miércoles, 13 de junio de 2012

Laura Restrepo: "Delirio"

1. Prefacio:
¿Qué tienen en común la escritora colombiana Laura Restrepo con la fotógrafa americana Sandy Skoglund? Poco pero suficiente. La novela Delirio (Alfaguara, 2004) de Restrepo lleva como tapa la fotografía “Revenge of the Goldfish” (1981) de la artista nacida en Massachusetts.
La dinámica lectura que intercambia narradores continuamente, hace de la historia una verdadera locura que trasciende el delirio de Agustina, su protagonista. La imagen de Skoglund es perfecta para representar la novela y me ha llevado a conocer su obra.
En su austero website, porque carece de algún tipo de intención estética, se pueden recorrer las dementes instalaciones y fotografías de gran poesía y emoción, que ciertamente hablan de otras locuras.
2. El loco, expulsado de la República:
Hasta hace no mucho se hablaba de la exclusión de la locura y de la figura del loco como representante y mentor de lo reprobable. Siempre se ha recurrido a una figura extraña, llámese loco, delincuente, indigente, drogadicto, etcétera, para nominar aquello que pone en peligro la integridad de un Estado o de un orden político, y parece que siempre hay nuevas versiones de designación. Quizás sea cuestionable la relación que tiene la locura con la delincuencia, con la drogadicción, o con otros ejemplos parecidos; diremos entonces que todo aquello que no entre en la razón de un orden político determinado, es designado como loco. Hace falta una gran obra –como la Historia de la locura en la época clásica de Michel Foucault– para darnos cuenta de la exclusión sistematizada de la locura, de la neutralización de la misma, de su introducción y apropiación con fines médicos y la relación que tiene con otras estructuras sociales de exclusión. En efecto, con todo lo anterior queremos decir que hay claramente una relación innegable entre locura y política.
A la locura se le encierra y se le delimita su territorio cuando se le apropia en una sociedad, cuando se le trata mediante aparatos de control e instituciones de readaptación social. A la locura se le racionaliza, se le piensa como curable para que forme parte del ingenuo proyecto metafísico de la idealización del Estado y sus propósitos, ejemplo: ”valió la pena”, dice un spot federal de la llamada lucha contra el narcotráfico, justificando así la sangrienta guerra comprendida como cura. Ya lo decía Foucault: si la locura es curable, seguro ha de tener algo de razonable. Pero, en toda esta exclusión de la locura, sin importar caer en faltas éticas o morales sobre el tema, existe una demarcación de la propiedad que no deja de ser interesante.
Se dice entonces que poco tiene que ver la locura con la propiedad pública, es decir, con la llamada res publica: al loco se le prohibe llegar al terreno público, puesto que no hay dominio público ahí donde el loco tenga la palabra. Recordemos a Friedrich Nietzsche y el famosísimo fragmento 125 de la Gaya Ciencia titulado “El hombre loco”, donde se muestra a un hombre formulando públicamente preguntas sobre la existencia de Dios, obteniendo sólo risas y burlas como respuestas.
La res publica se refiriere al derecho romano y a Marco Tulio Cicerón, filósofo que nunca será el responsable de que en la actualidad no le interese al Estado el verdadero bien común, es decir, de que la forma de gobierno actual no procure la res publica, la cual literalmente significa «cosa pública» y que es el origen de la palabra república. En efecto, Grecia y Roma nos muestran tal posibilidad con la forma de sus casas, donde se podía apreciar la relación directa entre lo público y lo privado: dentro de ellas se encontraba un patio central intermediario entre la calle y las habitaciones, dando lugar al diálogo y a la actividad pública. Por el contrario, en la actualidad el Estado ha promovido en todas sus formas la propiedad privada, aminorando los espacios públicos, acentuando cada vez más la dicotomía entre lo público y lo privado. Desde Cicerón, se sabe que la filosofía no sólo tiene que ver con la actividad política, como lo llegaron a pensar Platón y Aristóteles, sino que también está destinada al ser público. Si el hombre es un ser social y político, ¿cómo pensar actualmente la locura como constitutiva del hombre?, ¿cómo pensar a un loco como ciudadano en su plena actividad social y política?
