Nota. Las siguientes instrucciones no
pretenden dirigirse a todo el público, sino únicamente a ese sector conocido
como los cronopios, los cuales, en todo caso, son los únicos con la
suficiente inconsciencia para emprender la aventura de leer Rayuela.
Aclarado lo anterior, demos paso al consabido epígrafe:
¿Quién nos
rescatará de la seriedad?
Julio Cortázar.
Julio Cortázar.
La vuelta al día en ochenta mundos.
El primer paso para
leer Rayuela deberá ser quitarse el
miedo. Sí, la sola idea de enfrentarse a su lectura puede hacer a las rodillas
temblar, a las manos sudar y a los ojos nublarse, pero tómelo con calma. No
tema, miles de personas antes que usted han leído la novela y no ha habido
(mayores) consecuencias que lamentar. Para alejar la angustia podrá ayudarse
con un vaso de mate o de caña (sustituibles por la infusión o el aguardiente de
su preferencia, respectivamente). Luego, olvide cualquier idea preconcebida sobre
la obra y dígase: “tarde o temprano hay de leerla”.
Lo siguiente
será tomar el volumen. Asegúrese de hacerlo con ambas manos y en una posición
adecuada, pues se ha reportado que levantar ciertas ediciones sin las medidas
de seguridad pertinentes puede causar lesiones en espalda, cadera o región
lumbar. A continuación busque un lugar propicio para realizar la lectura,
teniendo en mente que dicho lugar deberá ser lo bastante cómodo como para
pensar a lo largo de setecientas y tantas páginas, pero no tanto como para
quedarse dormido.
Ambiente el espacio
elegido como lo considere necesario, procurando tener a la mano cigarrillos (si
no ha caído usted víctima de las campañas contra el tabaquismo) y nuevas
raciones de mate o aguardiente utilizados con anterioridad. La música de fondo
es recomendable: Duke Ellington, Thelonious Monk y el enormísimo cronopio,
Louis Amstrong, pueden ser de utilidad
para la primera parte de la novela, mientras Gardel o el Tata Cedrón serán más
apropiados para la segunda.
Una vez tomadas
todas las disposiciones adecuadas, será momento de abrir el libro. Al hacerlo
se encontrará con algo fuera de lo común: un Tablero de dirección. Verá
usted, Julio Cortázar, nos propone que su obra tiene al menos dos
lecturas. Una, la tradicional, que abarca los capítulos del 1 al 56, en
orden secuencial; otra, la no tradicional, que incluye además los
restantes capítulos del 57 al 155, intercalados con los primeros 56 en el orden
detallado en el Tablero. “¿Cuál elegir?” se preguntará usted con razón y tal
vez se preguntará, también, si no será el momento para el primer cigarrillo y,
acaso, para otro trago. No se detenga.
Para tomar la mejor
decisión quizá le sea de utilidad saber de qué se perdería de optar por la
versión “corta” (por llamarla de alguna manera). En primer término, no tendría
conocimiento de Morelli, personaje incluido en los Capítulos prescindibles
y quien sirve de alter ego a Cortázar para “clarificar” (recurrimos a la
ayuda de las comillas) algunos conceptos y principios de su contranovela (de algún modo hay que llamarla).
Sí, el autor de Rayuela ha decidido no romper los esquemas tradicionales
de la novela rompiéndolos, al escribir una que no es tal y nos presenta su
teoría a través del viejo escritor Morelli. ¿Esto hará más entendible y clara
la historia? En modo alguno. Pero sí más interesante, eso puede tenerlo por
seguro. Además de Morelli, la versión “larga” o “más larga” (ahora recurro de
nuevo a las comillas) incluirá otro personaje, Pola, la amante parisina de
Oliveira, el protagonista y, lo más importante, a una serie de citas, recortes
de periódico y fragmentos literarios (al estilo de los posteriores libros
collage del autor) utilizados para hacer la novela más rica y compleja,
dicho sea en todos los sentidos consignados en el “cementerio” o diccionario
para esta palabra.
