martes, 16 de marzo de 2010

Miguel de Unamuno: "San Manuel Bueno, Martir"


1. CONTEXTO HISTÓRICO HISTÓRICO Y LITERARIO
La pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas provocó en España una crisis de tal tamaño que se le denominó el desastre del 98 o la crisis del 98. La pérdida de nuestras posesiones antillanas y del Pacífico está íntimamente conectada, pues, con la remodelación del mapa colonial impuesto por las grandes potencias industriales a fines del siglo XIX y, en concreto, con la expansión imperialista de EEUU. España en el contexto de reajuste colonial iba a dirigir sus deseos imperialistas a Marruecos. Pero sobre todo la crisis del 98 significó una depresión moral y anímica colectiva. Fue el fin de una época y el inicio de otra. Es el inicio de la crisis de la Restauración y, del lado intelectual la Generación del 98.
De la derrota surgía una nueva idea y un nuevo impulso: LA MODERNIZACIÓN DE ESPAÑA, ya que para todos la causa fundamental del desastre estaba en nuestro retraso con respecto a los países del entorno. En este contexto, se instaló en España el movimiento regeneracionista, un regeneracionismo que va a llegar hasta nuestros días. Se puede definir el regeneracionismo como un movimiento ideológico que hace culpable a la Restauración de todos sus radicalizados males y propugna la necesidad de una modernización política, económica y social. Modernización que vendría europeizando a España.
El movimiento regeneracionista fue liderado por una serie de intelectuales entre los que destaca Lu-cas Mallada, Macías Picavea, la Generación del 98, y, sobre todo, Joaquín Costa. Joaquín Costa propugnaba la necesidad de modernizar España y olvidar las glorias del pasado. "Escuela y despen-sa y cien llaves al sepulcro del Cid". Pretendía sustituir la política del régimen de la Restauración, que favorecía a la oligarquía, por otro que lo hiciera a las clases medias. Así proponía: 1.- El reparto de la tierra, la restauración de la antigua práctica española del colectivismo agrario eliminado con las des-amortizaciones. 2.- La construcción de grandes obras hidráulicas, capaz de aliviar la agricultura en un país de muy escasas precipitaciones, irregulares y mal repartidas territorialmente. 3.- La extensión de un programa educativo, acompañado de la construcción de escuelas que sacará a las masas de su tradicional ignorancia.
Desde el punto de vista literario, se va a formar un grupo influenciados por el desastre del 98, el re-generacionismo y Joaquín Costa. Es la generación del 98. Unamuno, Machado, Azorín, Baroja, Ma-eztu, Ganivet, etc tienen en común su procedencia periférica y su interés por Castilla, pero sobre todo les une su "común dolor" por España y su decadencia. Su preocupación giró en torno al "pro-blema de España", de su definición como nación, de la búsqueda de sus señas de identidad nacional, del alejamiento entre la España real y la España oficial, y de las causas de su atraso con relación a Europa, tal vez la verdadera causa del desastre. A partir de entonces, el problema de España se iba a convertir en el gran tema de debate político nacional, debate que todavía no ha concluido.

2. MIGUEL DE UNAMUNO (1864-1936)

2.1. Vida y Personalidad
El bilbaíno Miguel de Unamuno es una de las personalidades más destacadas de la literatura española del siglo XX. Nació en Bilbao en 1864 y vivió la guerra carlista. En Madrid cursa la carrera de Filosofía y Letras y después de varios fracasos, ganó en 1891 la cátedra de Griego en la Universidad de Salamanca, donde vivó casi toda su vida. En 1901 sería elegido rector de esa Universidad.
Tuvo una amplísima cultura antigua y moderna, filológica, literaria y filosófica. Fue un gran crítico de los distintos regímenes políticos en los que vivó y como consecuencia de su oposición a la dictadura del general Primo de Rivera fue desterrado (1924 - 1930) y se marchó primero a Fuerteventura y luego a Francia. Tras la caída del general vuelve triunfalmente a España y fue diputado durante la República. Ante las fuerzas de Franco su actitud inicial fue cambiante. Sin embargo su postura definitiva ante las fuerzas de Franco (con la famosa frase: "Venceréis pero no convenceréis") le valió ser destituido y confinado en su domicilio, donde murió el último día de 1936.
Unamuno fue siempre un hombre inquieto y rebelde, paradójico y contradictorio, ferozmente individualista, siempre rindiendo culto a su propia personalidad. Luchador contra todo, en guerra consigo mismo, en continua tensión, no encontró nunca la paz, acosado de dudas religiosas y existenciales. Su vida estaba presidida por una intensa actividad intelectual, de incesante lucha consigo mismo.
En cuanto a su ideología, Unamuno fue militante del PSOE y manifestaba ideas socialistas en su juventud. Sin embargo con el paso del tiempo va perdiendo la fe y abandona su militancia política.

