de la cultura para ponerlos al servicio de la ideología del progreso. En el siglo XIX, La ciudad letrada es conformada por dos bandos opuestos: liberales y conservadores. Bajo este contexto aparece la novela Clemencia (1869) de Ignacio Manuel Altamirano. Su compromiso social como escritor adhiere a la causa de lograr que México consolide su independencia política, económica y cultural respecto de España y Francia. De ahí que la presente lectura tiene en cuenta tanto el contexto político y social donde se produjo la obra, el lugar de recepción, como también el lugar de enunciación debido a que esta se presenta como una novela mexicana que defiende un proyecto nacional de corte liberal y positivista.




ALTAMIRANO: DE LA PERIFERIA AL CENTRO DE PODER DEL LETRADO.

Altamirano es un “letrado”. Según Rama un letrado es un intelectual que hace parte de la administración. Es el instrumento a través del cual se consolida “el orden de los signos” que rigen el armazón simbólico y material de la urbe. Implementan los discursos institucionales delimitando, regulando, delineando y definiendo las prácticas sociales. Elaboran mensajes y diseñan los modelos de las ideologías públicas. La escritura se legitima como un instrumento del Poder hasta el punto de ser sacralizada, gracias a su incursión inicial durante la Conquista y la Colonia través de las crónicas y del género epistolar, luego, con la redacción de códigos, leyes, prescripciones, ordenanzas y demás documentos de orden legal. La escritura como un bien sagrado es propiedad legítima de quienes han superado su fase de analfabetismo y legislan para las clases populares sobre la base de un discurso jurídico que ni siquiera las guerras de emancipación han erigido. Posteriormente durante el siglo XIX, esas manifestaciones escriturales se fortalecen y surgen formas literarias escritas como la novela, ya sea romántica, costumbrista o folletinesca que también habrá de constituirse en un mecanismo poderoso de aculturación y modernización de las instituciones de la Ciudad Letrada.

Altamirano, una vez aprende la lengua castellana descubre el inmenso poder intrínseco de la palabra escrita. No se limita al dominio de la Lengua de los españoles invasores. Se adentra en los terrenos de La ciudad letrada y camina con paso firme entre los espacios de otras culturas como la francesa incorporando a su propia formación este idioma. De igual manera se apropia de los secretos de quien habla y escribe el latín, la lengua oficial de la iglesia católica en su época. Reconoce la importancia de ser un “Letrado” si aspira a liderar las grandes transformaciones que quiere para los mexicanos, sin perder el horizonte ancestral del que proviene. Evidencia de esa búsqueda sistemática se puede hallar al realizar un breve recorrido por su biografía. Su influencia en el panorama de las letras y de la cultura mexicana fue amplia como lo testimonian la fundación de los periódicos: “El correo de México”, “El Federalista”, “La tribuna” y “La República” como también la revista literaria de mayor impacto en su época: “El Renacimiento”, donde puso en marcha su credo: alcanzar un arte nacional que, sin desdecirse de su origen europeo, lograra una unidad formal y temática. Así mismo, Altamirano influyó sobre el poeta Manuel Acuña (1849-1873), uno de los más representativos del romanticismo y sobre Manuel M. Flores (1840-1885), otro poeta mexicano romántico que mejor logra expresar una sensualidad no alejada de lo real en una poesía apegada a la vida.

El indio Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) nace en Tixtla, estado de Guerrero, México. Su ascendencia indígena venía de la etnia de los Chontales. Cuando tenía 14 años su padre es elegido alcalde y este hecho lo aleja de la vida indígena. Llega a Toluca y aprende el castellano, el latín y el francés. Estudia jurisprudencia y literatura. En 1854 entra a las fuerzas revolucionarias de Benito Juárez, lucha contra los conservadores. En 1867 recibe la credencial que lo acredita como Diputado al Congreso de la Unión. Ingresa al ejército y es nombrado Coronel de Infantería en 1865. Lucha política y militarmente contra los invasores franceses hasta restaurar la república después del fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo, en 1867. Fundó revistas, periódicos, y se acercó a grandes intelectuales mexicanos. Como periodista adquirió gran prestigio en todo el país, participando en los medios más prestigiosos. Fue pedagogo, llegando en 1885 a ser Comisionado por la Secretaría de Justicia para organizar la Escuela Normal de profesores de México. En 1881 fue elegido vicepresidente de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística de la cual ya había sido Primer Secretario. En 1889 llegó al cargo de Cónsul General de México en España (1889) y luego Cónsul General de México en Francia (1891). En su honor fue creada la medalla “Ignacio Manuel Altamirano” con la finalidad de premiar a los docentes que alcanzan los 50 años de labor pedagógica. Ignacio Manuel Altamirano es considerado uno de los escritores más importantes de México en el siglo XIX.

Altamirano realizó una excelente labor pedagógica a través de sus escritos y procuró mediante su producción literaria consolidar “en el imaginario colectivo” la identidad nacional mexicana; por ello, en Clemencia se exaltan los paisajes, las costumbres y el nacionalismo. En el registro de sus obras se advierte la voluntad narrativa trasmiten mensajes políticos y sociales a través de un discurso histórico.




HISTORIA Y META FICCIÓN EN EL TEXTO NOVELADO.

En el primer capítulo titulado “Dos citas de los cuentos de Hoffmann”, los amigos del “doctor L” prolongan la velada en la casa del médico debido a la lluvia. Mientras pasan revista a los grabados que había en las paredes, descubren repentinamente dos citas tomadas de los cuentos de Ernest Theodor Amadeus Hoffmann y escritas en un papel blanco conservadas en un pequeño cuadro. La primera, tomada del cuento El corazón de Ágata, decía: “Ningún ser puede amarme, porque nada hay en mí de simpático ni de dulce” y la segunda cita, extractada del cuento: “La cadena de los destinados”, también de Hoffmann, decía: “Ahora que ya es muy tarde para volver al pasado, pidamos a Dios para nosotros la paciencia y el reposo”. Estas referencias literarias constituyen la tessera o clave escritural que genera la narración porque como un palimpsesto, tras líneas subyace “una historia de amor y desgracia”, como lo anuncia el doctor antes de contar la historia de Fernando Valle, Clemencia, Isabel y Enrique Flores. De entrada, Ignacio Manuel Altamirano, con la mención de este escritor alemán: Hoffmann y de Charles Dickens dentro de la obra, empieza a configurar la novela con rasgos del romanticismo y traza huellas de metaliteratura que indican los gustos y las afinidades literarias del autor empírico. Estas técnicas narrativas innovadoras para la época en que se escribió la novela le imprimen al texto un sello distintivo de modernista en cuanto al proceso creador.