Las dos lecturas
propuestas por el autor, sin embargo, son sólo optativas. Se encuentra usted en
entera libertad de leerla como le dé su santa gana y, en una de esas, como diría Morelli, tal vez
haga una lectura perfecta. Puede, por
ejemplo, hacer su propio tablero de dirección, es decir, ordenar los números de
los capítulos como mejor le plazca. He aquí una idea: para una lectura de
locos (en más de un sentido) le recomendamos que los ordene de acuerdo a
los números de los pacientes del manicomio que aparecen a partir del capítulo
53. Así, el tablero quedaría como sigue:
6 – 18 – 31 – 56 – 7 – 22 – 2 – 8 – 4 – 19 – 5 – 14 – 45 – 16 – 43. Por supuesto, perdería gran parte de la novela, pero piense lo que ganaría en originalidad. No obstante, se recomienda, para empezar, leer la versión larga: qué más da un par de centenares de páginas adicionales.
6 – 18 – 31 – 56 – 7 – 22 – 2 – 8 – 4 – 19 – 5 – 14 – 45 – 16 – 43. Por supuesto, perdería gran parte de la novela, pero piense lo que ganaría en originalidad. No obstante, se recomienda, para empezar, leer la versión larga: qué más da un par de centenares de páginas adicionales.
Tomada la decisión,
comience la lectura. Si después de treinta páginas piensa que no está
entendiendo nada, no se preocupe. Las novelas de Julito no están para entender
sino para cuestionar, disfrutar, padecer. Siéntase, pues, libre de enamorarse
de la Maga, de burlarse de las pretensiones metafísicas de Oliveira, de
encontrar insufribles a los miembros del Club de la Serpiente, de creer que
entiende las pedantísimas elucubraciones metaliterarias de Morelli, de
preocuparse por Rocamadour, de confundirse y no saber a la primera quién
diablos es el narrador en cada capítulo. Sublímese con la hermosa ruptura entre
Horacio y la Maga en el capítulo 20 y ríase del concierto de Berthe Trépat y el
posterior encuentro de ella y Oliveira en el 23. Angústiese por la muerte del
hijo de la Maga en el capítulo 28 y búsquela ahogada en los ríos metafísicos
por los cuales navega. Ya que esté en el capítulo 41 encuentre las similitudes
entre la película Jules y Jim de Traffaut y el triángulo
Traveler-Talita/Maga-Oliveira. Recuerde cómo el personaje de Jeanne Moreau también
se lanzaba de cabeza a cuanto río (metafísico o no) se le ponía enfrente y cómo
el trío en algún momento también se comunica a gritos a través de las ventanas.
Hecha la comparación, armando el acto incestuoso entre el cine y las letras, sienta
el vértigo de Talita en el tablón y pierda la razón junto con
Horacio. Búrlese de quienes le habían prevenido sobre la solemnidad de Rayuela
(¿qué hay de solemne en un gato calculista?)
A lo largo de toda
la novela admire el manejo del lenguaje. El swing de los pasajes, el gíglico,
el ispamerikano (sin hache y con ka), los paréntesis cuyo uso cambia la
ló(gi)ca por la loca de las palabras, los enajenantes y enajenados diálogos, la
lectura de Pérez Galdós, cruzada con los pensamientos de Horacio. Lea con hache
todos los conceptos himportantes (con hache) para restarles hautoridad (con
hache).
Y a lo largo de
todo el libro, también, pregúntese qué simboliza la rayuela, o el bebeleche
(qué, palabra) o el avión como decimos por acá. Simboliza acaso ¿La búsqueda de
Horacio del “centro” (de la tierra al cielo)? Es probable. Saque usted sus
propias conclusiones. Y, sobre todo, disfrute. Llegue al capítulo 56,
enloquezca, déjese ir, y “paf se acabó” (si optó por la versión corta, de lo
contrario aún le faltan 99 capítulos o un poco más y no acabará en algún lugar
entre los capítulos 58 y 131).
¿Lo ve? Estaba
usted tan temeroso y ya terminó la lectura y sólo han pasado unas cuantas
horas… o días… o meses. El tiempo, recuérdelo, es relativo.
Tenga siempre en
mente dos cosas fundamentales: La primera, tener a la mano las bebidas
recomendadas al principio de este instructivo. La segunda, y mucho más
importante: debe disfrutar la lectura. Está usted ante la obra cumbre de Julio Cortázar.