Así pues, a sabiendas del imposible diálogo, del silencio eterno o del diálogo entre sordos, el loco tiene que tomar las calles, apropiarse y hacer uso de los espacios públicos, disolver esa diferencia entre la propiedad privada y la propiedad pública; pienso en fiestas, carnavales, rituales, saturnales, teatro. Se trata entonces de crear territorios, espacios, topografías, es decir, hacer pública la locura. Con lo anterior, quizás nos demos cuenta que los problemas que acaecen a un Estado son efectos de una estúpida decisión proveniente de un pesimismo lacerante que ya no confía en el poder de la palabra y el poder de lo público.
3. El delirio de Delirio:
Visto lo anterior, conviene detenerse un poco en la creencia de que tarde o temprano, el hombre (como especie) vivirá siempre entre los mismos eventos, que la vida no da sorpresas porque sólo cambian los tiempos y los espacios, pero siempre serán los mismo hechos repetidos al infinito los que permean la vida. Sin embargo, puede que alguna vez el ciclo no engrane y entonces muestre que nada es igual a lo anterior, aunque prive la rutina. Es ahí cuando las sorpresas acechan, atrapan, y no queda otra salida más que el delirio.
Henry James recomendaba no crear jamás a un personaje loco como protagonista de una historia porque es difícil y arriesgado, ya que se pone en entredicho la credibilidad del personaje dado que un loco no es responsable de sus actos.
No obstante la escritora colombiana Laura Restrepo plasma con excelencia el perfil de Agustina Londoño en Delirio, que no solo logra que el lector crea en ella (Agustina) sino que, justamente a través de la locura, lo va adentrando a la realidad de un país, inclusive más “loco” y desafiante que la propia protagonista.
Delirio, premio “Alfaguara” 2004 y premio “Grinzane Cavour” 2006, narra la historia del profesor universitario Aguilar, que al llegar a casa después de un corto viaje a Ibagué, se encuentra con que su esposa Agustina, ha perdido totalmente la razón, y es a partir de este punto que la trama se divide en cuatro historias. Por un lado se tiene a Aguilar tratando de averiguar qué fue lo que le sucedió a su Agustina mientras él estuvo fuera, y enfrenta la locura de su esposa que lo ve como su peor enemigo; por otro, la reviviscencia, por parte de Agustina, de su infancia dolorosa y del truculento cuadro familiar en que transcurrió. Luego está la reconstrucción, a través de cartas y diarios, de la personalidad enajenada de Nicolás Portulinus, el abuelo materno de Agustina, un músico alemán afincado en Tierra Caliente. Y en una cuarta interpolación está el soliloquio lúcido y desesperado de Midas McAlister, antiguo amante de Agustina, un ambicioso que actúa de intermediario entre Pablo Escobar -el antaño todopoderoso capo del narcotráfico- y la oligarquía bogotana, representada entre Jorge Luís Eyerbe, Rony Silver, Araña Salazar y la familia Londoño, entre otros.
Estas cuatro historias se van entremezclando para que el lector pueda ir reconstruyendo los hechos conforme va avanzando la lectura; también se destaca el estilo de narración de la escritora, quien pasa de primera a tercera persona en un buen dominio de técnica narrativa. En la obra se pretende evidenciar cómo el texto ficticio se recubre de elementos de la tendencia de la Non-Fitcion, es decir, cómo la obra fue construida a través de la estrategia narrativa de la mezcla de algunas características periodísticas, en este caso la investigación previa de un hecho real, con un mundo ficticio que transgrede los límites, generando así un nuevo estilo.