“Deseo que me haga usted el favor: He escrito esa carta para mi padre. Tenga usted la bondad de enviársela para que sepa que su pobre hijo ha dejado de existir. Hoy me han traído un libro para leer: Eran los cuentos de Hoffman. He leído dos; y como un desgraciado busca siempre en lo que lee los pensamientos que están en consonancia con sus penas y sus propias ideas” (172)

La narración de la novela la inicia uno de los amigos del doctor, pero luego este narrador cede la voz al médico para que dé su versión del amor fallido entre Clemencia y Fernando Valle y, así sucesivamente, se van cediendo los turnos enunciativos. Ya en el segundo capítulo toma la voz narrativa el doctor y como narrador omnisciente, comienza a contar la historia, lo primero que hace es una contextualización histórica sobre los hechos que acontecían en México en diciembre de 1863.

En el tercer capítulo la novela Clemencia acude a la Metaficción historiográfica. Para Ángel Alzate la metaficción es “la superposición del universo representado, llámese fábula, contenido o historia, con el acto mismo de la representación; dicho en otros términos, la metaficción se da cuando el acto de narrar pasa a convertirse en materia narrada” y viceversa. El narrador implícito nos deja ver que él sirvió al ejército, presentándose una coincidencia autobiográfica con el autor de la novela, Ignacio Manuel Altamirano; dejando como posibilidad la entrada del autor empírico como parte de la ficción. El relato da la sensación de ser narrado como quien refiere una anécdota desde la oralidad, como quien compartiera una historia de vida que adquiere trascendencia, más allá de lo cotidiano y costumbrista, dado el carácter de los personajes implicados y retratados minuciosamente por el narrador, “el doctor L”, quien además, tuvo el beneficio de conocerlos en la vida real. La versión de los hechos que él posee y ahora comparte con sus invitados tiene serias implicaciones, no solamente para los seres de carne y hueso que según el médico vivieron ese drama amoroso, sino también en el ámbito de las jerarquías militares, en el valor ético de los actores y en la conciencia colectiva de los mexicanos; puesto que los protagonistas reflejan “en el plano axiológico” el conflicto de valores humanos puestos a prueba en medio de la invasión francesa en el Siglo XIX. Valores como el heroísmo, el sentido nacionalista, la búsqueda de libertad e independencia, el establecimiento de un gobierno autónomo, republicano y liberal frente a la tendencia monárquica, imperial y conservadora de quienes abogaban por el restablecimiento de un poder ligado a Europa auspiciado por la aristocracia remanente que se obstinaba en conservar sus derechos coloniales.

La novela se aparta del tono oral inicial de la historia de Clemencia narrada por el médico como un episodio que involucró dos oficiales del ejército patriota mexicano, en un momento histórico decisivo de la república, para establecerse como un texto de ficción escrito. La obra literaria no pierde del todo ese componente de la comunicación verbal; sino que lo legitima a través del “universo simbólico” de la palabra escrita que le otorga mayor verosimilitud en La ciudad letrada y como lo afirma Ángel Rama: “lo fija bajo las formas de producción urbana”. Se evidencia la voluntad narrativa del escritor y su labor artística para crear aplicando ciertas reglas de juego tanto en la composición como en la arquitectura de la novela de modo tal que el conjunto posea cierta esteticidad. Pero lo más importante es la conciencia que tiene el doctor de que no sólo está contando una historia para sus comensales sino que está narrando una novela:

“Ahora comienzo mi novela, que por cierto no va a ser una novela militar, quiero decir, un libro de guerra con episodios de combates, sino una historia de sentimiento, historia intima, ni yo puedo hacer otra cosa, pues carezco de imaginación para urdir tramas y para preparar golpes teatrales. Lo que voy a referir es verdadero; sino fuera así no lo conservaría tan fresco, por desgracia en el libro fiel de mi memoria.”(16).

La voluntad narrativa del autor queda así vertida en la conciencia del narrador intradiegético, el “doctor L”, quien informa a sus invitados y a los posibles narratarios (los lectores potenciales) acerca de su intencionalidad discursiva.

El narrador hace énfasis en que estamos frente a un artefacto ficcional, que se trata de una novela, pero luego nos dice que la historia es verdadera, dándose un cruce entre ficción e historia. La voz del narrador por sus marcas textuales tiende a identificarse con el autor de la novela, entrando a ser parte del relato como figura textual o imagen ficcional de sí mismo. Adquiriendo la capacidad de enunciador real dentro de la ficción, se otorga el derecho de criticar, cuestionar, desmitificar, inquirir y recusar a los personajes de la obra y la historia misma, generando la impresión en el lector de que el mundo representado esta próximo a él. Para aclarar más la relación entre ficción e historia veamos la siguiente matriz actancial donde se muestra la alegoría que existe entre estos dos elementos.