2.2. Temas:
Unamuno cultivó todos los géneros - teatro, poesía, ensayos, prosa - todos ellos presididos por dos ejes temáticos recurrentes: España y el sentido de la vida humana. Se le ha considerado como uno de los primeros escritores existencialistas modernos.

* El problema de España:
Reflexionó sobre el pasado de España, su literatura y su historia y sobre su presente, sus males y la necesidad de una renovación espiritual, de nuevos ideales de vida para vencer la pereza y atonía españolas. En su recorrido por toda España retrata sus pueblos y tierras, su paisaje y paisanaje y dedica una atención especial a Castilla. Amó a España y se sintió español ante todo. "Me duele España" - decía Unamuno -; "¡soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo".
La preocupación por España queda patente en muchas obras: En torno al casticismo (1895) donde plantea la idea de la intrahistoria. En Vida de don Quijote y Sancho (1905) expresa su interpretación de la novela cervantina como expresión del alma española. Y acabó por sustituir el anhelo de europeizar a España por la pretensión de españolizar a Europa. La preocupación por España también se refleja en otras obras: Por tierras de Portugal y España (1911), Andanzas y visiones españolas (1922). .

* El sentido de la vida humana:
Unamuno está preocupado por el hombre de carne y hueso, con sus angustias y problemas, con el sentido trágico de su existencia. Plantea el pavoroso problema de la personalidad humana; si uno es lo que es y seguirá siendo lo que es; la tensión entre el ser o la nada. En definitiva, el problema de Dios y de la inmortalidad, el saber si moriremos del todo o no.

2.3. Estilo:
Unamuno tiene un estilo que refleja con gran perfección los rasgos de su personalidad. Es sobrio y al mismo tiempo vivo y expresivo, despegado de viejas retóricas. Propone un estilo desnudo, frente a los estilistas que lo visten de galas. Pone en circulación muchos términos populares. Él mismo escribió que "quería sacara a ras de lengua escrita voces de la lengua corrientemente hablada, desentonar y desentrañar palabras que chorrean vida según corres frescas y rozagantes de boca en oído y de oído en boca de los buenos lugareños de Castilla y León".
Juega con el idioma, inventa términos nuevos, desentierra el primitivo significado etimológico de las palabras. Además busca la densidad de ideas, la intensidad emotiva, la exactitud de sus descripciones, no la elegancia. Su lucha interna se aprecia en su gusto por paradojas, antítesis, exclamaciones.

2.4. Obra:
Practicó todos los géneros. Sus cualidades como poeta fueron infravaloradas durante mucho tiempo, aunque en la actualidad se le tiene por uno de los grandes líricos del siglo XX. Es una poesía que se caracteriza por su gran riqueza de pensamiento; los principales libros son: Poesías (1907), Rosario de sonetos líricos (1911), El Cristo de Velázquez(1920), Romancero del destierro (1928) y el Cancionero póstumo, Diario poético que fue publicado en 1953 y recoge poesías escritas entre 1928 y 1936.
También es autor de importantes novelas. Figura Unamuno entre los más decididos renovadores de la novela a principios de siglo que a él le servía como cauce adecuado para la expresión de los conflictos existenciales.
Su primera novela fue Paz en la guerra (1897) , una novela histórica sobre la última guerra carlista. Con Niebla (1914) inicia lo que él denominó nivolas: frente a la novela tradicional presenta nuestro autor el enfrentamiento de las almas, de las pasiones humanas, sin paisajes, ambientes ni costumbres. Niebla plantea el problema de la existencia y la personalidad. El protagonista, Augusto Pérez, se rebela contra el propio Unamuno, porque se da cuenta de que no es más que un ser de ficción, manejado al capricho del autor, y le recuerda que también él, Unamuno, como ser humano, depende del capricho de Dios. En 1917 publicaría Abel Sánchez y en 1921 La tía Tula . Su obra maestra llegaría en 1931, San Manuel bueno mártir . Esta es la dramática historia del párroco de una aldea perdida que, entregado ejemplarmente a su pueblo y manifestándose como un santo, oculta el tremendo desgarro interior de la duda en la otra vida.
Escribió también numerosos libros de ensayo: En torno al casticismo (1902), Vida de Don Quijote y Sancho (1905), Por tierras de Portugal y España (1911), Andanzas y visiones españolas (1922), Del Sentimiento trágico de la vida (1922).
Las obras dramáticas más importantes: Fedra (1910), El otro (1926) y El hermano Juan (1934). Son el intento de un teatro de ideas que resulta excesivamente esquemático y falto de acción dramática.

