domingo, 2 de enero de 2011

Edad Media: La risa y la Fiesta de los Locos


En la Antigüedad existía la idea de la fuerza creadora de la risa. Corresponde a los antiguos egipcios el mérito de haber dicho todo lo que cabía decir a propósito de la risa creadora. Lo que imaginaban acerca de la creación del mundo aparece en un papiro alquímico conservado en Leyden y que data del siglo III de nuestra Era. Se trata de un relato en el que se atribuye a la risa divina la creación y el nacimiento del mundo.
 El mensaje sobre la risa que nos transmite Aristóteles, es que solamente una democracia podía tolerar la franqueza de las antiguas comedias, en la democracia la risa se caracteriza por su fuerza crítica y su acción democratizadora. La risa manifiesta su orientación democrática al dirigirse a la opinión pública más que a las altas autoridades jerárquicas.
Con Mijhail Bajtin (1974) y su trabajo La Cultura Popular en la Edad Media y en el Renacimiento, la risa y la cultura popular comienzan a tener su espacio de vida, de valor insospechado e ineludible del conocimiento acerca de la cultura de lo cómico.
Antes de comentar el trabajo de Bajtin es necesario explicar cómo han ido cambiando las pautas de comportamiento y los hábitos psíquicos del ser occidental, a la luz de lo expuesto por Norbert Elias (1987) en su libro El proceso de la civilización, cuyo análisis permitirá observar la importancia de la risa dentro de este proceso.
El concepto "civilización" expresa la autoconciencia de Occidente. Según Elias (1987), siguiendo una especie de "ley fundamental de la sociogénesis", el individuo, durante su vida, vuelve a recorrer los procesos que ha recorrido su sociedad a lo largo de la historia. Así es cómo, dentro del marco de dicha ley, podemos estudiar la evolución de las pautas de comportamiento y de los hábitos psíquicos. 
De acuerdo a este autor (Elias, 1987), a partir de la Baja Edad Media y del primer Renacimiento hay un aumento especialmente fuerte del autocontrol individual, al que hoy nos referimos como "interiorizado" o "internalizado". 
El Renacimiento, que se gestó durante la Edad Media, especialmente a partir del siglo XII, trajo consigo la conciencia de individualidad. El historiador suizo Jacob Burckhardt (1981) reclama en la segunda mitad del siglo XIX que, dentro de Europa, la conciencia de individualidad se desarrolló primeramente en Italia.
El hombre era consciente de sí mismo sólo como miembro de una raza, gente, partido, familia o corporación --sólo a través de una categoría general--. En Italia se hizo posible tratar de una manera objetiva el Estado y todas las cosas de este mundo. Al mismo tiempo el lado subjetivo se afirmó a sí mismo con el énfasis correspondiente; el hombre se convirtió en un individuo espiritual y se reconoció a sí mismo como tal .
En el Renacimiento cuya palabra no significa “renacimiento de las ciencias y artes de la Antigüedad”, sino qué posee una significación amplia y cargada de sentido, arraigada en las profundidades del pensamiento de la humanidad, es cuando existe una mayor individualización. El ser humano posee la capacidad de verse desde una perspectiva distinta a la anterior. En el Renacimiento, la persona se mueve hacia un escalón superior de autoconciencia en la que el control de los afectos, constituido como autocoacción, es más fuerte; es mayor la distancia reflexiva y menor la espontaneidad de los asuntos afectivos. Se necesitaba un aumento de la capacidad de los seres humanos para distanciarse de sí mismos y de los demás en su actividad mental. Esto es parte de la evolución hacia el autocontrol de los seres humanos.
En esta evolución, el sistema emotivo del individuo se transforma de acuerdo con los cambios de la sociedad y de las relaciones interhumanas. La imagen que el individuo tiene del ser humano se hace más matizada, más libre de emociones momentáneas, es decir, se "psicologiza".
 Desde la perspectiva afectiva, la observación de las cosas y de las personas en el curso de la civilización va haciéndose más neutral. Además, la "imagen del mundo" --señala Elías, se independiza progresivamente de los deseos y de los miedos humanos y se orienta cada vez más a lo que se suele denominar "experiencia". Desde el punto de vista afectivo lo neutral es la experiencia.
 El ruso A. Herzen ha expresado pensamientos profundos acerca de las funciones de la risa en la historia de la cultura: La risa no es bagatela, y no podemos renunciar a ella.
En la Antigüedad se reía a carcajadas, en el Olimpo y en la tierra, al escuchar a Aristófanes y sus comedias, y así se siguió riendo hasta la época de Luciano. Pero a partir del siglo VI, los hombres dejaron de reír y comenzaron a llorar sin parar, y pesadas cadenas se apoderaron del espíritu al influjo de las lamentaciones y los remordimientos. Después que se apaciguó la fiebre de crueldades, la gente volvió a reír.
