lunes, 16 de abril de 2012

El ensayo literario




Introducción al ensayo

Cuando usamos los términos literarios de narrativa, poesía o teatro, todos comprendemos su significado. La palabra ensayo, sin embargo, parece que se usa para todo aquello que no es poesía, teatro o narrativa. Cuando un profesor asigna un “ensayo” como trabajo final para una clase, normalmente no se refiere a un “ensayo literario” sino a un trabajo de investigación. Aquí vamos a estudiar el ensayo como uno de los géneros literarios.

Vamos a comenzar con una definición que empiece a establecer el marco del género: El ensayo es un escrito en prosa de extensión moderada que se caracteriza por ser un escrito sobre un tema que no se pretende agotar. El ensayo es una reflexión desde la perspectiva personal de un autor implícito que se presenta como proyección artística del autor real. El ensayo es un género literario en el que el fin estético surge entrelazado con el proceso reflexivo sin sacrificarse el uno al otro. El ensayo muestra las ideas en el proceso de su formación, por lo que el juicio que se articula es tan importante como el proceso mediante el cual se conciben y organizan las ideas. Como todo escrito, nace en tensión con el ambiente cultural en que se concibe, pero busca trascenderlo al hacer del ser humano punto de partida y destino a la vez. La ensayística procura alejarse del dogmatismo que aporta el pensamiento hecho –del tratado, por ejemplo– al presentar la idea en su gestación y como invitación, implícita o explícita, al lector a participar y a continuar las reflexiones en su propio pensamiento.

1. Esta definición tiene muchos aspectos que necesitan más explicación para poderla comprender. ¿Desde qué perspectiva se ha escrito la definición?
Hay tres momentos literarios: el autor, el texto y el lector. Los tres momentos se relacionan en el acto de la comunicación y son a la vez independientes en cuanto al proceso de codificación y decodificación. El autor produce el texto siguiendo los principios de la comunicación. El lector, al leer el texto reconoce dichos principios de la comunicación.

2. ¿En qué sentido es el ensayo un género natural y cuándo se empieza a formar como género histórico?
Como uno de los cuatro géneros naturales –los otros: lírica, narrativa, dramática– la ensayística representa un modo de comunicación: la comunicación persuasiva mediante la reflexión. Como género literario histórico, el ensayo surge como forma de pensar sin una retórica precisa; es decir, sin una serie de características formales que lo limiten. En este sentido podemos remontarnos a la Grecia clásica y hablar de la ensayística de Platón en sus Diálogos, o de los ensayos de Séneca en lo que él denominó Epístolas. El término ensayo lo fija Michel Montaigne en 1580 al publicar la primera edición de sus Essais. Dentro del mismo siglo XVI, en 1597, comienzan a publicarse los primeros ensayos de Francis Bacon. Ambos escritores fijan los principios históricos del nuevo género literario.

3. ¿Qué quiere decir que la definición anterior del ensayo está escrita desde la perspectiva de los géneros literarios?
Queremos decir que para construir esa definición hemos usado la percepción del ensayo como género natural –cuyo objetivo principal es la persuasión en la comunicación–, junto con las construcciones históricas. Podemos estudiar el ensayo considerando sucesivamente sus características desde la perspectiva del autor, desde la perspectiva del texto y desde la perspectiva del lector.

Desde el punto de vista del autor:
3.1. El ensayo se dirige a la generalidad:
Lo importante en el ensayo no son los datos que aporta sobre un tema, sino la nueva perspectiva en su tratamiento, las sugerencias que adelanta y que desea que se proyecten en el lector. El ensayo, por lo tanto, no es un texto para especialistas ni un texto de vulgarización. El buen ensayo evita los términos especializados, pero en sus reflexiones giran en torno a referencias culturales que demandan cierta preparación humanística en el lector. Los ensayos se escriben para la generalidad de los lectores cultos. El ensayista es el último en aparecer en la historia literaria de un país. Esta realidad que apenas ha sido tenida en cuenta, puede llegar a ser una de las claves primordiales para la comprensión del género ensayístico. Si el ensayo fuera algo incompleto, preliminar, lo lógico sería que estuviera a la vanguardia de cualquier movimiento.

¿Por qué, pues, se escribe cuando ya todo parece estar hecho? En busca de una explicación, traigamos a la memoria algunos de los temas tratados por Ortega y Gasset: sobre Don Quijote, sobre la novela, sobre la deshumanización del arte, sobre las masas, sobre el pasado de España. En todos ellos encontramos un común denominador: versan sobre algo ya existente. Lo cual, lejos de suponer una nota negativa para el género, es una de sus características decisivas. Su misma existencia depende no sólo de un "algo" ya creado, sino de que ese "algo" haya sido asimilado por los posibles lectores: sus escritos abundan en referencias y alusiones que deben ser comprendidas para que estos adquieran su verdadera dimensión.

El especialista investiga y el ensayista interpreta. Tal afirmación es sin duda exagerada y, por tanto, inexacta: el ensayista es también un especialista, especialista de la interpretación. A pesar de ello puede servir para determinar dos procesos en el acercamiento a las cosas. El especialista comunica sus descubrimientos después de una rigurosa investigación y lo hace con el dogmatismo de quien se cree poseedor de la verdad. El ensayista, por el contrario, siente la necesidad de decir algo, pero sabe que lo hace desde el perspectivismo de su propio ser y por lo tanto nos lo entrega no como algo absoluto, sino como una posible interpretación que debe ser tenida en cuenta. El especialista, formado dentro de la tradición, se muestra reacio a cualquier interpretación heterodoxa. El ensayista, libre de tal peso, deja libre su ingenio en una re-evaluación de lo establecido ante los valores del momento.