3. UNAMUNO NOVELISTA
El Unamuno novelista hunde sus raíces en el ideólogo y en el poeta. A estos debe su fuerza principal. Como dice Torrente Ballester, para enjuiciar y valorar al escritor lo hemos de hacer fijándonos en su biografía. Sus libros son su testamento más veraz.
En toda la obra de Unamuno hemos podido ver junto a la reiteración de ciertos temas una variedad de enfoques y de modos de ejecución. En cuanto a significados y significación última podríamos dividir su obra en cuatro grandes grupos:
■narraciones grotescas y tragicómicas, donde Unamuno alecciona y moraliza. Presenta la precariedad y contingencia de la vida humana: Niebla
■historias de pasión, muy románticas en esencia, pero tristes, pesimistas y desoladoras: Abel Sánchez
■novelas de la voluntad creadora, de la imposición del querer ser o ser ultimo frente y contra el yo dado e mundo real: La tía Tula
■buceos novelescos en la personalidad íntima: San Manuel Bueno, mártir
Cronológicamente estos grupos aparecen irregularmente entrelazados y discontinuos y es muy aventurado hablar de una evolución o un avance en su narrativa. La soltura y plena madurez ya son evidentes en Niebla.
Estéticamente su valor es muy desigual. Esto se debe a su sangrante entraña problemática y a la especial parcialidad artística del autor, pues parece que ignora ciertas parcelas de la persona humana. En estas obras encontramos trazos vigorosos de narrador genial, destellos de criaturas autónomas, pero nunca nos presenta a toda una persona. Como novelista es un dibujante genial, pero no nos deja ninguna novela ple­na, ningún cuadro acabado.

4. SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR

4.1. Génesis
Miguel de Unamuno escribe esta novela en noviembre de 1930. La 1ª edición se publica en 1931 en la revista “La Novela de Hoy”. Hay que esperar hasta 1933 a la edición definitiva publicada en Espasa-Calpe junto con tres otras historias: La novela de don Sandalio, jugador de ajedrez y Un pobre hombre rico o el sentimiento cómico de la vida, más Una historia de amor.
La presente novela no es fruto de la espontaneidad; Unamuno llevaba algún tiempo pensando en publicar una novela que girara entorno a un cura que había perdido la fe. Determinadas lecturas (Nietzsche, Kirkegaard, …) y visitas a ciertos lugares le ayudan a dar un cuerpo novelesco a su obra.
En junio de 1930 Unamuno hace una excursión al lago de Sanabria (Zamora) donde se conserva la leyenda de un lago y de un pueblo que se haya sumergido en el mismo: Valverde de Lucerna. Esta leyenda, que también aparece en algunos textos medievales franceses, inspira de manera determinante la que podemos denominar la novela más autobiográfica de Unamuno.

4.2. Arte del relato

Hay que subrayar el arte del relato, la maestría, la firmeza de pulso con que Unamuno conduce la narración. Durante la primera parte vamos asistiendo a una caracterización progresiva del personaje central, mediante un hábil engarce anécdotas.
Pronto, sin embargo, comienza el autor a intrigarnos, a hacernos entrever algo oculto en el sacerdote. Tras el nuevo impulso narrativo con que pasamos a la segunda parte, la intriga, la suspensión, va en aumento; de una manera gradual – verdaderamente admirable – vamos acercándonos al secreto, cuyo descubrimiento es el momento culminante del relato. Con la misma seguridad, y a través de diálogos que ahondan en el problema, caminará la novela hacia su final.

4.3. Personajes

De pasada hemos aludido a la caracterización del protagonista, de cómo progresivamente va adquiriendo su talla humana, su fuerza inolvidable. Menos relieve tendrán los personajes de Ángela y Lázaro, aunque también destacan ciertos rasgos interesantes. Es igualmente destacable el papel de Blasillo.
Destaca el intencionado valor simbólico de los nombres de los personajes: el nombre de don Manuel, coincide con uno de los nombres de Cristo: Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”. Ángela significa “mensajera” y tienen relación con la palabra “evangelista”. En cuanto a Lázaro, él mismo se relaciona explícitamente con el “resucitado” del Evangeliio. Análogo simbolismo se transparenta en los nombres de lugares: Valverde de Lucerna, Renada.

