sábado, 13 de febrero de 2010

León Tolstoi: "La muerte de Ivan Ilich"

Primer acercamiento: LA RUSIA ZARISTA

A lo largo del siglo XIX Rusia permaneció ajena al proceso de industrialización que se desarrollaba en Europa y otros continentes. El inmovilismo social y político la sustrajeron a los cambios que alteraron las estructuras de buena parte del mundo occidental. Por eso se considera que la Rusia de los zares en los inicios del siglo XX era un país atrasado econonómica, social y políticamente. Sin embargo, desde el punto de vista internacional , ejercía el papel de gran potencia militar. Lo era sólo en apariencia, pues su ejército había ido quedado anticuado a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, como puso de relieve la Guerra de Crimea (1853-1856).


Esta situación se apreciaba en tres planos:

1. En el plano económico


A comienzos del siglo XX Rusia era un país preindustrial, anclado en el pasado, con un predominio absoluto del sector agrícola. La estructura de la propiedad descansaba sobre grandes latifundios en manos de la aristocracia, la Corona, la Iglesia y unos pocos agricultores acomodados. La tierra era trabajada por campesinos analfabetos. En vísperas de la 1ª Guerra Mundial sólo el 14,5 % de la población vivía en ciudades.

Paradógicamente, el sector agrario era incapaz de proveer de suficientes recursos a la población, dado su carácter primitivo y tradicional, ajeno en gran medida a las transformaciones de la "revolución agrícola" que habían alterado los cimientos económicos de otros países.

Los Romanov, la última familia imperial rusa. De izquierda a derecha: Olga, María, Nicolás II, Alejandra Romanova, Anastasia, Alexis y Tatiana, 1911.


En 1905 el gobierno acometió una reforma agraria dirigida por el ministro Stolypin con la idea de modernizar las anticuadas estructuras, pero su fracaso prolongó el atraso económico y social ruso.

La industrialización, iniciada tardíamente y circunscrita a las grandes urbes, dependió siempre del capital extranjero y de la iniciativa del Estado. La acción privada fue escasa, en parte debido a la debilidad de la burguesía rusa.

La subordinación económica al capital foráneo obligaba al pago de importantes intereses que eran financiados mediante gravosos impuestos, soportados por la parte más frágil de la sociedad rusa, el campesinado.

2. En el plano social


Rusia conformaba un vasto imperio con más de 22 millones de kilómetros cuadrados, con múltiples etnias y diferentes lenguas y religiones. A mediados del siglo XIX su población sobrepasaba los 120 millones de habitantes, de los que unos 100 millones eran campesinos.

El campesinado constituía el estrato social mayoritario. Éste se organizaba en unidades aldeanas denominadas "Mir", que el Estado favorecía y alentaba; su condición había permanecido semiservil hasta 1861 y sus condiciones de vida eran muy penosas.

Campesino ruso


La aristocracia, muy conservadora, ostentó hasta 1861 privilegios señoriales de carácter feudal, en tanto que en el resto de Europa se habían ido aboliendo a lo largo de la primera mitad del siglo. Era propietaria de enormes haciendas agrícolas y percibía abundantes rentas que le permitían desarrollar un elevado tren de vida, hecho que contrastaba con la miseria en que estaban sumidos los campesinos.



La burguesía, numéricamente exigua, representaba un escaso peso social y político, pues Rusia había quedado al margen de las revoluciones burguesas de la primera mitad del siglo XIX.


El proletariado industrial era igualmente reducido, si bien poseía una elevada conciencia de clase y una alta politización, debido a la implantación de ideologías revolucionarias procedentes de Europa (anarquismo y marxismo).
Obreros industriales. 1908

Las clases medias, consolidadas y en ascenso en los países industrializados, eran aquí casi inexistentes y sirvieron en gran medida de cantera a la burocracia del régimen zarista.

San Petesburgo en 1906 La integraban profesionales liberales o comerciantes asentados en las ciudades. En las zonas rurales estaban representadas por un reducido número de campesinos acomodados, no sujetos a la servidumbre y propietarios de cuantiosas tierras.