Los verdaderos ensayos pueden estar escritos por especialistas del tema tratado; generalmente, sin embargo, no sucede así. El valor del ensayo no depende del número de datos que aporte, sino del poder de las intuiciones que se vislumbren y de las sugerencias capaces de despertar en el lector. En realidad, el ser o no ser especialista en la materia tratada es algo muy secundario en el verdadero ensayo. Recuérdese que como obra literaria persigue ante todo una comunicación humanística. Octavio Paz reconoce esta peculiaridad del ensayo cuando señala en El ogro filantrópico: "Mis reflexiones sobre el Estado no son sistemáticas y deben verse más bien como una invitación a los especialistas para que estudien el tema". En ocasiones, según el tema que se trate, el ser especialista puede convertirse en un serio impedimento. En el ensayo no tiene cabida la "vulgarización", pues, repitámoslo, lo importante no son los datos, ni las teorías que se aclaren, sino el proceso mismo de pensar y las sugerencias capaces de ser proyectadas por el mismo lector. Si la vulgarización no tiene cabida en el ensayo, tampoco lo tienen los términos ni las expresiones técnicas, las cuales, por otra parte, sólo son necesarias cuando se trata a un nivel de profundidad lo particular, y el ensayo enfoca lo particular en el fondo de lo universal.

3.2. El ensayo y su función de sugerir:
Entre los polos de autor y lector se encuentra el texto. El texto es también nuestro punto de partida. Así desde el texto hacia el autor caracterizamos al ensayo como una forma de pensar, como confesión intelectual con frecuentes digresiones y con carácter dialogal. Desde el texto hacia el lector descubrimos la función de sugerir del ensayo y la necesidad de un lector activo dispuesto a dialogar con el texto que lee. El objetivo de un buen ensayo no es darnos datos, sino proporcionar ideas, perspectivas, sugerencias que nos motiven a reflexionar.

El ensayista en su doble función de escritor —creador— y de científico, comparte también características de ambos. Como escritor es libre en la elección de tema y en el tratamiento de éste, es libre de proyectar su personalidad y valerse de intuiciones; como científico debe ajustarse a los hechos, los datos son los mismos del investigador que escribe un tratado, pero mientras éste da énfasis a estos mismos datos y no se sale del campo de lo objetivo (busca la comunicación de datos), el ensayista transciende lo concreto del dato, para concentrarse en la interpretación (comunicación humanística) a través de una proyección subjetiva. Por ello el tratado únicamente enseña, mientras que el ensayo primordialmente sugiere.

El ensayista no pretende probar, sino por medio de sugerencias influir. Los ensayistas verdaderos expresan con claridad este propósito, así Alfonso Reyes nos dice: "Yo mismo ando revoloteando hace rato, a vuestros ojos, en alas de la imaginación. Conviene frenar. Sólo he querido, en esta charla sin pretensiones, excitaros"; o Miguel de Unamuno: "No espere el lector hallar aquí más que indicaciones y sugestiones, meros puntos de reflexión que ha de desarrollar por sí mismo". Y Ortega y Gasset, más explícito, señala sobre el particular al hacer referencia a los ensayos que forman su libro Meditaciones del Quijote: "Con mayor razón habrá de hacerse así en ensayos de este género, donde las doctrinas, bien que convicciones científicas para el autor, no pretenden ser recibidas por el lector como verdades. Yo sólo ofrezco posibles maneras nuevas de mirar las cosas. Invito al lector a que las ensaye por sí mismo; que experimente si, en efecto, proporcionan visiones fecundas; él, pues, en virtud de su íntima y leal experiencia, probará su verdad o su error. En mi intención llevan estas ideas un oficio menos grave que el científico; no han de obstinarse en que otros las adopten, sino meramente quisieran despertar en almas hermanas otros pensamientos hermanos".

El ensayo, pues, no pretende probar nada, y por ello no presenta resultados, sino desarrollos que se exponen en un proceso dialógico en el que el lector es una parte integral. El deseo de incitar puede ser ligero e indirecto, como propone Ramón y Cajal en Charlas de café: "No tiro, pues, a adoctrinar, sino a entretener y, cuando más, a sugerir. En conseguirlo aunque sea muy parcamente, cifraré todo mi empeño". En la mayoría de los ensayos, sin embargo, el deseo de sugerir a través de una exposición artística es el fin primordial del ensayista. Así nos dice Unamuno: "Entremos ahora en indicaciones que guíen al lector en esta tarea, en sugestiones que le sirvan para ese efecto". Y con actitud desafiante señala Octavio Paz: "Mis palabras irritarán a muchos; no importa, el pensamiento independiente es casi siempre impopular". En realidad, el ensayo es el género literario que demanda mayor esfuerzo por parte del lector; nada en él es seguro o terminado, da la impresión de que apenas se comienza un tema cuando el ensayista nos lo abandona.

3.3. Las digresiones en el ensayo:
Una de las diferencias más relevantes del ensayo frente al artículo académico, al tratado o incluso al artículo periodístico se encuentra en su estructura. Mientras estos últimos poseen una estructura externa, lógica, la estructura del ensayo es orgánica. Es decir, la estructura del ensayo es interna, emotiva. Esta característica proporciona al texto una sensación de espontaneidad, de sinceridad, de estar expresando algo sentido. El ensayo es como un paseo intelectual por un camino lleno de contrastes, en el que la diversidad de paisajes motiva abundancia de ideas que emanan con naturalidad en el discurso. Su supuesta incoherencia es la misma del ser humano pensante ante la inmensidad de lo creado. Es, sin duda, el "yo" que reacciona, pero también un "yo" consciente de ser sólo un compuesto de innumerables fragmentos de vida, hechos propios al reconocerse en lo que le rodea en un esfuerzo por sentirse ser. De ahí que la unidad estructural en el ensayo no sea la lógica, en cuanto producto únicamente de un sistema racional externo, sino la orgánica, la emotiva, procedente de la experiencia que nos muestra el "yo" a través del sentirse reaccionar ante "lo demás" o ante "lo otro" en sí mismo. Naturalmente, ello no significa que la unidad estructural externa no tenga cabida en el ensayo, ya que ambas pueden coincidir y de hecho así sucede en sobradas ocasiones. Lo que sí conviene tener presente es que ésta queda subordinada a la unidad interior, emotiva. Del mismo modo que en un paseo por la montaña, la montaña misma puede ser algo secundario si nos entretenemos en observar los árboles, o en el correr rápido de un arroyo, o en el revolotear de unas aves, así también en el ensayo el tema propuesto puede llegar a ser secundario en relación a las posibles digresiones en las que el ensayista se proyecte.