Nadie se ríe en la iglesia, en el palacio real, en la guerra. Los sirvientes domésticos no pueden reírse en presencia del amo. Sólo los pares (o de condición igual) se ríen entre sí. Si las personas inferiores pudieran reírse de sus superiores, se terminarían todos los miramientos del rango. Reírse del buey Apis es convertir al animal sagrado en toro vulgar.
La risa busca deshacerse del mundo lleno de injusticias y reemplazarlo por un mundo mejor. Crea una nueva realidad que desplaza a la otra que ya no puede mantenerse porque ha perdido su sentido. La risa es, pues, una liberación.
Existe un significado histórico, ideológico y estético del aspecto optimista, creativo y alegre de lo cómico.
Mijail Bajtin revolucionó el concepto de la Edad Media y del Renacimiento al aplicar una interpretación humorística a las mencionadas épocas históricas, y revelarnos una perspectiva popular y carnavalesca del mundo y de la historia. En La Cultura Popular en la Edad Media y en el Renacimiento se plantean los problemas de la cultura cómica popular de estas dos épocas históricas.
Según este autor, la risa popular y sus formas constituyen el campo menos estudiado de la creación popular. Se ha excluido casi por completo el humor popular en toda la riqueza de sus manifestaciones.
En la Edad Media la risa se oponía a las ideas rígidas que esparcía la Iglesia oficial. 
En la antigua comedia popular el mundo infinito de las formas y las manifestaciones de la risa se oponía a la cultura oficial, al tono serio, religioso y feudal de la época.
Existían tres grandes categorías de las manifestaciones de la cultura popular. Por un lado, estaban las formas y rituales del espectáculo. Por otro, las obras cómicas verbales (incluso las parodias) de diversas naturalezas: orales y escritas, en latín o en lengua vulgar.
Habían surgido, además, diversas formas y tipos de vocabulario familiar y grosero. La representación de los misterios, por ejemplo, acontecía en un ambiente de carnaval. Las formas rituales y de espectáculo se organizaban de manera cómica. Ofrecían una visión del mundo, de la persona y de las relaciones humanas completamente diferentes. 
En cierto modo se podría decir que se construyó al lado del mundo oficial, un segundo mundo y una segunda vida. Se creó una especie de dualidad del mundo.
Las fiestas oficiales reproducían el orden existente. Además, no eran capaces de crear esta llamada segunda vida. En las fiestas oficiales se miraba sólo al pasado y así se consagraba el orden social presente. En ellas se ponía de manifiesto la estabilidad, la inmutabilidad y la perennidad de las reglas. Había una verdad prefabricada que representaba la verdad eterna, inmutable, perentoria. Por otro lado, el carnaval apuntaba al porvenir.
Según Bajtin, la comicidad medieval no era una concepción subjetiva, individual y biológica de la continuidad de la vida. Era una concepción social y universal.
La persona concebía la continuidad de la vida en las plazas públicas, mezclada con la muchedumbre en el carnaval, donde su cuerpo entraba en contacto con los cuerpos de otras personas de toda edad y condición. La persona se sentía partícipe de un pueblo en constante crecimiento y renovación.
El carnaval era la forma festiva no-oficial de la vida de sociedad medieval y representaba la cultura folclórica cómica con su idea optimista de la eterna renovación.
La risa enseñaba la imperfección del mundo y a través de ella buscaba transformarle y renovarle.
Konrad Burdach, autor del libro titulado Reforma, Renacimiento y Humanismo , publicado en Berlín en 1918 señala que "el Humanismo y el Renacimiento no deben su aparición al descubrimiento por parte de los sabios de monumentos perdidos del arte y la cultura antigua, a los que tratan de insuflar nueva vida.". El Humanismo y el Renacimiento nacieron de una época que envejecía y cuyo espíritu ansiaba una nueva juventud.
Bajtin afirma que históricamente no se tuvo en consideración el humor del pueblo en la plaza pública como un objeto digno de estudio desde el punto de vista cultural, histórico, folclórico o literario. A su juicio, la naturaleza específica de la risa popular aparece totalmente deformada porque se le aplican ideas y nociones que le son ajenas, pues pertenecen verdaderamente al dominio de la cultura y la estética burguesa contemporánea. Por consiguiente, la profunda originalidad de la antigua cultura cómica popular no ha sido revelada . Es en este siglo, en concreto en la década de los sesenta, cuando los especialistas del folclore comienzan a interesarse por los ritos y los mitos cómicos. Para una mejor comprensión de la cultura cómica popular conviene tener en cuenta una de las experiencias importantes del individuo medieval: la experiencia del miedo, y cómo ésta fue afectando al ser humano.