Lenin No obstante, fue de las clases medias de donde surgió en gran medida una minoritaria clase intelectual ("intelligentsia") que constituyó el semillero de líderes opuestos al zarismo.
3. En el plano político


Se mantenía incólume un Estado totalitario propio del Antiguo Régimen.

El poder era detentado por una monarquía absoluta y teocrática presidida por el Zar (Emperador) que pertenecía a la dinastía de los Romanov, apoyado en cuatro pilares: la nobleza, el clero, el ejército y la burocracia, arropados por una omnipresente policía política.
Los zares Nicolás y Alejandra en 1894

Aunque existía un Parlamento (la “Duma”), sus poderes estaban a merced del zar, que disfrutaba de la potestad de convocarlo o disolverlo.

Era una forma de gobierno "autocrática", pues el zar concentraba en sus manos el poder supremo del Estado y lo ejercía sin límites. Además era el máximo representante de la Iglesia ortodoxa.

Las libertades políticas eran inexistentes y los disidentes u opositores eran perseguidos por la policía que extendía sus tentáculos por todos los rincones del Imperio. Las deportaciones a Siberia y las ejecuciones como método represivo de la oposición eran frecuentes.
Leon Tolstoi
(Liev Nikoláievich Tolstói; Yasnaia Poliana, 1828 - Astapovo, 1910) Escritor y ruso. Hijo del noble propietario y de la acaudalada princesa María Volkonski, Tolstói viviría siempre escindido entre esos dos espacios simbólicos que son la gran urbe y el campo, pues si el primero representaba para él el deleite, el derroche y el lujo de quienes ambicionaban brillar en sociedad, el segundo, por el que sintió devoción, era el lugar del laborioso alumbramiento de sus preclaros sueños literarios.


El muchacho quedó precozmente huérfano, porque su madre falleció a los dos años de haberlo concebido y su padre murió en 1837. Pero el hecho de que después pasara a vivir con dos tías suyas no influyó en su educación, que estuvo durante todo este tiempo al cuidado de varios preceptores masculinos no demasiado exigentes con el joven aristócrata.

En 1843 pasó a la Universidad de Kazán, donde se matriculó en la Facultad de Letras, carrera que abandonó para cursar Derecho. Estos cambios, no obstante, hicieron que mejorasen muy poco sus pésimos rendimientos académicos y probablemente no hubiera coronado nunca con éxito su instrucción de no haber atendido sus examinadores al alto rango de su familia.

Además, según cuenta el propio Tolstoi en Adolescencia, a los dieciséis años carecía de toda convicción moral y religiosa, se entregaba sin remordimiento a la ociosidad, era disoluto, resistía asombrosamente las bebidas alcohólicas, jugaba a las cartas sin descanso y obtenía con envidiable facilidad los favores de las mujeres. Regalado por esa existencia de estudiante rico y con completa despreocupación de sus obligaciones, vivió algún tiempo tanto en la bulliciosa Kazán como en la corrompida y deslumbrante ciudad de San Petersburgo.

Al salir de la universidad, en 1847, escapó de las populosas urbes y se refugió entre los campesinos de su Yasnaia Poliana natal, sufriendo su conciencia una profunda sacudida ante el espectáculo del dolor y la miseria de sus siervos. A raíz de esta descorazonadora experiencia, concibió la noble idea de consagrarse al mejoramiento y enmienda de las opresivas condiciones de los pobres, pero aún no sabía por dónde empezar. De momento, para dar rienda suelta al vigor desbordante de su espíritu joven decidió abrazar la carrera militar e ingresó en el ejército a instancias de su amado hermano Nicolás. Pasó el examen reglamentario en Tiflis y fue nombrado oficial de artillería.

El enfrentamiento contra las guerrillas tártaras en las fronteras del Cáucaso tuvo para él la doble consecuencia de descubrirle la propia temeridad y desprecio de la muerte y de darle a conocer un paisaje impresionante que guardará para siempre en su memoria. Enamorado desde niño de la naturaleza, aquellos monumentales lugares grabaron en su ánimo una nueva fe panteísta y un indeleble y singular misticismo.

