martes, 28 de junio de 2011

OVIDIO: "EL ARTE DE AMAR"


Ovidio describe al amor como una fuerza avasalladora, personificada en los dioses Eros y Psíque, que pugna por someter la razón y la moralidad de los amantes. Esa fuerza somete a la cordura y al pudor. Con ello, el amor se connota de irracional, próximo al error, delirio y dolor.

También se califica indirectamente de primitivo, puesto que restablece el comportamiento anterior a la socialización del pudor. Y, en cierto modo, de inmoral, ya que va acompañado por las artes de la seducción, engaño y también por el impudor. No obstante, dadas sus características, su fuerza y su inevitabilidad, lo más "razonable" es aceptar sus sentimientos y someterse a sus demandas, ya que cuanto más se resisten a él las personas, más cruel resulta el amor con ellas.

El sentimiento amoroso se entiende como unión con la persona amada. Unión en la realidad, fusión sexual, pero también unión metafórica: unión del nombre, unión de los actos, compartir lo mismo. La metáfora de la unidad se traduce también en ciertos actos materiales interpretados y connotados socialmente como signos de amor. "Yo cogeré el primero las copas que tú entregues y por donde hayas bebido tú, beberé yo".

El amor se produce en la libertad y es contrario a los lazos de obligación impuestos por las relaciones sociales, en particular por los matrimonios basados en las reglas de la conveniencia y en los condicionamientos de las castas y los estamentos sociales. De este modo limita en parte con lo furtivo, lo escondido, lo clandestino. La expresión más genuina del amor está en su oda "Cena con el marido de la amada", en la cual se contrastan continuamente los actos de amor furtivos entre los verdaderos amantes con los actos forzados por la relación social establecida. "Lo que me das a mí furtivamente se lo darás a él forzada por la ley". Del mismo modo, tampoco el amor debe ser pagado de ninguna manera. La libertad significa ausencia de obligaciones, regalos o contratos económicos entre los amantes. El pago significa mezquindad y es extraño a la inocencia, espontaneidad y claridad expresadas en la metáfora, sin duda erótica, de un niño desnudo que no tiene bolsillos en que guardar el dinero.

El amor es generoso, es decir, no plantea muchas restricciones en cuanto a las posibles elecciones amorosas. Existen muchos motivos para el amor, casi la generalidad de las mujeres pueden ser amadas. No obstante, como es de esperar en una sociedad tan marcada por las diferencias sociales, en la que existen siervos, la excepción son las esclavas, las siervas o las de baja condición social. "¿Qué hombre libre querrá entrar en tratos de amor con una sierva y abrazar su espalda marcada por el látigo?".

El amor, finalmente, es ambivalente, contradictorio. El deseo es recurrente, pero también doloroso. Las consecuencias del amor no son menos ambivalentes. Sus dos principales efectos son la fuerza personal y la esclavitud. El amor fortalece a las personas, pero el coste de la relación es la atención estrecha a la otra persona y a sus necesidades. Hay que ser "soldado del amor", y ejercer un servitium de amor. Disciplina, sumisión, trabajo, pero muy especialmente atención a las necesidades eróticas de la amada.


Para Ovidio, la primera regla social que rige para el amor es la "elección de los iguales" y el rechazo de los "inferiores". En concreto, la norma es elegir mujeres de la misma clase o condición social. La desigualdad en el amor se legitima, no obstante, si se produce entre un varón y una mujer de superior condición, ya sea de poder o de belleza. 

Los ejemplos que nos presenta, procedentes de la mitología clásica, son reveladores. Uno de ellos es el de los amores de la diosa (inmortal) Nereida con el rey (mortal) Ptio. Otro, el de la bellísima Venus con el deforme Vulcano. Este tipo de relaciones son bienvenidas y muy deseadas, lo cual contrasta fuertemente con el repudio de los amores con esclavas: "que los dioses me den algo mejor, si tuviese deseo de ser infiel, que disfrutar con una amiga ruin, de clase despreciable". 

