lunes, 16 de abril de 2012

Tres mujeres bíblicas: Ester, Reina de Persia (Parte IV)




ESTER

La figura bíblica de Ester es interesantísima y, en estas líneas, trataremos de centrar un poco su intervención en la Biblia. No obstante, cabe señalar que su libro no está exento de polémicas puesto que no tiene una base histórica real, a pesar de ello el texto sagrado describe bien la ciudad de Susa y algunas costumbres persas, además el retrato que da del rey Asuero –transcripción hebrea de Jerjes- parece bastante ajustado a la realidad. Conviene pensar que el autor –o autores- del libro no quisieron escribir un relato histórico, sino algo simbólico para tratar de esclarecer una enseñanza moral. El texto presenta, del mismo modo, dos versiones, la griega y la hebrea, que se entrecruzan y complementan. Nosotros, ante tales dificultades, nos centraremos únicamente en la actuación de esta mujer de características tan atractivas, sin entrar en si sucedió de verdad o es un hecho alegórico.

En pintura y en la literatura la figura de Ester aparece repetidamente representada o aludida. Baste recordar, en literatura la tragedia “Ester” de Racine o la comedia “La hermosa Ester”, de Lope de Vega, y, en pintura, las obras “Ester ante Asuero”, de Filipino Lippi o “Ester desmayada ante Asuero”, de Tintoretto.
La versión griega de Ester empieza con el sueño de Mardoqueo que anticipa el relato y pone de relieve la intervención divina. Mardoqueo es un “varón ilustre”, judío, que procede de la tribu de Benjamín y que sirve en la corte del rey persa, puesto que “era de los cautivos que Nubocodonosor había llevado en cautiverio de Jerusalén con Jeconías, rey de Judá” (Ester, 11, 3):

“He aquí su sueño: soñó que oía voces y tumultos, truenos, terremotos y gran alboroto en la tierra, cuando dos grandes dragones prestos a acometerse uno a otro, dieron fuertes rugidos, y a su voz se prepararon para la guerra todas las naciones de la tierra, a fin de combatir contra la nación de los justos. Fue aquel día, día de tinieblas, de obscuridad, de tribulación y de angustia, de oprobio y de turbación grandes sobre la tierra. Toda la nación justa se turbó ante el temor de sus males, y se disponía a perecer. Pero clamaron a Dios, y a su clamor una fuentecilla se hizo un río caudaloso, de muchas aguas, y apareció una lumbrerita que se hizo sol, y fueron ensalzados los humildes y devoraron a los gloriosos” (Ester, 11, 4-10).

El texto en hebreo nos habla de Mardoqueo también y presenta a Ester, una sobrina suya a la que él ha criado desde niña puesto que es huérfana. Ester recibe el nombre de “Hedisa”, que significa Mirto y es “bella de talle y de hermosa presencia” (Ester, 2, 7).

En una ocasión el rey Asuero pide a su esposa, la reina Vasti, que se presente ante él y sus invitados y la reina se niega. Enojado el rey, la repudia y promulga un edicto según el cual la mujer más bella que encuentre será su esposa, la reina. Casualmente, Ester es llevada a su presencia, junto con otras jóvenes y gusta mucho al rey, quien acaba tomándola por esposa. La joven soporta junto a otras mujeres doce meses de preparativos antes de presentarse al rey. Por su sencillez, ya que no pide nada, despierta las simpatías del jefe de los eunucos quien le da la mejor habitación. Y cuando va ante el rey lo hace de manera discreta, sin ostentaciones. Ester, no obstante, no dice que es judía. Ése es su secreto:

“Ester no dio a conocer ni su pueblo ni su nacimiento, pues Mardoqueo le había prohibido que lo declarase” (Ester, 2, 10).

