jueves, 15 de marzo de 2012

William Shakespeare: Lo humano, demasiado humano




1. El rey Lear

Los dramas de Shakespeare han trascendido los límites de la literatura al enunciar la infinitud y la finitud de lo humano, en inquietantes personajes que suelen turbarnos con sus pasiones. La locura, la ceguera y el amor en exceso se convierten en un tres dominante en la tragedia de El Rey Lear. (1)

Excepto Edmundo todo el resto de los personajes de la tragedia, como expresa Harold Bloom en su libro La Invención de lo Humano”, ama u odia demasiado. El propio Lear se encuentra a sus ochenta años aún, pleno de excesos amorosos. En esta oportunidad voy a recortar sólo el que es considerado como el único amor auténtico en el drama según Bloom: el amor excesivo de Lear a su hija menor Cordelia. (2)

La consecuencia primordial del amor de Lear sobre su amada hija es el control en exceso, hasta que ella cansada de rendir tributo permanente para que él se sintiera amado, rompe la imagen de autoridad de su padre con estas palabras: “…Con seguridad yo no habré de casarme como mis hermanas / para amar sólo a mi padre.”

En la división de sus bienes Lear premia la obsecuencia de sus otras dos hijas Goneril y Regania, pero sólo dota al pretendiente de su hija menor con la franqueza que demuestra en la escena pública, al negarse a la incondicionalidad del amor exigida por su padre. Cordelia manifiesta el amor por la verdad y su odio por la hipocresía, y si bien sabe que esas palabras enojarán a su padre, acepta su maldición sin mostrar la menor intención de retractarse.

Según Bloom el amor explícito entre padre e hija queda fuera de la tragedia en ese acto de renuncia de Cordelia, y de esta forma se realza la fuerza destructiva que se podría establecer en la filiación. La negativa de Cordelia es una herida que la obra infiere al amor filial al padre pero no exactamente por el odio. En la tragedia de Shakespeare existe siempre la expresión de un amor que podría evitarse y existe también un amor más profundo, inevitable y terrible, en este caso silencioso, que lleva a la devastación. El amor recíproco entre Lear y Cordelia tiene la fuerza de lo inevitable. Ella es la única mujer en la tragedia que no evoca ni la crueldad, ni la exacerbación del odio, ni lo demoníaco. Es el amor sin el cual nada existe.

El sentimiento de perturbación de Cordelia frente a la obstinación de su padre por ser amado siempre y cada vez más, no la despoja de su amor. La tragedia concluye con Cordelia muerta y su padre Lear sosteniéndola en brazos. El rey Lear tiene en ese instante una evidente alucinación, como bien escribe Bloom, en la que Cordelia ha resucitado de la muerte. Es así que acercándole una pluma dice Lear: “…Esta pluma se mueve: ella vive. Si es así / Es una felicidad que redime todos los dolores / Que he tenido en mi vida…”


2. La resurrección

El rey Lear cree que Cordelia o nunca ha muerto ó ha resucitado, según la versión de Bloom. En este punto quisiera detenerme. Supongamos una resurrección como metáfora. ¿Eso podría ser lo que hace a ciertas mujeres no-todas? ¿Una vez producida la renuncia al amor incondicional exigida por el padre, la elección de un hombre las haría entonces no-todas, atravesando lo mortal de un ser perdido en el duelo? La resurrección como metáfora no sería sólo cuestión de Isaac, sino también cuestión de Ifigenia ó en este caso brevemente también cuestión de Cordelia para la mente del rey Lear.

Lear es un hombre poderoso que siempre exige más amor del que puede darse, y por ello apenas puede expresarse porque el exceso lo precipita al terreno de lo indecible. De esta forma también Cordelia queda atrapada en el terreno de la adicción, en tanto la identificación en ese indecible de su padre, la hace muda para justificar su actitud ofensiva.

Si una mujer se encontrara en la misma posición de Cordelia, traspasar el reino de lo indecible sería todo un desafío; hacer un duelo por el ser perdido en la implicación del amor al padre sería una tarea difícil; encontrar un hombre más allá del padre la haría no-toda por la magnitud de la pérdida. Ese encuentro como no-toda la haría sujeto de una experiencia similar a la resurrección por atravesar el duelo de la filiación que la hace a ella muerta como hija, desde la identificación por amor al padre muerto.

Si Lear no acepta la reticencia de Cordelia para expresar su amor y la castiga, ello aumenta su locura. Extraviado Lear por el odio de Goneril y Regania y el estorbo del exceso de su amor por Cordelia hace que todo en la tragedia se delimite en un tiempo demasiado tarde. La esperanza de que llegue a tiempo el arrepentimiento de Edmundo no se produce, y con la muerte de Cordelia muere la esperanza de un mundo no salpicado por la devastación. Sin las Cordelias los Lear de la vida cotidiana quedan sumergidos en la locura.