Es interesante resaltar que, así como algunas mujeres resultan excluidas del amor, todos los varones están destinados a amar. Precisamente, Ovidio dedica su arte de amar especialmente a los hombres pobres, para que éstos tengan disponibilidad de amar. Quizá el más chocante contraste entre lo sublime y lo bajo, entre el sentimiento de completud y el goce ético y estético del amor y la simple práctica sexual sexista de posesión de los objetos amorosos se encuentra en Ovidio, quien con bastante ironía, o quizá escepticismo y tristeza, declara que su tratado sobre el amor sólo es para los amantes pobres. Y es que el dinero consigue todo aquello que parecía tan sublime. "No he venido yo a ser preceptor de amor para los ricos. El que va a hacer regalos / para nada precisa mi tratado. / tiene la inspiración consigo mismo..." "Soy poeta de los pobres porque pobre yo amé".

Las reglas más importantes y más detalladamente descritas están destinadas a los varones y, si tenemos en cuenta su sofisticación y finura, no extraña que hayan podido ser muy útiles incluso para los «hombres pobres». Tanto la aproximación a la amada como el inicio de la relación amorosa y su mantenimiento están sujetos a cuidadosas reglas que exigen una planificación detallada y ciertas dosis de ayuda y complicidad. Además de las casamenteras, es frecuente aludir a la complicidad libre o pagada de las esclavas, y no pocas veces al acoso y al chantaje.


La primera regla específica consiste en desconfiar de las mujeres. Varios ejemplos de la realidad y también de la mitología clásica sirven para ilustrar y fundamentar este principio básico. Las mujeres fingen, como se demuestra en los amores adúlteros; las mujeres cuyo ardor pasional ha destrozado las vidas de los hombres, los incestos e incluso las pasiones inmorales o aberrantes (la pasión de Pasifae por un toro). La sospecha es la premisa de la relación, que justifica posteriormente la vigilancia y el control de las mujeres. La cantidad de ejemplos de este tipo, así como su variedad, no excluye las más modernas versiones de comportamientos persecutorios de mujeres explicadas por la simple conclusión de que "la pasión femenina es más intensa y tiene mayor furia que la nuestra".

La segunda regla es hacerse amigo de la esclava. Las esclavas harán la conquista más fácil. Es la táctica de la aproximación indirecta, mediatizada y facilitada por una información íntima sobre la mujer que no tiene su correspondencia a la inversa. Se trata de una justificación de la desigualdad de recursos entre el amante y la amada. Esta táctica, ya de por sí de dudosa legitimidad, se complica aún más, deteriorándose su calidad moral cuando el amante finge amar y seduce a la esclava de la mujer verdaderamente elegida y la coloca en una posición difícil y proclive al castigo y la desvalorización social. El poema sobre Cipasis, la esclava de la amada Corina, revela claramente el papel que las esclavas podían desempeñar en las estrategias masculinas de la conquista amorosa. Tras seducir a Cipasis, como estrategia para conseguir el amor de su dueña, Corina, el amante niega públicamente su relación con la esclava. Esta negación pública evita el castigo de la esclava, pero a cambio el amante le pide que le siga otorgando sus favores, bajo amenaza de delatarla. La esclava queda así atrapada por un doble lazo, la amenaza de ser delatada y la obligación, no obstante, de seguir manteniendo una relación sexual peligrosa y sometida al chantaje.

Las palabras que Ovidio utiliza para justificar su utilización de las esclavas estremecen por su impiedad: "a ella (la esclava) corrómpela tú con promesas, a ella rogando tú corrómpela. Si ella quiere obtendrás lo que pretendes fácilmente". La razón es bien simple, consiste en que al hacer a la esclava partícipe del acto ilícito, ella misma queda atrapada sin posibilidad de ser delatora. "El pájaro no es capaz de huir cuando tiene las alas engomadas. Quédese el pez, ya malherido, sujetado por el anzuelo que él mismo ha mordido".