Ester acaba siendo la favorita del rey y la ama por encima de todas las demás, por su belleza, por su discreción, por su saber estar, por su lealtad, ya que es Ester quien, gracias a su tío Mardoqueo, descubre un complot que los eunucos tramaban contra el rey Asuero:

“El rey amó a Ester más que a todas las otras mujeres, y halló ésta gracia y favor ante él más que ninguna otra de las jóvenes. Puso la corona real sobre su cabeza y la hizo reina en lugar de Vasti” (Ester, 2, 17).

Mientras, el rey pone al frente de su casa a Amán, un personaje pérfido y prepotente; tanto es así que, al ver que Mardoqueo no dobla la rodilla en su presencia, empieza a maquinar la destrucción de su pueblo, ya que averigua que él es de procedencia judía. Así publica, con el beneplácito del rey, el decreto de exterminio contra los judíos:

“Hay en todas las provincias de tu reino un pueblo disperso y separado de todos los otros pueblos, que tiene leyes diferentes de las de todos los otros y no guarda las leyes del rey. No conviene a los intereses del rey dejarlos en paz” (Ester, 3, 8).

Más adelante, de nuevo en el texto griego de “Ester” (13) leemos todo el edicto que, entre otros aspectos, dice:

“He averiguado que esta nación vive totalmente aislada, siempre en abierta oposición con todo el género humano, y que al temor de sus leyes observa un género de vida extraño, hostil a nuestros intereses, y comete los más perversos excesos para impedir el buen orden del reino” (Ester, 13, 5).

Mardoqueo, cuando se entera, “rasgó sus vestiduras, se vistió de saco y se cubrió de ceniza y se fue por medio de la ciudad, dando fuertes, dolorosos gemidos” (4, 1). Ester se atemoriza ante las exigencias de su tío de que hable con el rey y abogue por los judíos. Ester sabe que no puede presentarse ante el rey si no es llamada y sabe también que, si lo hace, será condenada a pena de muerte. No obstante, su tío porfía:

“No vayas a creer que tú serás la única en escapar entre los judíos todos por estar en la casa del rey, porque si ahora callas y el socorro y la liberación viniera a los judíos de otra parte, tú y la casa de tu padre pereceríais. ¿Y quién sabe si no es precisamente para un tiempo como éste para lo que tú has llegado a la realeza?” (Ester, 4, 12-14).

Mardoqueo, pues, piensa que Ester está allí por designio devino. Ester decide ir a ver al rey y morir si es preciso. No obstante, pide a los judíos que Susa que rueguen por ella y Mardoqueo ora así:

“Señor, Señor, Rey omnipotente, en cuyo poder se hallan todas las cosas, a quien nada podrá oponerse si quisieres salvar a Israel: Tú que has hecho el cielo y la tierra y todas las maravillas que hay bajo los cielos, tú que eres dueño de todo y nada hay, Señor, que pueda resistirte. Tú lo sabes todo; tú sabes, Señor, que no por orgullo ni altivez ni por vanagloria hice lo esto de no adorar al orgulloso Amán; que de buena gana besaría las huellas de sus pies por la salud de Israel; que yo hice esto por no poner la gloria del hombre por encima de la gloria de Dios; que no adoraré a nadie fuera de ti, mi Señor, y que obrando así no lo hago por altivez” (Ester, 13, 9-14).

La reina Ester, por su parte, también ora:

“Señor mío, tú que eres nuestro único Rey, socórreme a mí, desolada, que no tengo ayuda sino en ti, porque se acerca el peligro. Desde que nací he oído en la tribu de mi familia que tú, Señor, escogiste a Israel entre todas las naciones y a nuestros padres entre todos sus progenitores, por heredad perpetua, y que les cumpliste cuanto les habías prometido” (Ester, 14, 3-5).

Y añade, consciente de su arriesgada misión:

“Pon en mis labios palabras apropiadas en presencia del león y muda su corazón en odio al que nos hace la guerra para ruina suya y de sus parciales. Líbrame con tu mano y ayúdame a mí, que estoy sola y no tengo sino a ti, Señor” (Ester, 14, 13-14).