ESTRUCTURA DE LA OBRA

A nivel composicional, el texto se estructura a partir de un dialogismo, un diálogo entre texto- cultura-realidad-historia, en la que se recoge parte de la Historia de México del siglo XIX. Altamirano ubica supuestamente una realidad pero sus protagonistas son ficcionalizados, un lector avezado encuentra una verdad histórica como es la lucha entre liberales y conservadores, y la toma de México por parte de los franceses. La novela se compone de 37 capítulos, cuyos títulos condensan el eje temático que será desarrollado en la narración. El título señala con certeza el Leit Motiv de los episodios. Los capítulos señalan una evolución cronológica y lineal de los sucesos narrados que se agrupan para formar episodios; los cuales se enlazan hasta estructura la novela como una totalidad. Las acciones se gestan y concluyen por la ley de causa-efecto. El narrador interviene cuando es necesario para afinar con su voz el carácter, la ética, los sentimientos, las frustraciones y la resolución de conflictos. Su presencia en la diégesis se da como una mediación entre los hechos de la “realidad recreada” y la “ficción en proceso”. Sus invitados y los lectores habrán de llenar los espacios de lo no narrado con su imaginación y con la asociación libre de los indicios, huellas escriturales e informaciones aportadas por los personajes en sus diálogos e interacciones, como en una novela cuyos rasgos de escritura tienden hacia lo moderno. La novela se cierra como texto escrito con un epílogo, signo distintivo de las narraciones románticas que se resisten a dejar al azar, al destino la felicidad o la desventura de los personajes que como seres agonistas vivieron la tensión propia entre alcanzar sus ideales de amor, libertad, autonomía, soberanía nacional, justicia, progreso, etc., y hallarse de pronto frente a una realidad hostil, desesperanzadora, dramática y a veces trágica si se quiere cuando las circunstancias de la vida trazaron para ellos caminos diferentes a los planeados.

Clemencia, no escapa a ese sino dramático que atraviesa las recién fundadas repúblicas latinoamericanas. Los avatares del amor fallido de Clemencia con Fernando Valle simbolizan la frustración del pueblo mexicano que ve cómo se derrumba su proyecto de nación libre e independiente. Los conflictos al interior de las familias de los personajes de ficción reflejan la realidad nacional de México que se debatía con los bandos ya mencionados en contienda por el poder. El microcosmos ficcional de la novela es mímesis de la tensión política, económica, militar e ideológica presente en el macrocosmos de la república dividida entre la aristocracia conservadora e ideológicamente alineada con la metrópoli española, deseosa de restablecer su hegemonía monárquica, una facción de mexicano dispuestos a entronizar en el poder a un emperador como ya había ocurrido durante el movimiento independentista con el hijo de un terrateniente español, Agustín de Iturbide (1783-1824), militar y político mexicano, quien en agosto de 1821 firmó El tratado de Córdoba con el virrey O'Donojú, recién llegado a Nueva España, mediante el cual se declaraba la Independencia de México inspirado en el programa político denominado Plan de Iguala (o de las Tres Garantías), con sus objetivos: religión, independencia y unión.

El 27 de septiembre de 1821, Agustín de Iturbe entró con su ejército en la capital, tras la evacuación de las tropas españolas. Al día siguiente una Junta de Gobierno provisional, presidida por Iturbide, y en la que también figuraba O'Donojú, proclamó la independencia de México. El 25 de febrero de 1822 se eligió un Congreso Constituyente, pero un motín del regimiento de Celaya, en mayo de 1822, dio el poder a Iturbide, que el mes de julio siguiente se proclamó emperador con el nombre de Agustín I. Tras disolver la Cámara, creó un Junta instituyente en octubre y reprimió a los republicanos. Así, la naciente república mexicana estuvo expuesta a la traición de sus líderes político-militares, a las dictaduras y al entreguismo ante el invasor. Este fenómeno socio-cultural y político se repitió cuando Altamirano era un joven de 14 años al suscribirse el Tratado de Guadalupe Hidalgo, acuerdo firmado por Estados Unidos y México el 2 de febrero de 1848, en la localidad mexicana de Guadalupe Hidalgo (actual delegación de Gustavo A. Madero, en el Distrito Federal), por medio del cual se puso fin a la Guerra Mexicano-estadounidense (1846-1848). El Tratado estableció que el río Bravo (Grande del Norte) marcaría la frontera entre México y Texas; asimismo, México cedió cerca de 1.295.000 km2, es decir, más de la mitad del territorio del país. Estas tierras pasaron a constituir los estados de California, Nevada, Utah y parte de Colorado, Arizona, Nuevo México y Wyoming. Altamirano volvió a vivir ese episodio de invasión cuando los franceses instauraron en el poder a Maximiliano I. Su convicción política de republicano, liberal, romántico y pensador positivista lo llevaron a luchar contra los franceses. Como ya se afirmó este es el momento histórico que genera la poiesis de su novela Clemencia.

No en vano se narra el episodio de traición a la patria simbolizada en las acciones del militar Enrique Flores quien no duda cometer un acto de traición que resquebraja el sentido de la lealtad y la amistad hacia compañero de lucha, Fernando Valle. Por su parte, en Fernando Valle el narrador exalta el valor civil de quien se sacrifica por el amor de una mujer, hasta la idealización de su felicidad, aunque sea en brazos de otra persona. En esa relación Eros y Polis que plantea Doris Sommer respecto de las ficciones fundacionales, se podría afirmar que Valle está dispuesto a dar su vida por el bienestar de la patria, por su unidad, por su permanencia. En esa relación simbiótica de Eros y Polis, la mujer amada es la figura idealizada de la patria en formación, en busca de una identidad de nación, en camino de lograr su organización de Estado soberano. Sin embargo, como ocurre en algunos Romances Nacionales, en Clemencia, el “Epílogo” también da cuenta del final dramático y del tono derrotista que sumerge a Fernando Valle, luego que es fusilado, en la penumbra de la memoria de su familia. Su padre Manuel, su madre, hermanas y amigas, justo el día de cumpleaños del anciano padre se enteran por medio de la carta que Fernando le pidió al “doctor L”, les llevara. Clemencia se esfuma entre las paredes, en claroscuro, de la “Casa Central” de las hermanas de la Caridad. Conserva su belleza todavía “pero con una palidez de muerta” y en un relicario un mechón de cabellos de Fernando que “el señor R” le había cortado al cadáver antes de que los soldados lo levantaran del sitio de la Colima, llamado la Albarradita. En su diálogo final con “el doctor L”, le comenta cómo espera que Fernando Valle la haya perdonado desde el cielo. Su destino final fue partir para Francia. Una alegoría de cómo vencidas las tropas patriotas, México queda a merced de los invasores franceses. En el epílogo, el narrador ya lo había anunciado al comienzo: “ALGUNOS MESES DESPUÉS estábamos derrotados y perdidos en aquel rumbo. Todo el mundo había defeccionado o huía. Los franceses eran dueños de Jalisco y de Colima”. La marca textual de la palabra “defección” utilizada por Altamirano es bastante significativa y más aún si se recuerda que el escritor dominaba el latín; por tanto su uso es intencional dada la fuerza semántica que comporta desde su etimología y que hace referencia justamente a la causa mayor de la derrota de los mexicanos: la deslealtad. Acción ruin que identifica a Enrique Flores y a quien el narrador no duda en catalogarlo como “el miserable autor de la muerte de Fernando”. En Clemencia, Enrique Flores queda libre de sospecha y de cualquier responsabilidad como acontece en las tragedias nacionales donde los villanos continúan libres, burlando la acción de la justicia y de la ley; mientras hacen gala de sus dotes de Don Juanes siguen en ascenso en la escala jerárquica del Poder.

