jueves, 17 de noviembre de 2011

Virgilio: "La Eneida"






VIRGILIO

Quizá desde comienzos del milenio, el territorio que bordea el lento fluir de las aguas del Po se vio habitado por grupos celtas que acudían en sucesivas oleadas de allende los Alpes. Junto al Mincio, uno de sus afluentes, en Andes, una aldea cerca de Man­tua, nació Publio Virgilio Marón (Vergilius) el 15 de octubre del año 70 a. C. A lo largo de esos mil años que preceden a su naci­miento, los pueblos celtas de la ribera habrían recibido diversas influencias civilizadoras, y, si en su momento el elemento etrusco tuvo sin duda la fuerza que destaca Virgilio en su descripción de Mantua (Eneida, X, 198-203), desde los tiempos de la Segunda Guerra Púnica habían brotado ya en el territorio numerosas co­lonias de latinos que hicieron de la Galia Cisalpina una región de avanzada cultura y saneada economía agrícola, tal como era du­rante el siglo 1 a. C.

Vergilius es un nombre gentilicio latino bien implantado en el norte y en otras regiones de Italia, y nos hace pensar que nació el poeta en una de esas familias latinas instaladas en la campiña del Po ya tiempo atrás, quizá desde la época de aquellas coloni­zaciones. Andando el tiempo y ya tan tarde como en los últimos años del imperio, sus lectores habrían corrompido el nombre en Virgilius -de donde procede el que aún hoy utilizamos para el autor de la Eneida- por una doble vía: de virgo (dado el tímido carácter que le valió el apodo griego de Parthenias), o de virga (por la varita característica de los magos, que esa fama tendría ya entonces nuestro poeta).

Su padre, aunque la tradición lo describe como de humilde origen, un alfarero o un bracero -o las dos cosas- que se habría casado con la hija de su patrón, Magia Pola, fue probablemente un eques, un terrateniente lo bastante rico como para preocupar­se de que recibiera su hijo la mejor educación posible y prepa­rarlo así para la carrera forense, camino seguro en la Roma de entonces hacia la lucha política.

Sus primeros años debieron de transcurrir, por tanto, en la finca de Andes, entre las labores del campo que tanto habrán de aparecer en sus obras, confiado tal vez a un paedagogus que cui­dase de su instrucción primera. En Roma, Pompeyo y Craso de­sempeñaban el año 70 su primer consulado compartido en astu­ta jugada política que, bajo la apariencia de liquidar la obra de Sila, trataba de asentar el poder en las manos del partido senato­rial. Diez años después formarían el primer triunvirato con Cé­sar, primer movimiento de una larga partida que habría de liqui­dar el régimen republicano. Así, la vida de Virgilio sigue paso a paso los últimos cuarenta años de esta agonía, hasta el triunfo definitivo del principado en la persona de Augusto.

Con diez o doce años se trasladó a Cremona para comenzar sus estudios. César iniciaba por esas fechas su conquista de la Galia, y hay quien afirma que leyó Virgilio sus Comentarios con mayor interés por haber tenido quizá ocasión de verle personal­mente cuando andaba reclutando sus tropas por las ciudades de la Galia Cisalpina. Aunque era primaria la educación que recibió en Cremona (es decir, una enseñanza elemental de lectura, escri­tura y aritmética), no hay que perder de vista que era éste el te­rritorio donde habían nacido y comenzado a escribir parte de los poetae novia; temprano habría empezado Virgilio a entrar en con­tacto con el mundo de la literatura más refinada de su tiempo.


Parece que recibió la toga viril el año 55, y quiere la tradición que también fuera éste el año de la muerte de Lucrecio. Siguien­do el camino que le alejaba de su tierra natal imperceptiblemen­te, marcha Virgilio a Milán a continuar los estudios de gramática y literatura que ya habría comenzado en Cremona. Era Mediola­num una importante ciudad donde cabe suponer que sería fácil recibir una adecuada educación para intentar el salto final hacia Roma, donde debió de instalarse Virgilio el año 54, más o menos.

