miércoles, 18 de noviembre de 2009

Poe desde Cortázar




Por Ricardo Cardone

Ese año de residencia en París, 1953, formó parte de una de las épocas de mayor escasez económica tanto para él como para Aurora Bernárdez, su primera esposa. Y fue en ese mismo año cuando recibió un particular encargo de la Universidad de Puerto Rico. La tarea era traducir la prosa completa del escritor estadounidense Edgar Allan Poe al castellano.

A Cortázar, admirador declarado de Poe y que alguna vez afirmara que comenzó a escribir relatos precisamente motivado por la lectura de él, esta fina y exigente tarea de traducción le deparó varios meses de trabajo constante y agobiante. Tal fue su dedicación a la obra del escritor estadounidense que al concluirla y enviarla en encomiendas a su destinatario no logró distenderse hasta saber que los originales habían sido recibidos en perfecto estado. Temía las razones más disparatadas que le pudieran ocurrir, ya sea una rata que le comiera parte de los mismos, una gota de humedad que se filtre dañándolos irremediablemente o que alguno de ellos se perdiera en el trayecto, como lo afirmara en una de las tantas entrevistas que le hicieran. Pero ninguno de los temores de Cortázar se hicieron realidad: los paquetes con las traducciones llegaron en buenas condiciones y la obra al fin pudo ser editada con prólogos y anotaciones suyas. Cortázar respiraba nuevamente.
Lo que no imaginaba Cortázar –o sí imaginaba, porque es lógica habitual en él que imagine este tipo de cosas cuando siempre supo lo que hacía- era que acababa de realizar una de las mejores –sino la mejor- traducciones de la obra de Edgar Allan Poe en prosa que jamás se haya hecho en la vasta historia literaria. La crítica en general no tiene dudas en este punto y afirma que la traducción de Julio Cortázar es una de las más relevantes que se han hecho de la obra del escritor estadounidense.
Si bien Poe era admirado por Cortázar al entender que a partir de él surge el cuento moderno, éste no siguió completamente sus pasos. Las historias fantásticas de Poe, el misterio y el terror que latían a golpes de sístoles y de diástoles en cada uno de sus cuentos, se parecen poco a la frescura de las excelentes narraciones de Cortázar. Hay similitudes en algún que otro relato, algún misterio nocturno en un colegio, una feroz criatura que ronda una casa familiar en Bestiario, un asesinato en uno de sus mejores cuentos –por la síntesis y por lo cíclico- pero fuera de ello, Cortázar supo tomar de Poe la tensión, ese instante único en que la respiración cesa y sostenerlo con la misma latencia de su maestro. Pero Cortázar tenía ese valor distintivo de los escritores latinoamericanos, esa segunda salida por la puerta trasera que hacía de la tensión de un relato una resolución no siempre trágica, sino, tal vez, melancólica y profunda: La autopista del sur es uno de ellos.
Será tal vez que en Poe lo dramático se volvía tragedia. Será tal vez que en Cortázar la tragedia se volvía drama. Sin embargo, los dos sabían que un cuento, al fin y al cabo, infiere indefectiblemente una resolución casi como la de la vida, imprevista y fatal.

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