Ester, confortada por la oración, se engalana y va a ver al rey, ayudada por dos criadas, tan débil está. El rey la recibe con muestras de cariño y le pide que hable, que le daría, si hiciera falta, la mitad de su reino. Ester, pide que el rey y Amán asistan a un banquete que ella les ofrecerá y el rey dice que sus palabras son órdenes.

Mientras, Amán se muestra muy ufano hasta que ve que Mardoqueo sigue en la corte, como si no hubiera pasado nada. Pide consejo a su mujer, Zeres, y a los suyos y todos coinciden en que hay que preparar una “horca de cincuenta codos de alta” para colgar a Mardoqueo, sólo así Amán se quitará la espina que tiene clavada.

Por la noche, el rey no puede dormir y consulta sus crónicas, cuando ve que, gracias a Mardoqueo se desmanteló una trama urdida contra él. Se extraña al ver que no le ha concedido ningún honor por eso. Amán pide ser recibido, pero el rey no le deja hablar y le tiende una trampa al preguntarle qué se ha de hacer con alguien a quien el rey quiere honrar. Amán dice lo que se le ocurre para él, pensando que él será el honrado y, cuál es su desconcierto, cuando ve que se Mardoqueo de quien se está hablando y a quien él mismo ha de honrar por exigencias del rey.

Llega el día del banquete y Ester, ante el rey, desvela todos los planes de Amán:

“Si he hallado gracia a tus ojos, ¡oh rey!, y si el rey lo cree bueno, concédeme la vida mía: he ahí mi petición, y salva a mi pueblo: he ahí mi deseo. Porque estamos vendidos yo y mi pueblo para ser exterminados, degollados, aniquilados” (Ester, 7, 3-4).

Asuero pregunta quién es el causante y manda colgar a Amán en la misma horca que él había preparado para Mardoqueo. Ester pide que se revoque el edicto y el rey así lo hace y aprovecha para concederles algunos beneficios. Los judíos se vengan del daño que se les ha hecho degollando, en todas las provincias, a innumerables persas, unos 75.000. Desde entonces se celebra la fiesta de “purim”, de las suertes, que es una fiesta más popular que religiosa que tiene como eje un banquete, igual que el de Ester.

Termina el libro haciendo alusión al sueño del que hablábamos al principio, de Mardoqueo y a su interpretación. La fuentecilla que iba a salvar a su pueblo no es otra sino Ester.

En el relato se observa la animadversión que levantaba el pueblo judío en la antigüedad porque vivían de acuerdo a sus leyes y tenían unas normas y preceptos singulares. El telón de fondo del texto lo marcan las muertes, las traiciones y los banquetes en donde se urden las mismas. No obstante, queda clara la idea de que, por encima de la mano del hombre, hay otra mucho más poderosa que es la de Dios, quien sigue al lado de su pueblo, el elegido.

Ester viene a ser el elemento del que sirve Dios para salvar a su pueblo, pese a ser una mujer (y tenida en poco por la sociedad), Dios la ha escogido porque ella confía en Él. Eso es lo que importa.

Nos pueden horrorizar tantas matanzas y tanta venganza, quizás sí, pero hay que recordar que imperaba la ley del Talión y que los judíos iban a ser masacrados primero, por eso, echadas las suertes, los “pur”, acabaron siendo ellos los agresores. El mensaje cristiano aún está muy lejos y el libro representa, seguramente exagerados, unos acontecimientos violentos para demostrar que quien confía en Dios siempre sale victorioso.

Ester ha confiado, no ha temido a la muerte, ha osado molestar a su rey, y, sin embargo ha sido recompensada, precisamente por eso, por confiar en la Providencia Divina. Su figura ha salido fortalecida y victoriosa, precisamente porque no ha dudado y ha pedido valor a Dios, su Señor.

Es un mensaje de coraje para el pueblo judío, sin duda, que sería importante para reafirmarlos en su misión y en su carácter especial, como pueblo elegido.

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