Tales las reflexiones sobre México en el ensayo Discurso por Virgilio de Alfonso Reyes. Virgilio y su obra se convierten en el marco que contiene y proyecta el pensamiento de Reyes sobre México y que motiva las palabras finales de "¡Virgilio me ha llevado tan lejos! La ausencia y la distancia nos enseña a mirar la patria panorámicamente". Desde esta perspectiva todo el ensayo puede ser considerado como una serie de digresiones: "No puedo nombrar al padre Hidalgo, en ocasión que de Virgilio se trata, sin detenerme a expresar...". Pero el ensayo no trata sobre Virgilio; la conmemoración de Virgilio proporciona el punto de partida y el punto de apoyo que da unidad externa al ensayo. La conformación interna es el pensamiento de Reyes sobre México: interpretación y confrontación de su pasado y presente. Esta característica, tan común en los ensayos, es tan antigua como lo es el género ensayístico mismo.

En la introducción al ensayo hemos ya mencionado el carácter conversacional del ensayo, el cual se consigue precisamente mediante su estructura interior, orgánica, emotiva, que hace que las ideas emanen unas de otras como los eslabones de una cadena, sin que la dirección de ésta se encuentre de ningún modo predeterminada. De ahí expresiones —muchas más veces implícitas que explícitas en los ensayos— como la siguiente: "Lo que acabamos de decir nos conduce a hablar de...". Esta es la unidad estructural por excelencia en la obra de Montaigne, el primer escritor en denominar a sus escritos ensayos, cuya fórmula él mismo expresa con las siguientes palabras: "Lo extraño de tales invenciones me trae a la mente esta otra divagación". Lo más común, sin embargo, es que el ensayista no avise al lector en el momento de internarse en una digresión, y que éste no sea consciente de ello hasta el final de la digresión misma, cuando el ensayista hace, con frecuencia, referencia a su deseo de regresar "al momento" que quedó interrumpido. Es como si estuviéramos soñando despiertos y sacudiésemos la cabeza para interrumpir el hilo de nuestras divagaciones.

Antes de finalizar esta sección conviene hacer algunas observaciones en torno al término "digresión". El Diccionario de la Real Academia lo define como "efecto de romper el hilo del discurso y de hablar en él de cosas que no tengan conexión o íntimo enlace con aquello de que se está tratando". Tal definición resulta inoperante cuando se analiza. Quizás los mismos académicos lo comprendieron así, cuando se sintieron obligados a añadir que "la digresión para no ser viciosa ha de ser motivada". ¿Motivada? ¿Para quién? La experiencia nos enseña que las digresiones, y esta es la naturaleza del concepto, siempre son motivadas para el que habla o escribe; para el que lee o escucha lo serán sólo en la medida en que la persona que habla o escribe sea la causa del interés. Y como las experiencias vivenciales de una persona no se encuentran en el ámbito de lo objetivo, busco la digresión como el vehículo que me permitirá llegar al "autor(a)". Considerada de este modo, la digresión podrá ser positiva o negativa, y su valor dependerá únicamente de la fuerza del autor y de su capacidad por interesarnos en su persona, en sus sentimientos, en lo que un tema cualquiera pueda hacerle meditar.

3.4. Actualidad del tema tratado:
El carácter eminentemente actual de los periódicos nos muestra ejemplos precisos de lo que el concepto actual significa en el contexto de un ensayo. En las primeras páginas de un periódico se describe, por ejemplo, un acto terrorista —dónde, cuándo, los autores, los daños causados—; el mismo periódico puede incluir en la página editorial un ensayo en el que se reflexiona sobre el terrorismo —causas, implicaciones para la sociedad, reflexiones para comprenderlo y para superarlo, sugerencias que motiven nuestra reflexión—. Los dos textos tratan temas de actualidad. El valor del artículo depende de la información que provee; el valor del ensayo depende de las reflexiones que motiva en cada lector. El artículo pierde valor con el paso de los días (incluso con el paso de las horas); el ensayo transciende el tiempo. Del carácter esencialmente comunicativo del ensayo, en su intento de establecer un lazo de diálogo íntimo entre el ensayista y el lector, se desprende la necesidad de su contemporaneidad en el tiempo y en el ambiente. Pero el concepto actual no sólo hace referencia a los sucesos del presente, los cuales si no se los somete a una visión en perspectiva y se los eleva a un plano de trascendencia, sólo poseen el caduco valor de la novedad, sino que significa con más propiedad un replanteamiento de los problemas humanos ante los valores que individualizan y diferencian a cada época de las precedentes. Es decir, lo actual se encuentra en esa actitud, siempre implícita en todo buen ensayo, de cuestionar los valores establecidos. Tal es el sentido del ensayo Ayacucho, de Hostos. La batalla de Ayacucho (1824) en sí no le interesa al ensayista; lo que le importa es Ayacucho como símbolo, como ruptura de un orden, como pieza angular que sostendrá su reconstrucción de un proceso histórico, cuya proyección explícita es la liberación del estado colonial del Puerto Rico de su tiempo. Ayacucho, como símbolo de la independencia política de la Iberoamérica continental, se convierte así en un jalón más de un proceso todavía inconcluso: "El ideal cristiano no cabía en la unidad católica, y la rompió. El ideal social no cabía en la unidad monárquica, y la rompió. El ideal del progreso no cabía en la unidad territorial, y la rompió".

El ensayista, en su diálogo con el lector o consigo mismo, reflexiona siempre sobre el presente, apoyado en la sólida base del pasado y con el implícito deseo de anticipar el futuro por medio de la comprensión del momento actual. Mas la conexión con el "momento actual" arranca, precisamente, de un cuestionamiento liberador de los valores culturales dominantes. El ensayista escribe, es verdad, desde y para una época, por lo que los temas y la aproximación a ellos estarán forzosamente subordinados a las circunstancias del presente vivido. En el ensayo de Hostos anteriormente citado, se señalan explícitamente las alternativas: "A los ojos de una historia filosófica, Ayacucho empezó en 1533. A los ojos de la crítica, Ayacucho empezó en 1810. Sólo a los mal abiertos de la narrativa empezó y acabó el 9 de diciembre de 1824". Las reflexiones de un ensayo no tienen que girar necesariamente sobre temas filosóficos o literarios, cualquier aspecto es propicio. Lo literario, como señalamos bajo "voluntad de estilo", se refleja en la dimensión artística de cómo lo dice, y el carácter filosófico se exterioriza al colocar lo actual en perspectiva de la condición humana y buscar así que transcienda el espacio y el tiempo.