En su conjunto, por la visión retrospectiva de la realidad literaturizada, Clemencia es una gran analépsis, lo que la reafirma también como novela histórica. Su primera edición aparece en 1869 y dentro de texto, se comienza a narrar desde 1863: “Estábamos a fines de 1863, año desgraciado en que como ustedes recordarán, ocupó el ejército francés a México” (14); y de allí transcurre la novela en una linealidad de hechos hasta la muerte de Valle y el enclaustramiento de Clemencia en la Casa Central de la Caridad.




RASGOS DEL ROMANTICISMO

Clemencia es una de las primeras obras del Romanticismo Hispanoamericano y posee características del Romanticismo clásico, movimiento literario que tuvo auge en Europa en el siglo XIX, como lo hace notar Eduardo García Aguilar: “Sus ficciones transcurren en la década de los 60, cuando el país vivía su mayor crisis y el futuro parecía incierto. Ligadas al realismo en boga durante el siglo XIX, estas obras se inician y transcurren en un escenario histórico, pero están dominadas por el espíritu del romanticismo europeo. Tal es el caso de Clemencia que se inicia en 1863, año de ocupación francesa bajo la tutela de dos citas de El corazón de Ágata y La cadena de los destinados, de Hoffman” (12-13). El Romanticismo fue un fenómeno cultural que se impuso en el arte y la vida como modo de ser, proclama la libertad de inspiración y excitación de la fantasía y el sentimiento, se impuso ante el arte moralizador del Neoclasicismo. Diaz-Plaja al respecto, opina: “Las ideas constructoras de la conciencia americana coinciden, en sus inicios, con la eclosión del Romanticismo, que en toda Europa consistió, como es sabido, en un movimiento de revalorización de lo nacional y de lo autóctono frente al racionalismo sin fronteras del Neoclasicismo”.

Al realizarle un seguimiento a la escritura de Ignacio Manuel Altamirano, se puede decir, que retoma técnicas escriturales y características de la escuela Romántica. En cuanto a las técnicas, Altamirano recurre al uso de una sola letra para no dar el nombre completo de uno de sus personajes, tal como lo hiciera Jorge Isaacs en su novela María, para así no dar su plena identidad como ocurre dentro de la novela con el “doctor L”:

“El coronel del cuerpo de que acabo de hablar era un guapísimo oficia: llamémosle X. Los nombres no hacen caso y prefiero cambiarlos, porque tendría que nombrar a personas que viven aún, lo cual sería, por lo menos, mortificante para mí.” (16)

Está técnica es utilizada por varios escritores románticos europeos como Guy de Maupassant en su texto corto Recuerdo, Stendhal en su relato Vanina Vanini, Emile Zolá en La Taberna. De igual manera, Altamirano recurre al romanticismo alemán con las siguientes características: resaltar los sentimientos del varón, exaltación de la mujer, gusto por la naturaleza, búsqueda de la espiritualidad del ser, exaltación de lo divino, retorno a la axiología de lo humano; además concuerda con la situación de Alemania en el siglo XIX, México también poseía problemas internos sociales y políticos. En Clemencia, entre otras características, se encuentran:

Angustia de la existencia: el sentir la vida como un problema insoluble. En el capítulo 37, Valle se nota desesperado por todo lo que le ha ocurrido en la vida y espera la muerte:

“-Hombre -continuo- agradezco a usted esa prueba de afecto, que es la única que habré recibido, pero vale para mí un mundo. No se aflija usted por mí. Le aseguro que creo una fortuna que me fusilen. Estoy fastidiado de sufrir, la vida me causa tedio, la fatalidad me persigue, y me ha vencido, como era de suponerse. Me agrada que cese la lucha que desde niño he llevado la peor parte” (167)

Imposición del sentimiento sobre la razón. Clemencia adolorida por lo hecho por Enrique, se desespera y no desea saber nada de él y del destino que ha sido acogido:

Clemencia enseñó la carta a su madre moviendo la cabeza con amargura, y arrojó en una mesa la orden del cuartel general.

-Que se ha de llevar ese pliego -me dijo el señor.
-Es inútil -contestó Clemencia- vete.
-Él llegará aquí a las ocho -añadió el correo.
-Bien, vete. (163-164)

Expresión ilimitada de los sentimientos al idealizar el amor hacia la mujer. Clemencia expresa todo su sentimiento amoroso hacia Fernando:

-No, señor: he venido a jurar a los pies de ese hombre que va a morir, pero que adoro con locura, que le amo, que le amo con toda mi alma, que no morirá para mí, y que no tardaré en seguirle. ¡Oh! Usted no sabe de lo que es capaz una mujer de mi temple cuando está apasionada. Usted que se atrevió a esperar de mí otra cosa que una mirada de indiferencia, al verle a él preferido creyó que haciéndole asesinar podría extinguir su amor en mi corazón, usted se ha engañado; mártir, le amo más, mi amor es causa de su muerte; pero me quedo en la tierra unos cuantos días para vengarle: Le pareceré a usted una loca; pero ya me conocerá usted mejor. (154).