Su intención era, como la de todo romano cultivado, estudiar retórica, y parece que su padre le obligaba a prepararse para una carrera forense y política, aunque puede que este dato de su bio­grafía no sea otra vez sino el tópico que hace con frecuencia trabajar a los poetas contra las buenas intenciones de la familia. Según alguno de sus biógrafos, frecuentó las lecciones de Epidio, quien fuera también maestro por entonces de Antonio y Octa­viano, el futuro Augusto. Pero era la retórica árida especialidad para un poeta y, por otra parte, los tiempos en Roma (en el 52 Pompeyo se convirtió ya en consul sine collega) eran ya más de dinero y espada que de discursos. Por ello no es raro que Virgilio prefiriera dedicarse a frecuentar los restos de lo que había sido el círculo de Catulo, como muestran las amistades que por enton­ces habría empezado a hacer con Asinio Polión, Alfeno Varo, Cornelio Galo, Helvio Cinna y otros. A ello habría contribuido decisivamente lo que sus biógrafos describen como un fracaso en su primera intervención como abogado.

Debía Virgilio de estar en Roma el año 49, cuando estalló la guerra entre César y Pompeyo, y éste hubo de cruzar precipita­damente el Adriático con buena parte del Senado. No es seguro si militó en las armas de César ni si hubo de dejarlo ya por pro­blemas de salud. Sea como fuere, su salud, sin duda, no era buena y los acontecimientos políticos de estos años debieron marcarle profundamente; por todo ello, poco después de Farsalia se mar­cha a Nápoles (año 48 a. C.) para estudiar filosofía con el epicú­reo Sirón, director entonces del «jardín», un hermoso círculo de filósofos y artistas que habrían frecuentado nombres importantes de la Roma de entonces, como Julio César, Manlio Torcuato, Hircio, Pansa, Dolabela, Casio, Ático y Cornelio Galo. De Cre­mona a Nápoles, por tanto, parece que Virgilio no dejó de estar en estrecho contacto con los círculos intelectuales más notables.

No podemos saber con seguridad si Virgilio escribía ya por es­tos años. De ser suyos -cosa que parece dudosa a la moderna crí­tica- algunos de los poemas de la Appendix Vergiliana, los habría escrito por entonces y pueden seguirse en ellos las influencias de aquellos poetae novi que pretendían poner la poesía romana tras los pasos de Teócrito y Calímaco; de esa escuela, por tanto, que se conoce como alejandrinista. Virgilio se instaló definitivamente en Nápoles, quizá recibió en herencia la pequeña finca de Sirón (antes del 41 a. C.) y, pese a que con el tiempo llegó a tener algu­nas posesiones en la propia Roma gracias a la generosidad de sus amigos, se hicieron cada vez más raros sus viajes a la capital del imperio.

Así pues, he aquí a Virgilio tranquilamente instalado en Cam­pania mientras se desarrollaban los graves acontecimientos de la guerra civil que, primero, pusieron todo el poder en las manos de C. Julio César, y fueron al cabo la causa de su muerte, el 15 de marzo del 44. Sin embargo, cuando, tras las primeras disputas, Marco Antonio y Octaviano forman con Lépido el llamado Se­gundo Triunvirato a finales del 43, el poeta ve cómo su vida es arrastrada en el remolino de las guerras de Roma. Y es que no podía ser de otra forma: la proscripción y el subsiguiente asesi­nato de Cicerón por orden directa de los triúnviros constituían todo un síntoma de que ni los más hábiles podían quedar al mar­gen de los terribles acontecimientos. Octaviano tenía que insta­lar a 100.000 soldados que debían ser licenciados urgentemente, en evitación de males mayores. Toda Italia se vio afectada por las confiscaciones de tierras: la propia Campania donde vivía Virgi­lio, y también los campos de Cremona, su tierra natal (Mantua uae miserae nimium uicina Cremonae). Sus propias posesiones fueron confiscadas y hasta su padre debió instalarse en la finca de Nápoles. Puesto que sus amigos (Asinio Polión, Cornelio Galo y Alfeno Varo) pertenecían al círculo de los triúnviros, quiere la tradición que Virgilio habría logrado de Octaviano la devolución de su propiedad: no son, sin embargo, definitivos los datos que avalar pueden una afirmación como ésta.