4.4. Elementos del paisaje
Muy importante es la carga simbólica que adquieren ciertos elementos del paisaje: el nogal, la montaña, el lago. Especialmente complejo es el de este último, que refleja el cielo a la vez que esconde una aldea muerta, y que invita ora a elevarse hacia lo alto, ora a hundirse fatalmente en él.

4.5. El diálogo y el estilo
El diálogo tiene una importancia fundamental como vehículo de las ideas, como exteriorización de los conflictos ideológicos y de los dramas íntimos. Tienen igualmente una función narrativa: así, las conversaciones en que Lázaro refiere a Ángela las tribulaciones de don Manuel. En relación con ello, destaca un aspecto original: la aparición del diálogo dentro del diálogo.
En cuanto al estilo, la lectura nos permite comprobar los rasgos de la lengua literaria de Unamuno en toda su madurez, la intensidad emocional, la densidad de ideas, el gusto por las paradojas… sin pasar por alto el lirismo de ciertos momentos.

5. EL ARGUMENTO
Ángela Carballino escribe la historia de don Manuel Bueno, párroco de su pueblecito, Valverde de Lucerna. Múltiples hechos lo muestran como “un santo vivo, de carne y hueso”, un dechado de amor a los hombres, especialmente a los más desgraciados, y entregado a “consolar a los amargados y atediados, y ayudar a todos a bien morir”. Sin embargo, algunos indicios hacen adivinar a Ángela que algo lo tortura interiormente: su actividad desbordante parece encubrir “una infinita y eterna tristeza que con heroica santidad recataba a los ojos y los oídos de los demás”.
Un día, vuelve al pueblecito el hermano de Ángela, Lázaro. De ideas progresistas y anticlericales, comienza por sentir hacia don Manual una animadversión que no tardará en trocarse en la admiración más ferviente al comprobar su vivir abnegado. Pues bien, es precisamente a Lázaro a quien el sacerdote confiará su terrible secreto: no tiene fe, no puede creer en Dios, ni en la resurrección de la carne, pese a su vivísimo anhelo de creer en la eternidad. Y si finge creer ante sus fieles es por mantener en ellos la paz que da la creencia en otra vida, esa esperanza consoladora de la que él carece. Lázaro, que confía el secreto a Ángela, convencido por la actitud de don Manuel, abandona sus anhelos progresistas y, fingiendo convertirse, colabora en la misión del párroco. Y así pasará el tiempo hasta que muere don Manuel, sin recobrar la fe, pero considerado un santo por todos, y sin que nadie, fuera de Lázaro y de Ángela, haya penetrado en su íntima tortura.
Más tarde morirá Lázaro, y Ángela se interrogará acerca de la salvación de los seres queridos.

6. TEMAS: ALCANCE Y SENTIDO 
La novela gira en torno a las grandes obsesiones unamunianas: la inmortalidad y la fe. Pero se plantean ahora con un enfoque nuevo en él: la alternativa entre una verdad trágica y una felicidad ilusoria. Y Unamuno parece optar ahora por la segunda; todo lo contrario de lo que harían existencialistas como Sartre o Camus. Así, cuando Lázaro dice: “La verdad ante todo”, don Manuel contesta: “Con mi verdad no vivirán”. Él quiere hacer a los hombres felices: “Que se sueñen inmortales.” Y sólo las religiones, dice, “consuelan de haber tenido que nacer para morir”.
Incluso disuade a Lázaro de trabajar por una mejora social del pueblo, arguyéndole: “¿Y no crees que del bienestar general surgirá más fuerte el tedio de la vida? Sí, ya sé que uno de esos caudillos de la que llamn la revolución social ha dicho que la religión es el opio del pueblo. Opio… Opio… Opio, sí. Démosle opio, y que duerma y que sueñe.”
Según esto, el autor estaría polarmente alejado no sólo de los ideales sociales de su juventud, sino también de aquel Unamuno que quería “despertar las conciencias”, que había dicho que “la paz es mentira”, que “la verdad es antes que la paz”.
Por otra parte, San Manuel es también la novela de la abnegación y del amor al prójimo. Paradoja muy unamuniana: precisamente un hombre sin fe ni esperanza es quien se convierte en ejemplo de caridad.
Por otra parte queda el problema de la salvación. El enfoque de la cuestión es complejo, por la ambigüedad que introduce el desdoblamiento entre autor (Unamuno) y narrador (Ángela). Según Ángela, “don Manuel y Lázaro se murieron creyendo no creer lo que más nos interesa; pero, sin creer creerlo, creyéndolo…”. Tan paradójicas del personaje-narrador, ¿eran compartidas por el Unamuno-autor? El interrogante queda abierto. Cierto es que Unamuno, en el epílogo toma la palabra y, en sus reflexiones finales, podría verse una voluntariosa apuesta por la esperanza. Pero es un punto que queda abierto a la discusión.