El romántico concibe el amor como conocimiento, este acrecienta la sed por lo infinito. Además el amor es asociado con la muerte, es idealizado y por lo tanto no se encuentra sosiego y siempre las relaciones terminaban en tragedia.

Presencia de lo popular. La Navidad por ejemplo, es una costumbre cristiana muy popular en Latinoamérica, entendiendo que fuimos colonizados por España cuya religión católica fue impuesta a sangre y fuego:

Invierno con sus galas de nieve, con sus pinos y sus musgos (Lo cual es una exageración en Guadalajara, donde casi no hay invierno) […] En el salón se había colocado ese “precioso juguete alemán”, como lo llama Carlos Dickens, al árbol de Navidad, precioso capricho no introducido todavía en México […] (108)

El narrador, se queja, sin embargo, de que esta celebración está permeada por formas extranjeras descuidando costumbres autóctonas propias de nuestras celebraciones, por ejemplo, en Guadalajara, ciudad donde no hay nieve y es escaso el invierno, se decoren los objetos con escarcha imitando la nieve europea, también se queja de los árboles de navidad, por considerarlos un juguete alemán. La música es vals, es decir se pierde todo sentido de lo propio.

Altamirano propone abandonar la costumbre de imitar lo foráneo y volver los ojos a la patria, al pueblo y a la propia historia para dar fuerza y sentido a su inspiración. Esta afirmación de lo nacional y de lo auténtico era manera de dejar atrás la herencia colonial que aun pesaba en el pueblo mexicano.

Reivindicación del espíritu nacional. Se retoman temas patriotas y se citan héroes nacionales:

Jalisco es la tierra de Prisciliano Sánchez, de López Cotilla, de Otero de Herrera y Cairo, de Cruz Aedo y de Epitacio Jesús de los Ríos. Y bajo aquel cielo de fuego se ha templado la lira de esas Isabel Prieto que, nacida en España, se ha desarrollado desde su niñez bajo la influencia de nuestro sol, y nos pertenece por entero, como nuestro Alarcón pertenece a España. (32)

Plasticidad en las descripciones. De tipo topográfico:

Atravesamos la gran puerta de una casa vasta y elegante, en cuyo patio, enlosado con grandes y bruñidas piedras, se ostenten en enormes cajas de madera pintada y en grandes jarrones de porcelana, gallardos bananos, frescos y coposos naranjos, y limoneros verdes y cargados de frutos, a pesar de la estación; porque en Guadalajara, inútil es decir que no se conoce el invierno […] (76)

O de prosopografía y etopeya: “su fisonomía era tan varonil como bella; tenía grandes ojos azules, grandes bigotes rubios, era hercúleo, bien formado, y tenía fama de valiente” (18).

Taciturno, siempre sumido en profundas cavilaciones, distraído, metódico, sumiso con sus superiores, aunque traicionaba su aparente humildad el pliegue altanero de sus labios, severo y riguroso con sus inferiores, económico, laborioso, reservado, frío, este joven tenía aspecto repugnante y, en efecto, era antipático para todo el mundo. (19)

La naturaleza vista como escenario de contemplación y exaltación de los sentimientos. La novela exalta los espacios geográficos mexicanos, en especial los de Guadalajara, mostrando un amor desmedido por su tierra, por su nación. Los topónimos referencian espacios que Altamirano conoce muy bien y que identifican a México:

Por el occidente se alza gigantesca y grandiosa una cadena de montañas cuyos picos azules se destacan del fondo de un cielo sereno y radiante. Es la cadena de las Sierra madres que atraviesa serpenteando el Estado de Jalisco, y cuyos ramales toman los nombres de Sierra de Moscota, Sierra de Alicia y más al norte el de Sierra de Nayarit, yendo después a formar las inmensas moles auríferas de Durango, hasta salir de la República para tomar en la América del Norte el nombre de Montañas Pedregosas. (27).

Lo exótico. El Romanticismo creó la “Estética de lo exótico” y fue François René, vizconde de Chateaubriand quien en sus viajes a América, descubrió sus inmensas y fragantes paisajes:

[…] Y en los barandales de hierro y al pie de ellos se encuentran dos hileras de macetas de porcelana, llenas de plantas exquisitas, camelias bellísimas, rosales, mosquetas, heliotropos, malva-rosas, tulipanes y otras flores tan gratas a la vista como al olfato […] y hermosos tibores del Japón conteniendo alguna planta más exquisita todavía […] (77)

Con todos los aspectos románticos descritos anteriormente, se afirma lo que García Aguilar indagó sobre el autor de Clemencia: “[…] Altamirano no pudo olvidar su pasado ni su época: pertenece a la corriente triunfante del romanticismo social, gestado en Francia, con figuras connotadas como Víctor Hugo, quien también luchó contra Napoleón III y por esta causa vivió en exilio. Durante los 19 largos años que duró su exilio, Hugo escribió la feroz crítica Napoleón el pequeño (1852), la colección de poemas satíricos consagrados a Napoleón III titulada Los castigos (1853), el libro de poemas líricos en memoria de su hija Las contemplaciones (1856) y el primer volumen de su poema épico La leyenda de los siglos (1859-1883). En la soledad del exilio nacieron las grandes novelas de Víctor Hugo. En Guernsey completó su más extensa y famosa obra, Los miserables (1862), donde describe vívidamente, al tiempo que condena, la injusticia social de la Francia del siglo XIX. Por su parte, Ignacio Manuel Altamirano recibió también la influencia del naciente realismo del siglo XIX liderado por Stendhal, el mismo Víctor Hugo, Balzac y Flaubert y que llegaría a su clímax científico con Emile Zolá y Jules Vallés”.




