miércoles, 16 de marzo de 2011

Gabriel García Márquez: "Doce cuentos peregrinos"


La temática de la identidad latinoamericana y caribeña, una de las constantes más notorias en nuestra producción intelectual, literaria y artística, atraviesa de principio a fin la última colección de cuentos publicados por García Márquez, Doce cuentos peregrinos (1992). Vemos aquí, sobre todo, lo que podemos llamar la confrontación entre una identidad europea y una identidad latino-caribeña con sus diversos contrastes, matices y convergencias, lo que deja ver de paso aspectos relacionados con las identidades subcomponentes de esa gran identidad, como son las de género, raza y región. Los rasgos de  lo latino caribeño aparecen aquí anotados por lo milagroso, lo extraño, lo paradójico, en un espíritu de perseverancia, humor y goce, en un trasfondo marcado por  una constitución histórica asociada al deshecho, al vejamen, al desamor. Veamos seguidamente la manera como aparecen tales confrontaciones y tales subcomponentes, así como las significaciones de esta visión frente a otras aproximaciones publicadas acerca de este libro de cuentos.

1.  Identidad europea e identidad latino-caribeña
No sé por qué, aquel sueño ejemplar lo interpreté como una toma de consciencia de mi identidad. GGM, Doce cuentos peregrinos
Mediante los personajes, narradores y focalizadores utilizados en el libro Doce cuentos peregrinos, vemos la configuración de lo que podemos llamar una identidad europea, con sus diversos matices, frente a una latino-caribeña con sus diversos entrecruces.
“Tramontana”, fechado en 1982, es sin duda uno de los cuentos de este libro en los que se ve más claramente confrontada esta oposición. Como sabemos, la tramontana es un viento procedente del norte que, en el cuento, es un viento de tierra que, con tenacidad e inclemencia, según algunos escritores y los nativos del lugar, “lleva consigo los gérmenes de la locura” (García Márquez, 1992, 459). El que podemos considerar el personaje central del cuento, un chico con “el cutis cetrino y terso de los caribes acostumbrados por sus mamás a caminar bajo la sombra”, se negaba a regresar a Cadaqués —en el país Vasco, España— a terminar una fiesta de verano porque,  por motivos sagrados,  después de haber escapado por segunda vez de la tramontana, sabía que si volvía alguna vez lo esperaba la muerte. Según el narrador, los motivos constituían “una certidumbre caribe que no podía ser entendida por una banda de nórdicos racionalistas, enardecidos por el verano y por los duros vinos catalanes de aquel tiempo, que sembraban ideas desaforadas en el corazón” (459). Se lo llevaron —nos dice el narrador—  por la fuerza, “con la pretensión europea de aplicarle una cura de burro a sus supercherías africanas” (463). Como sabemos, el chico caribeño, desesperado por el regreso al que lo obligaron los suecos, se lanza al abismo desde la camioneta en marcha y muere tratando de escapar a una muerte que el narrador denomina “ineluctable”.
Un segundo cuento en el que esta oposición aparece más vívida es, sin duda, “El rastro de tu  sangre en la nieve”, fechado en 1976. Como sabemos, este cuento narra la historia del desangre sufrido por una nativa de Cartagena de Indias, Nena Daconte, durante el viaje que realiza de Madrid a  París, después de su boda con el también cartagenero Billy Sánchez. El desangre lo produjo  una espina de un tallo de rosas.
El trayecto y la estancia en París son la ocasión de conocer el contraste que hemos mencionado. En efecto, frente a la ansiedad de Billy Sánchez al no poder ver a Nena Daconte en el hospital donde estaba recluida, el funcionario que lo recibió en lugar del embajador le recordó “que estaban en un país  civilizado cuyas normas estrictas se fundaban en los criterios más antiguos y sabios, al contrario de las Américas bárbaras, donde bastaba sobornar al portero para entrar en los hospitales”. El funcionario, descrito de la manera como el narrador describe a los habitantes del interior de Colombia, le dijo a Billy que no había más remedio que “someterse al imperio de la razón, y esperar hasta el martes”. (499). Sabemos que por diversas circunstancias, Billy no alcanzó a ver a Nena Daconte, la cual fue enterrada a sólo 200 metros del cuarto donde Billy se hospedaba: “había muerto desangrada, después de setenta horas de esfuerzos inútiles de los especialistas mejor calificados de Francia” (502).