7. ESTRUCTURA

7.1. Desdoblamiento entre autor y narrador
Destaca el recurso a la técnica del “manuscrito encontrado”, de estirpe cervantina. Este recurso le permite a Unamuno poner una narradora entre él y el lector y todo nos llega desde el punto de vista de Ángela.

7.2. Estructura Externa
La novela está dividida en 25 fragmentos que llamaremos secuencias. Las 24 primeras secuencias son el relato de Ángela, la última es una especie de epílogo del autor.

7.3. Estructura interna
Si atendemos al desarrollo de la historia, cabe distinguir tres partes, seguidas de un epílogo del autor.
■Secuencias 1-8: son las noticias preliminares sobre don Manuel, que Ángela nos transmite de oídas o partiendo de ciertas notas de su hermano.
■Secuencias 9-20: Es el cuerpo central del relato, a partir del regreso de Ángela al pueblo, primero, y de Lázaro, después. Con ello la narración recibe un nuevo impulso que nos lleva hasta el descubrimiento del secreto del “santo”. Termina esta parte con la muerte del sacerdote.
■Secuencias 21-24: Final del relato de Ángela
secuencia 25: Epílogo del autor
Una cuestión particular dentro de la estructura interna es el tiempo. Al hilo de la lectura se irán observando todas aquellas anotaciones con las que se nos da la idea del paso de los años, en particular, las que se refieren a la edad de Ángela. Por lo demás, y entre otras cosas, es curioso señalar la existencia de algunas elipsis narrativas o saltos en el tiempo.

8. CARACTERIZACIÓN DE PERSONAJES
Más que de personajes en esta novela cabría hablar de almas: de un cura, una muchacha, un hombre y un idiota.
Almas que pasan sin vestimenta humana. No nos dice el autor si sus cuerpos eran altos o bajos , fuertes o débiles. Pueden ser como se quiera. Apenas nos dice tampoco el sexo, porque en esta ficción de Unamuno, como en casi todas las suyas, las personas no son hombres y mujeres, sino padres e hijos; y ésta es una de las características de su obra. A menudo llama maternal al alma de un hombre

8.1. Don Manuel
Don Manuel, por sobrenombre Bueno (como Alonso Quijano antes y después de ser don Quijote; es decir, cuando está “en su sano juicio”, cuando no “sueña”), párroco de Valverde de Lucerna, es el personaje central de la obra. La novela se organiza en torno a su lucha interior y su comportamiento para con el pueblo. La clara contradicción (o, si se quiere, agonía) que se manifiesta entre estos dos aspectos de su personalidad hace que podamos considerar al personaje como la personificación de la suprema paradoja unamuniana. Esta contradicción, asumida por el personaje y funcionalmente operativa como motor de toda la trama novelesca, se produce por la voluntad de vivir como creyente y la imposibilidad de creer. Personaje y vida agónicos: la vida la siente el personaje como un continuo combate “sin solución ni esperanza de ella” entre la realidad y su deseo, entre la razón y la fe; y, aceptando como única verdad sólida el amor al semejante (es decir, la caridad), imponiendo esta verdad sobre todas las demás verdades en su conciencia: “aunque el consuelo que les doy no sea el mío”.