UNA MIRADA A LOS PERSONAJES

El comandante de caballería Fernando Valle, de 25 años, quien era un hombre solitario, de poca gracia física, lo que lo hacia antipático para todo el mundo. “Valle era un muchacho de unos veinticinco años como Flores, pero de cuerpo raquítico y endeble; moreno, pero tampoco de ese moreno agradable de los españoles, ni de ese moreno oscuro de los mestizos, sino de ese color pálido y enfermizo que revela una enfermedad crónica o costumbres desordenadas” (19). Sin embargo, era valiente y lo había demostrado desde sus primeras batallas en Puebla. Entró como soldado raso en 1862 y fue escalando posiciones hasta llegar a ser oficial con grado de capitán y luego comandante. Sus compañeros lo envidiaban por considerar que era un hombre ambicioso y no un patriota. Era liberal a pesar de venir de una familia conservadora.

El comandante Enrique Flores es el segundo personaje, hombre apuesto, de buenos modales, de familia prestigiosa y adorado por sus soldados e idolatrado por sus jefes. “Tal vez por esto el comandante Flores era idolatrado por sus soldados, muy querido de sus compañeros y el favorito de su jefe, porque el coronel no tenía otra voluntad que la de Enrique” (17). Hombre de mil conquistas femeninas, vanidoso, jugador y muy culto. “… además, y esto es de suponerse, Flores era peligrosos para las mujeres, era irresistible, y mil relatos de aventuras galantes y que revelaban su increíble fortuna en asuntos de amor, circulaban de boca en boca en el ejército” (17)

Los dos otros personajes son Isabel, la prima de Fernando Valle, mujer blanca y rubia, de ojos azules y Clemencia, la amiga de Isabel, mujer de ojos y cabellos negros, morena y sensual. Ambas, bellezas incomparables. En esta parte, Ignacio Manuel Altamirano adopta a la mujer como personajes de la novela, hace un reconocimiento a la marginalidad en este caso a Clemencia e Isabel; pero ellas son miradas desde su belleza femenina para ser enamoradas pero no son heroínas de la historia porque son reemplazadas por la imagen del varón, ya se Enrique Flores o Fernando Valle. Estas mujeres como otras mujeres de las letras románticas, sólo son objetos para ser enamoradas, no son independientes, con libertad de movimiento y expresión porque son en ese momento, fiscalizadas por la familia, la religión y la sociedad.




EL DOBLE FANTASMAL DE LOS PERSONAJES

Los personajes de Clemencia, fundamentalmente los cuatro protagónicos, se caracterizan por su carácter doble. Llama poderosamente la atención que gracias a su vasta cultura, Ignacio Manuel Altamirano, haya recurrido a los textos extractados de los cuentos de Hoffmann; porque este escritor alemán creó en su novela: Los elíxires del diablo (1815 -1816), un doble fantasmal, un personaje doppelgänger. Tampoco es accidental que las dos citas de Hoffmann con las cuales se abre la narración, también hacia el final del relato se inserten a manera de comentario en los diálogos que sostiene Fernando Valle. Desde luego que, el doble ha inspirado y participado en la mitología de la literatura debido a que ésta ha sido articulada a partir de esquemas binarios: El bien se enfrenta al mal, el orden se opone al caos, a la belleza, a la monstruosidad, a la normalidad, la irregularidad. No hay, prácticamente, matices o estados intermedios. Este resulta ser un aspecto carnavalesco si tenemos en cuenta a Bajtín , en donde se homologan las estructuras ascendentes a manera de inversión de roles. Se trata de mostrar estructuras en tensión o conflictos entre pares antitéticos equilibrados: el bien y el mal, Dionisio y Apolo, el caos y el orden. Este esquema se muestra en cada personaje, Clemencia (morena, lucha por alcanzar lo que se propone, representación del ideal mexicano que se deja deslumbrar por lo foráneo pero que finalmente regresa a sus raíces), se opone a Isabel (más cercana a la imagen europea, es mona y sumisa). Flores (belleza similar a los europeos, termina como general francés, representa al enemigo), se opone a Valle (feo, físicamente se parece al indio mexicano, pero por dentro está toda su nobleza y su belleza). Además, cada personaje posee un antifaz que esconde un doble antinómico o antitético, una cosa se muestra al exterior y otra cosa esconde sus almas, al estilo del Dr. Jekill y Mr. Hyde de R. L. Stevenson, como sucede con Enrique Flores, hermoso físicamente pero con un alma descompuesta por la maldad, el interés y la ambición:

“[…] a cada paso se referencia el contexto histórico, político y social y se enmarca la presencia convencionalizada de los personajes literarios: el polo positivo está representado por el héroe y sus seguidores y el polo negativo por sus enemigos, en el primer caso se extrema la idealización, y en el segundo, sobresale el rebajamiento actancial”.




INTERTEXTUALIDAD

Clemencia toma un aspecto importante de la obra clásica Romeo y Julieta (1597) de William Shakespeare, esta pareja recurre al veneno e intentar morir ya que sus familiares se oponen ante este romance. En la novela de Altamirano, Enrique implora a Clemencia un veneno:

-Clemencia -dijo Enrique oprimiendo contra su corazón a su amada- no olvides mi súplica. Necesito un veneno, yo no quiero salir a la expectación pública y morir en un cadalso afrentoso. Esta idea me hace perder la cabeza. Tráeme un veneno; pero tráemelo tú, porque difícilmente llegaría a mis manos si le enviase con otra persona. Por nuestro amor, no lo olvides. (153)

Muchos académicos comparan a Clemencia con Werther (1774) de Johann Wolfgang Von Goethe, como un sacrificio heroico pues en la novela de Altamirano se encuentra este rasgo por el bien de la amada y de la patria, además Werther es comparado tanto física como sicológicamente con Fernando Valle. En la novela de Goethe, Werther-Carlota-Alberto, como en Clemencia: Fernando-Clemencia-Enrique son triángulos amorosos fatales, característica propia del Romanticismo. Igualmente Clemencia se puede asimilar con otros textos del romanticismo europeo; por ejemplo con el cuento Los hermanos Van Buck (1844) del francés Alfred de Musset, existe también una triada: Tristán-Wilhelmine-Henri, y una participación de personajes femeninos y masculinos, y temáticas románticas como el amor, el honor y la muerte.