Siéntase gustoso de leer una de las más grandes novelas del siglo XX y
centurias aledañas.
Lectura
prescindible, escuche usted si quiere:
Recuerdo con claridad mi primera relación con Julio
Cortázar: “La autopista del sur”. Cuento que me causó un gran desconcierto al provocar
una nueva forma de mirar: no sólo los amos adquieren las caras de sus perros,
sino que los conductores adquieren también las de sus autos. De ahí siguieron
otros encuentros y, por supuesto, las más variadas dislocaciones.
Sin embargo, dichos extrañamientos no aseguraban,
de ninguna manera, mi comprensión hacia los textos. Cortázar en principio me angustió
muchísimo porque no entendía gran cosa;
hasta que conseguí meterme en una atmósfera muy particular en la que nada es lo
que parece, y todo es como podría haber sido.
Y desde entonces empecé a querer tanto a Julio.
Unos años después llegué a Rayuela.
Para llegar a Rayuela
hay que desnudarse de formas de lecturas previas, olvidar todos los estilos que
uno aprendió en los libros, desconocer la estilística, los preceptos literarios
y las normas de clásicas de la escritura. Hacer a una lado todo lo apuntado en
las clases de literatura, los discursos consagrados para disponerse a construir
un mundo desde cero, aprendiendo de memoria el diseño de la Torre Eiffel.
Para leer Rayuela
hay que amar París aunque no se haya ido nunca, soñar paraguas y piolines y
tener el deseo imposible de encontrar a Oliveira-Manú o a la Maga-Talita,
detrás de alguna farola iluminada por la lluvia de todos los anocheceres que
quisimos tanto. Para ello, deshágase de todos los separadores, lápices y
plumas, fichas y ordenadores y prepárese para desempolvar su memoria.
Para entender Rayuela
hay que haber escuchado jazz y tangos, y un tanto de clásicos, en algún
viejísimo tocadiscos polvoriento, lleno de arañazos y raspaduras, mientras el
humo de los cigarrillos deja en penumbra esa luz macilenta de los noviembres
invernales en los que alguien ha entrado en casa y son las once de la noche y
no se ha ido, y no se va, y la compañía determina otras soledades, u otras
intimidades, o vaya usted a saber qué. Soledades acompañadas de una buena
matera porque el mate es la metáfora de lo que compartimos todos.
Para amar Rayuela
hay que saber que un paraguas tiene varillas que se rompen, y que cuando se
rompen puede sonar como un ruidito de cristales astillados bajo la soledad del
tiempo que se marcha; hay que saber también hay parques donde esconderse para
jugar a la rayuela: salto, saltas, adelante, un pie, otro… y volverse
quimérico, y adolescente, y tener sueños de gloria que nunca- claro- conseguimos,
porque el tiempo y la vida nos dejarán dicho, para siempre, que las calles de
París no son un lugar, sino un molino de viento sobre nuestra cabeza, que
aventamos sólo con el recuerdo imposible de haber querido alguna vez ser
felices. Para sentir esto, hay que olvidarse de consultar el número de página y
de pensar –lastimosamente- cuánto falta aún por caminar, es decir, por leer…
salte, usted debe saltar y aprender a regresar a lo que dejó a medias.
Hay
que releer Rayuela siempre; para
ahuyentar el desamparo, el miedo, la incertidumbre, el abandono, la soledad, el
dolor, la tristeza, y encontrar en las viejas páginas de ese libro ya tan
gastado por nuestras propias manos, la sensación de que alguna vez, un argentino
completamente irreverente nos escribió la vida como si realmente nosotros
fuéramos Oliveira o la Maga o tantos otros, y estuviéramos a punto de cruzar
todos los puentes de París, o recorriendo todas las calles de la cruz del sur, abrazados
bajo el agua. Rayuela nos invita a
saltar de la mano de Julio, en ese brinco que ya casi dura cincuenta años. No
tenga miedo, lea Rayuela, como a
diario se dispone usted a leer su vida en el mundo.
Texto leído en el "Homenaje a Julio Cortázar" organizado por Difusión Cultural de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí
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