3.5. El ensayo como forma de pensar:
La estructura del ensayo es orgánica; es decir, las ideas surgen unas de las otras, por lo que se opone a la sistematización del tratado. El ensayista transcribe el pensamiento según fluye en su mente. Cuando decimos que el ensayo es una forma de pensar, queremos decir que está escrito como diálogo íntimo del ensayista consigo mismo. La condición peculiar del ensayo reside en una armoniosa simbiosis de la idea con la voluntad de estilo: las ideas expresadas de forma artística. La transcripción del pensamiento según fluye a la mente del ensayista, se opone a la sistematización del tratado. Pero el buen ensayo nos absorbe de tal modo en el proceso generativo de las ideas, que el "desorden" en que puedan surgir las ideas es imperceptible al lector. El ensayo Mi religión de Unamuno refleja bien el arte de escribir un ensayo. La aparente espontaneidad con la que parece expresarse el ensayista se refiere, es verdad, a la etapa decisiva en el proceso de escribir un ensayo, pero no es la única. Esta espontaneidad sigue a una profunda y quizás larga meditación; y es seguida por una reexaminación de lo ya escrito, donde se pule el estilo y se precisan las ideas.

El ensayista se siente reaccionar ante una situación y transcribe la reacción misma con la espontaneidad con que es sentida; pero tal reacción, a su vez, es producto de una previa meditación. De hecho la espontaneidad no reside en la esencia de lo que se dice, sino en el método y camino seguido. De lo dicho anteriormente se deduce que el proceso de escribir un ensayo está dividido en tres etapas: una preliminar en la que se medita sobre el tema a tratar; otra, la más fundamental, en la que se escribe el ensayo; y una tercera en la que se corrige y perfecciona lo ya escrito. Mientras estas tres etapas son, en su orden general, comunes a los otros géneros literarios, las relaciones entre ellas poseen un carácter peculiar en el ensayo. La primera, la meditación, es tan independiente del ensayo mismo, que si bien es el primer paso para la creación de éste, se encuentra, no obstante, completamente desligada del proceso mismo de creación. Es decir, no toda meditación va a estar seguida de un ensayo, y el ensayista nunca se pone a meditar como camino a seguir para escribir un ensayo.

El ensayista no sólo se vale en el desarrollo del ensayo de un proceso de asociaciones, sino que cuenta también con la capacidad del lector para establecer otras nuevas en un intento de proyección en infinitas direcciones y a diversos planos de profundidad. Naturalmente, esto motiva que un ensayo pueda comenzar en cualquier momento; y del mismo modo que no existe un principio definido, también puede terminarse en cualquier página. Los temas se introducen y se abandonan según las conveniencias del momento. Y el lector interesado en lo escrito, continúa él mismo aquellas proyecciones interrumpidas por el autor, sin pensar por un momento en ir a buscar en otras páginas una posible continuación. La realidad es que un ensayo no se puede continuar. Podemos, si así lo deseamos, escribir otro ensayo sobre el mismo tema, e incluso que sea complementario del anterior, pero al haber variado las circunstancias que dieron lugar al primero, el enfoque del nuevo ensayo será también distinto. El propósito de un buen ensayo es únicamente mostrar un camino.

Desde el punto de vista del texto:
3.1. La voluntad de estilo en el ensayo:
Denominamos voluntad de estilo al deseo consciente del ensayista de que su ensayo sea una obra literaria, que su contenido valga por el valor artístico con que está expresado: en el ensayo el cómo se dice y el qué se dice ocupan un mismo plano de valor. Si falta la intención artística se convierte en un texto académico o en un texto de divulgación; si falta un contenido que proyecte —sugiera— ideas en el lector, podrá ser prosa poética, pero no ensayo. La libertad del escritor de ensayos en cuanto a la elección del tema puede únicamente compararse a la del artista, y, al igual que éste, se guía en su producción literaria por inspiración. Ahora bien, como creador es libre en el elegir, pero como ensayista se diferencia de los que cultivan los otros géneros literarios en que no es libre ante los datos.

El hecho de que el ensayista por una parte goce de libertad y elija por inspiración, y que por otra deba mantenerse dentro de los estrechos límites de la "verdad", lógica o científica, proporciona al ensayo un carácter peculiar que le permite cabalgar al mismo tiempo a lomos de la literatura y de la ciencia. Esto hace que los límites del ensayo sean vagos y que con frecuencia se le confunda con los escritos eruditos. Hay críticos, filósofos, historiadores, etc. que se acercan en sus escritos al ensayo, al intentar en ellos una superación estética; del mismo modo que por carecer de ella, hay pretendidos ensayistas que no pasan de simples divagadores. Del mismo modo que muchos escriben poemas, aun cuando el número de poetas sea escaso, también podemos decir que a pesar de lo popular del género ensayístico, muy pocos merecen ser aclamados como ensayistas. Ello se debe a que muy pocos también supieron proyectar, con voluntad de estilo, su personalidad en los ensayos, de modo que ésta estuviera presente no sólo en el contenido, sino también en el uso de cada una de sus palabras. En una reducción, quizás excesiva, pero que nos sirve para comprender este aspecto, se pueden resumir en tres las características esenciales del ensayista: a) es un pensador; b) se nutre de la tradición, pero en lugar de enterrarse en ella, como el erudito, la usa para superarla; y c) escribe en un estilo personal y de elevado valor estético, que por sí sólo hace del ensayo una obra de arte, independiente del mérito de su contenido.

En el ensayo se reemplaza la ordenación científica por la estética, y, como género literario, se acerca a la poesía, pues se modela a través de la actitud del ensayista —sea ésta satírica, cómica, seria, etc.—, por lo que lo poético constituye el trasfondo del ensayo, aunque ésta sea poesía del intelecto. De ahí que el verdadero asunto del ensayo no sean los objetos o los hechos tratados, sino el punto de vista del autor, el modo como éstos son percibidos y presentados; por ello, cómo se dice una cosa es tan importante como qué se dice. Pero en este punto toda explicación parece pobre; sólo el texto mismo puede proporcionarnos una guía, a modo de ejemplo, de cómo el ensayista crea y sostiene dicho equilibrio al mismo tiempo que encierra en la unidad del ensayo las tres características anteriores.