NECESIDAD DE RECONSTRUIR UNA NACIÓN

Clemencia hace parte de los primeros destellos del romanticismo latinoamericano, aquel que exalta el encuentro con lo propio: la exótica naturaleza autóctona americana, el hombre americano y la patria. Esto se percibe fácilmente en los capítulos 6 Y 7 titulados “GUADALAJARA DE LEJOS” y “GUADALAJARA DE CERCA”.

La novela es el vehículo preferido para que el escritor romántico transmita sus ideas, sus inquietudes, criticará la sociedad que lo rodeaba, manifestará sus usos y costumbres, describiera tipos humanos y construirá la historia de sus pueblos. Desde la novela se criticó, se orientó a la sociedad, se trasmitieron los anhelos del presente, se exaltó la libertad política y se valoró el progreso.

Después de tantos conflictos acontecidos durante la primera mitad del siglo XIX, México urgía una reconstrucción, generar un sentimiento nacionalista, crear unos símbolos propios, y encaminarse hacia la idea del progreso liberal. Altamirano, como buen letrado y defensor del modelo liberal, usa la literatura como medio para exaltar ciertos rasgos patrióticos y formar ideológicamente a sus lectores en la idea de un proyecto nacional liberal.

El rompimiento con el pasado está representado simbólicamente a través de la familia de Valle, familia conservadora. Valle corta toda relación directa con su núcleo familiar debido a sus ideales liberales. La ruptura con la figura paterna por razones de orden político podría considerarse que Fernando Valle comete un parricidio y decide luchar por sus ideales liberales, a despecho de su padre que se identifica con la línea conservadora. Valle nunca se arrepiente de ello, para él los intereses patrióticos están por encima de los suyos propios. De esta manera, la novela deja ver su carga ideológica. El padre conservador nunca perdona a su hijo, es dogmático, cerrado, no acepta los cambios y jamás acepta la condición ideológica de su hijo, dejando ver, no solamente al padre conservador como algo negativo y hasta insensible sino también la anarquía en que se sumen las familias cuando el país se halla en guerra y cómo la imagen paterna, símbolo de autoridad y de poder es demolida por los movimientos revolucionarios. La construcción de una identidad de nación exige, en México como en otros pueblos latinoamericanos, la demolición de los antiguos paradigmas virreinales para la asunción del modelo republicano.

No es gratuito que la novela inicié en el año de la toma de los franceses, pues este hecho crea necesariamente repudio hacia lo extranjero y solidaridad e identificación con los personajes que integran el ejército mexicano. Sin embargo, en el ejército se muestran dos caras de los mexicanos, Valle y Flores, el uno, un patriota, de rasgos aindiados, valiente, de buenos sentimientos y con la capacidad del sacrificio; el otro, un hombre apuesto pero materialista y superficial, un antipatriota que es capaz de vender a su país motivado por su interés personal, un hombre que no conoce de ética ni de valores. A partir de estos dos personajes se da la ejemplificación heroica, Valle representa las virtudes que hay que alcanzar y Flores encarna los defectos que hay que aborrecer, lo que deja ver en el texto novelado su claro propósito moralista y pedagógico. Así, la novela exalta lo nacional mexicano: sus paisajes, sus mujeres, su raza, sus costumbres, con el ánimo de crear una identidad nacional.




CLEMENCIA: VEHÍCULO PARA DIFUNDIR LA IDEA DE UN PROYECTO NACIONAL.

La ciudad letrada genera una cultura escrita situada en el campo de las significaciones, que edifica ideologías y convicciones políticas. Este es el caso de la literatura mexicana del siglo XIX y de la novela Clemencia en particular, que ayuda a crear un imaginario nacional, mediatizando discursos políticos, delineando personajes prototipos que hacen parte de las “comunidades imaginadas” que según Benedict Andersen: “Es Imaginada aporque aun los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión”. Los miembros de esta comunidad comparten la lengua de manera espontánea, posturas ideológicas, condiciones sociales, visiones de mundo, consolidando un sentido de pertinencia que conlleva a la construcción discursiva de símbolos y axiologías que contengan y legitimen valores específicos e identificadores.

La novela Clemencia se presenta como una ficción fundacional o novela nacional si atendemos a Doris Sommer, quien explica que este tipo de novelas son aquellas que su lectura es exigida en las escuelas, son fuente de historia y orgullo literario de un país. Dicho de otra manera, son novelas que ayudaron a crear simbólica y alegóricamente un concepto de nación. Sommer deja de relieve la relación que hay entre política y ficción en la construcción de las naciones latinoamericanas, para ello, establece la relación entre Eros y Polis que se presenta en las novelas del siglo XIX, donde la retórica del erotismo organiza las novelas patrióticas: “Los ejemplos clásicos en América latina son las inevitables historia de amantes desventurados que representan, entre otros factores, determinadas regiones, razas, partidos e intereses económicos. Su pasión por las uniones conyugales se desborda sobre una comunidad sentimental de lectores, con el afán de ganar tanto partidarios como corazones”.

En Clemencia, Altamirano recurre a la retórica del erotismo al colocar las relaciones de pareja como ejemplo, de esta manera el lector se identifica con el héroe (Fernando Valle) quien además de ser liberal, es un patriota digno y valeroso: “-Es verdad, señorita, no soy soldado de profesión, y en esta parte me declaro profano delante de Fernando. Él si es soldado, y tan soldado, que ha comenzado su carrera cargando el fusil […]” (63). Este héroe esta imbuido en una sociedad llena de falsos valores: “Sea como fuere, nosotros advertimos, y esto es muy perceptible, que a medida que nuestro pueblo va contagiándose con las costumbres extranjeras, el culto del sentimiento disminuye, la adoración del interés aumenta, y los grandes rasgos del corazón, que en otro tiempo eran frecuentes, hoy parecen prodigiosos cuando los vemos una que otra vez” (33).