Otros cuentos de este volumen nos muestran constantes notables que podemos tomar como rasgos de identidad de los latino-caribeños que se encuentran en Europa, así como rasgos que describirían una identidad europea, más allá de las específicas que encontramos, según los países. Un rasgo común en estos personajes latino-caribeños en Europa es el papel determinante que juega en ellos y ellas la creencia en los sueños, presagios, premoniciones, instantes mágicos, eventos sin explicaciones posibles; la alta consideración de valores como la hospitalidad, la perseverancia, el humor; por oposición a rasgos asociados típicamente a los europeos como la razón, la insolidaridad, la educación impositiva.
Muchos casos ilustran el universo milagroso, sólo paradójicamente explicable y extraño en el que se desenvuelven los latino-caribeños en la Europa de los Doce cuentos peregrinos. Un primer caso de un universo milagroso  lo constituye el cuento “La Santa”, de 1981. Aquí se relata la historia de una niña que, después de 11 años, se mantiene intacta, con un cuerpo que carecía de peso, no como una momia, sino como una novia vestida. En “Espantos en agosto”, de 1980, asimismo, los personajes visitantes de una mansión no aparecen donde se acostaron la noche anterior sino en el dormitorio oloroso a fresas recientes del espectro Ludovico, muerto hacía siglos en una cama aún caliente. “La luz es como el agua”, de 1978, por su parte, cuenta la aventura fabulosa de un chorro de luz dorada que, fresca, salida de la bombilla, ilumina el apartamento, el edificio, la ciudad de Barcelona.  
Otros casos ilustran un universo (in)interpretable y paradójico. El presidente del cuento “Buen viaje, señor presidente”, de 1979, por ejemplo, leía en el asiento del café que retomaba las señales de su destino hasta que descubrió que sus pronósticos le resultaban al revés; su esposa, Lázara Davis, tenía una fe ciega en sus augurios australes. La brasileña protagonista de “María dos prazeres”, cuento de 1979, asímismo, estaba convencida, por un sueño, que iba a morir antes de navidad, aunque después de tres años comprendió el error de su interpretación: no eran señales de muerte sino del encuentro con un joven que le prodigaría felicidad. Uno de los personajes latinos de estos cuentos, la  protagonista de “Me alquilo para soñar”, de 1980, corrige a quien dio a un sueño suyo un significado equivocado: no era que se iba a ahogar sino que no debía comer dulce.
Un último grupo lo constituyen hechos asombrosos, eventualmente posibles, extraños: Ser testigo, por ejemplo, de un envenenamiento colectivo por una simple sopa de ostras (“Diez y siete ingleses envenenados”, de 1980); ir a hablar por teléfono a un sitio que resulta ser un claustro para mujeres locas y terminar internada y loca (“Solo vine a llamar por teléfono”, de 1978).
Pero hay que decir también que lo aquí nombrado como milagroso, supersticioso y paradójico,  humorístico o no,  trágico o no,  también remite a algunos nativos de Europa. Sabemos que el papa Pío XII, personaje del cuento “La santa”, padeció una crisis de hipo “que ni las buenas ni las malas artes de médicos y hechiceros habían logrado remediar” (379). Ya vimos que no solo escritores escarmentados sino “algunos nativos” sabían que  el tramontana “llevaba consigo los gérmenes de la locura” (459). Finalmente, en la Italia de “El verano feliz de la señora Forbes”, sabemos que “las mujeres del vecindario rezaban en dialecto sentadas en las sillas que habían puesto contra la pared” (476).  
Esos latino-caribeños en Europa son mostrados, a diferencia de los nativos europeos, como solidarios, hospitalarios, con sentido del humor; aparecen, igualmente como machistas dominados por las mujeres; los  negros son personajes frenéticos sexualmente. En Lázara, en efecto, al momento de la visita del presidente,  “su sentido caribe de hospitalidad se impuso a sus prejuicios” (“Buen viaje, señor presidente”, p. 364); mientras que de Europa, nos dice Nena Daconte, “no hay países más bellos en el mundo, pero uno puede morirse de sed sin encontrar a nadie que le dé gratis un vaso de agua.” (p. 491)
Estos cuentos nos traslucen, además, en estos personajes latino-caribeños, rasgos de un machismo paradójico: reivindicación verbal de un machismo acendrado, junto a una obediencia o debilidad de carácter del hombre frente a la mujer. “Los machos no comen dulces” —dice Billy Sánchez a Nena Daconte. Ya antes le había advertido que “no hay humillación  más grande para un hombre que dejarse conducir por su mujer” (“El rastro de tu sombra en la nieve”, p. 490). Pero muchas son las parejas en las que los hombres aparecen haciendo lo que las mujeres les dicen. De la mujer de “Me alquilo para soñar”, sabemos que su dominio sobre la familia era absoluto: “aun el suspiro más tenue era por orden suya”.   Y así fue con el personaje que narra: “He venido sólo para decirte que anoche tuve un sueño contigo —me dijo—. Debes irte enseguida y no volver en los próximos días. Su convicción era tal que esa misma noche me embarcó en el último tren para Roma.” (p. 403)
Y los negros caribeños en Europa aparecen, en estos cuentos, además de nobles  y hospitalarios, como tremendamente potentes a nivel sexual. De la Nena Daconte, sabemos que se entregó a los amores escondidos con la misma dedicación frenética que antes invertía en el saxofón, “hasta que su bandolero domesticado terminó por entender lo que ella quiso decirle cuando le dijo que tenía que comportarse como un negro. Billy Sánchez le correspondió siempre y bien y con el mismo alborozo” (“El rastro de tu sangre en la nieve”, p. 487).  