Veamos el siguiente párrafo de Nuestra América de José Martí: Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra. No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.

El lenguaje metafórico, el giro aforístico, la yuxtaposición de ideas, todo ello forma parte de un estilo literario, de un conjunto armónico. La preocupación de Martí por la causa cubana, su "tema de nuestro tiempo", se encuentra aquí fundida en una filosofía iberoamericanista, "nuestra América", que transciende lo inmediato y que si recoge el sueño bolivariano de la unidad/hermandad de los países hispánicos, no lo hace en el sentido anacrónico del pasado, sino en el contexto de la comunidad de intereses del presente y en la percepción de tener un contendiente común en el mundo anglosajón del norte, "el gigante de siete leguas".

Desde el punto de vista del lector:
3.1. El ensayo y las citas:
El carácter de reflexión del ensayo ante la propia herencia cultural, motiva que sean frecuentes las referencias a las fuentes que establecen los temas de actualidad. Pero estas referencias —citas textuales en algunos casos— se encuentran en función del ensayo; es decir, sirven únicamente como perspectivas en el desarrollo de un pensamiento. Su objetivo no es el de corroborar un dato o confirmar una afirmación. Por esta razón no se busca la precisión en la cita, que es algo esencial en el artículo especializado o erudito.

En otra sección quedó ya indicado que el público presente en la mente del ensayista es el representado por "la generalidad de los cultos". No se pretende con esto decir que el ensayo no se dirija también al especialista. Claro que sí. Precisamente lo ensayístico, al no aspirar exclusivamente a la comunicación de datos, no encuentra límites en los conocimientos del lector. Por otra parte puede prescindir de las notas eruditas. El verdadero ensayista, por ejemplo, sólo en ocasiones muy especiales hará uso de notas al pie de la página; y esto nos lleva al meollo de nuestro tema: las citas, numerosas en los ensayos, tienen valor por sí mismas en relación con lo que el ensayista nos está comunicando; importa destacar que alguien creó una idea, representada en la cita, pero el "quién", y el "dónde" carecen en realidad de valor. No son las citas importantes por quién las dijo, sino por su propia eficacia. Y el hecho de señalarlas como citas es sólo con el propósito de indicar que no son de propia cosecha, sino que forman parte del fondo cultural que se trata de revisar. La imprecisión en las citas de los ensayos se relaciona comúnmente con la exactitud en la transcripción de las mismas; pero son también frecuentes las imprecisiones en el autor, e incluso en el autor y texto de una misma cita.

Desde los comienzos de la tradición ensayística, los escritores de ensayos podrían haber dicho de sus citas empleadas, lo indicado por Maeztu: "de cuya letra me he olvidado, pero cuyo fondo se me ha grabado indeleblemente en la memoria". La inexactitud, por otra parte, no quita eficacia al contenido de la cita. Al contrario, la refuerza al darle el peso de algo espontáneo y sentido profundamente. Nada más oportuno al propósito que las siguientes palabras de Santa Teresa: "El mismo Señor dice: Ninguno subirá a mi Padre sino por mí (no sé si dice así, creo que sí), y quien me ve a mí, ve a mi padre". Y es que el ensayista no cita con el propósito del científico. Analicemos, en su contenido, las siguientes palabras de Pérez de Ayala: "Después de publicar don Miguel de Unamuno no sé cuál de sus novelas, alguien, no sé quién, le dijo: 'eso no es una novela'. Y Unamuno replicó: 'Pues llámela usted nivola'". Pertenecen estas palabras a su ensayo La novela y la nivola, en el que trata de probar que lo bien escrito, lo que tiene personalidad no necesita ser clasificado, pues sea cual sea la etiqueta que se le ajuste, no por ello aumentará o disminuirá en su valor. En este ensayo, Pérez de Ayala consigue dar a una cita particular un valor universal, precisamente omitiendo el autor del juicio y la obra de Unamuno a la que se refería. Pérez de Ayala no pretende demostrar si tal o cual obra de Unamuno es o no novela ni si el crítico que intentaba negarle la categoría de novela llevaba o no razón. El se propone tan sólo reflexionar sobre la eficacia de las clasificaciones y sugerir que la obra de arte tiene valor por sí misma.

La técnica de la cita ha evolucionado desde los comienzos de la tradición ensayística hasta nuestros días. Antonio de Guevara (siglo XVI), sin respeto al concepto de la verdad, no sólo imaginaba fuentes ficticias y creaba escritores y filósofos, sino que atribuía a éstos y a los conocidos de la antigüedad, ideas de su propio ingenio. Es decir, subordinaba, hasta el extremo, la cita al contenido, y su función era sólo la de convencer al lector con el apoyo de una aparente erudición. Con Montaigne (siglo XVII) las citas dejan de ser ficticias, pero siguen siendo un soporte erudito. En Unamuno y Ortega y Gasset (siglo XX) la cita se encuentra ya incorporada en el texto como parte integrante de la reflexión, sin que ello motive alteración alguna en el ritmo de la prosa.

3.2. El lector de ensayos debe ser activo:
Entre las características del ensayo destacan dos en su relación con el lector: su carácter dialogal y el deseo explícito de sugerir y motivar al lector a proyectar en sí mismo lo leído. El texto del ensayo debe propiciar que la lectura sea reflexiva a la vez que requiere un lector activo que cuestione y dialogue con el ensayo.

Hemos señalado ya que una de las funciones primordiales del ensayo es la de sugerir al lector Ello, sin embargo, presupone la existencia de un lector dispuesto a proyectar en su propio mundo interior lo que para él se inicia en el ensayo. Unamuno se expresa al particular en términos precisos: "Mi empeño ha sido, es y será que los que me lean, piensen y mediten en las cosas fundamentales, y no ha sido nunca el de darles pensamientos hechos" (Mi religión). El ensayista, en ocasiones, incluso elimina la posibilidad de una aceptación pasiva de las reflexiones desarrolladas; así Borges, cuando finaliza su ensayo El sueño de Coleridge con las siguientes palabras: "Ya escrito lo anterior, entreveo o creo entrever otra explicación".