Asinio Polión fue precisamente quien animó a Virgilio a que compusiera unos poemas según los Idilios de Teócrito, al modo que ya había intentado M. Valerio Mesala. Las Bucólicas fueron publicadas poco después del 39, y su éxito superó con creces los límites de los círculos alejandrinistas, siendo adaptadas con éxi­to como mimo para la escena. Virgilio, según sus biógrafos, las había comenzado a los veintiocho años, y parece que con ellas se vio de repente lanzado a una fama y una popularidad que no iban bien con su carácter retraído. Fue a raíz de este éxito cuando Mecenas puso a Virgilio en contacto con Octaviano, su antiguo compañero de estudios, arrebatándoselo al círculo de Polión, amigo y aliado de Marco Antonio.

C. Mecenas era un eques de ascendencia etrusca, que aparece ya en los días de Módena (43 a. C.) al lado de Octaviano. Persona de gran tacto y visión política, su influencia fue decisiva en la Roma que Octaviano quería modelar y especialmente en lo que se refiere al terreno de la literatura. Supo rodearse de un círculo de poetas que, a cambio de su amistad y protección, realizaron toda una campaña en favor de los intereses del futuro princeps. Virgilio, pues, fue admitido en este círculo y él mismo con Vario Rufo logró que Mecenas aceptase a Horacio. Sabemos por una sátira de este último de un famoso viaje a Brindis que reali­zó Mecenas con lo mejor de su grupo, con Virgilio, Horacio, Va­rio Rufo y Plocio Turca. Por aquellos días (37 a. C.) debía cele­brarse una entrevista en Tarento para reconciliar a Octaviano con Marco Antonio, y sin duda Mecenas se había propuesto im­presionar al futuro enemigo con toda una corte de artistas.

Podemos pensar que fue durante el trayecto cuando conven­ció Mecenas a Virgilio para que compusiera sus Geórgicas, cua­tro libros de poesía didáctica relacionada con la vida del campo. El poema de Lucrecio aún estaba reciente en todos los lectores del momento, el argumento campesino (siguiendo los pasos de Hesíodo) no podía disgustar a un autor que se había criado entre los agricultores de la campiña del Po y, por lo demás, el momento requería que los poetas cantasen sus mejores versos a la recons­trucción de Italia, la madre Italia arrasada por las guerras civi­les. El empeño, por tanto, era noble, y Virgilio no se resistió a la invitación de Mecenas, a quien luego dedicó ardorosamente su poema. Se dice que debió emplear siete años en su composición y que, en una lectura ininterrumpida de cuatro días, pudo leérselo a Octaviano a su regreso de Oriente en el 29 a.C.

No es extraño que el propio Mecenas intentase a continuación un salto cualitativo en su programa literario. Había que cantar ahora la figura de quien pronto ya se llamaría Augusto. Y había precedentes: Furio Bibáculo y Terencio Varrón habían puesto antes en verso las gestas de César en su conquista de las Galias, y los antecedentes de una épica nacional se remontaban hasta En­nio, y más atrás. La idea ronda ya en los primeros versos del libro tercero de las Geórgicas; Mecenas, sin embargo, no tenía prisa y esperaba el momento oportuno y la inspiración adecuada.

Por Macrobio sabemos de una famosa correspondencia episto­lar entre Virgilio y el propio Augusto. Era el año 26, Augusto esta­ba en Hispania dirigiendo las operaciones contra los cántabros y desde allí reclamaba ansioso al poeta el resumen o algún fragmen­to de su obra. Éste entonces le responde pidiéndole tiempo, que se sentía enajenado por el trabajo emprendido y «su Eneas» (Aenea quidem meo, dice el poeta, según su biógrafo nos lo ha transmiti­do) precisa aún de estudios más profundos. Podemos afirmar, por tanto, que era entonces cuando el poeta estaba empezando el tra­bajo que habría de ocuparle hasta su muerte, el arma uirumque que se disponía a cantar para mayor gloria de Roma y su príncipe. No sólo Augusto, sino toda la ciudad aguardaba el poema con im­paciencia, y Propercio pudo escribir en el 26 que se estaba gestan­do «algo mayor aún que la Ilíada».