i. Razón y fe: verdad frente a vida:
Éste es, sin duda, el tema central sobre el que se construye toda la novela. Don Manuel no es creyente, pero actúa como si lo fuera, y comunica al pueblo la fe que él no tiene o, según las palabras finales de Ángela, que cree creer que no tiene. Las siguientes citas permiten resumir el sentido unamuniano de algunas afirmaciones del protagonista:
■Lo primero, es que el pueblo esté contento, que estén todos contentos de vivir. El contentamiento de vivir es lo primero de todo.
■¡Ay, si pudiese cambiar el agua toda de nuestro lago en vino, en un vinillo que por mucho que de él se bebiera alegrara siempre, sin emborrachar nunca... o por lo menos con una borrachera alegre!
■Y ahora —añadió—, reza por mí, por tu hermano, por ti misma, por todos. Hay que vivir. Y hay que dar vida.
■La verdad., Lázaro, es acaso algo terrible, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella [...] Yo estoy para hacer vivir las almas de mis feligreses, para hacer que se sueñen inmortales, no para matarles. Lo que aquí hace falta es que vivan sanamente, que vivan en unanimidad de sentido, y con la verdad, con mi verdad, no vivirían.

ii. Don Manuel y Cristo:
En numerosas ocasiones a lo largo de la novela se establece el paralelismo, cuando no identificación simbólica, entre don Manuel y Cristo. Los dos tienen el mismo nombre: Manuel (o Emmanuel), que en hebreo significa “Dios con nosotros”. Aplicado ese significado a la figura del sacerdote parece querer indicar que su presencia entre el pueblo de Valverde equivale a la de Cristo entre los hombres. Efectivamente, esta identificación alcanza su sentido pleno en la secuencia en la que don Manuel le pide a Ángela que rece “también por Nuestro Señor Jesucristo”: al llegar a su casa, ésta recuerda las palabras “de nuestros dos Cristos, el de esta tierra y el de esta aldea”.
Estas palabras son las que se han venido repitiendo a lo largo de la narración. La voz de don Manuel, a la que ya se ha calificado de “divina” , exclama con especial énfasis, durante el Viernes Santo: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” Entonces, cuenta Ángela, “era como si oyesen a Nuestro Señor Jesucristo, como si la voz brotara de aquel viejo crucifijo”. Las mismas palabras se van repitiendo como el eco en la voz de Blasillo el bobo. Y para reforzar la identificación, cuando Lázaro está a punto de revelar a Ángela el secreto de don Manuel, es interrumpido por la voz de Blasillo, que va gritando por las calles dicha frase. “Lázaro se estremeció creyendo oír la voz de don Manuel, acaso la de Nuestro Señor Jesucristo”.
Por último, debe tenerse muy en cuenta la confesión de don Manuel a Lázaro, que éste cuenta a su hermana después de la muerte del sacerdote: “creía [don Manuel] que más de uno de los más grandes santos, acaso el mayor, había muerto sin creer en la otra vida”. Naturalmente la referencia es Cristo. Con ello, se pretende destacar la naturaleza humana de Cristo sobre la divina, en la que don Manuel no creía, que queda subrayada por la interrogación “¿Por qué me has abandonado?”, que para don Manuel vendría a significar la pérdida de la fe del mismo Jesucristo.

iii. Don Manuel y Moisés:
En varias ocasiones se hace referencia en la novela a la figura de Moisés: él condujo a su pueblo hacia la tierra prometida, aunque murió a sus puertas, sin llegar a entrar en ella por no haber creído la promesa de Dios. El paralelismo con don Manuel es evidente, y él mismo lo recuerda antes de morir: “y el Señor le mostró toda la tierra prometida a su pueblo, pero diciéndole a él: ‘¡No pasarás allá!’ Y allí murió Moisés y nadie supo su sepultura. Y dejó por caudillo a Josué. Sé, tú, Lázaro, mi Josué [...]. Como Moisés, he conocido al Señor, nuestro supremo ensueño, cara a cara, y ya sabes que dice la Escritura que el que le ve la cara a Dios, que el que le ve al sueño los ojos de la cara con que nos mira, se muere sin remedio y para siempre. Que no le vea, pues, la cara a Dios este nuestro pueblo mientras viva, que después de muerto ya no hay cuidado, pues no vera nada..."
Este paralelismo lo había puesto ya de manifiesto Ángela al comienzo de su narración: “Después, al llegar a conocer el secreto de nuestro santo, he comprendido que era como si una caravana en marcha por el desierto, desfallecido el caudillo al acercarse al término de su carrera, le tomaran en hombros los suyos para meter su cuerpo sin vida en la tierra de promisión”.