Del mismo modo que una obra de teatro es algo incompleto hasta que no ha sido representada y su verdadero valor no lo tiene para el lector, sino para el público que presencia su representación, de manera semejante el ensayo necesita de un lector que lo medite; el lector es así el otro miembro preciso para que tenga lugar el diálogo que se propone el ensayista. Así interpretado, el valor del ensayo depende en cada momento del lector y de las sugerencias que a éste sea capaz de suscitar. Y un ensayo será tanto mejor cuanto mayor y más variado número de personas reaccionen ante su lectura. El ensayista, por su parte, recuerda con frecuencia al lector su deber de ser un miembro activo en el diálogo que se trata de establecer.

Con este propósito Ortega y Gasset señala: "Yo invito al lector preocupado de las cuestiones artísticas a que lea lo que sigue y lo medite algunos minutos"; Unamuno, todavía más cercano a la esencia del ensayo, indica: "Examinar digo, y mejor diría dejar que examine el lector, presentándole indicaciones y puntos de vista para que saque de ellos consecuencias, sean las que fueren". De aquí se desprende que la lectura de ensayos sea una lectura lenta y llena de interrupciones, motivadas por las proyecciones que al lector le sugieren las ideas que se desarrollan en el texto. Por otra parte, y en ello reside su valor social, el lector que reacciona ante un ensayo y cuyas reflexiones le conducen a un nuevo entendimiento, se ve también impulsado a comunicarlo con aquellas personas cuya conversación frecuenta.

3.3. El carácter dialogal del ensayo:
Cuando hablamos del carácter dialogal del ensayo no nos referimos a la forma, rara vez encontramos un ensayo en un texto con la forma externa de un diálogo entre dos o más personas. Lo dialogal en el ensayo se encuentra en el tono conversacional que emplea el ensayistas. Pérez Ayala no dice sobre su actitud al escribir ensayos que "consiste en suponer, al momento que estoy escribiendo, no tanto que manejo la pluma cuanto que mantengo una conversación, de innumerable radio, con [...] los lectores". Si hay alguna expresión común a los ensayistas de todos los tiempos, es aquella que hace referencia al carácter dialogal del género.

El ensayista conversa con el lector, le pregunta sus opiniones e incluso finge las respuestas que éste le da: "Oído lo que hemos dicho y visto lo que hemos contado, pregunto ahora yo al lector de esta escritura: ¿qué es lo que le parece debería escribir de estos tiempos mi pluma?", nos dice Antonio de Guevara en los comienzos de la ensayística española. Ángel Ganivet, más moderno y directo, señala: "Para terminar esta conversación excesivamente larga que he sostenido con mis lectores... ". Tal compenetración y aparente intercambio de ideas con el lector es tan intenso, que el ensayista con harta frecuencia evita hacer referencia al proceso de escribir al referirse a su obra, y prefiere suponer que ha estado "conversando" con el lector (como Ganivet), o alude a lo que éste ha "oído" (como Guevara). Incluso, a veces, se dirige al lector con fingido enojo, así dice Montaigne: "Si mis comentarios no son aceptables, que otro comente por mí". Y es que el ensayista no presenta nada terminado, sino que desarrolla sus ideas al escribirlas, y no lo hace en la forma sistemática del que expone algo preestablecido, sino al modo del que piensa en el proceso mismo de escribir, y cuyo texto se presenta como un producto en el que el lector está ya colaborando.

De ahí que la lectura del ensayo no pueda ser pasiva. Nada hay en él seguro. Todo parece provisional y sujeto a revisión. De hecho el ensayista espera la participación activa del lector y le exige que proyecte aquellas sugerencias apenas apuntadas en el ensayo y vueltas a dejar en el rápido cabalgar de la "conversación". Por ello son frecuentes las ocasiones en que el ensayista interpela al lector: "Pues bien; yo pregunto a los lectores desapasionados" (Altamira). O se excusa: "Perdón, lector, por la mucha largura y prolijidad que va explayando este ensayo" (Pérez de Ayala). Es decir, su ideal queda expresado en las palabras de Unamuno: "Mi empeño ha sido, es y será que los que me lean, piensen y mediten en las cosas fundamentales, y no ha sido nunca el darles pensamientos hechos" (Mi religión).

En realidad, la diferencia intrínseca entre el diálogo como forma literaria y el ensayo se encuentra en que el primero indica explícitamente una posible interpretación de lo expuesto por el autor, mientras que en el ensayo hay varias interpretaciones a distintos niveles que se hallan sólo implícitas en la obra. Por ello, en tanto el diálogo se limita en la calidad del público a quien se dirige, el ensayo deja abierto su radio de acción. En el diálogo, uno de los personajes se identifica con el autor, pero los dialogantes secundarios establecen el carácter de los lectores a quienes se destina. En el ensayo, por el contrario, como la interpretación depende del lector individual, sea cual fuere la agilidad mental de éste, encontrará en él un fértil campo de ideas; y sólo el resultado final podrá variar en las diversas categorías de lectores.

El propósito del ensayo, incitar al lector a la meditación, se cumplirá independientemente del nivel de respuesta. En otras palabras, el ensayo es un diálogo donde uno de los personajes es el autor y el otro es el lector. Bien mirado pues, si el ensayista en una proyección de su misma personalidad, transmite sus pensamientos con la naturalidad que le impone el hacerlo al mismo tiempo que los piensa y según estos son pensados; es decir, el ensayo trata de proyectar la naturalidad y espontaneidad de una conversación. Para conseguirlo, no puede ni debe evitar las expresiones coloquiales que con sencillez emanen en su proceso. Cortázar asume en el texto que su lector hace signos de cansancio por la prolongación del ensayo y añade: "Soy sensible a estas insinuaciones pero no me iré sin una última reflexión". Unamuno, del mismo modo, nos dice en un momento de excitación: "Y a quien le pareciere esto una paradoja, con su pan se lo coma, que yo no voy a explanarlo aquí ahora". Y lejos de producir en nosotros una mueca de rechazo, nos une, no ya sólo intelectual, sino emocionalmente también, a lo que nos comunica, con la sensación de que nos hace confidentes de algo que le oprime y que necesita desahogar ante el amigo.