Para referirnos a la manera como aparece la identidad regional de los latino-caribeños en Doce cuentos peregrinos, recordemos cómo son mostrados los personajes nacidos en el interior de Colombia: corbata de luto, sigilo en los ademanes, y, sobre todo, la conciencia de que en Francia (Embajada de Colombia en Francia), se está en un país civilizado, no en las Américas bárbaras (“El rastro de tu sangre en la nieve”). Esta visión del interiorano colombiano contrasta con la del escritor caribeño: “olía a orines de mico. Así huelen todos los europeos, sobre todo en verano”, nos dijo mi padre. Es el olor de la civilización” (“El verano feliz de la señora Forbes”, p. 470).
Para terminar con este perfil de cómo aparece la identidad que hemos llamado latino-caribeña en Doce cuentos peregrinos, señalemos el que hemos anunciado como el marco que encuadra esta conciencia: la noción de ser históricamente producto de un desecho malvado. Esta visión la tenemos explícita en el primer cuento del libro. Aquí, recordamos, dice el personaje llamado Presidente: “Así somos y nada podrá redimirnos. Un continente concebido por las heces del mundo entero sin un instante de amor: hijos de  raptos, de violaciones, de tratos infames, de engaños, de enemigos con enemigos” (368). A este marco de ignominia podemos asimilar las prácticas presentes que se muestran en los cuentos: la esclavitud (“María dos Prazeres”), el nepotismo y la corrupción (“El rastro de tu sangre en la nieve”).

2.  Intuición, heces del mundo, solidaridad
La palabra mestizaje significa mezclar las lágrimas con la sangre que corre. ¿Qué puede esperarse de semejante brebaje? GGM, “Buen viaje señor presidente”
Hay, se ha visto, una identidad que hemos llamado latino-caribeña en Doce cuentos peregrinos, caracterizada por sí misma y por oposición a la europea, cuyos rasgos más notorios, con matices, son la sabiduría de una intuición marcada por lo fantástico milagroso, la práctica de una solidaridad hospitalaria y una actitud de perseverancia humorística ante la vida; pero, del mismo modo, la conciencia de una constitución histórica ignominiosa.
Se ha visto, en primera instancia, que esta llamada identidad caribe no es una unidad monolítica sino que abarca diversas vertientes, la antillana, la del Gran Caribe y la latinoamericana, que incluye a Brasil, con sus matices en el caso del colombiano del interior y del colombiano caribeño. La mayor parte de los personajes pertenece al gran Caribe; de allí que lo preponderante sea lo antillano: Martinica, Puerto Rico, Haití; Brasil hace parte de ese universo, por el componente africano común. El colombiano del interior aparece como asimilado al europeo.
Por frecuencia, el caso marcante de estos personajes es, en general, una intuición vista como sabia aunque no indefectiblemente descifrable, que se opone a una racionalización mostrada como arrogante y peligrosa; la experiencia con hechos nombrados como milagros en los que, sobre todo, el tiempo detenido, la incorrupción de la materia y la trasposición del espacio se dan como reales; así como la presencia de hechos que oscilan entre lo posible y lo verosímil, lo real y lo extraño. Esa sabia intuición aparece como signo de una hermenéutica atravesada, autónoma, humorística. El rasgo de racionalidad arrogante se da en adultos, hombres, científicos, de Europa central; parecen distanciarse de ella los ancianos, los papas, “los nativos” (campesinos) de Europa mediterránea. Ese universo de lo inexplicable lanza marcadamente hacia lo humorístico. 
