lunes, 15 de agosto de 2011

Juan Ramón Jiménez: "Platero y yo"



Aparentemente el libro está constituido por breves estampas que entre sí no guardan un orden temático y responden a impresiones, sensaciones y recuerdos de Moguer en la etapa infantil de Juan Ramón Jiménez. En este sentido aparece como un diario en donde se detallan los aspectos más interesantes de la realidad moguereña, del pensamiento y del sentimiento del autor. Sin embargo, ni es un diario ni un libro autobiográfico, sino una selección de historias tomadas de un mismo ambiente real y escogidas entre los múltiples recuerdos del pasado.

Su estructura responde a un esquema circular, cerrado. Comienza en una primavera (se alude en el capítulo VIII al Sábado Santo) y termina en la misma estación, de modo que en el ciclo completo de un año se desarrolla la vida de Platero (en el capítulo CXXXV, “Melancolía”, visita el poeta su tumba en el mes de abril). Su principio y fin aparece unido a la “mariposa”, símbolo del alma ya desde la antigüedad clásica, y por tanto de la riqueza espiritual, y la “sangre”, señal de dolor humano. Entre estos dos extremos, totalmente conectados en la poesía juanramoniana, se encuentran las vivencias de Platero.

La espiritualidad simbolizada en la mariposa aparece en el capítulo II (“Mariposas blancas”) todavía de una manera leve, pero en los capítulos finales se va manifestando con todo su valor (la espiritualidad se trasciende en la eternidad) en una interesante gradación: primero (en el capítulo CXXXI) bajo la visión de dos mariposas (en realidad una y su propia sombra), una blanca y otra negra, presagio de muerte; después (en el CXXXII) como una mariposa de tres colores cuando Platero ha muerto (pero su vida ha dejado “color” en el mundo), y finalmente las “vagas mariposas blancas” (CXXXIII) que se unen a las flores en una conjunción de eternidad, se resuelven en una definitiva mariposa blanca (CXXXV) que no deja de volar de lirio en lirio. Así, se afirma la perduración de la vida por el espíritu.

La sangre, correlato de dolor, del sufrimiento, se manifiesta con insistencia también desde los primeros capítulos, y paralelamente a la exposición de tragedias, deformaciones físicas y psíquicas, y a la propia muerte, se alza, en contraste, la idealización de Platero. Estos extremos, por los que transcurre el “tiempo” de la vida humana, se ajustan perfectamente a la estructura del libro, abarcadora de un período temporal en el que se integran forzosamente nacimiento y muerte.

Así, los 135 capítulos del libro (más los posteriores de reflexión de Juan Ramón) se corresponden con los días de un período cronológico habitual.



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