Más tarde, sin embargo, Virgilio pudo satisfacer la curiosidad de Augusto, presentándole en pública lectura los libros II, IV y VI, quizá los más impresionantes. Es famosa la anécdota que nos cuenta cómo Octavia perdió el conocimiento al escuchar el pane­gírico de su hijo Marcelo contenido en el libro VI. El propio prín­cipe debió de estremecerse ante la mención de su sobrino, el jo­ven que ya había escogido como heredero y que acababa de fallecer (23 a. C.).

En el año 19 Virgilio había provisionalmente terminado su trabajo en doce libros. Él mismo se había trazado aún un progra­ma de tres años durante los que habría de visitar los lugares de Grecia y Asia en los que tantas veces aparecían sus personajes. A nuestro poeta le gustaba pulir amoroso sus versos -como lame la osa a sus crías, en comparación ya antigua- y quería una tregua para terminar definitivamente el poema. Embarcó, por tanto, y en Atenas se encontró con Augusto que volvía de Asia. Sabemos que estuvieron juntos, sabemos que el sol abrasador del verano de Mégara hizo que la salud del poeta se resintiera y sabemos que regresó precipitadamente a Brindis. Murió el 20 de septiembre y su cuerpo fue trasladado a las proximidades de Nápoles, donde recibió sepultura. Algún amigo piadoso puso en su tumba el fa­moso epitafio: Mantua me genuit...

Antes de partir para Grecia, y alarmado sin duda por una sa­lud precaria, Virgilio había confiado su Eneida a dos buenos amigos, Vario Rufo y Plocio Tuca: si algo le ocurría, debían entre­gar ese manuscrito inacabado a las llamas. Que aún no estaba terminado el poema. Augusto, sin embargo, evitó que se cum­pliera ese último deseo, y, muy al contrario, encargó a esos mis­mos amigos que lo publicasen sin añadir ni una sola letra, aun­que podían suprimir lo que, en su opinión, no sería del gusto del poeta ya desaparecido. Y así, con sus contradicciones y sus her­mosos versos incompletos, ha llegado la Eneida hasta nosotros.

Del físico y la personalidad de Virgilio no es mucho lo que sa­bemos. Era, según cuenta Donato, alto y moreno, de aspecto campesino, y así nos lo confirman los retratos antiguos que de él nos han llegado, el del mosaico de Hadrumeto y algún busto en mármol quizá de la época de Augusto. Tenía fama de tímido entre sus amigos, y es seguro que no le gustaba mostrarse en públi­co y que prefería su retiro en Campania al ajetreo de la gran ciu­dad. Quizá también esto se debió a esa misteriosa enfermedad crónica que el propio Donato menciona (tuberculosis o no); al fin y a la postre, y en palabras de García Calvo, «tan sólo la enfer­medad es lo que hace al hombre un hombre».




Capítulo I
INVOCACIONES DE JUNO

(La tempestad - Llegada a la costa de Libia - La profecía de Júpiter - Aparición de Venus - Cartago - Acogida de Dido - Festín)
Los troyanos salen victoriosos y con rumbo a Italia, al ver esto Juno con unión a Eolo arremeten contra Eneas y su tripulación. Estando mar adentro las olas se enfurecen contra los troyanos y estos piden ayuda a los dioses; Neptuno al observar esto los ayuda arrastrándolos a la isla Libia. Mientras tanto Júpiter le cuenta a su hija Citerea cual es la misión de Eneas, la cual es crear Roma. Eneas no sabía dónde estaba hasta que una hermosa mujer le dijo, ella era su madre Venus; en aquel país vivía la reina Dido la cual recibió muy bien a los troyanos con muchas atenciones; ella también por culpa de cupido y Venus se enamora profundamente de Eneas.