En el universo de estos cuentos, el pasado de lodazal aparece como marcado en el presente por lo inexplicable, la solidaridad, el humor, el  goce por las comidas, la nostalgia de un mar de melaza. Pero no podemos decir que gana maniqueamente la sabia intuición sobre la razón arrogante. Más bien: cuando  se impone la razón arrogante, la sabia intuición termina trágicamente. Más bien: lo extraño, lo inexplicable, a menudo inefable, triunfa sobre la ciencia arrogante. Y, a veces, los signos que se han podido interpretar como trágicos, de hecho resultan un signo invertido, aunque, tardío, de una probable felicidad. 

3.  ¿Falta de unidad?,
¿fin de lo real maravilloso?, ¿asimilación deslumbrada? Nuestro real Caribe es así colectivamente expresable.  É. Glissant, 1986
La publicación de Doce cuentos peregrinos, en 1992, que coincidió con un aniversario notable del llamado “descubrimiento de América” —lo que hizo que se hablara de “Macondo va a Europa” (Giraldo, 1998, Escritura de fin de siglo; Herrera, 1997; Jaraba, 2002)— contó con una  crítica diversa que, además de estudiar descriptiva y emotivamente la comida como rasgo de identidad latinoamericana (Sanabria, 2001), ha criticado en el libro una señalada falta  de unidad (CVC, 1992), o se ha decepcionado por la presencia insistente de lo real maravilloso o vio  el libro como “el encuentro y la asimilación deslumbrada de la cultura establecida.”
En el trabajo aquí presentado, creemos, se ha podido ver una idea temática que va más allá de los avatares del tiempo, del tipo de texto y de las circunstancias en las que fueron elaborados esos cuentos. En ellos hemos resaltado como constantes, como marcas de una expresión, como signos (aciagos) (in)equívocos, además de una sabia intuición enmarcada en un fantástico milagroso que atraviesa personajes y situaciones, mostrado como rasgo latino-caribeño y africano, por oposición a un racionalismo altanero y peligroso. Asimismo, más que ver ahí una “asimilación deslumbrada”, nos inclinamos por lo que ha sido llamado “una denuncia a la incomprensión y a la intolerancia entre Europa y América Latina” (Sanabria, 2001).
No vemos  en estos cuentos la intención reivindicativa de la unidad latinoamericana mencionada por Portelas (2000). Hemos visto más bien una diversidad caribeña compleja; una crítica burlona al racionalismo y el énfasis en una sabiduría respetuosa que atraviesa a ancianos y creyentes de ambos continentes, así como la presencia de un inexorable, de un incomprensible, de un (in)efable enmarcado en un burlesco que pide la disposición  de ser leído, de ser interpretado, de ser acogido.  En general, en Doce cuentos peregrinos, pide ser leído, interpretado, acogido lo que aquí hemos llamado el Caribe o, en palabras de Édouard Glissant (2004) referidas a la cuentística antillana, “la necesidad instintiva de ser caribeños”.
Bibliografía:
Doce cuentos peregrinos (1992). [cvc.cervantes.es/ACTCULT/garcia_marquez/prosa.htm]  
García Márquez G. (1999). Cuentos: 1947-1992. Santafé de Bogotá: Editorial Norma.
Giraldo, L. (1998?). Búsqueda  de un nuevo canon.
[www.javeriana.edu.co/narrativa_colombiana/contenido/bibliogafia/giraldo/findesiglo.htm] Consulta: Diciembre 15 de 2008.
Glissant, É. (2004). Nouvelles des Caraibes. Paradis brisé. Paris: Editions Hoebeke.
Herrera, L. (1997). “La identidad caribe en los 12 cuentos peregrinos.” En: Universitas Humanisticas, Identidad cultural colombiana, 46, año XXVI, julio-diciembre, pp. 129-140.
Jaraba, E. (2002). Doce cuentos peregrinos y el problema de la identidad latinoamericana. Monografia (Especialización en Literatura del Caribe Colombiano, Director: Ariel Castillo Mier,  Universidad del Atlántico).
Portelas, Ma. (200?). “Notas sobre la adaptación de un cuento de García Márquez.” [www.dialnet.univigo.es/servlet/fichero_articulo?codigo=9405500&orden=57845] Consulta: Diciembre 15 de 2008. 
Sanabria, C. (2001). "¿Extraños peregrinos o extraño peregrinaje?: Un acercamiento a los últimos cuentos de García Márquez". En: Revista de Filología y Lingüística de la Universidad de Costa Rica. [www.articlearchives.com/9570241.html] Consulta: Diciembre 15 de 2008.


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