Al estallar la guerra de Crimea en 1853, pidió ser destinado al frente, donde dio muestras de gran arrojo y ganó cierta reputación por su intrepidez, pero su sensibilidad exacerbada toleró con impaciencia la ineptitud de los generales y el a menudo baldío heroísmo de los soldados, de modo que pidió su retiro y, tras descansar una breve temporada en el campo, decidió consagrarse por entero a la tarea de escribir.

Lampiño en su época de estudiante, mostachudo en el ejército y barbado en la década de los sesenta, la estampa que se hizo más célebre de Tolstoi es la que lo retrata ya anciano, con las luengas y pobladas barbas blancas reposando en el pecho, el enérgico rostro hendido por una miríada de arrugas y los ojos alucinados. Pero esta emblemática imagen de patriarca terminó por adoptarla en su excéntrica vejez tras arduas batallas para reformar la vida social de su patria, empresa ésta jalonada en demasiadas ocasiones por inapelables derrotas.

Durante algún tiempo viajó por Francia, Alemania, Suiza..., y de allí se trajo las revolucionarias ideas pedagógicas que le moverían a abrir una escuela para pobres y fundar un periódico sobre temas didácticos al que puso por nombre Yasnaia Poliana. La enseñanza en su institución era completamente gratuita, los alumnos podían entrar y salir de clase a su antojo y jamás, por ningún motivo, se procedía al más mínimo castigo. La escuela estaba ubicada en una casa próxima a la que habitaba Tolstoi y la base de la enseñanza era el Antiguo Testamento.

Pronto fue imitada por otras, pero su peligrosa novedad, junto a los ataques del escritor contra la censura y a su reivindicación de la libertad de palabra para todos, incluso para los disidentes políticos, despertó las iras del gobierno que a los pocos años mandó cerrarla. Era uno de los primeros reveses de su proyecto reformador y uno de los primeros encontronazos con las fuerzas vivas de Rusia, aunque no sería el único. Sus discrepancias con la Iglesia Ortodoxa también se hicieron notorias al negar abiertamente su parafernalia litúrgica, denunciar la inútil profusión de iconos, los enrarecidos ambientes con olor a incienso y la hipocresía y superficialidad de los popes.

Además, cargó contra el ejército basándose en el Sermón de la Montaña y recordando que toda forma de violencia era contraria a la enseñanza de Cristo, con lo que se ganó la enemistad juramentada no sólo de los militares sino del propio zar. Incluso sus propios siervos, a los que concedió la emancipación tras el decreto de febrero de 1861, miraron siempre a Tostoi, hombre tan bondadoso como de temperamento tornadizo, con insuperable suspicacia.

A pesar de ser persona acostumbrada a meditar sobre la muerte, el trágico fallecimiento de su hermano Nicolás, acaecido el 20 de septiembre de 1860, le produjo una extraordinaria conmoción y, al año siguiente, se estableció definitivamente en Yasnaia Poliana. Allá trasladará en 1862 a su flamante esposa Sofía Behrs, hija de un médico de Moscú con quien compartió toda su vida y cuya abnegación y sentido práctico fue el complemento ideal para un hombre abismado en sus propias fantasías.

Sofía era entonces una inocente muchacha de dieciocho años, deslumbrada por aquel experimentado joven de treinta y cuatro que tenía a sus espaldas un pasado aventurero y que además, con imprudente sinceridad, quiso que conociese al detalle sus anteriores locuras y le entregó el diario de su juventud donde daba cuenta de sus escandalosos desafueros y flirteos. Con todo, aquella doncella que le daría trece hijos, no titubeó ni un momento y aceptó enamorada la proposición de unir sus vidas, contrato que, salvando períodos tormentosos, habría de durar casi medio siglo.

"LA MUERTE DE IVAN ILICH"

En 1886, se publica este libro de León Tolstoi, una joya de la literatura clásica, en la que el autor plantea con extraordinaria agudeza psicológica el tema de la muerte y el sentido de la vida a través de Ivan Ilich, un juez ruso que al presentir la muerte, reflexiona sobre sí mismo y repasa todas las etapas de su vida centrada en las apariencias y una falsa seguridad en sí mismo.