Capítulo II
DESTRUCCIÓN DE TROYA

(El caballo de madera - La traición de Sinón - Laocoonte)
Estaban todos reunidos y Eneas comienza a contar las historias que habían tenido en la guerra; como la de un caballo que ellos regalaron a los griegos y estos lo despreciaron dañándolo; también sobre Sinón, un hombre al que pensaban matar y ellos decidieron perdonarle la vida sí este los seguía pero él desagradecido habló mal de los troyanos, también sobre un sacerdote llamado Laocoonte sobre como dos horribles monstruos del mar lo mataron; y también de que manera se le aparece Héctor a Eneas pidiéndole que saliera de esa tierra.

Capítulo III
EL VIAJE
(De Troya a Creta - La lucha con las harpías - Encuentro con Andrómaca - Del Espiro a Sicilia - El Cíclope Polifemo)
Aquí Eneas cuenta como hicieron la tierra de Pérgamo junto la compañía de su padre Anquises, su mujer Creusa y sus hijos Iulo y Ascanio, también sobre las Harpías y la maldición que una de ellas llamada Celeno les hace. Habla sobre el encuentro con su amiga Andrómaca y las advertencias que ella le hace para seguir su camino, recomendándole que hable con Sibilia de Cumas ya que ella le indicaría lo demás; Gracias a las predicciones de Palunior el astrónomo, se continuó el viaje; ¡claro sufriendo por culpa de tormentas! Al llegar a la isla del cíclope nos encontramos con un Aqueo y nos rogó que nos lo lleváramos y explicó lo peligrosos que eran los cíclopes, con miedo salimos de ahí y llegamos a Cartago.

Capítulo IV
LAS DESVENTURAS DE DIDO

(Dido y Ana - La partida de caza - El mensaje de Mercurio - El furor de Dido - El suicidio)
Eneas termina de contar su historia; con el tiempo Dido le cuenta a su prima Ana, el Amor que siente por Eneas y esta le dice que luche por él; de repente Yarbas antiguo admirador de Dido se entera y le suplica a Júpiter que los separe, Júpiter cumple, pero al hacerlo Dido se desquicia buscando así su suicidio.




Capítulo V
EN SICILIA

(Conmemoración de Anquises - Los juegos - Los Arqueros - El incendio de la flota - La última Travesía - Muerte de Palinuro)
Eneas cree saber que paso con Dido pero no se quiere mortificar; con el tiempo muere su padre Anquises pero Eneas trata de hablar con él por medio del juego y su padre se siente orgulloso, después para distraerse juegan con dardos; el mejor fue Alcestes y gracias a él les llegó una predicción. A Juno no le convenía que ellos continuaran con su viaje, así que mandó a Iris a destruir los barcos quemándolos, esto lo hizo con la ayuda de algunas guerreras troyanas que estaban aburridas; Eneas al ver eso, recurre a la ayuda de Júpiter y sigue navegando con los que quieren continuar; uno de ellos llamado Polinuro muere, por desafiar a Morfeo dios del sueño y la noche.


Capítulo VI
DESCENSO AL INFIERNO

(La Sibilia de Cumas - Funeral de Miseno - Las moradas infernales - El paso de la laguna Estigia - El tértaro - Los campos Eliseos - La descendencia Romana - ¡Tú serás Marcelo!)
Llegando a Italia Eneas llamó a Sibilia y ella le explicó como ir al infierno, Miseno en esos días murió y sirvió para hacer el ritual, de esta manera Eneas entra al infierno en compañía de Sibilia; ahí mira a Dido eso lo pone muy triste, de repente el camino se divide en dos, en uno de ellos estaba el dios del rostro feo hermano de Júpiter y Neptuno era Platón, en el otro estaba Sisífone. Por fin mira a su padre Anquises, Eneas le pregunta ¿cuál será la nueva tierra? Y él responde que Roma, su padre también le cuenta que tendrá grandes problemas pero que la solución será Marcelo.