Finalmente el amor no redime nada. Pareciera que Lear quiere saber más y más y frente a él los demás quedan aturdidos y desgarrados. El amor del padre rey Lear es sombrío inaceptable y también inevitable, así como para Cristo es el amor de Dios de quien siente abandono. Es un amor catastrófico, según Bloom, pero infinitamente franco como también lo es el de Cordelia.

¿Qué oscura intransigencia hace que la verdad que enuncia Wittgenstein sobre el amor no pueda tener lugar? Si el lenguaje para Wittgenstein es un juego que tiene códigos para cada una de las actividades humanas, el amor también. El amor deja de ser un juego cuando el analista en posición de Lear olvida que su exigencia en ser amado esconde su inconsciente como pieza clave para interpretar la castración. El objeto a en juego siempre circula entre dos y el analista deberá saber cual es su incumbencia en él para posibilitar la aparición del acto analítico. (3)


3. La mujer que no existe.

La fidelidad de Cordelia a Lear, según Freud escribió en la Lección XXVI de1913, es la que resulta conductora de la tragedia. Frente a la imposibilidad de reconciliarse con la muerte, Lear sólo quiere escuchar cuanto es amado. La reflexión Freudiana, llega hasta el extremo de comparar a Cordelia con la valquiria de la mitología alemana, que lleva en brazos el cuerpo del héroe guerrero muerto en batalla.

Cordelia sería entonces para Freud, la madre en su versión mortal, la madre destructora diferenciada de la que protege y de la que acompaña. Sin embargo jamás aparece la madre en la tragedia El rey Lear de Shakespeare. Más bien la madre ha quedado tachada de la acción y no existe en la intensa vinculación entre padre e hija.

Incluso se trata de pensar que la posición del hombre en este lugar es idéntica a la de Cordelia y que todo hombre deberá también resucitar a la muerte real del padre. Esto que se encuentra ampliamente difundida en la versión religiosa de la pasión de Cristo, muestra aquella dimensión no-sabida de la cruz que sostiene el registro Imaginario, según Lacan.

En efecto habrá que pensar en la resurrección de la metáfora después de la muerte real del padre como alcance del significante fálico, y considerar que la difamación suele entorpecer el surgimiento de la femineidad. El problema es que cada quien deberá liberarse del rey Lear que le corresponda, siempre dispuesto a impedir la metáfora nueva. Y aquí será cuestión de soportar la caída del nombre del padre como nombre, donde lo materno como mujer no existe.

Lacan, en el Seminario de la Ética, en la clase del 29/6/60 compara al rey Lear con Edipo por renunciar también, luego de volverse ciego al arrancarse los ojos, a todo servicio de sus bienes. Si bien en El rey Lear es el personaje de Kent el que es cegado por su hijo Edmundo, llama la atención la perdida de la visión.

¿Sólo habría que pensar en la ceguera del amor furioso de Lear por ser satisfecho en sus mínimos detalles?, ó ¿podríamos agregar algo más? Me inclino por una referencia de Lacan al respecto, cuando señala el común deseo de Lear y Edipo por franquear todo obstáculo en búsqueda de un saber preciso.

Más allá de lo que ha muerto de cada uno con la muerte real del padre, cada analizante podrá ó no investigar su Aún. Ese saber tocará al significante como cuarto nudo y será vuelto a significar en el síntoma, con un imaginario que también hace del cuerpo una representación de lo real, más allá del sentido que le da existencia. Porque también existe lo que no existe como desconocido, sin que esto sea precisamente siniestro. En este punto preciso, en la metáfora nueva, en la que la femineidad no es difamada, el psicoanálisis podría ofrecer otra erótica diferente al amor en fracaso. En esa erótica el cuerpo es distinto en cuanto a la afectación por el sentido.

La palabra de amor sería un juego, y el o la partenaire un cuerpo resucitado y vuelto a la vida sin la esperanza de posesión. Nunca será más cómodo morir por llevarse a la tumba una Cordelia. Pero sí la reconciliación con la muerte es del orden de la necesidad, que excluye la dimensión del desamparo, como se excluye la existencia del madre que siempre la invoca.

No hay desamparo posible en El rey Lear, porque todos los seres están desamparados. Ya no importa que así lo sea, el amor no podrá venir a salvar nada. Si se desprende de esta tragedia el nacimiento de una metáfora, más allá de la muerte esto implicará una erótica, pero no un amor como fracaso porque todos los amores fracasan.

El dispositivo analítico tendrá que contemplar la dimensión del fin sabiendo que sólo en su más allá resurge la metáfora. Y esa metáfora nueva sólo será concebida en el instante de resurrección. Si creyéramos en un más allá de ese instante, ubicaríamos al psicoanálisis en una creencia religiosa.


Notas
1. William Shakespeare. El Rey Lear. Editorial Colihue Clásica. Buenos Aires 2004.
2. Harold Bloom. Shakespeare La Invención de lo Humano. Editorial Norma S.A. Colombia 2001.
3. Domingo Cia Lamana. Wittgenstein: la posibilidad del juego narrativo. A parte rei 16 Revista de Filosofía. España 2009





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