8.2. Ángela
La presencia de los hermanos Ángela y Lázaro en la obra actúa como dos polos contrapuestos que van acercándose a la figura central de don Manuel. Ángela parte de una fe firme. Lázaro, como veremos, desde el ateo convencido que es, además, anticlerical. Por lo tanto, aunque pueden ser analizados en su individualidad, siempre hay que tener en cuenta su posición subordinada al protagonista. No es que sean menos “importantes“. Importan —y mucho— porque sólo a través de ellos podemos conocer al protagonista desde un complicado “mecanismo” de puntos de vista.
En cuanto a Ángela, la etimología de su nombre nos pone en la pista de una de las funciones que desempeña en la novela. “ángel” proviene del griego “ánguelos”, que significa “mensajero”. Uniendo el prefijo “eu-” formamos “evangelista” ; es decir, “el buen mensajero” , “el mensajero de la buena nueva”. Ángela narra la vida de un hombre al que se pretende beatificar. Es, pues, su “evangelista”, la transmisora de la “buena nueva” de la vida del santo.
Las distintas funciones que desempeña Ángela se entrecruzan en la narración, pero son separables en el análisis:
■Mensajera o evangelista: tal como explicamos más arriba.
■Narradora: como tal aparece desde el comienzo. No omnisciente, sino limitada a lo conocido por su experiencia. Se dirige a un lector indeterminado (“sólo Dios sabe, que no yo, con qué destino...”).
■Testigo: refiere lo visto y oído, formando ella misma parte de lo narrado. Pero también refiere lo sentido, incorporándolo a su testimonio. Así, lo objetivo de su narración se mezcla con lo subjetivo. Además, su narración tiene lugar mucho después de que ocurran los hechos, con lo que sus recuerdos mezclan sucesos en el tiempo y no le ofrecen garantía de objetividad: “y yo no sé lo que es verdad y lo que es mentira, ni lo que vi y lo que sólo soñé —o mejor lo que soñé y lo que sólo vi—, ni lo que supe ni lo que creí [...] ¿Es que sé algo?, ¿es que creo algo? ¿Es que esto que estoy aquí contando ha pasado y ha pasado tal como lo cuento? ¿Es que pueden pasar estas cosas? ¿Es que esto es más que un sueño soñado dentro de otro sueño?”.
■Ayudante:como personaje que no sólo participa de lo narrado, sino que interviene como parte activa en ello: “le ayudaba en cuanto podía en su ministerio”.
■Confesante y confesora: Al comienzo de su relato, declara que quiere que su narración lo sea “a modo de confesión”, con lo que su punto de vista, si no objetivo, se supone que parte de la sinceridad, de querer contar lo que se cree que es la verdad. También nos cuenta su papel de confesante con don Manuel en el sacramento de la confesión. Pero este papel de confesante poco a poco se va invirtiendo (“volví a confesarme con él para consolarlo”) para convertirse en confesora de don Manuel, hasta llegar el momento en que, tras escuchar la “confesión” de Lázaro, conociendo ya el secreto de don Manuel, vuelve al tribunal de la penitencia. Y en ese momento es ella la que hace la pregunta fundamental a don Manuel: “¿cree usted?”. De donde, y después de la tácita respuesta negativa, se deriva la petición del sacerdote: “Y ahora, Angelina, en nombre del pueblo, ¿me absuelves? [...] —En nombre de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo, le absuelvo, padre.”
■Hija-madre del protagonista. Ya hacíamos mención a la relación paterno-filial o materno-filial de los personajes de Unamuno. Como hija, don Manuel es su “padre espiritual”, padre de su espíritu, en el sentido de formarlo. Pero, conforme va introduciéndose en los recovecos del espíritu del sacerdote, va transformándose y adaptándose a su nuevo papel: “Empezaba yo a sentir una especie de afecto maternal hacia mi padre espiritual; quería aliviarle del peso de su cruz de nacimiento”. Y del momento en que acabó de confesar al sacerdote, escribe: “Y salimos de la iglesia, y al salir se me estremecían las entrañas maternales.”