Las siguientes reglas son de carácter más concreto y aluden a los momentos en que es mejor abordar a la amada, y las formas, entre las cuales se aconseja evitar los regalos al principio y fomentar la comunicación, la elocuencia, las cartas o los encuentros. En esta fase tiene lugar todo el despliegue de halagos, fingimiento, promesas, adulación, sobrevaloración ficticia de la amada, etc. La inmoralidad de estas prácticas se pone de manifiesto en la defensa explícita del engaño: "no te importe fingir con palabras. Busca, con cualquier medio, que te crea". Conviene subrayar que se legitima en las relaciones con las mujeres lo que se considera ilícito en el contexto de las relaciones interpersonales: "sin recibir castigo, sólo con las mujeres debéis jugar. Tan sólo en ese caso la lealtad ha de dar más vergüenza que el engaño".

Finalmente se describen una serie de normas que tienen que ver con el forzamiento y la violentación de la voluntad de la amada. Desde el prejuicioso presupuesto básico de que a las mujeres les gusta que las fuercen, Ovidio aconseja siempre ir más allá de lo que la amante le da al amado, tratando incluso de no merecedor de amor al amante (varón) que no lo hace: "El que toma los besos, si no toma lo restante también merecería perder incluso aquello que le han dado". Para justificar estas actitudes, de nuevo acude a héroes y personajes de la mitología que ilustran y refuerzan ese supuesto deseo de la mujer de ser forzada. El éxito amoroso de personajes que han raptado a sus amadas, como Aquiles, Príamo y Pelión, son ilustres ejemplos de lo que estamos diciendo.

Las estrategias aconsejadas por Ovidio se pueden resumir en las siguientes:

A) manejo de la fachada, el semblante, mediante el fingimiento; B) cultivo de las artes de la relación interpersonal, y C) vigilancia y control de la amada, hasta llegar al forzamiento de su voluntad. La tercera de estas estrategias ya va dirigida únicamente a los varones desde su mismo enunciado. Pero las otras mantienen también importantes diferencias si quien las utiliza es un hombre o una mujer.

El manejo de la fachada, el carácter superficial, incluye tanto el aspecto físico como las formas de presentarse. La limpieza, el aseo, el bien hablar, la elocuencia, la adulación, el mostrarse generoso, la promesa aunque sea falsa, la invención de fantasías o incluso sueños en los que aparece la amada, la demostración de aprecio aunque sea fingida o excesiva. Todo ello vale en este terreno, tanto para hombres como para mujeres. Las actitudes básicas desde las que ambos deben partir son, no obstante, bastante diferentes. Los hombres deben desconfiar de las mujeres, y éstas, provocar celos, inseguridad y temor a los varones. 