A lo largo de la historia se han podido identificar períodos en los que se manifestó miedo a la risa. Una de las causas mayores del miedo a la risa es el poder del humor en la vida humana. Para poder apreciar la fuerza de su efecto hay que partir del miedo que se experimentaba en la Edad Media, y descubrir el origen de la risa en el Renacimiento.
La risa de la Edad Media se convirtió, al llegar el Renacimiento, en la expresión de la nueva conciencia libre, critica e histórica de la época. La risa pasa del estado de existencia espontánea a un estado de conciencia artística, de aspiración a un objetivo preciso. La risa medieval estaba excluida de las esferas oficiales de la ideología y de las manifestaciones oficiales de la vida y las relaciones humanas. Se había disociado la risa del culto religioso, del ceremonial feudal] y estatal, de la etiqueta social, y de la ideología elevada. El tono de seriedad exclusiva caracterizaba a la cultura medieval oficial.
El tono serio se impuso como la única forma capaz de expresar la verdad, el bien y, en general, todo lo considerado importante y estimable. Esto dio lugar a que el miedo, la veneración y la docilidad se constituyeran a su vez en variantes o matices de ese tono serio. Sin embargo, la risa es tan universal como la seriedad. Ambas abarcan la historia, la sociedad y la concepción del mundo.
En la Edad Media se llegaron a considerar legalizados, hasta cierto punto y quizás como resultado de un deseo de control, los ritos cómicos de La Fiesta de los Locos, de la Fiesta del Burro, de las procesiones y ceremonias de las otras fiestas. Durante ese tiempo el Estado y la Iglesia creyeron oportuno efectuar ciertas concesiones a las expresiones públicas ya que no podían prescindir de ellas, de modo que intercalaban días de fiesta en el transcurso del año.
En dichas fiestas se permitía al pueblo salirse de los moldes y convenciones oficiales, pero exclusivamente a través de las máscaras defensivas de la alegría. Se podría decir que dentro de este marco no había casi restricciones para las manifestaciones de la risa.
Según Bajtin, en la Edad Media se observa el miedo y la intimidación infundidos por la seriedad al igual que en la cultura clásica griega, en la que la seriedad era oficial y autoritaria, y estaba asociada a la violencia, a las prohibiciones y a las restricciones. Sin embargo, una diferencia entre ambos periodos estriba en que el individuo medieval percibía con agudeza su victoria sobre el miedo a través de la risa. Al vencer este temor, la risa aclaraba la conciencia del sujeto y le revelaba un mundo nuevo. De este modo, la risa implicaba la superación del miedo. Además, no imponía ninguna prohibición. De hecho, el lenguaje de la risa no es nunca empleado por la violencia ni por la autoridad. El distanciamiento entre la risa y la autoridad es tal que se dice, por ejemplo, que los dictadores temen más la risa que las bombas.
Con la risa hay un elemento de victoria sobre el miedo que infunden el poder y las fuerzas opresoras y limitadoras. La comicidad medieval se opuso a la mentira, a la adulación y a la hipocresía que se imponían a través de lo serio. Lo serio era el miedo moral que encadenaba, agobiaba y oscurecía la conciencia del individuo.
La nueva conciencia renacentista de la comicidad medieval tenía como uno de sus elementos primordiales la percepción de la risa como una victoria sobre el miedo. Se pasó de una sensibilidad medieval a una sensibilidad renacentista. Era un nuevo sentimiento que se expresaba en innumerables imágenes cómicas. Lo temible se volvía ridículo.
Es imposible comprender la aparición de la imagen de lo grotesco sin tener en cuenta la importancia del temor vencido. Se juega con lo que se teme; se hace burla de lo que se teme, de modo que lo terrible se convierte en un "alegre espantapájaros.".
La risa supera al miedo, pero no sólo el miedo exterior, sino también el miedo interior. La risa descubre el mundo desde un punto de vista nuevo, en su faceta más alegre y lúcida. No es un instrumento de opresión o embrutecimiento, sino un recurso de liberación que pertenece a cada individuo. De modo que no se puede renunciar a la risa, ya que ésta no es una forma defensiva exterior, sino interior que no puede sustituirse por la seriedad. 
La libertad que ofrecía la risa durante el carnaval era un lujo que el pueblo podía permitirse únicamente en los días de fiesta. La risa no prescribía dogmas, sino que era una expresión de fuerza, de amor, de procreación, de renovación y fecundidad.
La risa y el carnaval:
 El carnaval es el núcleo de la cultura cómica popular. Está situado en las fronteras entre el arte y la vida. En realidad — dice Bajtin -- es la vida misma presentada con los elementos característicos del juego. Desde esta perspectiva se puede afirmar que el carnaval no pertenece al dominio del arte. Las celebraciones carnavalescas ocupaban un lugar muy importante en la vida de las poblaciones medievales, hasta el punto de que en las grandes ciudades llegaban a durar tres meses.
En el carnaval hay una transformación del mundo social y del modo de estructurar e interpretar la vida, pues ignora toda distinción entre espectadores y actores.
Los espectadores no asisten al carnaval sino que lo viven, ya que el carnaval está hecho para todo el pueblo. Durante el carnaval no hay otra vida que la del carnaval. Es imposible escapar, porque no tiene fronteras espaciales. En el curso de la fiesta sólo puede vivirse de acuerdo a sus leyes, es decir, de acuerdo a las leyes de la libertad. El carnaval posee un carácter universal; es decir, es un estado peculiar por el que cada individuo participa en el renacimiento y renovación del mundo. Esta es la esencia misma del ­ carnaval, y los que intervienen en el regocijo lo experimentar vivamente.
Durante el carnaval es la vida misma la que interpreta. Durante cierto tiempo el juego se transforma en vida real. 
La fiesta es el rasgo fundamental de todas las formas de ritos y espectáculos cómicos de la Edad Media. Las festividades siempre han tenido un sentido profundo, puesto que han expresado una concepción radical del mundo. Las fiestas, en todas sus fases históricas, han estado ligadas a periodos de crisis de la sociedad y del individuo. 
Durante la Edad Media floreció en muchos lugares de Europa una festividad conocida como la Fiesta de Locos. Sacerdotes, normalmente piadosos, y gentes serias se colocaban máscaras obscenas, cantaban canciones desvergonzadas y en toda la noche de jarana no daban tregua al sueño. Ninguna institución ni personaje escapaba a la crítica y a la burla en la gran fiesta de los primeros días del año ..
La influencia de la cosmovisión carnavalesca sobre la concepción y el pensamiento de las personas era radical: les obligaba a renegar en cierto modo de su condición oficial -como monje, clérigo o sabio— y a contemplar el mundo desde un punto de vista cómico y carnavalesco.
La risa carnavalesca presenta tres características: en primer lugar es patrimonio del pueblo, puesto que todos ríen, la risa es "general." En segundo lugar, es universal, contiene todas las cosas y a todas las personas. El mundo entero parece cómico y es percibido y considerado en un aspecto jocoso, en su alegre relativismo. Por último, dicha risa es ambivalente: alegre y llene de alborozo, pero al mismo tiempo burlona y sarcástica; la risa niega y afirma, amortaja y resucita a la vez.
Existe una diferencia esencial entre la risa festiva popular y la risa puramente satírica de la época moderna. El autor satírico que sólo emplea el humor negativo se coloca fuera del objeto aludido y se le opone, lo cual destruye la integridad de] aspecto cómico del mundo. El satírico se excluye de lo aludido. En ese sentido no juega con lo que satiriza. Lo que surge es una risa negativa. La persona se ríe de lo aludido, pero no con lo aludido puesto que se excluye.
Por el contrario, en la risa popular ambivalente se expresa una opinión sobre un mundo en plena evolución en el que estar incluidos los que ríen. El pueblo se ríe de sí mismo, y consigo mismo. Esto es una señal de vida nueva.
En el carnaval el valor era la risa de la gente —del pueblo—. Por lo tanto, al desarrollar la capacidad para reírse de sí mismo, el pueblo se mueve a otra dimensión de madurez y de perspectiva, pues se prepara para criticarse a si mismo. Podría decir, glosando a Bore que la sabiduría popular reconoce que el pueblo no se morirá si se muere de la risa.
A pesar de haber sido relegada, la risa sigue jugando un papel de gran importancia en la vida social. En la evolución histórica de la cultura y la literatura la risa ha funcionado como un elemento que impide a lo serio la fijación. La verdadera risa, ambivalente y universal, no excluye lo serio, sino que lo purifica y lo completa. Lo purifica de dogmatismo, de unilateralidad, de esclerosis, de fanatismo y espíritu categórico, del miedo y la intimidación, del didactismo, de la ingenuidad y de la ilusiones, de la nefasta fijación a un único nivel, y del agotamiento.

2 comentarios:

  1. Quisiera saber, por favor, cuáles fueron tus fuentes para publicar este artículo. Interesante esta información!

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    1. Gracias por comentar y por solicitar información.

      Te dejo la fuente:

      Bajtín, Mijaíl Mijáilovich. "La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de François Rabelais", Barcelona, Barral, 1974; Alianza, Madrid, 1987.

      Saludos !!!

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