El interés económico está antes que la patria, algunos entran al ejército no para revestir la nación de gloria sino para buscar ascenso social y prestigio, como sucede con Enrique Flores: “-El patriotismo tiene sus móviles de diferente especie, para unos es cuestión de temperamento, para otros es la simple gloria, ese otro platonismo de los tontos. Para mi es la ambición. Yo quiero subir”. (52), y personas que se confunde con la belleza física y dejan de mirar la belleza del alma, como les sucede a Clemencia e Isabel, quienes quedan estupefactas con la hermosura de Flores y esto les cohíbe ver la maldad que hay en su corazón.

Este tipo de sociedad es la que impide que un amor puro llegue a realizarse, la sociedad propuesta se consolida como antagonista de Valle, es por esto que Valle representa la búsqueda de una nueva sociedad (nación) donde él pueda realizarse como persona y ser feliz. Donde pueda unirse con su amor, es decir sueña una sociedad alternativa.

La novela logra que el lector sienta identificación entre el amor romántico y la idea de patriotismo a través de la atracción sexual entre Clemencia y Fernando. El lector inicia teniendo algún grado de pesar con la condición de vida de Valle, su soledad, su antipatía, su auto exclusión de los círculos sociales pero con el paso de la lectura, el narrador deja entrever que no es antipatía la de Valle sino que hay una sociedad que no acepta sus valores. Una vez se conoce su axiología, los lectores crean un vínculo afectivo con Valle, esta familiaridad hace que se acepte sus puntos de vista, sus ideologías y su pensamiento. Quizá donde se logra la mayor identificación entre el lector y el héroe, es cuando este personaje fracasa en el amor. Primero en su tentativa de amar a su prima Isabel, una amor fallido por la intrusión de su “amigo” Flores quien pretende también a Isabel solamente por la atracción sexual, por el erotismo asumido como la conquista y posesión “material” de la mujer que se convierte así en “objeto de deseo”. Subyace en ese amor fallido de Valle y su prima Isabel la fuerza de un constructo social que impide cualquier consumación del acto sexual entre familiares cercanos, por la línea de consanguinidad: el incesto. El autor esquiva este escollo y como estrategia narrativa hace un giro en los sentimientos de los personajes: Valle y Flores, quienes rompen un pacto secreto mediante el cual acordaron a quién debía enamorar cada uno de ellos. Todas estas informaciones posibilitan que el discurso ideológico se legitime en el deseo erótico, amor a la patria, simbolizada en la mujer, sentido nacionalista y consumación a través del sexo. Tratándose de un amor romántico cualquier mínima demostración de afecto es sobredimensionada y reforzada por la ebullición de los sentimientos ocultos, por el pudor y la norma social de cortesía y respeto que bloquean cualquier intromisión o escrutinio en la esfera de lo público. Sin embargo, el autor se arriesga tratar un tema que posee un sustrato histórico real y advierte porqué relata algunas acciones con cautela y porqué no tiene la intención de lesionar con su relato a terceros que aún viven.

Finalmente gana la otra sociedad, la nación que se está construyendo porque, aunque, el héroe es derrotado, se convierte en un mártir y a pesar de que nunca alcanza sus objetivos; su realización plena consiste justamente en erigirse como un ícono de lealtad a la patria. La muerte del héroe es un motivo para recusar el poder y al establecimiento. Su fracaso es el acicate que moviliza el sentimiento nacionalista para unir fuerzas y expulsar al invasor. Flores, el oponente (encarna simbólicamente el antipatriota) triunfa. Queda la sensación en el lector de que así no debieron ser las cosas, que algo anda mal, que no se puede permitir este tipo de sociedad. La ficción termina afectando la realidad al lograr crear una comunidad imaginada entre los lectores, al construir en el discurso los símbolos y las axiologías que contienen y legitiman el proyecto de nación liberal a través de valores específicos e identificadores. Paradigma que cobra mayor fuerza toda vez que el acto de heroísmo de Fernando valle a favor de Clemencia, convoca el sentimiento de solidaridad del “doctor L” y delos mismos soldados que lo fusilan cuando el narrador informa: “Los fusileros se retiraron llorando: ¡era tan valiente aquel oficial!”




LA HISTORIA NO CONTADA DE LAS NACIONES LATINOAMERICANAS

Este análisis evidenció que algunos rasgos de la primera parte del romanticismo latinoamericano establecidos por la crítica están presentes en la novela Clemencia. En cuanto al tema, la obra ficcionaliza un periodo histórico particular: la invasión del ejército Francés a México en 1863. Este es el telón de fondo que le permite al autor (letrado), Ignacio Manuel Altamirano, perseguir una definición de identidad mexicana, creando una conciencia nacional al familiarizar a sus lectores con los personajes de la novela, sus ideales, costumbres y ethos, buscando aportar elementos para la definición una “comunidad imaginada” que se correspondiera con las ideologías liberales positivistas de la época. Luego de la Emancipación muchas naciones latinoamericanas tuvieron que hacer el largo recorrido entre la independencia política y económica de sus pueblos respecto de España, Francia, Inglaterra y Portugal, para organizar su forma de gobierno autónomo, para erigirse como Estados libres ideológica y culturalmente. Luego han tenido que avanzar por los Senderos de construcción del sentido de nación. En ese sentido, la ciudad letrada fundó las bases jurídicas con “las constituciones políticas” y literarias, con el desarrollo de las denominadas –“literaturas nacionales” que han incorporado la oraliteratura para consolidar la unidad, tanto territorial de las nuevas repúblicas como también espiritual de sus Estados libres y sobreaños. La jornada no ha concluido. Latinoamérica aún siente los embates ideologizantes foráneos a través de procesos de Desculturación y aculturación sistemática mediante los Mass Media. La ciudad letrada tiene vigencia al interior de la “ciudad real” y su politización sigue en diferentes órdenes de la vida colectiva, social e individual. Todavía falta construir La ciudad ideal. La novela como manifestación y género literario camina por senderos que se bifurcan infinitamente para ficcionalizar la realidad social, cada día, más compleja, y más incierta. La tarea del letrado, del novelista, en particular, prosigue en la recreación de este mundo real que cada vez se acerca más a su doble en la ficción.

Albeiro Arias (UNIVERSIDAD TECNOLOGICA DE PEREIRA EN COLOMBIA)

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