Al rastrear la Non-Fitción [1] en Delirio, se descubre el mundo del narcotráfico colombiano, tema que se desarrolla de trasfondo en la trama y que ofrece ese carácter investigativo que arroja el periodismo, pero que la escritora logra envolver en la ficción de unos personajes y su mundo. La importancia de la temática a rastrear, se basa en evidenciar los nuevos artificios narrativos que se condensan en una literatura que no puede dejar de lado los datos concretos de una sociedad, para manifestar la verosimilitud y tocar los terrenos de la verdad en aras de dar más fuerza al texto. Pero no solo es el tema social como característica de la No ficción, sino que además son los manejos de datos y testimonios que se pueden evidenciar a través de los personajes, y que Laura Restrepo toma en la construcción de su obra.
A excepción de la de Aguilar, que actúa como eje de todas las demás (pues a él corresponde "ordenar la concatenación de los hechos con calma y a sangre fría, sin exagerar, sin dramatizar"), cada una de las otras tres líneas narrativas de la novela va desvelando diferentes estratos del trauma que se halla en la base del desvarío de Agustina.
Si la historia de Portulinus apunta a sus antecedentes hereditarios, el cuadro familiar de los Londoño se dibuja con trazos típicamente freudianos, sin que en él falten los escarceos incestuosos y las corrientes edípicas, en el marco todo de una severísima denuncia de la hipocresía que rige los comportamientos de la alta sociedad bogotana y de su arraigado machismo.
En cuanto al monólogo de Midas McAlister -sin duda la línea más atractiva de la novela-, escarba en el sustrato de corrupción y de feroz violencia en que se sustenta la sociedad colombiana en su conjunto, mostrando su fragilidad.
Restrepo acierta a representar muy convincentemente el delirio de Agustina, aun a pesar de que, en su pretensión de ejemplaridad, su explicación resulta demasiado mecánica y al cabo melodramática. La perplejidad sufriente de Aguilar frente a las furias de ese mismo delirio es otro acierto de la novela, que sobre todo en su primera parte Restrepo acierta a guiar con pulso experto, recurriendo a una clásica estructura de revelado progresivo y sirviéndose de una eficaz combinación de la primera y la tercera persona narrativas. Conforme se van desvelando las claves del trauma, sin embargo, se percibe un desbarajuste creciente de las líneas del relato, que hacia su parte final sufre un giro inesperado, consecuencia, se diría, de un cierto atolondramiento en el trenzado de sus diferentes hilos, pero también de la decisión de superponer, a modo de desenlace, tres descartes sucesivos, entre los cuales opta Restrepo por el más complaciente, con perjuicio no sólo de la verosimilitud sino también de la moralidad algo escabrosa que no deja de emitir la novela entera.
Respecto a esto último, Restrepo coloca al comienzo de su novela una estupenda cita de Gore Vidal, en la que éste cita a su vez a Henry James. Dice así: "Sabiamente, Henry James siempre les advertía a los escritores que no debían poner a un loco como personaje central de una narración, sobre la base de que al no ser el loco moralmente responsable, no habría verdadera historia que contar".
Con sutil ironía, la cita sugiere una valiosa clave de lectura para una novela en la que lo que se cuenta viene a ser, precisamente, la locura de la que se hace responsable -y partícipe- la inmoralidad de una estructura tanto familiar como de clase, capaz de desatar en su seno todas las atrocidades, sin dejar de segregar, para neutralizarlas, "ese almíbar de ambigüedad que todo lo adecua y lo civiliza hasta despojarlo de sustancia".
Agustina Londoño es una joven hermosa, extremadamente blanca, cabellos largo y negro, perteneciente a una clase social privilegiada en Bogotá. Sin embargo, ella (Agustina) jamás ha encontrado su lugar en ese círculo de apariencias en el que se mueven sus padres. Así que trata de crear una realidad alterna donde nadie puede entrar, más que el Bichi, su hermano menor, a quien cree proteger de las severidades de Carlos Vicente Londoño, su padre. Los hermanos formarán una alianza que hará que, tanto Agustina como el Bicho, fortalezcan sus poderes, ella a través de la locura, él a través del carácter.