A los varones les basta con ser limpios y mostrar en todo momento su iniciativa. Las mujeres deben mostrar una complicada serie de atributos para ser atractivas. Deben cuidar en primer lugar la belleza física, cultivar el cuerpo en todas sus manifestaciones, el peinado, los tintes, las pelucas, los vestidos, sus colores y sus formas, los cosméticos, el disimulo de los defectos físicos. El disimulo de los defectos físicos debe hacerse también en los varios actos de la relación amorosa, incluso en todas las formas de relación interpersonal: no reírse abiertamente si se tienen defectos en la boca, no subrayar con ademanes claros sus palabras las que tienen dedos gruesos... Es decir, toda una serie de normas de contención para no mostrar las imperfecciones. Incluso la expresión de las emociones como la alegría, la tristeza o el enfado debe estar reglamentada. Hay que reír y llorar con gracia y no se permite el enfado. La furia afea, la arrogancia asusta y la tristeza aborrece. Conviene contener en el semblante los ánimos
rabiosos: "sienta bien una cándida paz a las personas y a las fieras una ira tremebunda. Con la ira se inflaman las facciones, las venas se ennegrecen con la sangre, echan chispas los ojos con más saña que el fuego de Gorgona". La mujer digna de ser amada es la mujer sumisa y contenida. La mujer que llora con gracia y dulzura y que no se enfada. La sumisión se disfraza de belleza y atractivo, y se aconseja tanto en los momentos de cortejo previos a la relación sexual como en la misma relación sexual. Sobre el cortejo, las recomendaciones a las mujeres en la siguiente cita son suficientemente expresivas: "míralo si él te mira, sonríe amablemente sí él sonríe. Te hace una señal con la cabeza, devuélvele el mensaje recibido". En el acto sexual, la actitud de sumisión se confunde y se mezcla con la belleza y el atractivo cuando se aconseja adoptar aquellas que ocultan las imperfecciones de la belleza de la mujer y las que favorecen que esté más atractiva a la vista del varón. "Las de hermosas facciones tiéndanse boca arriba. Se mostrarán de espalda las que por eso gustan. Llevaba Milanión sobre los hombros las piernas de Atalanta; si son bellas, han de ser contempladas de ese modo". Y así ocurre con una larga serie de aspectos y calidades de la mujer: los pechos, los costados, el cuello, todos ellos se deben colocar de la forma más favorable para el disfrute del otro. Contenerse, mentir y fingir son las actitudes que debe manifestar durante el acto sexual. En el momento de la demostración o expresión del placer: "Tiernas exclamaciones y gozosos murmullos no cesen y tampoco se silencien las palabras procaces en medio de los goce". "Finge dulces placeres con suspiro engañoso... hazlo creíble con tu movimiento, incluso con los ojos".

Las mujeres deben hacer otra función únicamente destinada a ellas. Deben ser "entretenedoras". Deben cultivar las artes de entretenimiento, de hacer la vida agradable a los interlocutores. Entre estas artes y aprendizajes se encuentran el pronunciar bien, cantar, bailar, tocar algún instrumento (de menor importancia), recitar poesía y escribir cartas de amor. Asimismo, aprender juegos, "manejar los dados sabiamente" y con "ánimo sereno". Es decir, sin irritarse ni mostrar ambición ni ansia de ganar y sin mostrar tampoco dolor por haber perdido. "Yo he visto muchas veces que se mojan las mejillas de lágrimas (por haber perdido). Que Júpiter aleje tan feas faltas de vosotras, que os preocupáis por agradar a un hombre". No sólo la sumisión, sino la suavidad y la contención son los rasgos más característicos de esta función de entretenedoras.

Finalmente, las mujeres deben ser especialistas en el arte de la inseguridad. Deben saber seducir, provocando celos, jugando a manifestar y ocultar los sentimientos. En el comienzo de las relaciones, la seducción consiste en un complicado juego de mostrase y ocultarse, de aceptar y negarse, de llegar tarde para ser esperada, etc. Mas tarde, cuando la relación está ya establecida, comienza la estrategia de introducir dudas sobre los sentimientos hacia el amante, inseguridad acerca de la duración de la relación, acerca de la posible existencia de otro amante más valioso y apreciado, de la negación de la relación sexual sin aparente motivo. En definitiva, el arte de crear una definición de la situación en la que nada quede suficientemente claro ni sea definitivo. 

6 comentarios:

  1. El mejor resumen me sirvio muchisimo!!

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  2. Muchas gracias por tu comentario. Me alegra que te haya sido útil. Saludos!

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  3. Me quedo una duda, como ve Ovidio al amor?

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    Respuestas
    1. Gracias por la duda!
      Explica Pierre Grimal,en su libro "El amor en la antigua Roma" que “para Ovidio, el amor es, antes que nada, deseo. En latín, amare, amar, significa en primer lugar ser el amante o la amante de alguien, y el Arte de amar será el libro donde se encontrarán los consejos más eficaces para obtener los favores de una mujer”.
      Saludos!

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    2. muchisimas gracias :)

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