3.4. El ensayo no pretende ser exhaustivo:
El término exhaustivo se asocia con el tratado; es decir, con una obra sistemática que pretende cubrir todos los aspectos de un tema. El ensayo entrega únicamente una reflexión que se caracteriza por su profundidad y también por su brevedad. El ensayo trata su tema desde una de sus perspectivas; busca establecer un nuevo enfoque que confronte nuestra realidad y motive nuestra reflexión.

El doble significado de "prueba" o "intento" implícito en el término ensayo y el hecho de que no se pretenda agotar el tema tratado, ha motivado que esta característica, tan única del género ensayístico, dé pie para considerarlo, despectivamente, como fragmento o comienzo inexperto y vacilante. Si fragmento es lo inacabado, lo que no puede ser plenamente comprendido sin una continuación, el ensayo cae decididamente fuera del ámbito semántico de la palabra. La extensión no es característica del fragmento. Por otra parte, la brevedad del ensayo y el no pretender decir todo sobre el tema tratado no significan que el ensayista distancie lo considerado para poder así abarcarlo en una visión generalizadora. Todo lo contrario. La totalidad no importa. Se intenta únicamente dar un corte, uno sólo, lo más profundo posible, para que después se proyecte el tema tratado en el lector mismo.

El propósito del ensayista al internarse en la aventura de escribir un ensayo no es el de confeccionar un tratado, ni el de entregarnos una obra de referencia útil por su carácter exhaustivo. Esa es la labor del investigador. El ensayista reacciona ante los valores culturales que le impone la sociedad para sugerir una interpretación novedosa o proponernos una revaluación de las ya en boga. Pero una vez abierta la brecha y tendido el puente del nuevo entendimiento, el ensayista, como creador al fin y al cabo, deja al especialista el establecer la legitimidad de lo propuesto, sin desistir él mismo a continuarlo en alguna otra ocasión. En realidad, todo ensayo lleva implícito un tema a desarrollar —de ahí el carácter dialogal—; se trata de una semilla que busca su potencialidad en el lector, y en el ensayista como lector de su propio pensamiento; por ello señala Mariátegui al recoger varios de sus ensayos en forma de libro: "Tal vez hay en cada uno de estos ensayos el esquema, la intención de un libro autónomo". En realidad, el elaborar una idea y llevarla a sus últimas consecuencias requiere un proceso de sistematización que raramente está dispuesto a seguir el ensayista.

El ensayista considera que su función es sólo la de abrir nuevos caminos e incitar a su continuación. En efecto, cuando el ensayista aplica la lupa de su ingenio a un tema, únicamente se preocupa en transmitirnos lo que a través de ella ve y siente, con el inevitable aumento y, por qué no, falta de conexión que ello lleva consigo. Este proceso no es inconsciente ni tampoco se oculta. Es, en definitiva, lo que hace más personal y sincero al ensayo, pues supone un momento de la experiencia vital del ensayista.

3.5. El ensayo como confesión: Lo subjetivo en el ensayo: Aún en las más dispares y contradictorias definiciones del ensayo siempre ha habido una característica común: su condición subjetiva, su sentido de confesión intelectual. Del mismo modo que un buen poema proyecta una dimensión anímica del poeta, así también un buen ensayo es una confesión intelectual del ensayista. El valor de las ideas de un ensayo se juzga por el grado de sinceridad con que su autor las proyecta. Resulta sin duda una exageración el afirmar que "el ensayo es una relación de disposiciones de ánimo e impresiones" (Routh), pues si bien es cierto que el ensayista expresa lo que siente y cómo lo siente, no por eso deja de ser consciente de su función peculiar de escritor en su doble aspecto de artista de la expresión y de transmisor e incitador de ideas. Es decir, el lirismo innato del ensayista queda modulado al ser sometido a la razón en un proceso más o menos consciente o patente de organización que lo haga inteligible y convincente, pues aunque el ensayo no pretende imponer ideas, todo buen conversador desea persuadir; lo que por otra parte no se puede conseguir sin proyectar lo que se está escribiendo como algo sentido.

El ensayista escribe porque experimenta la necesidad de comunicar algo, por la sencilla razón de que al comunicarlo lo hace más suyo. Cuando el ensayista escribe, nos hace sus contemporáneos, sus amigos y nos permite penetrar en su mundo al entregarnos no sólo sus pensamientos, sino también el mismo proceso de pensar. Esta proyectada sinceridad es en definitiva la que nos gana. ¿Cómo dudar del ensayista cuando éste nos ofrece la confianza del amigo al descubrirnos lo íntimo de sus pensamientos? Si como hemos indicado el ensayista se expresa a través de sus sentimientos, sólo lo basado en la propia experiencia (también intelectual) tiene valor ensayístico. De ahí que en el ensayo no tenga cabida el pensamiento filosófico sistemático ni el objetivismo científico, en cuanto pretenden una comunicación depositaria. La verdad del ensayista se presenta bajo la perspectiva subjetivista del autor y el carácter circunstancial de la época. "Mi crítica renuncia a ser imparcial", señala Mariátegui, para añadir más adelante: "Declaro, sin escrúpulo, que traigo a la exégesis literaria todas mis pasiones". Por ello no debe sorprendernos el estilo personalísimo de los grandes ensayistas, aspecto que, lejos de causarnos confusión, debe reafirmarnos en lo esencial de esta característica; ya que al mostrarnos lo íntimo del escritor, su personalidad, forzosamente se proyecta en un estilo singular. Si los ensayos son producto de la personalidad del escritor, también lo son de sus circunstancias, de la época en que éste vive. Son, por así decirlo, el termómetro de la sociedad.

El ensayista, en su doble aspecto de estilista y de pensador, nos importa por su humanidad, por la fuerza de su persona. De otro modo no le permitiríamos tratar temas pertenecientes generalmente al campo de la ciencia o de la filosofía y evadirse al mismo tiempo de toda barrera que el objetivismo impone. Incluso podemos decir que es el subjetivismo en la elección y desarrollo de los temas lo que más apreciamos en el ensayista. El subjetivismo es, según lo indicado, parte esencial del ensayo. Es esta motivación interior la que elige el tema y su aproximación a él; y como el ensayista expresa no sólo sus sentimientos, sino también el mismo proceso de adquirirlos, sus escritos poseen siempre un carácter de íntima autobiografía. El "yo" del autor se destaca en todas las páginas, como estandarte que anuncia una fuerte personalidad. Dentro de la individualidad peculiar de cada ensayista, las notas autobiográficas son frecuentes en todos los ensayos, con independencia del tema de estos.