Delirio, es una novela plagada de personajes complejos, que conforme el lector los va descubriendo conocerá el amor y la paciencia de Aguilar, el cinismo y desfachatez del Midas; la hipocresía de Eugenia y las temibles represalias de Escobar.
“…observo el interior del secador, ese tubo por donde sale el aire y veo que adentro tiene un espiral de alambre (…) veo que el espiral se pone al rojo vivo, como un caramelo. Siento deseos de tocar ese alambre tan rojo con la punta de mi lengua. Mi lengua quiere tocarlo, muy rojo, muy rojo, mi lengua se acerca, mi lengua lo toca”.
4. Laura Restrepo:
El 4 de diciembre de 2004 La colombiana Laura Restrepo, ganadora del último Premio Alfaguara de novela por Delirio, presenta su novela en el marco de la FIL de Guadalaja. Aquí está la nota:
Restrepo lleva meses viajando por España y América Latina para presentar su libro y terminaba esta semana en Guadalajara esa gira que, según ella, "ha sido más importante que el mismo premio, y uno de los años más estupendos de mi vida".
Pero nunca había tenido una presentación tan insólita como la que le deparó la FIL, una fórmula totalmente original y que tiene una eficacia y un candor extraordinarios. La feria se ha hecho con un importante banco de lectores anónimos, de las procedencias más diversas, a los que les hace llegar el libro elegido y luego convoca a cinco de ellos para que se conviertan en críticos de la obra.
Este año le tocó el turno a Laura Restrepo, y así calificó la autora de Delirio esa experiencia cuando los lectores terminaron de decir qué les había parecido la novela: "Esta presentación es un lujo". Con ella estaban en la mesa un ama de casa, un estudiante de bachillerato, un contable, un licenciado en Comunicación y una maestra, y todos comentaron con la soltura de un escritor bien avezado, lo que les había provocado el libro. La autora tomaba notas de lo que oía, algo infrecuente en las presentaciones en las que el autor y el presentador se saben de memoria lo que se va a decir.
El ama de casa vio en la novela de Laura Restrepo "una representación de la locura cotidiana que no está sólo en las personas, sino en el aire de los que vivimos"; la maestra se sorprendió de la puntuación del libro, que representa el delirio (el bueno y el malo), pero que a ella le desconcertó como lectora, hasta que se acostumbró a identificarla con el estilo mismo de la novela; el titulado en Contaduría Pública se vio identificado con Delirio porque representa al final la conciencia cotidiana de la vida en una gran urbe, "una novela en la que se observa el momento más gracioso y también el más dramático de la vida"; a veces, decía el lector, leyó la novela en la consulta del médico, y observó que las risas que le producía podían hacer pensar a los restantes pacientes que él también estaba preso del delirio que la autora describe. El estudiante de bachillerato confesó que no podía soltar el libro; primero se enfrentó al mamotreto y se preguntó cómo iba a hincarle el diente, y luego no pudo reprimir una pregunta a la autora: "¿Usted fue una Agustina burguesa o un Midas Mac Alister provinciano?". Y, en fin, el licenciado en Comunicación explicó: "Delirio me sabe a sangre, porque me sabe a lo que sabe la vida".
