martes, 24 de noviembre de 2009

José Saramago: "El cuento de la isla desconocida"



Es en sus Cuadernos de Lanzarote (1993-1995), donde José Saramago deja el rastro de la recreación de la isla en su escritura. Páginas en las que se dan cita la autobiografía, la confesión, la epístola, las memorias, el ensayo, libros de viaje, reflexiones, diálogos y más. Es significativo que el mismo Saramago califique esta obra como “diario”, asimilado a la novela: “Nadie escribe un diario para decir quién es” —aclara el autor—. Con otras palabras, un “diario es una novela con un solo personaje”. Desde tal perspectiva se pone de relieve el fondo autobiográfico de esta escritura de lo cotidiano, estrechamente ligada al ejercicio novelístico que permite incorporar los sueños y la ficción en el relato del diario vivir.
     Hay en esta obra al menos dos componentes íntimamente relacionados. Por un lado, la realidad de la vida cotidiana y, por otro, el vuelo de la imaginación que se proyecta sobre el ámbito insular, metafóricamente concebido como el espejo que refracta su propio existir. Así, isla y escritura se confunden en un mismo espacio especular de reencuentro consigo mismo. Imperativo, este último, que el mismo autor explica en el prólogo a los Cuadernos: “(...) conducido por las circunstancias a vivir lejos, invisible de alguna manera ante los ojos de aquellos que se habituaron a verme y a encontrarme donde me veían, sentí (...) la necesidad de juntar a las señas que me identifican una cierta mirada sobre mí mismo. La mirada del espejo”. Visión variable, subjetiva y transitoria, destinada a ser borrada —como dice el autor— "por el mismo Narciso que la contempla".
     Tal mirada es la que también se proyecta sobre el espacio insular recreado en la escritura de Saramago. A este propósito, comentando un artículo periodístico sobre el “sentido de lugar” en sus Cuadernos..., el autor aclara lo siguiente: “(...) pienso en Lanzarote, como cualquier otro sitio del mundo, no tiene un sentido solo, sino una pluralidad de ellos, tantos, por decirlo así —agrega—, cuanto las miradas, las contemplaciones, las observaciones, los análisis que sobre la isla incidieron, y siendo cierto —agrega— que de esa diversidad de complementarios y contrarios ha de resultar una cierta expresión convergente, ella —concluye— es en sí misma indefinible porque nunca podrá ser tomada como algo fijo o simplemente estable”.
     Dicha reflexión sobre el “sentido de lugar” en general y de Lanzarote, en particular, converge sobre la propia existencia del escritor identificando hombre e isla, sometidos ambos al paso del tiempo y a las múltiples miradas que definen la pluralidad de sentidos que lo conforma. Quizá mucho antes de venir a vivir a una de estas “balsas de piedra engendradas por el fuego y ahora ancladas en el mar”, como las define el autor, la idea de emigrar a esta isla del sur ya rondaba en su cabeza: “Aunque no crea en el destino me pregunto si al escribir mi balsa de piedra, la otra, no estaría ya buscando, sin saberlo, la ruta que siete años después me había de llevar a Lanzarote".

Sin embago este relato tiene un principio que será un después. En El cuento de la isla desconocida (1998), el autor portugués, identificado con la quimérica isla, sale “por la puerta de las decisiones” para reencontrarse consigo mismo y con los suyos en este espacio insular más próximo a África que a Europa: “La isla desconocida se hizo por fin a la mar, a la búsqueda de sí mismo”. No es otro el tema. Saramago llega a la isla en sus Cuadernos... y sale en busca de ella en El cuento...
     ¿Cómo interpretar una llegada y las circunstacias de una salida? Sale para llegar. Sale de un sistema autoritario, desesperanzador, para llegar a un principio, al paraíso de la imaginación. Atrás ha dejado el determinismo, la angustia de las elecciones, la soledad. Se ha escapado con la mujer de la limpieza, que a diario limpia su corazón. Ha huído de monarcas, de incomprensiones. Ha llegado, por fin, a su balsa de piedra.

Hace mucho tiempo, cuando apenas la mitad del mundo aparecía en los mapas, hubo un noble portugués -como otros que conocemos- que tuvo la osada idea de solicitar una carabela a su rey. Nave para emprender la más singular, pero también la más común de las aventuras en aquellos tiempos: encontrar una isla desconocida.


Un relato breve como éste proporciona a José Saramago, alquimista de las letras y las historias, el material necesario para acrisolar, decantar, destilar, sublimar y purificar un hermoso relato lleno de significados: El cuento de la isla desconocida.

Un hombre cualquiera acomete varias tareas, todas igualmente improbables: Pedir un barco a ese rey que se encuentra mucho más dispuesto a atender a sus súbditos a través de la puerta de los regalos (regalos para él, por supuesto), que atendiendo la puerta de las peticiones (tarea harto tediosa y carente de sentido) donde los gobernados serían quienes recibieran los reales favores.
     Sortear la cadena de emisarios que, en rígido escalafón, se encargan de transmitir al eslabón siguiente las solicitudes y respuestas correspondientes. Cómo argumentar la petición de navíos para la búsqueda de algo, que ni siquiera puede probarse que existe: la isla desconocida. Aunque, claro: para ello está el razonamiento contrario al del rey que se niega ante lo incierto, igual de válido: "cómo saber que no hay tal isla, si aún es desconocida".
     Complicada labor es convocar a una tripulación que se sentiría más cómoda viajando por aquellas islas que constan en mapas y no en dirección a aquellas de dudosa existencia. Hacerse navegante con el mar, cielo y carabela como maestros, nada más. Como frecuentemente pasa en la vida, el llamado es desoído por aquellos a quienes se ha hecho. Como igual de reiterado es que se nos sume el menos pensado. En el cuento es la mujer que hacía limpieza en el palacio la que compra ese sueño insular. Opta por salir de los reales salones empleando la puerta de las decisiones, con la firme intención de no volverla a usar nunca más para un regreso. El sueño de La Isla Desconocida se transforma en el único destino posible. Pareja de viajeros que puede ser calificada como de valientes, irresponsables, soñadores, perseguidores de utopías o dementes, según la perspectiva y los referentes de cada lector.
     El sólo hecho de nombrar la embarcación como "La Isla Desconocida" y emprender entonces la búsqueda de ella misma, de esa isla flotante construida para la esperanza, el encuentro y el amor, hace que cualquiera de nosotros deseara estar ante el rey para hacer la personal petición: "deme un barco, señor". Y salir triunfante por la puerta de las decisiones.


 La Isla Desconocida es una invitación al viaje para quienes ya hemos caminado de más por tierra firme.

Rita Máquez
(Gozo dedicado a mis compañeros de los jueves,
presentes o ausentes, de hoy o de ayer, que tanto me dan)

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