Capítulo VII
LA IRRITACIÓN DE JUNO

(El lacio - La acogida del rey latino - La infernal Alecto - Guerra entre latinos y troyanos)
Eneas llega a la tierra de Lacio, el cual es un rey, esposo de Amata y padre de Lavinia; el guerrero se da cuenta que esa es la tierra; el rey se da cuenta que el guerrero es el muchacho del oráculo, por este motivo el Rey recibe muy bien a Eneas y a los suyos. Juno al ver el éxito de los Troyanos arma un plan, donde sale perjudicada Amata ya que es mordida por una serpiente y Eneas por que las personas piensan que él es el culpable iniciando así una tonta guerra.


Capítulo VIII
EVANDRO Y ENEAS

(El padre Tíber - El reinado de Saturno - La fragua de Vulcano - El escudo de Eneas)
Cuando Eneas duerme se le aparece el Tíber, el cual le indica donde hay una cueva que era habitada por Caco, mitad hombre y fiera; cuando Eneas va se encuentra con Evandro y su hijo Palonte los cuales le cuentan la historia de esas tierras. Para la guerra Venus le pide a Volcano que le haga armaduras a Eneas y este acepta; el escudo que Venus le llevó a Eneas era muy hermoso.


Capítulo IX
TURCO A LOS TROYANOS

(Asedio Del campamento - Niso y Eurialo - El asalto - Encarnizamiento de turno)
Juno manda a destruir las embarcaciones de Eneas y Venus le pide a Júpiter que no lo haga. Cierta noche dos jóvenes Niso y Eurialo quisieron matar a algunos latinos, los rútulos se dieron cuenta y después los mataron; Turno era novio Lavinia, pero ella lo cambia por Eneas, manda una Tea encendiendo todo; Ascanio de la rabia mata ha Lomulo conocido como Rémulo; Turno se pone furioso y entra a matarlos a todos, ellos lo acorralaron y Turno opto por arrojarse al río.


Capítulo X
CONTINÚA LA GUERRA

(La asamblea de los dioses - los amigos de Eneas - Muerte de Palante - Muerte de Lauso y de Mezencio)
Júpiter reúne a los dioses en el Olimpo y les dice que no se peleen más entre ellos. Los guerreros de Eneas se encuentran asustados ya que su líder no está pero siguen peleando. Turno busca a Eneas para pelear, después se mete Palante y lo matan. Mezencio reemplaza a Turno y pelea con Eneas, el termina herido y en defensa entra su hijo Lauso el cual muere, al enterarse de esto Mezencio, también muere.


Capítulo XI
CAMILA

(Funeral de Palante - El gran consejo Latino - Asedio la capital laurentina - Historia de Camila - Muerte de Camila)
Todos estaban muy tristes por la muerte de su amigo y Eneas juró que fundaría la tierra Troyana. Los latinos se dieron cuenta que sus contrincantes eran muy difíciles y no querían pelear más pero Turno sí, nadie lo ayudó, solamente la virgen Camila una valiente mujer guerrera que murió por culpa de Cloreo por causa de una lanza en su pecho.


Capítulo XII
LA VICTORIA DE ENEAS

(El duelo frustrado - La paz rota - Eneas y Turno - Júpiter y Juno - Muerte de Turno)
Lacio, Amata y la misma Lavinia le piden a Turno que desista de la idea pero él no quiere, estando listos para pelear llega la hermana de Turno Yuturna pidiéndole que no lo haga. De repente todos se escandalizan y empieza a pelear entre todos, hasta que Eneas les dice que no lo hagan. En el Olimpo ya Juno cansada de La guerra le dice a Júpiter que cualquiera que gane no le quite las costumbres al otro, Júpiter está de acuerdo. Turno coge una piedra y se la tira ha Eneas pero no le pasa nada, en cambio Eneas coge su lanza y se la entierra en su pecho dando así la muerte de Turno; con el tiempo Eneas y Lavinia crean ha Roma.



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