A propósito de la sangre
Estaban en la sala el presidente del jurado que le concedió el premio a Laura Restrepo, José Saramago, y otros dos premiados de Alfaguara, Sergio Ramírez y Xavier Velasco. Ante todos, la escritora reveló su entusiasmo por este formato de presentación. Y entre las muchas cosas que dijo respondiendo a sus lectores, destacaron dos: no usa las puntuaciones habituales porque las novelas se han llenado "de palos, palos de diálogos, palos, muchos palos, y ya no los usa ni García Márquez, que es tan clásico, y además esto me viene de Saramago". Y esta otra: la referencia de la sangre viene de la primera vez que vio un muerto; en Colombia siempre hay una primera vez: un hombre malherido llegó a la puerta de su casa, en la que sólo había niños; el hombre pidió un vaso de agua, y de pronto ella -tenía seis años- vio brotar sangre del hombre y éste fue muriendo poco a poco, desangrándose; en algún momento pensó si por aquellos agujeros por donde brotaba la sangre saldría también el agua que ella le había dado. Y terminó con esta frase: "Ninguna alegría es definitiva, no hay final alguno que sea definitivo"
5. El lector:
Laura Restrepo (Bogotá, 1950) cuenta que el título de Delirio siempre fue sólo Delirio. Una única palabra le bastaba para enunciar el drama de la demencia, la historia de locura de su protagonista, Agustina Londoño. Una locura que, según la escritora, es el territorio "propio y peculiar que Agustina construye para intentar la supervivencia emocional". La locura devora la vida de quien la padece y quien la rodea.
"Supe que había sucedido algo irreparable en el momento en que un hombre me abrió la puerta de esa habitación del hotel y vi a mi mujer sentada al fondo mirando por la ventana de muy extraña manera". Es una habitación donde un hombre se encuentra a su mujer tras un viaje de trabajo. Al regresar, ella está totalmente loca. La novela es la historia de la indagación desesperada de este hombre, que quiere saber qué ha pasado para que su mujer esté así.
La historia de una mujer que, acosada por la violencia diaria, pierde la razón es, una historia de vida corriente en cuyo telón trasero parpadean las sombras de la violencia y la corrupción. Ellas son más que nada una metáfora del escenario principal, que cuenta una historia de locura, amor y dolor.
"La locura no es poética", dijo ayer Laura Restrepo. "La locura devora la vida de quien la padece y quien la rodea. En esta novela, un hombre pierde la cabeza por una mujer perdida. El que está loco por una loca también está loco". Laura Restrepo explicó que para esta voz de su novela (una de las cuatro que utiliza) "luchó especialmente. Quería que fuera bueno pero no bobo. Es curioso, pero hoy no tenemos el lenguaje para describir la bondad. Nos cuesta mucho menos crear un personaje cínico". La escritora conta que fue una novela de Álvaro Mutis, La muerte al estratega, la que le dio la clave para el tono de la historia de amor que quería contar.
Laura Restrepo explica que con Delirio ha querido mostrar el nexo entre el caos "externo, el de la calle, el histórico, y su traducción interna en peculiares mecanismos mentales. Creo que los colombianos hemos escrito ya bastante sobre la película de vaqueros en que andamos montados, pero poco de cómo nos ha afectado el alma y el corazón". "Me duele que se vean los problemas colombianos como algo propio nuestro, que tiene que ver con nuestra peculiar naturaleza humana, cuando en realidad se trata de una expresión particularmente crítica de problemas que se dan a nivel mundial y que exigen una respuesta democrática, pacífica, humanística y global".
Restrepo, antes de escribir ficción, se dedicó durante 20 años a la política y al periodismo, y en sus novelas ha seguido dándole protagonismo a esas dos grandes pasiones de su vida. La autora de Delirio ha dicho: "Si Colombia ha sido mi obsesión es porque allí vivo, allí investigo, y de allí es mi gente, allí se hace hombre mi hijo. Lo que allí ocurre me incumbe hasta la médula. Colombia es un territorio difícil pero fascinante para un escritor. Atravesamos un periodo de tierra arrasada y de desplome que exige que la vida sea inventada de nuevo".



[1] Non-Fitcion: Se conoce también como El Nuevo periodismo, que es una corriente periodística
nacida en los años 1960 en los EE. UU. en el contexto de los cambios sociales y culturales que se
vivieron en dicha época. Surgió a raíz de la publicación del libro A sangre fría de Truman Capote,
novela de no ficción, donde se combinaban elementos literarios con otros propios de la investigación
periodística, pero que tiene sus orígenes en la novela realista.

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