martes, 13 de marzo de 2012

"Medea": Recontada



La infalible flecha de Eros hirió el corazón de la virgen Medea. Y Jasón el extranjero que pedía lo imposible, tomó en cuenta su objetivo: él había venido a buscar el Vellocino de Oro.

Pero si la joven entregó su corazón al forastero, el rey Aetes, su padre cerró en cambio sus labios, negando el tesoro: estaba furioso por la osadía del pedido. Y de no haber sido por la intervención de Medea, habría mandado matar a todos los griegos. Pero al oír la dulce voz de su hija, y viendo arder en sus ojos un brillo extraño, prometió ceder el Vellocino.

El jefe de los Argonautas debía primero (así habló el rey) pasar dos pruebas de valentía: la primera consistía en subyugar dos enormes toros que soltaban fuego por las narices. La segunda, arar el campo y sembrar dientes de dragón: De la extraña siembra nacerían gigantes armados que el héroe debería enfrentar.

Medea conoce las intenciones de su padre y se aterra de perder aquel amor recién nacido. Con el miedo viene la desesperación; sin ella, Jasón no ha de sobrevivir. Pero si le ayuda traicionaría a su padre y a la patria. Al final vence el amor. Busca a Jasón y le ofrece ayuda. El promete llevarla a Grecia y hacerla su esposa. Las promesas de un eterno amor desvanecen las dudas de Medea. Las manos de Medea protegen el cuerpo del amado con una poción mágica, que lo hacen invulnerable al fuego y al hierro.

Pero el rey a pesar de que él pasó las dos pruebas, no cede el Vellocino de Oro. Todavía quiere ver los navegantes muertos y a la nave Argo en llamas. Nuevamente el amor viene en ayuda de Jasón. Medea previene al héroe sobre los planes del rey y lo lleva hasta el bosque donde está el Vellocino. El dragón que lo vigila, arrullado por Medea, poco a poco se duerme. Y manos extrañas se apoderan del tesoro.

Perseguidos por Aetes, Medea y Jasón buscan refugio en Argo. Son felices. Cada cual ha conseguido su objetivo: él tiene el Vellocino de Oro; ella acaricia una promesa de amor eterno.


Todo se ha perdido, en la amargura del abandono: la familia, los dioses, la patria, los amigos fueron olvidados por el amor de Jasón. Y ahora nada. Ni siquiera el ser amada en la tierra en que se exilió. Los años felices pasaron como una llama que se apaga. Medea quedó con las manos vacías.

En el corazón rebelde, el desengaño le grita las palabras que la llenan de furor. Sus manos que tanto acariciaron, quieren vengarse El amor se trasformo en odio. Medea arde en deseos de desquite. Medea se trasforma en fiera por causa de la infidelidad.

Jasón ha concertado un nuevo matrimonio con Creusa, hija del rey de Corinto, Creón.

Y Corinto, donde se sembró el amor, se convierte así, para ella en tierra estéril. El rey, temeroso de que manos vengativas alcancen a Creusa, ha llegado a conocimiento de sus palabras rebeldes y quiere expulsar a Medea.

Pero fingiéndose arrepentida, la hechicera envía un regalo a su rival: un vestido maravilloso. Creusa está aún más hermosa con la rica vestimenta. Pronto, sin embargo la sonrisa que su espejo refleja se convierte en mueca de dolor. La princesa se siente quemar por el fuego del veneno. Sus gritos resuenan angustiosos por todo el palacio; la ciudad entera oye y nadie osa tocarla. Sólo Creón procura socorrerla. Y muere con ella, padre e hija destruidos por las llamas.

Jasón se desespera. Va en busca de la causante de su desgracia. Se aproxima a la antigua morada y al llegar a ella, se detiene contraído de dolor; si Creusa se quemó en el veneno, sus hijos se ahogaron en su propia sangre. Las manos maternas hirieron los tiernos cuerpos. Jasón siente la agonía del horror, y en el desvarío de Medea no halla la locura, sino el sabor de la venganza total. Ella ha destruido su pasado y ha negado el futuro.

La sangre de sus hijos se mezcla con las lágrimas del padre. Sus manos están manchadas. Intenta tocar una vez más a los niños, queriendo darles de nuevo la vida. Pero es inútil, ya no los alcanza. Medea los hizo nacer, los mató, y ahora lleva consigo sus cuerpos, victimas inocentes del amor frustrado.

Jasón quedo vació de todo. Destruido, ve entre lágrimas las figuras distorsionadas de Medea y sus hijos, que se alejan. Poco a poco desaparecen en el espacio infinito, llevados por el carro del sol.


El hombre proyecta en los héroes las cualidades que hacen superior al ser humano.

Al principio, Jasón es el héroe por excelencia. Pero cede al orgullo y olvida a los que le ayudaron. Si bien se casa con Medea para agradecerle su ayuda, cuando vuelve a Grecia se avergüenza de Medea. Pero los dioses no son indulgentes con los desagradecidos y los soberbios, y hasta Jasón recibe su castigo a través de la venganza de Medea.

Ella lo ayudó, traicionando a su familia y a su patria. Como héroe que era, él no habría tenido que aceptar esa ayuda, y debió luchar abiertamente para alcanzar su objetivo.

Para autores como Esquilo (525-456 a. C.), ella es una hechicera temible. Eurípides (480?-406 a.C.) en cambio, no pone en evidencia su carácter mágico; la presenta como un personaje humano, que lucha entre el amor conyugal y el materno, ambos heridos. En cuanto a Jasón lo muestra como un hombre que, consciente de su situación de desventaja del exilio, busca un medio para superarla. Esa interpretación es retomada por otros autores griegos. En el teatro latino, el aspecto mágico de la leyenda también fue minimizado a favor de los elementos humanos.

Séneca (3aC-18 dC) presenta a Medea, en su obra de manera contradictoria. Ella aparece ora como una joven simple que, aunque hechicera, es vencida por el amor, ora como una criatura maléfica y tenebrosa.

Siglos más tarde, Corneille (1606-1684) retomó el tema de Medea. Para él, Jasón es un hombre ambicioso, no heroico, que de la relación amorosa hace sólo un instrumento para alcanzar sus objetivos. Medea es cruel y odiosa, pero el sufrimiento de la mujer traicionada y abandonada es descrito en la obra en toda su dimensión trágica. En la conquista del Vellocino de Oro, también de Corneille, Medea se desgarra entre el deber, el amor y el orgullo herido. Siente que Jasón no la ama, que sólo la utiliza para conquistar el Vellocino de Oro. El héroe tiene la duplicidad de carácter que le permite engañar a Medea, afirmando renunciar a ella por la patria y la gloria.

El poeta austriaco Franz Grillparzer (1791-1872) dedica una trilogía a la leyenda del Vellocino de Oro: El huésped describe a Medea tiranizada por un padre cruel y sanguinario; Los Argonautas cuenta la lucha de la joven contra el amor que le inspira Jasón. Pero acaba cediendo ayuda a los griegos en la conquista del Vellocino de oro.

Jean Anouilh (n. 1910) también aborda el tema, aunque valiéndose de un lenguaje moderno: Medea es una gitana y su humillación no reside en el abandono, sino en la piedad del hombre que la dejó. Su orgullo se encuentra lastimado. También el cine ha revivido la tragedia de Medea, bajo la dirección de Pier Paolo Passolini (n. 1922). El filme presenta a Medea venida de un país bárbaro, donde se realizan sacrificios humanos.


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