8.3. Lázaro
El simbolismo de este nombre resulta bien claro: Unamuno lo escogió para recordar al Lázaro del Evangelio, a quien Cristo resucita. Don Manuel “resucita” el espíritu de Lázaro a su “fe”, para su “religión”.
El personaje de Lázaro opone al principio su razón a la fe que predica don Manuel: es él el que había enviado a Ángela al colegio (aunque fuera: un colegio de monjas, ya que “no hay colegios laicos y progresivos”; a su vuelta quiere que vayan “a vivir a la ciudad, acaso a Madrid” porque “en la aldea —decía— se entontece, se embrutece y se empobrece uno”; su actitud es no sólo irreligiosa, sino anticlerical; vida rural y religiosidad se sintetizan en él en dos adjetivos utilizados despectivamente: feudal y medieval.
Su reacción inicial al conocer y oír a don Manuel es de asombro desconfiado: “no es como los otros, pero a mí no me la da; es demasiado inteligente para creer todo lo que tiene que enseñar”; “¡No, no es como los otros —decía—, es un santo!”. Pero es precisamente porque don Manuel sabe que Lázaro no se dejará engañar la razón por la que le confesará la verdad que le atormenta (“Porque si no [le dice don Manuel] me atormentaría tanto, tanto, que acabaría gritándola en medio de la plaza, y eso jamás, jamás, jamás”). Y le convencerá también de que al pueblo hay que dejarle en paz —en fe— para que viva feliz; incluso manteniéndole en sus creencias supersticiosas que para ellos, los del pueblo, son verdaderas manifestaciones de su religiosidad.
Con Lázaro se introduce en la novela un nuevo tema: el de si es útil (para la felicidad del pueblo) preocuparse de los problemas sociales: “Y Lázaro, acaso para distraerle más, le propuso si no estaría bien que fundasen en la iglesia algo así como un sindicato católico agrario”. La respuesta de don Manuel es tajante: “¿Sindicato? y ¿qué es eso? Yo no conozco más sindicato que la Iglesia, y ya sabes aquello de “mi reino no es de este mundo”“. Esta reacción de don Manuel nos recuerda la del propio Unamuno al “Manifiesto” de “Los Tres” (Baroja, Azorín. y Maeztu): “No me interesa, sino secundariamente, lo de la repoblación de los montes, cooperativas de obreros campesinos, cajas de crédito agrícola y los pantanos [...] Lo que el pueblo español necesita es cobrar confianza en sí [...] tener un sentimiento y un ideal propios acerca de la vida y de su valor”.
La actitud de don Manuel se hace dolorosamente explícita: “¿Cuestión social? Deja eso, eso no nos concierne. Que traen una nueva sociedad, en que no haya ni ricos ni pobres, en que esté justamente repartida la riqueza, en que todo sea para todos, ¿y qué? ¿Y no crees que del bienestar general surgirá más fuerte el tedio de la vida? Sí, ya se que uno de esos caudillos de la que llaman la revolución social ha dicho que la religión es el opio del pueblo [...] Opio... opio... Opio, sí. Démosle opio, y que duerma y que sueñe”. Y en la secuencia anterior le dice: “no protestemos, la protesta mata el contento”. “No aparece aquí esta idea por primera vez en la obra de Unamuno, sobre todo durante esta época, en que empezaba a sentir la inutilidad de todo esfuerzo histórico. Sin embargo, rara vez antes se había expresado con tan definitiva convicción. Que “la protesta mata el contento”, ya lo decía muchos años antes, en Del sentimiento trágico de la vida; sólo que en aquella obra, dedicado Unamuno plenamente a difundir el ideal agónico-quijotesco de la existencia, añadía: “por lo tanto, protestemos; porque el contento, la felicidad resignada en la costumbre, es la muerte”“.

8.4. Blasillo
Blasillo representa el grado máximo de la fe ciega, inocente, que don Manuel desea y predica para su pueblo. Blas, el bobo, viviente en la inconsciencia, repite como un eco palabras del párroco, cuyo sentido ignora; recorre el pueblo clamando “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” y al hacerlo subraya sin quererlo la más enigmática de las frases divinas que pronuncia don Manuel desde su conciencia más lúcida. Así, lo racional - en sentido estricto, la negación de la divinidad de Cristo - desciende a lo irracional de la fe popular encarnada en Blasillo.
Cuando don Manuel muere, Blasillo muere —en el manuscrito de 1930 no ocurría así; la muerte de Blasillo se añade en la última redacción—. De esta forma, se culmina simbólicamente la identificación del pueblo con su párroco. Al faltar la voz “divina”, el eco carece de función, pues el vacío no admite resonancia. El resto es silencio: recuérdese el pasaje del credo, imposible de acabar sin la ayuda de quienes, con su fe, transportan al que calla cuando llegan las palabras indecibles. Igual sentido tiene la muerte de Lázaro, continuador del empeño ilusionante, pero sin fuerza ya para continuarlo.

Ahí les van algunos videos:


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.