El tono confesional de los ensayos, consecuencia directa del subjetivismo, no es nada más que una manifestación del egotismo connatural del ensayista, pues escribe sobre el mundo que le rodea y su reacción ante él. El "yo" parece ser el centro sobre el que giran las ideas del ensayo, y sin embargo su egotismo no es desagradable, porque sólo ofende quien adopta una posición de superioridad, y el ensayista es nuestro igual, dispuesto a considerar nuestras opiniones. Se nos entrega con pensamientos y reflexiones en voz alta, como el amigo en busca de confidente. Debemos tener también en cuenta, como señala Alexander Smith, "que el valor del egotismo depende enteramente del egotista. Si el egotista es débil, su egotismo es despreciable. Si el egotista es fuerte, agudo, lleno de personalidad, su egotismo es valioso, y se convierte en una posesión de la humanidad".

4. ¿Cuáles son las características del ensayo desde la perspectiva del autor?
Cuando un escritor decide comunicar sus ideas a través de un ensayo, acepta también de modo implícito comunicarse según ciertos principios de la retórica del ensayo:

El ensayista busca influir en la opinión del lector; pero no lo hace dando ideas hechas (como en un tratado o como en las obras didácticas). El ensayista desea que el lector adopte su modo de pensar (o lo comprenda como un posible modo de pensar).

El ensayista exterioriza su subjetividad en el ensayo; es como una confesión intelectual del autor, al expresar una forma de pensar. El autor se proyecta en el texto, por eso es frecuente el uso de la primera persona.

La estructura del ensayo se aproxima a la comunicación oral, en el sentido de incluir frecuentes digresiones y de seguir una estructura interna (unas ideas sugieren otras).

El ensayista prefiere temas de actualidad en conexión con la condición humana. Por eso, en los mejores ensayos, lo actual transciende lo temporal. Muestra diversas perspectivas que transcienden lo particular cultural.

El ensayista reflexiona sobre un tema; no pretende ser exhaustivo, sólo desea profundizar en alguno de los aspectos del tema tratado.

El ensayista escribe para la generalidad de los cultos. Es decir, no escribe para profesionales; usa muy pocos términos técnicos y cuando los usa, lo hace en un contexto para que pueda se comprendido por la generalidad de los lectores.

5. ¿Cuáles son las características que nos permiten reconocer el texto ensayístico?
La forma de un poema o de un cuento es por lo general suficiente para reconocer el poema o el cuento. Para diferenciar un artículo de un ensayo publicados en el mismo periódico, necesitamos leerlos y conocer las características del ensayo y del artículo. En el ensayo lo importante son las reflexiones, en el artículo nos interesan los datos.

El ensayo es un escrito en prosa de extensión moderada (raramente supera las 30 páginas de extensión). Por eso hablamos de libros de ensayos; o sea, de libros donde se recogen varios ensayos que pueden leerse de modo independiente.

La extensión del ensayo y los objetivos de tratar sólo un aspecto del tema, no significa que el ensayo sea un fragmento. Un fragmento es una parte de un todo (un capítulo de un tratado, por ejemplo). El ensayo es una forma de pensar, un modo de presentar una perspectiva diferente, y como éste es su objetivo, el ensayo es también completo auque sea breve y no pretenda ser exhaustivo.

La publicación original de los ensayos suele ser en la página de opinión de los periódicos, en los suplementos culturales o en revistas. Como forma de diálogo, el ensayo busca un público inmediato que pueda responder al contenido del ensayo (muchas de las cartas al editor son parte de ese diálogo entre el ensayista y sus lectores).

El texto del ensayo omite la documentación propia del artículo (notas a pie de página, bibliografía, etc.), pues lo importante del texto no son los datos sino la perspectiva del ensayista.

En el contenido, el ensayo cuestiona los contextos culturales de su momento al presentarlos desde una perspectiva personal.


6. ¿En qué sentido podemos hablar del ensayo desde la perspectivas del lector?
La comunicación se hace posible cuando existe un código compartido entre el autor y el lector:

El lector se aproxima al ensayo con una percepción de lo que es el género del ensayo. Por ejemplo, no leemos del mismo modo un ensayo sobre la educación en la página de opinión de un periódico, que un artículo sobre la situación de la educación secundaria según los resultados de los exámenes estandarizados. En el primer caso buscamos opiniones que nos motiven a pensar: buscamos el diálogo. En el segundo caso buscamos datos que clasifiquen una situación: buscamos aprender.

El lector no busca conclusiones en el ensayo, desea encontrar nuevas perspectivas, nuevos modos de aproximarse a un tema.

El lector lee los ensayos como participante activo (en contraste, por ejemplo, mantenemos una posición pasiva de aceptación cuando leemos un cuento).

Cuando deseamos leer sobre un tema, buscamos un tratado, sin que nos importe mucho con frecuencia su autor. Cuando deseamos leer ensayos buscamos un autor, sin que nos importe mucho los temas que trata.

Cuando hablamos del valor de un ensayista, nos referimos tanto a las ideas que expresa como a la forma artística en que expresa dichas ideas.


7. Lo que se describe anteriormente es un lector que sigue la retórica del ensayo. Pero al estudiar el lector se habló de su independencia y de que el lector puede leer un texto independiente e indiferente de la retórica de los géneros.

Sí, es cierto. Los puntos anteriores hacen referencia a la retórica del ensayo y nos sirven para comprender lo que es la lectura de ensayo desde nuestro punto de vista académico. Por otra parte, los puntos anteriores describen también una lectura crítica. En nuestro momento actual vivimos una cultura de la información que demanda una lectura crítica. La antigua afirmación de “es verdad porque lo he visto escrito”, nunca fue totalmente cierta. Pero antes, la publicación de un libro o un artículo pasaba por numerosas etapas de evaluación. Hoy en día, cualquier persona puede publicar en Internet lo que desee. Por eso, la lectura crítica se ha convertido en una nota distintiva de la persona culta. Podemos decir que hoy día se impone una lectura ensayística de cualquier texto.

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