Iván Ilich es un burgués de buena familia. Un hombre inteligente, encantador y respetable, que gracias a sus dotes sociales y su destreza en el trato con personas influyentes consiguió lo que es el sueño de todo burgués y lo que todo burgués idolatra: el ascenso social. Inicialmente trabajó en calidad de agregado al gobernador de una provincia, donde resolvía problemas con los disidentes religiosos. Cinco años después fue nombrado juez de instrucción en otra provincia; si en el puesto anterior había sido gentil con las personas que dependían de él, ahora sentía que todas las personas estaban en sus manos; la conciencia del poder era el máximo atractivo de su nuevo cargo.

Su matrimonio con Praskovia Fiódorovna Míjel, al igual que todo en su vida, es el resultado de la conveniencia. Praskovia, una mujer de la nobleza, atractiva, inteligente y dueña de un pequeño patrimonio, le resulta agradable; pero lo más importante es que la sociedad aprueba la relación. Y, aunque la vida encantadora que llevaba fue alterada por las censuras de su esposa, comprendió que debía crear un mundo al margen de la familia, pues ante todo, debía conservar una vida decorosa porque la sociedad así lo exigía.

A los siete años fue trasladado a otra provincia con el cargo de fiscal, y la importancia de los deberes le incorporó más íntimamente al cargo. Así que los periodos de amor para su esposa y sus dos hijos eran muy breves. Y cuando se veía obligado a estar en casa, concentraba toda su atención en el trabajo y en el juego.

Era tal su ambición, que al considerar que su situación económica no era la mejor, viajó a Petersburgo donde logró que lo nombraran en el ministerio de Justicia; su capacidad de separar el aspecto oficial, sin mezclarlo con su vida propia, hacían de él, un hombre virtuoso y talentoso. Su nueva posición laboral y social sirvió para sosegar los tropiezos con su esposa y entonces volvió a sentir que su vida era interesante y decorosa: las alegrías dentro de la vida oficial eran alegrías del amor propio; las alegrías sociales eran alegrías de la vanidad. Pero las auténticas alegrías eran las que le producían jugar al vint (cartas).

Esta es la situación de Iván Ilich y de su entorno previo al gran acontecimiento que causará en él un cambio interior radical. Este cambio se produce a raíz de un golpe aparentemente insignificante: preocupado por la decoración de la nueva casa, intervino en la instalación de los muebles y cortinas. En una ocasión se subió a una escalera para indicarle al empapelador cómo quería que quedara una habitación y se cayó. No obstante, el golpe causa un daño en la parte izquierda del vientre. Al presentir que la molestia es grave, siente lástima hacia su propia persona y gran cólera hacia el doctor.

Aunque cumple exactamente las prescripciones médicas, su estado de salud va empeorando paulatinamente a pesar de los esfuerzos de los médicos por aliviar el dolor; pero en el lecho de muerte, Iván Ilich comprende que la vida se va y no puede detenerla, que su vida estuvo marcada por la soledad, la falsedad, las mentiras, la indiferencia al sufrimiento de los demás y siempre pendiente de lo que podía pensar u opinar la sociedad. Inclusive en su momento crítico estuvo presente el autoengaño ante el sufrimiento. Acaso, ¿no había vivido como debiera? Su vida había sido una equivocación completa.

Cuando los miembros de la Cámara Judicial se enteran por medio del periódico Védomosti que Iván Ilich Golovín, de cuarenta y cinco años, ha fallecido, se alegran porque no son ellos los muertos, y de inmediato piensan en los traslados y posibles cambios que habrá en el servicio de la Cámara y con los cuales saldrán favorecidos. Sin embargo, las reglas de urbanidad los obliga a visitar a la viuda para darle las condolencias.

Ya en la sala donde yacía el ataúd, los señores estaban organizando el próximo encuentro para una partida de barajas, mientras la viuda fingiendo sus lamentos ante Piotr Ivánovich indaga cómo obtener más dinero del erario público.

Si pienso en La muerte de Ivan Ilich, pienso en el sentido de la muerte, o mejor dicho, en el sentido de morirse, de intuir tu propia muerte: el dolor, el pavor ante la inexistencia y la lástima hacia uno mismo.

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